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Authors: Patrick Graham

La hija del Apocalipsis (35 page)

Los Guardianes de los Ríos intercambian algunos mensajes mentales más con Chester y embarcan en una Zodiac. Holly mira cómo se alejan. Sus pensamientos se disipan poco a poco en su mente mientras ellos desaparecen detrás de un recodo del río. Marie pone una mano sobre su hombro.

—Cariño, ¿vamos a la ducha?

—Ahora no.

—Sí, cielo, ahora.

Marie se vuelve hacia Chester.

—¿Tiene ducha en su casa?

—La última puerta al fondo del pasillo. Yo llamo a esa habitación el cuarto de baño.

—Ve, cariño, enseguida estaré contigo.

Mientras Holly se dirige hacia la casa arrastrando los pies, Marie se acerca a los hombres, que se han sentado alrededor de una vieja mesa de hierro, en el embarcadero. Chester está disponiendo una jarra de limonada, otra de té helado y una fuente de gambas. Gordon y el viejo negro las mojan en salsa agridulce antes de comerlas con apetito.

—Marie, le presento a mi viejo amigo Shelby Newton y a Gordon Walls, mi nieto. Un arqueólogo de renombre. Él es quien la acompañará.

Marie saluda al viejo Shelby y clava la mirada en los ojos negros de Walls. Siente una ligera migraña en la cavidad de las meninges.

—Es increíble, son todos telépatas ¿o qué? Veamos, pongamos las cosas en su sitio de una vez por todas: estamos en el planeta de los humanos, así que hablaremos en lenguaje humano. En otras palabras, el próximo que penetre en mi cerebro sin haber sido autorizado a hacerlo se gana un tortazo.

Marie se sienta y observa a Walls a través de sus gafas negras. Un moreno alto y corpulento con una pequeña cicatriz a lo Harry Potter en la base del cabello. Justo su tipo de hombre. Toma un sorbo de limonada, enciende un cigarrillo y expulsa nerviosamente el humo.

—Bien. Ahora me gustaría que me dieran una explicación. Para empezar, ¿quiénes son ustedes y quiénes son exactamente las Reverendas? ¿Qué les ha pasado a los padres de esa niña y cuál es el objetivo de este juego?

—Es cualquier cosa menos un juego, señorita Parks.

—Eso me había parecido.

Marie se pasa la lengua por los labios para lamer el azúcar de la limonada. El viejo Chester termina de comerse una gamba y se chupa los dedos.

—Las Reverendas y nosotros somos descendientes de un clan muy antiguo. Ellas están aquí para proteger a la humanidad.

—¿De qué?

—De sí misma.

—¿Y ustedes?

—Nuestra misión es protegerlas a ellas. Ellas poseen el poder de Tierra Madre. Nosotros servimos a ese poder, en ningún caso a las poseedoras del poder.

—¿Son muchos?

—Conservamos un centenar de santuarios repartidos por todo el mundo. También protegemos a las Reverendas cuando deben reunirse para pasar sus poderes a otras Reverendas. Eso es lo que tenía que suceder en Nueva Orleans, pero hubo un problema y una de ellas se vio obligada a transferir sus poderes a la pequeña Holly. Ahora solo queda una. Los Guardianes la custodian e intentan cuidar de ella. Su desaparición supondría la desaparición del poder de Gaya. Por eso es preciso salvar a Holly.

—Holly tiene once años, abuelo. Lo que necesita es encontrar a sus padres.

—Los Habscomb han muerto. Son dos de las víctimas que quedaron atrapadas en el centro comercial.

—Entonces, su lugar está en los servicios de protección de la infancia. Allí se harán cargo de ella mientras le buscan una familia de acogida.

—Salvo si no queda ninguna familia para acoger a nadie. Algo se está preparando, Marie. Algo que se acerca y que las Reverendas debían parar en Nueva Orleans. Por eso habían planeado trasladarse: para unir los siete poderes y neutralizar la amenaza.

—¿Una plaga?

—¿Por qué dice eso?

—El FBI y la Seguridad Nacional han descubierto a unos viajeros que transportaban unos frascos vacíos en una caja precintada. Pensamos que contenían una cepa viral particularmente peligrosa.

Los tres hombres se miran. El viejo Chester menea la cabeza.

—La Gran Devastación.

—¿La qué?

—Ésa era la misión de las Reverendas: advertir a la humanidad de la inminencia de su destrucción y prepararla para sobrevivir a ella.

—¿Está diciéndome que nada puede detener su Gran Devastación?

—Según la Profecía, no.

—Ah, ¿también hay una profecía?

Walls interrumpe a su abuelo.

—Siempre hay una profecía, Marie.

—Gordon…

—Sí…

—Deje de mirarme así cuando me habla. Me entran ganas de acurrucarme entre sus brazos.

Marie apaga el cigarrillo en el tarro de salsa agridulce. Siente que la cólera se apodera de ella.

—Bueno, ya está bien. Hace unos años rompí con la cabeza un parabrisas mientras iba a toda velocidad y desde entonces veo cosas que los demás no ven. Acabo de pulirme diecisiete años de mi vida en el espacio de diez minutos y una especie de patán ha osado insinuar que estaba en pleno rebote mental. Pero mucho cuidado, porque no estoy loca, ¿de acuerdo? Solo estoy constantemente perturbada por visiones que pienso que son la realidad y que, por supuesto, resulta que siempre son la realidad. Lo cual hace que a veces vaya por la calle hablando con un tipo que lleva doscientos años muerto. Es terrible cuando se tiene una reputación que mantener. Así que se acabó. Voy a cerrar los ojos, contaré hasta diez y estoy segura de que, cuando vuelva a abrirlos, me despertaré en mi terraza de Hattiesburg.

Marie cuenta; luego abre lentamente los ojos y suspira al encontrar la mirada de Walls.

—Está bien. Admitamos que todo esto es verdad. ¿Qué se supone que debemos hacer para proteger a Holly?

—Tiene que subir hacia el norte siguiendo el curso del Mississippi. Seguimos siendo más poderosos junto al río. Ahí se encuentran la mayoría de los Santuarios. El Enemigo no puede penetrar en ellos. Ahí estará segura, pero no podrá quedarse mucho tiempo.

—¿Y hasta dónde se supone que debemos remontar el río?

—Hasta Grand Rapids, en Minnesota. Allí se harán cargo de ustedes los Guardianes de la reserva india de Leech Lake, que los conducirán al Santuario del lago Itasca, donde nace el Mississippi. La última Reverenda los espera allí. Solo ella puede salvar a Holly. Allí es donde todo empezó y donde todo debe acabar. Eso es lo que dice la Profecía.

—Ah, sí, la famosa Profecía… Entonces no hay ningún problema, todo está previsto. Yo, por ejemplo, vuelvo a Hattiesburg.

—Usted confunde profecía y predicción, Marie. Una profecía anuncia algo, pero no contiene nunca el desenlace de ese algo.

—¿Por qué?

—Porque el desenlace de una profecía depende únicamente de lo que hagan los humanos.

—Gordon…

—¿Sí?

—Hablaba en serio cuando le decía que dejara de mirarme como si fuese Hermione Granger.

—Marie, usted es la madre de la Profecía.

—Cuidado con lo que dices, tío.

—La protectora, si lo prefiere.

—Vamos, sean buenos, confiesen que han perdido la chaveta. Estaban en el mismo manicomio y han saltado la tapia juntos. Ya sé lo que haremos: se acaban la limonada y los llevo de vuelta con los pirados. Si se portan bien, hasta les dejaré conducir mi coche. Estoy segura de que son excelentes conductores.

El viejo Chester suspira.

—Hay otra cosa que me preocupa. A medida que se consume, la última Reverenda transfiere instintivamente el resto de sus poderes a Holly. Eso la matará. Es demasiado poderoso para ella.

—No comprendo.

—Holly no es una Reverenda, es una niña de once años que no debería haber recibido semejantes poderes. Eso la convierte en una aberración que no tiene ninguna noción del poder que posee, lo cual la vuelve frágil y terriblemente peligrosa. He leído en su mente que es resistente, pero no aguantará mucho tiempo.

—¿Cuánto?

—Diez días como máximo. Por eso deben alejarse lo menos posible de los ríos. El Mississippi es el más poderoso de todos y solo sus Guardianes podrán aliviar a Holly cuando el mal empiece a desarrollarse. Pero existe otro medio para frenar su avance: hay que prohibir a la joven Madre que utilice sus poderes. Cada vez que haga uso de ellos, sus fuerzas disminuirán y el Enemigo la localizará con la misma facilidad que si encendiera un foco en plena noche.

—¿Y si fracasamos o si la última Reverenda muere?

—Entonces nada tendrá ya importancia, pues nada podrá ya detener la Gran Devastación.

Chester se dispone a añadir algo cuando, de repente, los ojos empiezan a ponérsele en blanco. Su respiración se acelera. Acaba de captar una vibración anormal. Holly no se da cuenta, pero está pensando en sus padres mientras se ducha. Intenta ponerse en contacto con ellos. Chester, con los ojos totalmente en blanco, se esfuerza en cortocircuitar el mensaje mental de Holly, pero la niña es tan poderosa y él está tan débil… Siente que las manos de Gordon lo zarandean. Oye la voz de su nieto que flota a lo lejos. Abre los ojos y mira a Marie.

—Detenga a Holly antes de que sea demasiado tarde.

—¿Qué dice?

—Está en la ducha. Vaya con ella y dígale que deje de pensar.

—¿Cómo voy a decirle eso a una chiquilla de once años?

—¡Vaya inmediatamente!

Marie se sobresalta al oír la voz que escapa de la garganta del anciano. Parece realmente aterrorizado. La joven sale corriendo hacia la casa.

89

Marie recorre el pasillo y abre bruscamente la puerta del cuarto de baño. Holly profiere un grito penetrante mientras se tapa el pecho con las manos y cruza las piernas para tratar de ocultar su sexo. Marie la envuelve con una toalla antes de cogerla, chorreando, en brazos.

—¿Qué pasa?

—Tienes que dejar de pensar, cielo.

—¿Cómo?

—Estabas pensando, ¿verdad?

—Sí…,no sé.

—¿En qué?

—En mis padres. Intentaba recordar a mis padres. No… no sé qué aspecto tienen.

—Chis… Perdona, cielo, te he asustado.

Marie reprime un estremecimiento. Holly tirita cada vez más entre sus brazos, tiene los labios morados. Una extraña vibración parece emanar de ella y envolverla.

—Cariño, ¿qué pasa?

La niña mira a Marie. Sus ojos ya no expresan ningún sentimiento. Al asustar a la chiquilla, la joven ha despertado algo frío y peligroso. Algo que se encarga de protegerla.

—Holly, ¿me oyes? Soy yo, Marie. No quería asustarte.

Marie tiene la sensación de que unos dedos ardientes se cierran alrededor de su corazón. Parece que sus arterias se dilatan y que la sangre pasa a toda velocidad a sus venas. Lo que emana de Holly está acelerando su metabolismo y haciendo subir su temperatura.

—Holly… Dios mío, Holly, ¿eres tú quien hace esto?

Marie se asfixia. Mira los ojos vacíos de la niña.

—¡Holly, para inmediatamente! Estás matándome, ¿me oyes? ¡Estás matando a mamá!

Holly se sobresalta. Su mirada se enturbia y parece llenarse de nuevo de lucecitas lejanas. Lentamente, la niña aparta los ojos. Mira el espejo del cuarto de baño, que empieza a fundirse. Sobre el lavabo, las bombillas estallan en una fina lluvia de cristales. La cortina de plástico se funde como jarabe en la bañera. Al darse cuenta de que su miedo impide a Holly desactivar su sistema de autodefensa, Marie la coge en brazos y le susurra una canción al oído. La niña se calma. Mira el vaso que contiene los cepillos de dientes. El cuarto de baño se llena de un extraño olor a plástico quemado mientras los cepillos se retuercen sobre sí mismos y desaparecen lentamente. La pared del vaso se ablanda pero no se funde. El mecanismo está deteniéndose. Marie se siente empapada. Se levanta estrechando a Holly entre sus brazos. La niña está extenuada. Marie sale del cuarto de baño y avanza por el pasillo. Holly balbucea unas palabras en voz baja.

—¿Qué dices, cielo?

—No hay que salir. Están ahí.

—¿Quiénes?

—Ellos.

Marie respira el fresco del exterior. Holly se crispa al mirar hacia el embarcadero. Algo no encaja en el comportamiento de Shelby. Walls le grita:

—¡Deténgase, Marie! ¡No se acerque! ¡Sobre todo no debe verla!

Marie acaba de comprender lo que va mal. Antes de ir a buscar a Holly, ha dejado la pistolera debajo de su cazadora, y es con su Glock con lo que el viejo negro está apuntando a Chester en la frente. No es Shelby, es otra cosa. Otra cosa que se vuelve hacia Holly sonriendo.

—Vaya, aquí tenemos a la pequeña que nos está dando tanta guerra. Tu madre ha muerto. Se ahogó como una rata en el centro comercial. ¿Sabes por qué, Holly?

—No le hagas caso, cariño.

—Se ahogó porque tú te portaste mal. Cogiste una rabieta y desapareciste, y ellos estuvieron horas y horas buscándote en lugar de huir. Por eso. ¿Verdad, Chester?

El anciano se concentra y lee el nombre de la cosa que ha conseguido cruzar las barreras del Santuario. Abre los ojos y mira a su amigo Shelby mientras el pulgar del viejo negro levanta el disparador de la Glock. Parece apesadumbrado.

—Tienes que luchar, Shelby. ¿Me oyes? Puedes vencerle. No es poderoso. Se aprovecha de tu miedo. ¿Verdad, Ash?

Al viejo negro se le enturbian los ojos. Suelta una carcajada.

—¿Me oyes, Holly? Tu padre murió buscándote. Te detestó por haberle hecho eso. Mientras su garganta se llenaba de agua, se arrepintió de haberlo sacrificado todo por una chiquilla tan caprichosa como tú. ¿Qué te parece, pequeña ingrata de mierda?

Marie ve que unos lagrimones caen por las mejillas de la niña. Siente cómo la misma vibración envuelve el cuerpo de Holly. El aire empieza a chisporrotear a su alrededor. Ash sonríe.

—Adelante, chica, carbonízame.

Marie observa a Shelby. El viejo negro tiene la cara hinchada. De sus fosas nasales salen dos regueros de sangre. Lucha todo lo que puede, pero tiene demasiado miedo. En los ojos de Holly, la luz de los sentimientos está apagándose. Marie la zarandea.

—¡No, Holly! ¡Eso es exactamente lo que quiere que hagas! Quiere que utilices tu poder para matar a Shelby y así atraer a los demás. ¿Me oyes?

Holly parece despertar de un profundo sopor. La vibración se dispersa. Marie nota que pasa sobre su rostro como el soplo caliente de un secador de pelo. Desenfunda el 38 que lleva en la cintura y apunta a Shelby. El viejo negro le dirige una sonrisa despreciativa al ver la boca del cañón. Una punzada de migraña hace que el rostro de Marie se contraiga mientras la mente de Ash penetra en la suya como una cuchilla y hurga en sus pensamientos.

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