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Authors: Bernard Cornwell

Excalibur (51 page)

—Sí —dije, y me puse de pie a esperar a Taliesin.

—Voy con vosotros —gritó Taliesin—, ¡esperad! —No llevaba nada más que una bolsa pequeña de piel y un arpa dorada—. ¡Esperad! —volvió a gritar; se levantó los faldones de la túnica blanca, se descalzó y empezó a avanzar por el pegajoso limo de la orilla del Usk.

—No podemos esperar toda la vida —gruñó Balig mientras el bardo subía con dificultad la lodosa pendiente—. La marea baja rápidamente.

—Un momento, un momento —dijo Taliesin. Echó la bolsa, los zapatos y el arpa dentro de la embarcación, se levantó los faldones más aún y entró en el agua. Balig le tendió una mano y lo izó sin ceremonias por sobre la borda. Taliesin cayó desmadejadamente en la cubierta, buscó los zapatos, la bolsa y el arpa y escurrió los faldones de la túnica.

—¿No os importuna que embarque, señor? —me preguntó; se le había torcido la cinta de plata de la cabeza.

—¿Por qué habría de importunarme?

—No pretendo acompañaros. Sólo deseo pasaje a Dumnonia. —Se colocó bien la diadema y miró a mis risueños lanceros con el ceño fruncido—. ¿Esos hombres saben remar?

—Claro que no —respondió Balig en mi lugar—. Son lanceros, no valen para nada. ¡Remad todos al mismo tiempo, inútiles! ¿Listos? ¡Adelante! ¡Abajo los remos! ¡Tirad! —Sacudía la cabeza con fingida desesperación—. Es como enseñar a bailar a los cerdos.

Desde Isca hasta el mar abierto había unos quince kilómetros, que cubrimos rápidamente porque nos impulsaban el reflujo del mar y la corriente del río. El Usk bajaba encauzado en brillantes orillas de lodo que discurrían entre campos en barbecho, bosques pelados y amplias marismas. En las orillas abundaban las trampas de mimbre para peces y las garzas y las gaviotas picoteaban los salmones que habían embarrancado durante la marea baja. Las aguzanieves piaban lastimeramente mientras las agachadizas trepaban y sobrevolaban sus nidos. Apenas necesitábamos los remos, pues entre la corriente y el reflujo navegábamos a gran velocidad y, tan pronto entramos en aguas más anchas, donde el río desembocaba en el Severn, Balig y su marinero izaron una deshilacliada vela marrón que recogía el viento del oeste y nos impulsaba rápidamente.

—¡Levantad los remos! —ordenó Balig a mis hombres; agarró el gran remo del timón y se quedó de pie mientras la ancha proa de la embarcación hendía las primeras olas grandes—. El mar está revuelto hoy, señor —me dijo animadamente—. ¡Achicad el agua! —gritó a mis lanceros—. Todo lo húmedo tiene que estar fuera de la embarcación, no dentro. —Balig se rió al verme con los primeros síntomas del mareo—. Tres horas, señor, nada más, y os dejaremos en tierra.

—¿No os gusta navegar? —me preguntó Taliesin.

—Lo odio.

—Una oración a Manawydan suele evitar el mareo —me dijo con calma. Había apilado un montón de redes junto a mi cajón y se había sentado encima. El violento vaivén del barco no le molestaba en absoluto, al contrario, parecía disfrutar—. Anoche dormí en el anfiteatro —me dijo—. Me gusta dormir allí —prosiguió, cuando vio que mi malestar era tan grande que no podía contestar—. Las gradas sirven de torre de los sueños.

Lo miré, el malestar parecía haberse aliviado al oír las últimas palabras que me recordaron a Merlín, porque en otro tiempo tenía una torre de los sueños en la cima del Tor de Ynys Wydryn. La torre de los sueños de Merlín era una estructura hueca de madera que, según él, aumentaba la intensidad de los mensajes de los dioses y entendí que el graderío escalonado alrededor de la arena rastrillada del anfiteatro romano de Isca sirviera para el mismo fin.

—¿Y visteis el futuro? —logré preguntarle.

—Algo —confesó—, y también me encontré con Merlín durante el sueño de anoche.

Al ensalmo de ese nombre, las últimas náuseas remitieron del todo.

—¿Hablasteis con Merlín? —pregunté.

—Él habló conmigo —puntualizó Taliesin—, pero no me oía.

—¿Qué os dijo?

—Más de lo que puedo deciros, señor, y nada que deseéis escuchar.

—¿Qué? —lo apremié.

Se agarró del mástil de popa cuando la embarcación remontó una ola alta. El agua salpicó desde proa los bultos de las armaduras. Taliesin se aseguró de que su arpa estuviera bien resguardada bajo la túnica y se tocó la diadema de plata, que marcaba la línea de la tonsura, para ver si seguía en su sitio.

—Creo, señor, que este viaje os lleva hacia el peligro —dijo con calma.

—¿Ése es el mensaje de Merlín? —pregunté tocando hierro en el pomo de Hywelbane—. ¿O es una visión vuestra?

—Es sólo una visión —confesó— y, como os dije en otra ocasión, señor, es mejor ver el presente con claridad que tratar de discernir una forma entre las visiones del futuro. —Hizo una pausa para medir sus palabras con cuidado—. Creo que aún no habéis tenido noticias ciertas de la muerte de Mordred, ¿verdad?

—En efecto.

—Si mi visión no me engaña —dijo—, vuestro rey no está enfermo sino que se ha recobrado. Es posible que me equivoque y, naturalmente, ruego porque así sea, pero, ¿habéis tenido algún mal presagio?

—¿Sobre la muerte de Mordred? —pregunté.

—Sobre vuestro propio futuro, señor.

Lo pensé un instante. Había interpretado el salmón de la red del pescador como un augurio, pero me pareció que se debía a ruis propios temores supersticiosos y no a un mensaje de los dioses. Sin embargo, me inquietaba más que la pequeña ágata verde azulada del anillo que Aelle había regalado a Ceinwyn se hubiera caído y que me hubieran robado un viejo manto, pero, aunque ambos incidentes pudieran interpretarse como malos presagios, también podían ser mera coincidencia. Yo no sabía distinguirlo pero no me parecieron suficientemente importantes como para contárselos a Taliesin.

—No hay nada que me haya preocupado últimamente —dije.

—Bien —dijo, meciéndose con el leve balanceo de la nave. El viento le agitaba el largo cabello negro, hinchaba la panza de la vela y hacía ondear sus bordes deshilachados. Además, el viento levantaba espuma de las olas y la arrojaba dentro de la barca, aunque creo que entraba más agua por las junturas abiertas que por encima de la borda. Los lanceros achicaban a toda prisa—. Pero creo que Mordred sigue con vida —prosiguió Taliesin, sin prestar atención a la actividad desenfrenada que se desarrollaba en el centro de la embarcación— y que la noticia de su muerte inminente no es más que una estratagema. De todos modos, no podría jurarlo. A veces confundimos nuestros temores con profecías. Sin embargo, a Merlín no me lo imaginé en el sueño, ni tampoco sus palabras.

Volví a tocar hierro en el pomo de Hywelbane. Siempre había pensado que con sólo nombrar a Merlín ya todo mejoraba, pero las palabras de Taliesin me dieron escalofríos.

—Soñé que Merlín estaba en un bosque denso —continuó el bardo con su voz precisa— y que no encontraba la forma de salir; ciertamente, cuando se abría ante él una senda, un árbol crujía y se movía como una gran fiera que le tapara el camino. El sueño me dice que Merlín se encuentra en dificultades. Hablé con él en el sueño, pero no me oía. Eso indica, creo, que no se le puede alcanzar. Si enviáramos hombres en su busca, fracasarían e incluso morirían. Pero necesita ayuda, pues me envió la visión.

—¿Dónde se encuentra ese bosque? —pregunté.

El bardo fijó su mirada oscura y profunda en mí.

—Tal vez no haya tal bosque, señor. Los sueños son como las canciones. Su misión no es darnos una imagen exacta del mundo sino insinuarla. Creo que el bosque sugiere que Merlín está prisionero.

—Prisionero de Nimue —dije, pues no conocía a nadie más que se atreviera a enfrenarse a Merlín. Taliesin asintió con un gesto.

—Creo que ella lo tiene encerrado. Quiere su poder y cuando lo consiga lo utilizará para imponer su sueño a Britania.

Apenas podía pensar en Merlín y Nimue. Habíamos vivido muchos años sin su compañía y, como consecuencia, los límites de nuestro mundo parecían más precisos. Nos limitaban la existencia de Mordred, la ambición de Meurig y las esperanzas de Arturo, no la imprecisión nebulosa y ondulante de los sueños de Merlín.

—Pero Nimue y Merlín comparten el mismo sueño —dije.

—No, señor, no es así —respondió Taliesin con suavidad.

—Ella quiere lo mismo que él —insistí—. ¡Recuperar a los dioses!

—Sin embargo, Merlín entregó Excalibur a Arturo. ¿No comprendéis que con ello le entregó parte de su poder? Hace tiempo que me intriga el significado de ese regalo, pero Merlín no quiso explicármelo, aunque creo que ahora lo entiendo. Merlín sabía que si los dioses fallaban, tal vez Arturo triunfara. Y Arturo venció, aunque su victoria en Mynydd Baddon no fue completa. La isla continúa en manos britanas, pero los cristianos no fueron vencidos, y eso es una derrota para los dioses antiguos. Señor, Nimue jamás aceptará una victoria a medias. Nimue quiere los dioses o nada. No le importan los horrores que puedan sobrevenir con tal de que los dioses vuelvan y aplasten a sus enemigos, y para conseguirlo, señor, necesita a Excalibur. Necesita hasta la última migaja de poder para que, cuando vuelva a encender las hogueras, los dioses no puedan sino responder.

—Y con Excalibur —dije, pues comprendía sus palabras— querrá a Gwydre.

—Sin duda, señor. El hijo de un gobernante es una fuente de poder, y Arturo, mal que le pese, continúa siendo el cabecilla más famoso de Britania. Si alguna vez hubiera querido ser rey, señor, habría sido nombrado rey supremo. Y por eso, Nimue quiere a Gwydre.

Me quedé mirando el perfil de Taliesin. Me pareció que disfrutaba del terrible movimiento de la nave.

—¿Por qué me contáis estas cosas? —le pregunté.

La pregunta lo confundió.

—¿Por qué no habría de hacerlo?

—Porque al contármelas me advertís que proteja a Gwydre, y si protejo a Gwydre impediré el regreso de los dioses. Y a vos, si no voy errado, os gustaría asistir al regreso de los dioses.

—Ciertamente; pero Merlín me pidió que os lo dijera.

—Pero, ¿por qué quiere Merlín que proteja a Gwydre? —inquirí—. ¡El también desea que los dioses regresen!

—Señor, olvidáis que Merlín ha previsto dos caminos, el de los dioses y el del hombre, y Arturo representa el segundo camino. Si Arturo es destruido, sólo nos quedarían los dioses, y creo que Merlín sabe que los dioses ya no nos escuchan. Recordad lo que sucedió con Gawain.

—Murió —dije sombríamente—, pero llevó su estandarte a la batalla.

—Murió y después fue colocado en la olla de Clyddno Eiddyn —puntualizó Taliesin—. Tenía que haber vuelto a la vida, señor, pues tal es el poder de la olla, mas no fue así. No volvió a respirar, lo cual significa, con toda seguridad, que la antigua magia se está desvaneciendo. Pero la magia no ha muerto, y sospecho que causará grandes desgracias antes de morir, pero creo que Merlín nos dice que pongamos las esperanzas de felicidad en el hombre, no en los dioses.

Cerré los ojos cuando una ola grande rompió contra la alta proa de la nave y la cubrió de blanco.

—¿Insinuáis que Merlín ha fracasado? —pregunté, una vez la ola hubo pasado.

—Creo que Merlín sabía que había fracasado cuando la olla no resucitó a Gawain. ¿Por qué otro motivo habría llevado el cadáver de Gawain a Mynydd Baddon? Si hubiera creído por un solo instante que el cadáver serviría para llamar a los dioses, no habría disipado su magia en la batalla.

—No obstante, recogió las cenizas para llevárselas a Nimue.

—Cierto —admitió Taliesin—, porque le prometió ayuda, y las cenizas aún conservaban algo del poder mágico del cadáver. Aunque sepa que ha fracasado, Merlín, como cualquier otro hombre, no se resigna a abandonar su sueño y tal vez crea que la energía de Nimue pueda surtir efecto. Pero, lo que no previó, señor, fue hasta qué punto Nimue abusaría de él.

—Lo castigaría —le corregí con amargura.

Taliesin asintió.

—Lo desprecia porque ha fracasado y cree que le oculta conocimientos; por eso en este momento, señor, mientras sopla el viento, obliga a Merlín por la fuerza a confesarle sus secretos. Nimue sabe mucho, pero no lo sabe todo, aunque, si mi sueño no me engaña, le está arrancando todos sus secretos. Puede que tarde años o meses en aprender cuanto necesita, pero lo aprenderá, señor, y cuando lo tenga utilizará ese poder. Y creo que vos seréis el primero en saberlo. —Se agarró fuertemente a las redes al inclinarse el barco de manera alarmante—. Señor, Merlín me pidió que os previniera, aunque no sé de qué. —Sonrió como disculpándose.

—¿De que no hiciera esta travesía hasta Dumnonia? —pregunté.

Taliesin negó con la cabeza.

—Creo que corréis un peligro mucho mayor que cualquier plan que vuestro enemigos de Dumnonia urdan contra vos. Ciertamente, corréis tan gran peligro, señor, que Merlín ha llorado. También me dijo que deseaba morir. —Taliesin miró la vela—. Y si supiera dónde está, señor, y tuviera el poder necesario, os ordenaría que fuerais a matarlo. Sin embargo, debemos esperar a que Nimue se revele.

—Entonces, ¿que me aconsejáis que haga? —pregunté, aferrado al frío pomo de Hywelbane.

—No me corresponde a mí aconsejar a un lord —respondió Taliesin. Se volvió y me sonrió, y de pronto vi que sus ojos hundidos estaban fríos—. Señor, a mí no me importa si vivís o morís, pues yo canto y vos sois mi canción, pero por el momento admito que os sigo para descubrir la melodía y cambiarla si fuera preciso. Así me lo ha pedido Merlín y así lo haré, aunque creo que os salva de un peligro sólo para exponeros a otro aún mayor.

—Vuestras palabras no tienen sentido —dije bruscamente.

—Lo tienen, señor, aunque ninguno lo entendamos. Sé que llegaremos a entenderlo. —Hablaba con gran serenidad, pero mis temores eran oscuros como las nubes del cielo y tumultuosos como las aguas que surcábamos. Toqué el pomo de Hywelbane una vez más, recé a Manawydan y me dije que el aviso de Taliesin era sólo un sueño y nada más, y los sueños no pueden matar.

Mas sí pueden matar, y matan. En algún rincón de Britania, en algún lugar tenebroso, Nimue tenía la olla de Clyddno Eiddyn y la estaba utilizando para convertir nuestros sueños en pesadillas a fuego lento.

Balig nos llevó a una playa de la costa de Dumnonia. Taliesin se despidió de mí animosamente y desapareció a zancadas entre las dunas.

—¿Sabéis dónde vais? —le pregunté a gritos.

—Lo sabré cuando llegue, señor —respondió, y desapareció.

Nos pusimos la armadura. No llevaba mis mejores galas sino una vieja coraza útil todavía y un yelmo abollado. Me até el escudo a la espalda, cogí la lanza y seguí los pasos de Taliesin tierra adentro.

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