—Sabes perfectamente a qué me refiero. La primera cita, cogerse de la mano, el primer beso, los coqueteos y anhelos…
—Eres una romántica incorregible.
—No creas. Además iba a añadir que el principio es lo mejor, cuando todo es precioso, antes de descubrir inevitablemente que son todos unos gilipollas.
Zuzana frunció el ceño.
—Es imposible que todos sean idiotas, ¿no crees?
—No lo sé. Tal vez no. Quizá solo los guapos.
—Él
es
guapo. Dios mío, espero que no sea un gilipollas. ¿Existe alguna posibilidad de que sea buena persona
y
no tenga pareja? Te lo estoy preguntando en serio. ¿Qué opciones hay?
—Muy pocas.
—Lo sé —Zuzana se desplomó sobre el sofá con gesto teatral, como una marioneta abandonada.
—A Pavel le gustas —dijo Karou—. Y existen pruebas de que no es imbécil.
—Sí, bueno, Pavel es majo, pero no genera mariposas.
—Las mariposas en el estómago —suspiró Karou—. Claro. ¿Sabes lo que pienso? Que las mariposas están siempre ahí, en el estómago de todos, en todo momento…
—¿Como bacterias?
—
No
, no como bacterias, como
mariposas
. Y las de cada uno reaccionan con determinadas personas, a nivel químico, como feromonas, así cuando esas personas se acercan, tus mariposas empiezan a bailar. No pueden evitarlo, es una reacción química.
—Una reacción química. Y
eso
es romántico.
—Tienes razón. Estúpidas mariposas —inspirada por la idea, Karou sacó su cuaderno de bocetos y empezó a dibujar una representación cómica de unos intestinos y un estómago repletos de mariposas. Su nombre científico podría ser
Papilio stomachus.
—Entonces, si todo es cuestión de química y tú no decides nada, ¿quiere decir que el zopenco todavía hace revolotear tus mariposas? —preguntó Zuzana.
Karou levantó la mirada.
—Claro que no. Lo que provoca es que mis mariposas
vomiten
.
Zuzana acababa de tomar un sorbo de té y tuvo que taparse la boca rápidamente con la mano para evitar escupirlo, conteniendo la risa hasta que logró tragar.
—Qué asco. ¡Tienes el estómago lleno de vómito de mariposa!
Karou rió también y siguió dibujando.
—De hecho, creo que mi estómago está repleto de mariposas muertas. Kaz las mató.
Junto al dibujo escribió: «
Papilio stomachus
: criaturas frágiles y vulnerables a las heladas y la traición».
—No importa —afirmó Zuzana—. Tenían que ser bastante estúpidas para enamorarse de él. Crecerán otras nuevas, más sensatas. Mariposas
inteligentes.
Karou adoraba a Zuzana por su disposición a jugar con aquel tipo de tonterías hasta el infinito.
—Estupendo —levantó la taza de té para hacer un brindis—. Por una nueva generación de mariposas, esperemos que menos estúpidas que las anteriores.
Tal vez, en aquel mismo instante, estuvieran creciendo dentro de sus pequeños y regordetes capullos; o tal vez no. Le costaba imaginarse sintiendo de nuevo aquella mágica sensación de cosquilleo en la boca del estómago.
Mejor no preocuparse de ello
, pensó. No lo necesitaba, bueno, no
quería
necesitarlo. Anhelar el amor la hacía sentir como un gato que siempre se enrosca en los tobillos maullando
acaríciame, acaríciame, mírame, quiéreme.
Preferiría ser el gato que observa todo con descaro desde lo alto de una pared, con expresión inescrutable. El gato que evita las caricias, que no las necesita. ¿Por qué no ser ese gato?
«¡¡¡Sé ese gato!!!», escribió en la esquina de la hoja, junto al dibujo de un minino tranquilo y distante.
Karou deseaba ser una persona íntegra, serena, que se encontrara cómoda en soledad. Pero ella no era así. Se sentía sola, y temía que aquel vacío interior pudiera expandirse y… la hiciera
desaparecer
. Ansiaba una presencia a su lado, en todo momento. Unos dedos que rozaran ligeramente su nuca y una voz que se uniera a la suya en la oscuridad. Alguien que la esperara con un paraguas para acompañarla a casa bajo la lluvia, y sonriera abiertamente al verla llegar. Que bailara con ella en el balcón, cumpliera sus promesas y conociera sus secretos, que creara un pequeño universo allí donde se encontrara, solo con abrazos, susurros y confianza.
La puerta se abrió. Karou miró hacia el espejo y ahogó una maldición. Allí estaba de nuevo aquella sombra alada, deslizándose por detrás de algunos turistas. Karou se dirigió al aseo, donde recogió la nota que Kishmish le había llevado.
De nuevo, un mensaje escueto. Esta vez decía «Por favor».
POR FAVOR
¿Por favor
? Brimstone nunca utilizaba esa expresión. Karou cruzó la ciudad a toda prisa, con más inquietud que si el mensaje hubiera dicho algo amenazador, como: «Ahora, o verás».
Issa abrió la puerta, inusualmente silenciosa.
—¿Qué sucede, Issa? ¿Me he metido en un lío?
—Calla. Solo entra y trata de no reprenderlo hoy.
—
¿Reprenderlo?
—Karou parpadeó. Pensaba que si alguien estaba en peligro de recibir una reprimenda, era ella.
—A veces te muestras muy dura con él, como si no resultara ya suficientemente difícil.
—¿Qué es suficientemente difícil?
—Su vida. Su trabajo. Dedica
todo su tiempo
a trabajar. Es una actividad incesante, que no le aporta ninguna alegría, y en ocasiones tú la dificultas aún más con tu actitud.
—¿Mi actitud? —Karou estaba sorprendida—. ¿He llegado en medio de alguna conversación, Issa? Porque no tengo ni idea de lo que estás hablando…
—He dicho que te calles. Solo estoy pidiendo que intentes ser amable, como cuando eras pequeña. Fuiste una gran alegría para todos nosotros, Karou. Sé que llevar este tipo de vida no es fácil para ti, pero trata de recordar, en todo momento, que no eres la única con problemas.
Dicho esto, la puerta interior se abrió, y Karou traspasó el umbral. Se sentía confundida, a la defensiva, pero al ver a Brimstone, lo olvidó todo.
Estaba reclinado sobre el escritorio, con una mano sujetando su enorme cabeza y la otra sosteniendo el hueso de la suerte que colgaba de su cuello. Kishmish brincaba nervioso entre los cuernos de su dueño, emitiendo chillidos de preocupación.
—¿Estás… estás bien? —balbuceó Karou.
Resultaba extraño pronunciar aquellas palabras, y se dio cuenta de que nunca le había preguntado aquello, a pesar de todos los interrogantes con los que lo había acosado a lo largo de su vida. Tampoco había encontrado razón para hacerlo; él apenas insinuaba cualquier emoción, y mucho menos debilidad o fatiga.
Brimstone levantó la cabeza, soltó el hueso de la suerte y dijo simplemente:
—Has venido.
Parecía sorprendido y aliviado, lo que provocó en Karou cierto sentimiento de culpa.
—Bueno, por favor
es
la palabra mágica —dijo tratando de ser amable.
—Pensé que tal vez te habíamos perdido.
—
¿Perderme?
¿Te refieres a que creíste que había
muerto
?
—No, Karou. Supuse que habías recuperado tu libertad.
—Mi… —balbuceó con voz apagada.
Recuperar su libertad
—. ¿Qué demonios significa eso?
—Siempre he imaginado que algún día tus pasos seguirán su propio camino y te alejarán de nosotros. Como debería ser. Pero me alegro de que ese día no haya llegado aún.
Karou se levantó, con los ojos clavados en Brimstone.
—¿De verdad? Me salto una misión y piensas que ya está, que me he largado para siempre. Por Dios. ¿Qué crees, que voy a desaparecer así, sin más?
—Dejarte marchar, Karou, sería como abrir la ventana a una mariposa. Nunca esperas que vuelva.
—Yo no soy una puta mariposa.
—No. Eres un ser humano, y tu lugar está en el mundo de los humanos. Tu infancia casi ha terminado…
—Y… ¿qué? ¿Ya no me necesitas?
—Al contrario. Ahora te necesito más que nunca. Como he dicho antes, me alegro de que hoy no sea el día en que vayas a abandonarnos.
Todo aquello era nuevo para Karou: que llegaría un día en que dejaría a su familia quimérica, e incluso que poseyera la libertad para hacerlo si así lo deseaba. Pero
no
quería abandonarlos. Bueno, tal vez deseaba evitar algunos de los trabajitos más repulsivos, pero eso no significaba que se sintiera como una mariposa que golpea un cristal, tratando de salir y escapar. No sabía qué decir.
Brimstone deslizó un monedero sobre el escritorio, acercándoselo.
El recado. Casi había olvidado por qué se encontraba allí. Enfadada, agarró el monedero y lo abrió. Dírhams, entonces debía acudir a Marruecos. Frunció el ceño.
—¿Izîl? —preguntó, y Brimstone asintió con la cabeza.
—Pero todavía no toca —Karou se reunía con un ladrón de tumbas en Marrakech el último domingo de cada mes, pero aún era viernes, y faltaba una semana para la cita fijada.
—
Sí
toca —afirmó Brimstone, y señaló un gran tarro de boticario colocado en una estantería detrás de él. Karou lo conocía bien. Normalmente estaba lleno de dientes humanos, pero en aquel momento se encontraba casi vacío.
—Vaya —paseó la mirada por la estantería y descubrió sorprendida que el contenido de otros muchos tarros también había disminuido. No recordaba ninguna época en la que la reserva de dientes hubiera sido tan escasa—. Estás derrochando dientes. ¿Tienes algún asunto entre manos?
Era una pregunta estúpida. Como si supiera lo que implicaba que Brimstone estuviera utilizando
más
dientes, cuando ni siquiera sabía para qué los empleaba.
—Ve a comprobar qué tiene Izîl —dijo Brimstone—. Preferiría no enviarte a otro lugar en busca de dientes humanos, si puedo evitarlo.
—Sí, yo también.
Karou rozó con los dedos las cicatrices de bala de su vientre y recordó San Petersburgo. A pesar de la enorme abundancia de dientes humanos que había en el mundo, conseguirlos podía resultar… interesante.
Jamás olvidaría la imagen de aquellas muchachas en la bodega de un carguero, aún vivas y con las bocas ensangrentadas, a la espera de nuevas torturas.
Tal vez lograran escapar. Cada vez que volvían a su memoria, Karou añadía a la imagen un final inventado, igual que Issa le había enseñado a hacer con las pesadillas para recuperar el sueño. La única manera de soportar aquel recuerdo era pensar que les había concedido tiempo suficiente para escapar de sus captores, y quizá fuera así. Al menos lo había intentado.
Qué sensación más extraña le provocó recibir aquel disparo. Con qué
tranquilidad
había reaccionado, y con qué rapidez había desenfundado el cuchillo que llevaba oculto y lo había clavado.
Una y otra vez. Una y otra vez.
Durante años se había entrenado para luchar, pero jamás había necesitado proteger su vida. Sin embargo, en un instante, había descubierto que sabía perfectamente cómo hacerlo.
—Prueba en Jemaâ-el-Fna —añadió Brimstone—. Kishmish divisó allí a Izîl, aunque fue hace horas, cuando te convoqué por primera vez. Con suerte, puede que siga en ese lugar.
Una vez pronunciadas aquellas palabras, se inclinó de nuevo sobre la bandeja repleta de dientes de mono, lo que aparentemente indicaba a Karou que podía marcharse. Volvía a ser el viejo Brimstone, de lo cual se alegró. Ese nuevo ser que decía por favor y hablaba de ella como de una mariposa resultaba perturbador.
—Lo encontraré —afirmó Karou—. Y no tardaré en regresar con los bolsillos repletos de dientes humanos. Claro que sí. Apostaría lo que fuera a que nadie en el mundo ha dicho hoy estas mismas palabras.
El Traficante de Deseos guardó silencio y Karou titubeó en el vestíbulo.
—Brimstone —dijo volviéndose hacia él—. Quiero que sepas que nunca te abandonaré… sin más.
Cuando levantó la cabeza, sus ojos de reptil aparecieron nublados por el agotamiento.
—Es imposible saber lo que uno hará —dijo agarrando de nuevo el hueso de la suerte—. No te tomo la palabra.
Issa cerró la puerta y Karou se internó en Marruecos. Sin embargo, no podía olvidar la imagen de Brimstone de aquel modo, ni la inquietante sensación de que algo terrible estaba sucediendo.
ALGO TOTALMENTE DISTINTO
Akiva la vio salir. Estaba aproximándose a la puerta y, unos pasos antes de llegar a ella, esta se abrió, liberando un acre torrente de magia que le provocó dentera. En el portal apareció una muchacha con el pelo de un inverosímil color lapislázuli. Ensimismada en sus pensamientos, no notó su presencia cuando pasó junto a él apresuradamente.
Akiva permaneció en silencio, pero contempló cómo se alejaba hasta que la curva del callejón le robó la imagen de aquella chica y su ondulante cabellera azul. Sacudió la cabeza, se volvió hacia la puerta y colocó la mano sobre ella. El siseo de la madera al quemarse, su mano delineada en humo, y misión cumplida: aquella era la última puerta que debía marcar. En otros puntos del planeta, Hazael y Liraz estarían finalizando también su trabajo, y regresando hacia Samarkanda.
Akiva se disponía a alzar el vuelo e iniciar el último tramo de su viaje para reunirse con los otros antes de volver a casa, pero sintió un pálpito en el corazón, y después otro, y permaneció inmóvil, con los pies en la tierra y la mirada fija en el lugar por el que había desaparecido la chica.
Sin pensarlo, se encontró siguiendo sus pasos.
Cuando vislumbró a lo lejos el resplandor de su pelo, se preguntó cómo una muchacha como aquella podía tener relación alguna con las quimeras. A juzgar por lo que había visto, todos los traficantes de Brimstone eran repugnantes brutos con los ojos muertos y peste a matadero. Pero ¿ella? Ella poseía una belleza deslumbrante, ágil y vital, aunque seguramente no fuera aquello lo que lo había intrigado. Todos sus semejantes eran hermosos, hasta tal punto que, para ellos, la belleza casi había perdido su significado. Entonces, ¿qué le había empujado a seguirla, cuando debería estar surcando el cielo? Habría sido incapaz de decirlo. Parecía como si un susurro le animara a continuar hacia delante.
La medina de Marrakech era un verdadero laberinto, alrededor de trescientos callejones sin salida entrelazados como un montón de serpientes en un cajón, pero la chica parecía saber perfectamente hacia dónde se dirigía. Se detuvo un instante para deslizar un dedo sobre la trama de un tejido, y Akiva aminoró el paso y se desvió un poco hacia un lado para contemplarla mejor.