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Authors: Ian Gibson

Tags: #Histórica, Intriga

La berlina de Prim (15 page)

¿O era todo mentira y López entró en el complot para ayudar a matar a Prim, no para protegerlo, y luego, al sentirse abandonado en la cárcel, empezó a embrollarlo todo?

El próximo paso, de todas maneras, sería conseguir hablar con el personaje. ¿Estaba todavía preso? Se lo preguntaría a Ricardo Muñiz, que sin duda podría averiguarlo inmediatamente.

Capítulo 7

Extracto del diario de Patrick Boyd. Madrid, Hotel de las Cuatro Naciones, martes 23 de septiembre de 1873.

Esta mañana, a primera hora, nota de Muñiz. Ha hablado con el ministro de Gracia y Justicia. José López está todavía preso. Ocupa el cuarto número 6 del departamento de primera clase de la cárcel, situada en el antiguo Saladero, en la plaza de Santa Bárbara. Es decir que tiene un trato privilegiado y puede recibir las visitas que desee. El ministro no se opone a la mía. Muñiz le ha escrito a López explicándole que soy periodista y amigo suyo y que quiero hacerle una entrevista. Le ha dado mis señas. Supongo que le habrá dicho también que soy hijo de Robert Boyd y que conocí a Prim en Londres. Veremos si tengo suerte y acepta recibirme.

Hoy le he escrito a Araceli. No mucho, lo suficiente para que sepa que espero nuestro reencuentro con ilusión y preguntarle si ha logrado descubrir algo en relación con la indagatoria en San Telmo. La verdad es que pienso en ella con bastante frecuencia y esto me produce un sentimiento de culpabilidad, como si estuviera traicionando a Mary. Además no sé si le intereso, a lo mejor resulta que me lo estoy imaginando todo.

Capítulo 8

Carta de Patrick Boyd a Edward McKinley. Madrid, Café Imperial, martes, 23 de septiembre de 1873.

Querido Mac:

¿Recibiste mi última carta? Quizás ha sido una locura meterme en este berenjenal, pero, con todo, voy avanzando. Ricardo Muñiz se está comportando muy bien y me ha dado una pista clave. Resulta que hubo una primera tentativa de matar a Prim el 14 de noviembre de 1870, y que uno de los implicados fue un tal José López, que a principios de este año publicó desde la cárcel una especie de periódico en el que, con muchos datos en la mano, culpaba del asesinato a la organización de Montpensier, en la que decía haber penetrado, y alegaba la complicidad del general Serrano. Está todavía encarcelado y creo que voy a poder hacerle una entrevista, gracias a Muñiz.

Ha hecho mucho calor aquí estas semanas, todo el mundo ha estado quejándose, parecía que no iba a terminar nunca el verano pero por fin ha bajado la temperatura y podemos respirar. Madrid así es una maravilla. Supongo que allí llueve como siempre.

Muchos recuerdos a los chicos…

Capítulo 9

Carta de Araceli Domínguez a Rebeca Peralta. Sevilla, miércoles, 24 de septiembre de 1873.

Mi querida Rebeca:

Te comunico una grata noticia… ¡es que acabo de conocer al hombre que intuyo puede ser el que llevo tanto tiempo esperando!

Se llama Patrick Boyd y no me vas a creer cuando te diga que es hijo nada menos que de Robert Boyd, aquel irlandés valiente y generoso fusilado en Málaga junto a Torrijos en 1831. Hijo ilegítimo, debo añadir, fruto de la relación de su padre con una joven de Algeciras a quien conoció en Gibraltar cuando preparaban la sublevación. Resulta que unos años después la madre se casó con un coronel del Peñón y que, cuando Patrick tenía diez años, se fueron con él a vivir a Irlanda. Sólo se enteró de su verdadera identidad cuando falleció el coronel y su madre se lo dijo (o quizás fue cuando se moría ella, no sé). Es muy romántico, ¿no te parece?

Todo esto me lo contaron los Machado en agosto, antes de que Patrick llegara a Sevilla. De modo que yo ya estaba predispuesta a encontrarlo interesante. Cuando le vi te juro que superaba lo que me había imaginado. Es guapo, no muy muy guapo como a ti te gustan los hombres, pero sí apuesto —alto, con el pelo rojizo y ojos verdigrises que me parecen hermosísimos—. Habla como un andaluz que ha vivido muchos años fuera. Claro, aprendió el idioma en Gibraltar y nunca lo perdió porque su madre le siguió hablando en español.

Machado, el hijo, me invitó a ir con ellos a escuchar a Silverio Franconetti y fue allí donde le conocí. Me había vestido de maja y no me pudo quitar de encima los ojos. Después hubo una juerga y, cuando bailé con las gitanas, se quedó boquiabierto. Sospecho que me cree medio calé.

Es periodista en Londres, y por lo visto muy conocido allí, perdió a su esposa hace año y medio o así y tiene dos obsesiones: el asesinato del general Prim, a quien conoció en Inglaterra, y, otra vez no lo vas a creer, ¡¡los gansos silvestres que pasan el invierno en el Coto de Doñana!! No sé por qué le interesan tanto, ya me enteraré. Los Machado le van a llevar allí en noviembre para verlos y creo que Benito y yo iremos también. A mí desde luego me gustaría.

Vino aquí para que los Machado le contaran lo que saben de la posible implicación de Montpensier y su ayudante Solís en el asesinato del general. Antes de nuestra
soirée
con Silverio le habían explicado que soy republicana, pese a estar casada con un marquesito, y que además he tratado, aunque no mucho, al gran cerdo del duque y tengo algunas noticias al respecto. De modo que estaba un poco pendiente de mí profesionalmente antes de conocerme. O sea, para ambos el terreno estaba abonado.

Te estoy escribiendo como una colegiala, pero si no me confieso contigo, ¿con quién lo hago? Necesito desahogarme y tú eres mi mejor amiga, mi única amiga de verdad.

Al día siguiente le volví a ver en una fiesta en el Alcázar. Logramos hablar a solas unos diez minutos y me di cuenta de que nunca había estado con un hombre tan fascinante, además con un sentido del humor estupendo.

Rebeca, no digas nada de esto a nadie, tú a quien tanto te gusta el chismorreo. ¡Si me traicionas contaré las muchas cosas tuyas que me sé! ¡De modo que chitón!

Sigo. Está ahora en Madrid, en el hotel de las Cuatro Naciones, investigando sobre Prim. Le he dicho que me puede escribir aquí a lista de correos, pero todavía no lo ha hecho. Estoy inquieta. También quedé en informarle si encontraba algún dato nuevo. No tengo ninguno, pero, sin embargo, le voy a poner unas palabritas.

Por otro lado, Benito y yo vamos a ir a Madrid dentro de algunas semanas por lo del piso nuevo y encontraré la manera de volver a verle allí. Ya te tendré al corriente.

¡Es horrible la falta de posibilidades que tenemos las mujeres en este maldito país! Somos esclavas del hombre, nos excluyen de todo, cuando nos casamos se apoderan de nuestros bienes, si es que los tenemos, y ni con la República podemos respirar. Yo protesto, protesto y protesto y no me resigno, aunque es verdad que Benito me deja bastante libertad. Quisiera estar en París, estoy harta de Sevilla y sus miserables aristócratas holgazanes que no hacen más que vivir de sus rentas sin contribuir absolutamente nada a la sociedad. ¡Parásitos! Benito entre ellos. Tampoco me seduce Madrid, la verdad, aunque por lo menos allí podéis respirar un poco mejor que aquí. ¿Lo ves? Ya sale otra vez la palabra respirar, es que yo necesito aire, necesito… escaparme.

¿Estoy enamorada de Patrick sin apenas conocerle, cuando no he hablado más de unos minutos con él? Creo que sí. Tú sabes, Rebeca, que aprecio mucho a Benito, que Benito se ha comportado muy bien conmigo. Y sabes que he hecho todo lo posible por quererle. Pero era muy joven cuando nos casamos, fue realmente un enlace decidido por las familias, y apenas contaron conmigo. ¿Yo qué sabía entonces del amor? ¿Qué sé ahora? Me produce rabia cuando veo que tengo ya treinta años, que este hermoso cuerpo que me dio Dios ya lo es menos, y que todavía no he conocido el amor loco, el amor dispuesto a todo, capaz de todo, el amor hasta el fin del mundo. Si tuviera hijos tal vez me conformaría, pero no los tengo y es muy triste.

Supongo que te estarás riendo de mí, aunque en el fondo tú y yo somos muy parecidas. Además tú tampoco estabas a gusto con el marido que te dieron y de quien la vida se ha encargado de liberarte.

No sabes en qué estado de excitación me encuentro y que procuro disfrazar para que Benito no se entere. Si no te lo cuento a ti, mi Rebeca, te juro que me muero de angustia.

Contéstame pronto y dime que, como yo, crees en el amor a primera vista. Dime que no estoy desvariando.

Un abrazo muy fuerte, Araceli.

Capítulo 10

Extracto del diario de Patrick Boyd. Madrid, Hotel de las Cuatro Naciones, jueves, 25 de septiembre de 1873.

López me ha remitido una nota muy afable y cortés, diciendo que por el aprecio que le merece Muñiz me recibirá encantado en sus «aposentos carcelarios» —así los designa con evidente ironía—, y sugiriendo que nos veamos allí este domingo a las once de la mañana. Le contesté enseguida que sí, por el recadero del hotel. ¡Qué emoción! Voy a releer todos mis apuntes antes, pues quiero ir lo mejor preparado posible.

Mañana estoy citado con Muñiz en el Café de la Iberia a las diez y media de la mañana. Vamos a hacer un recorrido por la ruta de la muerte. No podría tener un guía más autorizado, desde luego.

Capítulo 11

—Antes de la Revolución yo venía mucho aquí, pero ahora menos —le dijo Ricardo Muñiz a Patrick Boyd mientras sorbían su café y observaban por la ventana a la muchedumbre que bajaba y subía por la Carrera de San Jerónimo—. No soy ya tan joven, por desgracia, y el bullicio y el ruido me cansan más. Desde aquí le escribía a menudo a Prim, cuando andaba por Méjico, y le informaba de todo lo que ocurría en España.

Le preguntó a Patrick si había visto
La Correspondencia
de aquella mañana. Ante su negativa sacó el diario de su cartera y se lo pasó, señalándole un párrafo que había marcado con una cruz en la tercera página. Se trataba de una «noticia» procedente del cantón de Cartagena, donde el famoso diputado republicano Roque Barcia acababa de arengar a las tripulaciones de los buques de guerra rebeldes, que seguían bombardeando la costa y haciéndole la vida imposible al gobierno. «Han llegado aquí algunas personas procedentes de la América del Sur —aseguraba
La Correspondencia
—. Se dice que entre ellas se encuentra el señor Paul y Angulo.»

—¡Otra vez nuestro fuego fatuo revolucionario! —se rió Patrick—. ¡El único español capaz de estar en Inglaterra, América del Sur, París, Madrid, Lisboa y Cartagena al mismo tiempo! ¡Vaya don de ubicuidad! Todavía no tengo noticias de mi diario —añadió—, pero confío en que lo localicen pronto, esté donde esté.

—A propósito de Roque Barcia —dijo Muñiz, volviendo a buscar en su cartera—, tengo aquí algo para usted. Es la relación del asesinato de Prim que publicó diez días después en el periódico
La Federación Española
, y que luego se reprodujo por todos lados. Se la dejaré luego, cuando hayamos terminado nuestro recorrido.

El hecho de estar el Café de la Iberia tan cerca del Congreso hacía que el famoso establecimiento fuera receptor y transmisor, antes que los propincuos locales de la Puerta del Sol, de lo último que se decía o se decidía, hacía o se deshacía, en el hemiciclo. Con la reciente supresión de las sesiones parlamentarias hasta el 2 de enero, sin embargo, el chismorreo político se había reducido drásticamente. El nombre que más sonaba en las mesas era el de Castelar, ahora investido de poderes casi dictatoriales. ¿Sería capaz de salvar la República?

Desde su primera entrevista con Patrick, y fiel a la palabra dada a Machado Núñez, Muñiz había estado buscando más papeles que pudiesen ser de interés para la investigación del periodista. Ello no constituía una molestia: tenía el proyecto de escribir sus memorias de «La Gloriosa», y no le venía nada mal ir ordenando los muchos materiales acumulados a lo largo de los últimos años.

Había encontrado otro recorte, que ahora sacó de su cartera. Lo extendió sobre el velador de mármol negro. Se trataba de un artículo publicado en el diario madrileño
Las Novedades
el 29 de diciembre de 1870. Se titulaba: «Las autoridades de Madrid».

—Se lo voy a leer —dijo—. Demuestra que durante las semanas anteriores al crimen todo el mundo hablaba ya de un probable atentado contra Prim… y revela la poca o nula vigilancia que había en torno al Congreso. Creo que le sorprenderá. Escuche:

Hace más de un mes que la mayoría de la población de Madrid estaba esperando en una u otra forma el triste suceso de anteanoche.

¿Quién es el que no ha oído que se pensaba atentar contra la vida de determinadas personas, entre los cuales sonaba siempre en primer término el nombre del general Prim? ¿Quién es el que en conversaciones políticas, en actos públicos, no ha visto diariamente la confirmación de este temor?

Sin embargo, las autoridades de Madrid han dejado abandonado en días de peligro conocido al presidente del Consejo de Ministros, sin que ellos hayan tomado las precauciones que debe haber, no ya para evitar malos crímenes, sino para atender a la seguridad de los vecinos.

Desde el principio del invierno venimos llamando todos los días la atención de la autoridad por el abandono de las calles del Turco y de la Greda, sin que hayamos podido conseguir nada absolutamente. En ellas ha habido casi todos los días riñas, robos, heridas y muertes. Los robos han quedado desconocidos, los agresores han huido impunemente, los heridos han buscado socorro por sí mismos y los muertos han permanecido horas enteras tendidos en la calle.

En todos estos meses ni una sola pareja de Orden Público ha aparecido por estas calles. Lo mismo sucedió anteanoche, con verdadero escándalo de la organización de la policía y de la seguridad de los ciudadanos. Porque, prescindiendo por un momento de la importancia de la persona del presidente del Consejo, y de los motivos que había para temer por su vida, ¿creen nuestros lectores que en alguna capital de Europa se reúnen coches para entorpecer la vía pública y se agrupan en espera hombres armados sin que lo note un individuo de Orden Público? ¿Y que se hacen disparos repetidos y no acude un solo agente de la autoridad? ¿Y que, ocurriendo estos sucesos a las siete y media de la noche, no lo sabe el juez de guardia hasta las diez?

Esto no se ha visto jamás, y con razón indignaba ayer al público, que ve el abandono de su seguridad personal.

Aquí no hay policía desde la Revolución; aquí las autoridades no saben cumplir con su deber; aquí falta toda previsión, toda precaución y toda vigilancia. El presidente del Consejo está expuesto, lo mismo que los demás ciudadanos, a cualquier atentado a mano armada…

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