¿Es cierto que López tenía amistad con Prim? Si realmente fue así, lo sabrían los íntimos del general. Muñiz, por ejemplo. Se lo preguntaré. Sospecho que es otro bulo. Y que López se introdujo en el complot no para salvar a su «amigo» sino para ayudar a poner sobre el trono a Montpensier y cosechar los beneficios consiguientes.
Lo más importante del documento, creo, es la reproducción de algunos párrafos de una carta que López alega haber recibido de Solís. Con fecha 20 de septiembre de 1870 y firmada «F. S.», se trataría en ella del giro de cinco mil pesetas —una cantidad muy considerable— para facilitar la llegada a Madrid de los «géneros» necesarios para llevar a cabo el «proyecto» acordado. Es decir, la llegada de los asesinos.
López también reproduce una carta que dice haber enviado desde la cárcel a Montpensier, firmada por «Jáuregui», con fecha 26 de mayo de 1871. Carta entregada en mano al duque en el balneario granadino de Alhama, que visitaba con cierta frecuencia. En dicha misiva «Jáuregui» se queja amargamente de Solís, que le ha abandonado en la cárcel, así como a sus compañeros. Todos están en la miseria. Son cinco familias, con quince hijos. Ellos cumplieron con lo pactado, pero el duque no lo ha hecho en absoluto. Si no les ayuda, «Jáuregui» amenaza con revelar toda la verdad.
López termina denunciando «la ignominia y el oprobio que pesa sobre nuestra querida patria por haberla hollado con su planta un Orleans, y por haber nacido en ella el señor don Felipe Solís y Campuzano».
Desde luego no le faltan agallas. Ya ha sido asesinado uno de los implicados en la tentativa, Tomás García. Sabe que a él le puede tocar la misma suerte el día menos pensado. Y sigue adelante con sus alegatos, consciente de que su pronta liberación, en la que tanto confía, hará aún más fácil la tarea de acabar con él, pues dará más oportunidades a sus enemigos.
La documentación que aduce López podría ser falsa, claro. ¿Está en el sumario? ¿Me podrá poner en contacto con alguien que me ayude a acceder a la causa, como me ha dicho? Es evidente que si no logro conseguirlo —pagando, sobornando, lo que haga falta—, mi investigación va a ser un fracaso y sólo añadirá más confusión a la ya existente.
Mañana iré a primera hora a la Biblioteca Nacional para ver las cartas de Solís. Gracias a López tengo la fecha de la primera: 21 de julio de 1871.
Diario de Patrick Boyd. Madrid, Hotel de las Cuatro Naciones, lunes, 29 de septiembre de 1873.
Hartzenbusch está de viaje y me atendió su asistente, que no tardó en traerme el tomo de
La Época
correspondiente a julio y agosto de 1871.
López tiene razón, la primera carta de Solís, fechada el 16 de julio de 1871, sin especificar lugar, y publicada el 21, es muy floja. En ella el coronel no hace más que decir que es un hombre honrado, con historial militar inmaculado; que desde el año 1853 viene sirviendo lealmente al duque de Montpensier como ayudante de campo; que ante «la odiosa calumnia» de que es objeto tiene la conciencia tranquila; que es víctima de miserables delatores, siendo el principal de ellos «un tal López»; y así por el estilo.
Busqué luego su segunda carta. No tardé mucho en encontrarla. Fechada el 27 de julio de 1871, otra vez sin especificar dónde, se publicó en
La Época
el 13 de agosto de 1871.
En ella Solís vuelve a afirmar que no se fía de la actual justicia española y que por ello no se presenta por el momento ante el juez. La causa que se sigue por motivo del asesinato de Prim, dice, está sujeta a los intereses de «personas de elevada posición» (acerca de cuya identidad no especula). Alega no recordar el encuentro que, según López, tuvo lugar entre ellos el 3 de junio de 1870; niega haber dirigido «un gran complot» para poner en el trono a Montpensier; declara haber recibido cartas de extorsión, desde el Saladero, de «un tal Jáuregui», que supone relacionado con López; y viene a afirmar, en resumen, que todo lo contado por éste es una ruin falacia motivada por un deseo de lucro y de hacerle daño al duque.
Creo haberlo apuntado antes: esto es un berenjenal y quizás hubiera sido mejor no meterme en él. Pero a lo hecho, pecho. ¿Cómo acceder al sumario? Ésa es la cuestión.
Diario de Patrick Boyd. Madrid, Hotel de las Cuatro Naciones, martes, 30 de septiembre de 1873.
¡Alegría! Ayer por la tarde una breve carta de Araceli en respuesta a la mía. Ha averiguado que Solís vive ahora en su propiedad de Villafranca de los Barros, pero que le esperan pronto en Castilleja de la Cuesta, donde por lo visto tiene que arreglar algunos asuntos suyos todavía pendientes con el duque. Me sugiere que le escriba allí pidiéndole una entrevista.
Todavía no ha localizado a la persona que trabajaba en San Telmo cuando se llevó a cabo allí la indagatoria. La seguirá buscando. Me anuncia que ella y Benito vendrán a Madrid dentro de algunas semanas, pero que no sabe todavía la fecha exacta de su llegada y que me informará al respecto. Firma «su amiga y colaboradora».
Su mensaje me ha producido un estado de tensión difícil de definir. Desde la muerte de Mary no creo haber pensado una sola vez en otra mujer y la posibilidad de una nueva relación. Y ahora se presenta en mi vida, sin haberla buscado, esta hermosa y vibrante criatura que sospecho no es feliz con su marido. ¿Qué pasará cuando nos volvamos a ver?
Mañana le contestaré y trataré de decirle algo de esto, pero entre líneas, para no meter la pata y estropearlo todo.
La Correspondencia
trae una «noticia» que agradezco infinito porque me ha hecho soltar una carcajada de verdad, algo que no me ha sucedido en bastantes días. Se trata de los enfebrecidos cantonalistas de Cartagena. «La prensa francesa consigna la indiferencia de las tres potencias europeas ante el bombardeo de Alicante», dice. Se entiende tal indiferencia, claro, pues ¿cómo iban las hazañas de los cantonalistas, empeñados en su conquista de Alicante, a acaparar un lugar preeminente en las preocupaciones y estrategias, en estos momentos, de Francia, Inglaterra y Alemania?
Más interesante para mí, el diario dice que «se confirma» la noticia de que Paul está entre los sublevados de Cartagena. ¿Será verdad? Necesito localizarle cuanto antes, esté donde esté.
Extracto del diario de Patrick Boyd. Madrid, Hotel de las Cuatro Naciones, jueves, 2 de octubre de 1873.
La Correspondencia
es intolerable. Después de haber dicho que Paul estaba en Cartagena, hoy nos asegura que se encuentra en Londres y que ellos, los del diario, han tenido ocasión de ver sus «últimas cartas». Pero ¿qué cartas?
Le he mandado un telegrama a Mac comentando estas «informaciones» y pidiéndole que por favor haga todo lo posible por comprobar si es seguro que se halla en Londres nuestro hombre, o si estamos ante un bulo más. También le he enviado mi primera crónica. Creo que da una idea bastante clara de la caótica situación en que se encuentra la República, asediada por tantos problemas internos y externos, entre ellos el debilitamiento suicida que suponen la permanente lucha contra los carlistas y el tener que hacer frente a los cantonalistas de Cartagena.
He aprovechado para decirle que Muñiz se está comportando conmigo estupendamente. Cuando le volví a ver el otro día me recomendó que hablara con otras dos personas a su juicio útiles para mi investigación, ambos diputados: el republicano Ramón de Cala, que trabajó con Paul Angulo en la redacción de
El Combate
, estuvo encarcelado en relación con el asesinato de Prim y ha editado un libro sobre la Comuna de París, y Miguel Morayta, catedrático de historia de España en la Universidad Central y secretario general del Ministerio de Estado. Morayta, como Muñiz, fue amigo de Prim y compañero suyo de no sé qué logia masónica.
Muñiz cree que ambos me podrán aportar información sobre el crimen, y ha prometido escribirles de mi parte.
Le pregunté si le consta que José López fue amigo, como alega, del general, y que, por más señas, actuaba a sus órdenes. Me dijo que no, que no le constaba en absoluto nada de ello y que además no se lo creía. «Si hubiera sido amigo de Prim yo me habría enterado», insistió. Parece ser, pues, que mis dudas acerca de López se van confirmando.
Hoy, nota de Hartzenbusch. Me ha localizado dos folletos de Paul Angulo que cree me pueden ser de interés. Iré mañana.
Diario de Patrick Boyd. Madrid, Café Imperial, sábado, 4 de octubre de 1873.
Otra vez en la ventana de
El Imperial
, observando el
maelstrom
de la Puerta del Sol, más turbulento que nunca, si cabe, los sábados por la mañana. ¡Qué animación! Acaba de dar las once el reloj del Ministerio de la Gobernación. Con mi café caliente y mi tostada me siento feliz. Araceli vendrá pronto y, gracias a Hartzenbusch, voy avanzando bastante en mi conocimiento del elusivo Paul Angulo. No me puedo quejar de nada.
Los dos folletos de Paul, que me leí de un tirón en la Biblioteca Nacional ayer, me han confirmado en la opinión que formé del personaje al ir examinando los números de
El Combate
que me dejó en Sevilla Machado Núñez. Se trata de un revolucionario de tomo y lomo, y yo diría que absolutamente convencido de lo que dice.
El título del primero, que no lleva fecha, es
Memorias íntimas de un pronunciamiento
. Su empeño es demostrar la gran importancia que tuvieron elementos andaluces del Partido Republicano Federal, capitaneados entre otros por el autor, en la preparación de la Revolución de 1868. Revolución luego «absorbida», «adulterada» o «esterilizada» —las palabras son de Paul— por los reaccionarios, con la metódica exclusión de los republicanos. «La falta del elemento republicano en el gobierno provisional quitó el alma a la Revolución», escribe.
El texto no expresa odio hacia Prim —no se trata todavía del Paul de
El Combate
—, sino más bien una profunda decepción, profundísima, con el hombre que antes había parecido revolucionario de verdad y que luego empezó a demostrar que no lo era tanto.
Lo que se nota mucho es el desprecio que a Paul le inspiran Serrano, a quien considera muy débil, y Montpensier, «el actual pretendiente al trono de España».
¡Y qué diferencia de tono entre el primer folleto y el segundo, redactado dos años después y titulado
Verdades revolucionarias en dos conferencias político-sociales dedicadas a las clases trabajadoras.
Al principio de su introducción, fechada «en Madrid a 13 de octubre de 1871», Paul dice que, calumniado por sus enemigos (a raíz del asesinato de Prim), se ha visto obligado desde hace casi un año a ocultarse, incluso de sus amigos más íntimos.
Pero ¿estaba realmente en Madrid todavía, o se trata de una mixtificación? ¡Quién sabe! Yo creía que ya se había escapado del país.
La introducción rezuma amargura. Paul declara que ha dado todo por la causa de la libertad del pueblo, que ha sacrificado su posición social, arriesgado su persona y familia y hecho un esfuerzo titánico por arrastrar al Partido Republicano Federal a la lucha violenta… todo sin fruto alguno en una «sociedad infame donde los unos son egoístas hasta el crimen y los otros dóciles, ignorantes o pusilánimes hasta la estupidez». Anuncia que dentro de poco, como único premio, tendrá que abandonar la patria querida, quizás para siempre. Pero que no se resigna a hacerlo sin consignar primero, en estas dos conferencias, sus ideas político-sociales fundamentales.
Las expone con admirable e implacable lógica. Se expresa convencido de que sin una Revolución violenta España no cambiará nunca, pues la minoría que detenta la riqueza de la nación nunca cederá ésta libremente. ¿No lo ha demostrado con creces la llamada Revolución del 68, que ha defraudado todas las esperanzas del pueblo al democratizar la sociedad «sólo en la apariencia» y anular por completo el entusiasmo de los primeros días?
A Paul, como a mí, le repugna una sociedad construida no sobre la propiedad privada en sí, sino sobre el derecho del individuo a transmitir sus bienes —los heredados y los acumulados— a sus hijos. Para Paul, bastaría con permitirles a capitalistas y especuladores el goce vitalicio de su fortuna. El derecho de transmisión se le antoja una injusticia radical que divide la sociedad entre ricos y pobres y destruye toda idea de democracia auténtica. ¡Bravo!
Otra de sus ideas fundamentales es que el sufragio llamado universal, si no es constante, permanente, no es tal cosa, y convierte en una farsa «indigna y asquerosa» el sistema parlamentario, añadiendo a la injusticia social la legislativa. El pueblo, si ve en cualquier momento que uno de sus representantes está faltando a sus obligaciones, debería tener la posibilidad de despedirlo y reemplazarlo inmediatamente, sin la necesidad de esperar una fecha determinada.
¿Y el Estado-nación? Paul abomina de él. Los privilegiados de cada uno manipulan el concepto de patria para conservarse en el poder. «La verdadera patria de la humanidad es el globo terrestre considerado en su conjunto», insiste. Las fronteras entre países son «límites artificiales». Ningún pueblo como tal amenaza nunca a otro, son siempre los líderes quienes empujan a las masas a matar y a sacrificarse. Paul estima que en la Europa de 1872 hay más de seis millones de «esclavos blancos» uniformados en las filas de los distintos ejércitos nacionales, carne de cañón para satisfacer las inconfesables ambiciones de quienes, movidos sólo por su egoísmo de clase, mandan en cada país. Considera, con razón, que se trata de una locura colectiva.
Como era de esperar, critica acerbamente la tibieza revolucionaria de los «prohombres» de su partido. Si llega un día la República Federal de verdad, será inútil si no es capaz de erradicar violentamente y enseguida el sistema capitalista imperante, ya que no hay otra manera de propiciar la «completa regeneración» de la sociedad. Regeneración entre cuyos componentes principales figurará, necesariamente, «la completa y necesaria descentralización» del país.
Me doy cuenta, no sin cierta sorpresa, de que Paul Angulo me resulta cada vez más atrayente y hasta admirable. ¿Estuvo realmente involucrado en el asesinato de quien había sido su amigo? ¿O fue —y sigue siendo— víctima de las calumnias de sus enemigos? Me desvivo por conocerle, ahora que tengo una idea más completa de su personalidad.
Le acabo de escribir a Felipe Solís Campuzano, como me ha sugerido Araceli, mandándole mi currículum vítae, explicándole que soy hijo de Robert Boyd, fusilado al lado de Torrijos; que conocí a Prim en Londres; que me obsesiona su asesinato; y pidiéndole encarecidamente que me reciba.