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Authors: Patrick Graham

La hija del Apocalipsis (47 page)

BOOK: La hija del Apocalipsis
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—Holly, me haces daño.

—¡Y tú me tienes harta!

—Cariño, ¿quieres que te diga quién eres realmente?

—No. Quiero que me transformes en hormiga.

—No puedo hacer eso.

Holly pasa la mano por la mejilla de Gordon.

—¿Por qué, tío Gordon? ¿Por qué no puedes hacerlo? Vamos, por favor —suplica en voz baja—. Me quedaré cogida de tu mano y haré que mi corazón palpite más despacio, y después…

—Holly…

—¡Al fin y al cabo, estás a mis órdenes! Tú eres un insignificante Guardián y yo soy una Reverenda. Así que, si te pido que me transformes en hormiga, hazlo. Si no, se lo diré a Chester y él te freirá el cerebro.

—Puedo decirte qué eres realmente.

—¿Qué soy, tío Gordon?

—Eres una adorable niña completamente desbordada por lo que le sucede.

—No necesito que me consuelen, necesito comprender.

—Entonces cierra los ojos y relájate. Tienes que dejarme hacer. No debes tener miedo.

—¿Será una asquerosidad como esas que se ven en la tele? Si es eso, te lo advierto, mi padre me ha enseñado a dar patadas a los tipos guarros que piden a las niñas que suban en su coche.

Walls sonríe en la oscuridad.

—No es nada de eso, cielo.

—¿Me lo prometes?

—Te lo prometo.

—¿Me hará daño?

—No, pero puede darte miedo. Por eso tienes que confiar en mí. Vamos a concentrarnos los dos y nos encontraremos en otro sitio.

—¿En otro sitio? ¿Y Marie?

—No te preocupes, nuestros cuerpos se quedarán en el coche. Ella pensará que estamos profundamente dormidos, pero estaremos en otro sitio.

—¿Y volveremos?

—Por supuesto. Será como dar una vuelta en el tiovivo. Nos vamos y volvemos.

—Tío Gordon, yo te quiero, pero aun así no es tan fácil. No basta con cerrar los ojos y echar a volar como en un tebeo de Spiderman, ¿o sí?

—Sí.

—¿Y eso es todo?

—No. También tienes que coger el colgante que te di y apretarlo muy fuerte en el hueco de la mano. —Vale, eso es guay. ¿Y después?

—Después, tienes que cerrar los ojos y concentrarte conmigo.

—Y cuando vuelva a abrirlos, estaré en otro sitio y comprenderé quién soy realmente, ¿verdad?

—Exacto.

—Mis amigas jamás me creerán. Claro que, de todas formas, ni siquiera me acuerdo de ellas…

Walls le seca las lágrimas a Holly con ternura. Ella aprieta el colgante, que ha empezado a brillar débilmente en su mano.


Ak say
?


Ak say, Eko.

Holly cierra los ojos. Otro corazón ha empezado a latir en su pecho al mismo tiempo que el suyo. Unos latidos inaudibles al principio, pero cada vez más fuertes a medida que su propio corazón palpita más lentamente hasta detenerse. Los movimientos y los ruidos del coche se alejan. La respiración de Eko llena el universo. Holly se concentra. Tiene la sensación de que sus piernas y sus brazos se alargan, de que sus caderas se ensanchan y de que su pecho ha empezado a crecer. Los olores a cuero y a cigarrillo que llenaban el vehículo han dejado paso a olores a tierra mojada y a aire puro. La joven en la que está convirtiéndose es muy poderosa. Holly siente que una punzada de celos le traspasa el corazón. Es a ella a quien Eko ama.

La niña hace una mueca al descubrir a los amantes abrazados bajo unas pieles en medio de un enorme bosque. Están tendidos junto a una fogata que ilumina débilmente las ramas bajas. Holly se muerde los labios. Acaba de leer otras imágenes en la mente de la chica: recuerdos de lobos y de sangre. La lluvia, el viento, olor de espinos y de tierra mojada. La conciencia de la niña se diluye en la de la chica. Nota que el corazón de Eko se acelera bajo su mano. Acaba de reunirse con la mujer que ama. Juntos recuerdan lo que pasó muchos siglos atrás, cuando escaparon de las fieras del bosque de Kairn.

110

Neera está sentada con las piernas cruzadas, protegida por los espinos gigantes que cubren los contrafuertes de la colina santuario. Hasta donde alcanza la vista, las grandes llanuras ondulan bajo la luna. Una ancha franja de hierbas aplastadas atraviesa la pradera como una grieta. Por ahí es por donde Neera ha llegado con Eko y los otros cazadores de su guardia personal, mezclando, como ellos, sus pasos y su olor con los de la manada de bisontes que ha abierto esa brecha en la llanura. Han caminado encorvados por ese paso durante el primer día y la primera noche de su huida, hasta vislumbrar a lo lejos los contrafuertes rocosos de la colina santuario. La piel de Tierra Madre. Así es como han podido acercarse sin ser vistos.

Neera levanta los ojos y mira el cielo a través de las ramas espinosas. Se acerca el alba. La joven lo nota por la tibieza de la tierra bajo sus manos y por los zumbidos de los insectos entre las hierbas. Lo sabe también por su estómago, que se queja. Desde hace cuatro días solo ha comido un puñado de bayas ácidas y masticado raíces de sabor terroso. Eso y, el día anterior, unos tragos de agua a orillas de un riachuelo, un agua tan fría que Neera se vio obligada a romper la delgada película de escarcha que la cubría. El agua de Tierra Madre. Así era como los cazadores del clan se desplazaban sin dificultad en la oscuridad: interrogando a las estrellas cuando el cielo estaba claro y bebiendo agua de los riachuelos cuando estaba cargado de nubes. Pero, ahora que Neera y su guardia han llegado al Santuario, los olores que alfombraban la grieta herbosa parecen evaporarse. Se vuelven grises y fríos, como olores a piel dejados por pies desnudos sobre guijarros. La agonía de Tierra Madre.

Con las manos abiertas apoyadas en el suelo, Neera percibe las vibraciones que agitan la tierra. Ha sucedido algo todavía más grave que la revuelta de los insectos o la matanza de su tribu. Algo que ha perturbado profundamente el poder de Gaya. Se diría que todas las fuerzas de Tierra Madre están desvaneciéndose. Neera siente cómo fluyen bajo sus dedos como delgados hilillos de agua. Llegan de todas partes, serpenteando a través de las hierbas, viajando bajo la tierra y por el aire. Millones de pequeñas vibraciones que escalan las pendientes de la colina santuario.

Con los ojos cerrados, Neera interroga a las ondas que circulan bajo sus dedos. Capta fragmentos de imágenes, manchas de color rojo sangre, árboles abatidos, riachuelos secos, cursos de agua cargados de espuma y ríos que arrastran esqueletos de animales y cadáveres humanos. Muy lejos, hacia poniente, distingue una densa bruma, negra como la tinta, que se desplaza sobre la llanura y lo devora todo a su paso. Por fin comprende por qué el bosque de Kairn está tan desierto y silencioso. El gran vacío. El devorador de sustancia. El Enemigo. En esa bruma de ceniza es donde los restos del poder de Gaya intentan escapar serpenteando hacia la colina santuario.

Neera vuelve su conciencia en la dirección de donde proviene la amenaza. La desgracia ha sucedido al otro lado de las grandes llanuras, en medio de las montañas cubiertas de agua helada. Allí donde hace tanto frío que solo las que poseen el poder de Tierra Madre pueden sobrevivir. El otro santuario, el de la gran montaña Inmach, el de las Reverendas Madres. Son ellas las que protegen a las siete tribus de la Luna: las Guardianas del poder de Gaya. Se habían reunido allí para la Transferencia, pero el Enemigo había encontrado su rastro.

Neera intenta recomponer las vibraciones que le llegan, darles coherencia. Otras imágenes se amplían en su mente. Ve el Santuario perdido en las alturas inexpugnables de la gran montaña Inmach y la pesada mesa de granito en torno a la cual las Reverendas han tomado asiento. Están sentadas, con la espalda inclinada y su viejo rostro arrugado oculto bajo una capucha. Detrás están las Aikan de las siete tribus de la Luna. Las Reverendas deben morir para renacer mejor. El mismo ciclo cada cuatrocientos años.

Las últimas vibraciones se debilitan. Las imágenes que contienen se vuelven cada vez más borrosas. Neera reconoce en su visión a la vieja Alya Piel de Piedra, la Reverenda Madre de su tribu. Aprieta los puños al descubrir el rostro de la Aikan que está detrás de la venerable. Melia, una vidente cuatro años mayor que ella. Es guapa, pero no tanto como Neera. Se la ve muy alta y espigada bajo la hopalanda que la protege de los vientos cortantes de Inmach, pero, haga lo que haga, nunca será tan poderosa como Neera.

La visión se interrumpe. Echando vaho sobre sus manos para calentarlas, Neera mira los hilos de condensación que se elevan por el aire helado y se pierden en la bruma. Por encima, a medida que el alba dibuja los contornos del paisaje, las nubes se cierran poco a poco como una tapadera. Neera contempla el lago de aguas oscuras que bordea la colina santuario. Allí es donde nace Meka Teka. El Padre de las Aguas. Un riachuelo al principio, después un torrente y finalmente un río. Aquí es donde inicia su lenta travesía por Tierra Madre, aquí es donde todo empieza y todo termina.

Un grito en lo alto del cielo. Neera baja la cabeza entre los espinos. Agachados a su lado, los cazadores vigilan al grupo de buitres gigantes que sobrevuelan el lago. Son los servidores del Enemigo; sus ojos acerados exploran la vegetación y las masas rocosas en busca de los supervivientes de la Luna. Neera, cuya mente se eleva por encima de los espinos y de las altas hierbas, los alcanza al borde del horizonte. Siente que el viento helado penetra en su plumaje. Los músculos de sus alas chasquean bajo su piel fina y dura. Ella sabe que los grandes buitres son aves crueles e inteligentes y que por tanto no debe permanecer mucho tiempo en su mente. Escruta la llanura y el curso sinuoso del Padre de las Aguas. Explora las orillas y los arbustos. A lo lejos se recorta la línea negra del bosque, donde han escapado por los pelos de los lobos. Más allá, el río se desvía hacia levante antes de tomar la dirección del lejano mar para arrojar en él sus aguas limosas.

Neera el Buitre tensa los músculos y gana altura. Abre bien los ojos para penetrar la bruma helada que cubre el suelo. Negras fumarolas se elevan de las orillas donde los suyos vivían desde hacía siglos. Neera deja escapar un largo grito de dolor y de odio que resuena en la garganta del buitre. Ahora sabe que las siete tribus del clan de la Luna han sido exterminadas. Allí donde se posa el ojo penetrante del carroñero, ella no ve sino una lejana línea de bruma negra que avanza a lo largo de las grandes llanuras. El Enemigo busca a Alya Piel de Piedra, la única Reverenda que ha escapado de la matanza. Se ha refugiado en la gruta de la cima de la colina santuario. Está herida, es muy vieja. Los latidos de su corazón se debilitan. Por esa razón, Neera apenas sentía las vibraciones que recorren a Madre Tierra. Estas intentan llegar hasta la vieja Alya, pero el fuego interior que las atrae está apagándose. Si la última Reverenda desaparece antes de haber podido transferir sus poderes, la sustancia de Gaya desaparecerá para siempre con ella.

La mente de Neera se aparta bruscamente del vuelo de los carroñeros y remonta a toda velocidad el curso brillante del Padre de las Aguas. La brecha en las altas hierbas, la colina santuario, los espinos…

Notando que la mano de Eko se cierra sobre su hombro, Neera aspira una bocanada de aire helado. Siente cómo le quema la garganta y desciende hacia los bronquios. Debería oler a turba y a corteza. Los olores de la mañana. Sin embargo, por más que Neera respira, ya no huele nada. Ni siquiera la roca, ni siquiera el hielo o el agua. Abre los ojos. No hay que perder ni un segundo más.

111

Neera se encuentra entre los brazos de Eko. Está tendida sobre sus rodillas como una niña. Él le habla despacio y la tranquiliza. Va a necesitar que la proteja y la apoye. No puede subir físicamente a la cima de la colina. Es demasiado peligroso a la luz de Padre, e impensable en el corazón de las tinieblas.

Los dedos de Neera se cierran alrededor de la lágrima de ámbar que lleva colgada del cuello. La joya despide un brillo extraño en la palma de su mano. Un resplandor frío y pulsátil, tan pronto tenue como intenso.

Neera se concentra. Un simple impulso…, no demasiado fuerte para no crear remolinos en la superficie del poder. Eso es lo que el Enemigo detecta más fácilmente: los remolinos.

Ya está. Neera siente que su mente escapa como un suspiro entre sus labios. A medida que se eleva, nota las manos calientes y tranquilizadoras del cazador sobre su piel y, al mismo tiempo, mira cómo se aleja su propio cuerpo, como si estuviera muriendo.

La sustancia de Neera acaba de cruzar la entrada de la gruta. Hace frío. Huele a fuego, a cuero y a flor de sombra. Pero, también allí, esos olores primordiales ya no son sino delgados filamentos de una tela cada vez más fina que apenas protege la entrada del Santuario.

La mente de Neera roza el suelo arenoso. Al fondo de la gruta ve una silueta sentada con las piernas cruzadas. Está inclinada hacia delante, como desplomada. Varias hileras de velas dispuestas en forma de estrella desprenden un perfume untuoso que se extiende por la atmósfera. Su resplandor baña la espesa cabellera gris que cubre el rostro de Alya. La Reverenda parece dormida. Está tan delgada que se diría que su carne y sus huesos se han fundido al calor de las velas.

La respiración de Neera levanta los cabellos de la Reverenda, que vuelven a caer blandamente sobre sus hombros. La joven Aikan se concentra. Ahora debe aminorar los latidos de su propio corazón. Interrumpirlos. O quizá incluso utilizar el corazón de Eko para tirar del suyo, pues necesitará toda su energía para establecer contacto con la moribunda.

Eko se estremece al notar que la piel de Neera se enfría bajo sus dedos. Su corazón acaba de detenerse. Mira el delgado hilo de vapor blanco que todavía escapa de su boca. Luego, el rosa que cubría los labios de la joven se difumina, su barbilla tiembla un poco y se inmoviliza. Eko cierra los ojos y estrecha el cuerpo de Neera contra su pecho.

112

Separada de su envoltura, la mente de Neera flota en la caverna. Sabe que la menor corriente de aire puede dispersarla y que la bruma que forman sus pensamientos y sus recuerdos puede rasgarse en cualquier momento. A medida que su sustancia carnal vuelve a ella, siente que su cuerpo se materializa. No es más que una proyección de sus sensaciones, pero el suelo arenoso ya envuelve sus rodillas y los contornos de sus miembros recuperan su forma.

Neera está desnuda, arrodillada a los pies de la Reverenda. Tiene frío. Una Aikan nunca es tan vulnerable como cuando su corazón se ha detenido y su sustancia ha abandonado su cuerpo. El Ghan-Tek, la proyección suprema, una técnica mental que solo las Reverendas Madres están autorizadas a utilizar en caso de emergencia.

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