Interpuso la primera denuncia cuando su hija tenía dos años. Sara Sebastiansson, a diferencia de otras muchas mujeres, declaró que el marido nunca le había pegado antes. En los casos en que la mujer es la denunciante, suele haber una historia detrás. Sara no parecía tenerla. Con ocasión de la primera denuncia, acudió a la comisaría con unos grandes moretones en la parte derecha de la cara. Su marido negó todas las acusaciones y también se procuró una coartada para la noche en que Sara aseguraba que la había maltratado. Fredrika frunció sus oscuras cejas. Al parecer, Sara nunca retiró la denuncia, como sí hacían muchas mujeres. Aunque tampoco hubo juicio. No había suficientes pruebas, ya que tres amigos del marido atestiguaron que aquella noche habían jugado a póquer hasta las dos y después se quedó a dormir en casa de uno de ellos.
Transcurrieron dos años hasta que Sara Sebastiansson lo denunció de nuevo. Aseguró que no le había pegado más hasta entonces, pero cuando Fredrika leyó la magnitud de las heridas y las comparó con las de la primera vez, casi tuvo la certeza de que mentía. Tenía el brazo roto, patadas en las costillas y el coxis fracturado. También la había violado. En la cara no se le apreciaba ninguna marca.
A juicio de Fredrika parecía improbable que el marido no hubiera tocado a su mujer durante dos años, y aun así la violencia hubiera aumentado hasta aquel punto respecto a la primera vez.
Tampoco en esta ocasión se celebró juicio. El marido presentó un billete original y testigos independientes, con los que pudo demostrar que estaba de viaje en Malmö por las fechas en que ella aseguraba haber sufrido maltratos. Como el delito no pudo probarse, se archivó el caso.
Fredrika se quedó preocupada tras leer los informes. No entendía la historia en su conjunto. Sara Sebastiansson no daba la impresión de ser una mujer que mintiera. Aun así, no había mencionado el maltrato a pesar de que debía de saber que de todas formas, tarde o temprano la policía se enteraría. Aunque Fredrika no consideraba aquello mentir. Los daños que le habían ocasionado a Sara eran verdaderos y auténticos. El ex marido, por tanto, tenía que ser culpable, pero ¿cómo conseguía aquellas coartadas? Por lo que parecía, era un empresario de éxito, doce años mayor que Sara. ¿Las compraba? ¿Tantas?
Fredrika siguió hojeando la documentación. La pareja se había separado poco después del segundo maltrato y sólo unas semanas más tarde Sara presentó una nueva denuncia en comisaría. El ex marido no la dejaba en paz. La perseguía con el coche, la esperaba a la salida del piso de ella o del trabajo. Justificaba aquellos actos aduciendo que Sara hacía lo imposible para que no tuviera contacto con su hija. Un auténtico clásico. Así continuó durante meses: denuncias por amenazas, vejaciones y allanamiento de morada; pero no le pegó más. Al menos, no hubo denuncia por ese motivo.
La última era del 11 de noviembre de 2005, cuando el ex marido, según un registro de la compañía telefónica Telia, llamó a Sara más de cien veces una misma noche. Ésa fue la única vez que pudo probarse una acusación contra él y Sara consiguió que se le prohibieran las visitas.
Fredrika se quedó pensativa. En el interrogatorio, Sara le había dicho que se habían separado recientemente, pero a tenor de las denuncias, no vivían juntos desde julio de 2005, cuando Sara presentó la segunda denuncia por maltrato. ¿Qué había ocurrido entre el 11 de noviembre de 2005 y el día de hoy? Fredrika contrastó de inmediato sus datos con el registro de empadronamiento y suspiró tras ver la respuesta. Claro, habían hecho las paces.
El orden cronológico no dejaba lugar a dudas. El 17 de julio de 2005, dos semanas después de la segunda denuncia por maltrato, Sara y Gabriel Sebastiansson se empadronaron en direcciones diferentes. No pidieron el divorcio, pero se separaron. El 20 de diciembre de 2005, sólo dos semanas después de que Sara consiguiera que le prohibieran las visitas, se empadronaron de nuevo en la misma dirección. Luego, un completo silencio.
Fredrika se preguntaba cómo habían vivido después de aquello, qué relación tendrían en la actualidad. Entendía perfectamente que Sara Sebastiansson no quisiera que su ex marido, o su marido, supiera que ella había seguido con su vida y había iniciado una nueva relación.
Fredrika volvió la página de su bloc de notas. Tenía que hablar con Sara sobre los anteriores o actuales maltratos. También con su ex marido, a quien, por el momento, no habían localizado. Y quería interrogar al nuevo «amigo» de Sara, como lo llamaba ella. Fredrika cerró el bloc y salió deprisa de su despacho. Aún tenía tiempo para ir a buscar una taza de café antes de que el grupo de investigación se reuniera para presentar todos los datos sobre la niña desaparecida, Lilian. Quizás incluso tuviera tiempo de contactar con la madre de Gabriel Sebastiansson antes de la reunión. Tal vez ella sabía dónde estaba su hijo.
Alex Recht lideraba con experimentada rutina la reunión en la Leonera. A Peder siempre se le aceleraba el pulso cuando se encontraban allí para un caso operativo. La Leonera era el nombre de la única sala de reuniones de la que disponía el grupo en el departamento. A Peder le gustaba ese nombre, y suponía que no era Fredrika quien la había bautizado así; sencillamente, porque carecía de la fantasía y delicadeza necesarias.
Eran casi las seis y Lilian Sebastiansson llevaba desaparecida más de cuatro horas. En caso de que se encontrara en el centro de Estocolmo y dada su corta edad, aquello era mucho tiempo. Ya habían descartado la posibilidad de que hubiera desaparecido por voluntad propia. Era demasiado pequeña para irse sola a ninguna parte y, además, no llevaba zapatos.
—No necesito señalar que nos enfrentamos a una situación muy seria —observó Alex en tono hosco, mirando a los reunidos.
Nadie dijo nada y Alex se sentó a la mesa.
Además de él, en la reunión estaban presentes Fredrika, Peder y la asistente del grupo, Ellen Lind. También había agentes de orden público para informar sobre el resultado de las pesquisas que habían realizado alrededor de la Estación Central, así como técnicos de la policía científica.
Alex empezó preguntando por los resultados de la investigación hasta el momento. La respuesta fue tan breve como desalentadora: no había dado nada de sí. Casi nadie había contestado al llamamiento hecho por megafonía en la estación y la compañía de taxis tampoco había sido de gran ayuda.
El resultado del examen técnico de los vagones del tren era casi igual de desolador. Era difícil obtener huellas y tampoco había habido manera de encontrar una pista que indicara qué camino había tomado la niña. Si tenían en cuenta que tal vez la habían sacado en brazos y que incluso podía seguir dormida cuando bajó del compartimento, la labor se dificultaba aún más. Tampoco habían encontrado restos de sangre por ninguna parte. Lo único, una pisada de zapato en el suelo, junto al asiento de la niña.
Alex escuchó con interés cuando le contaron que el personal del tren limpiaba la superficie del convoy entre cada trayecto, lo que significaba que las huellas encontradas tenían que ser de aquel viaje en cuestión. Eran de un par de zapatos marca Ecco, del número 46.
—De acuerdo —concluyó rápidamente Alex—. Veremos qué otros datos obtenemos de los demás pasajeros del tren. —Se aclaró la voz—. Por cierto, ¿ha salido ya la noticia en los medios? Todavía no he visto ni oído nada.
La pregunta, en realidad, estaba dirigida a Ellen, que era lo más parecido a una agente de prensa que tenía el grupo.
—Accediendo a nuestra demanda, tanto la radio como la red difundieron la noticia bastante pronto —respondió ésta—. Y hace poco más de una hora la agencia de noticias TT ha transmitido un comunicado. En televisión lo sacarán seguramente en Rapport y en TV4. Podemos esperar que mañana por la mañana aparezca en los periódicos más importantes. El texto que se les ha facilitado deja bien claro que deseamos ponernos en contacto, lo antes posible, con todas las personas que viajaban en ese tren procedente de Göteborg.
Alex asintió con la cabeza, satisfecho hasta cierto punto. Personalmente, no tenía inconveniente en dirigirse a los medios de comunicación para pedir ayuda, pero al mismo tiempo, sabía que podía acabar en catástrofe. Estaban a finales de julio, había llovido todo el verano, millones de suecos se encontraban de vacaciones y las redacciones de los periódicos tenían una sequía total de noticias. Apenas se atrevía a pensar en los titulares del día siguiente si la niña no aparecía a lo largo de la noche; y tampoco se atrevía a pensar en la cantidad de gente que cogería el teléfono para dar alguna pista. Demasiadas personas tenían tendencia a imaginarse que habían visto algo de máximo interés para la policía.
—De momento, no daremos aún la conferencia de prensa —decidió, pensativo—. También esperaremos antes de publicar una foto de la niña. Como sabéis, pasó muy poco tiempo sin la compañía de una persona adulta —explicó, dirigiéndose al grupo de investigación—. Según los datos de que disponemos, menos de cuatro minutos. El tren estuvo detenido apenas un minuto antes de que el revisor volviera a su sitio, y entonces ya había desaparecido.
Alex se volvió hacia Peder.
—Peder, ¿qué has sacado de tus interrogatorios? ¿Qué impresiones has sacado de las personas con las que hablaste?
Peder suspiró mientras hojeaba su pequeño bloc.
—En realidad, ninguno parecía sospechoso —respondió con voz cansada—. Nadie había visto ni oído nada. La niña simplemente desapareció. El único que se comportó de un modo un tanto extraño fue el segundo encargado, Arvid Melin, que además de dar la señal para que el tren reemprendiera la marcha sin Sara Sebastiansson en Flemingsberg, también ignoró la llamada de ayuda de su compañero. Pero, con sinceridad… No, con la mano en el corazón, no creo que Arvid tenga nada que ver con esto. Parece un completo inútil en su trabajo y seguro que eso facilitó las cosas a la persona que se llevó a Lilian, pero él no ha participado activamente en su desaparición. De verdad, no lo creo. Tampoco aparece en nuestros registros.
—Bien —agradeció Alex.
Fredrika frunció el ceño.
—Yo diría que Arvid Melin no es el principal sospechoso en esta historia —declaró—. ¿Podemos considerar que fuera una casualidad que Sara perdiera el tren en Fleminsgberg? ¿Qué hemos descubierto de la mujer que la entretuvo?
Alex ladeó la cabeza.
—¿Qué piensas tú? —preguntó.
—Depende de cómo consideremos la desaparición de la niña. Si suponemos que todo estaba planeado y elaborado para que ésta estuviera sin vigilancia en Estocolmo, de manera que fuera más fácil cogerla, también tenemos que sospechar de la mujer con el perro —respondió Fredrika.
—Cierto —acabó aceptando Alex—. Pero ¿cómo sabía el autor del delito que la persona encargada de vigilar a Lilian tampoco realizaría su trabajo?
—No lo sabía —contestó Fredrika—. No cabe duda de que el criminal imaginaba que Sara Sebastiansson se pondría en contacto con el personal de la compañía en cuanto perdiera el tren. Pero quizá consideró un problema menor coger a la niña si estaba vigilada por una persona que no la conocía que si la vigilaba su madre. La persona que se llevó a Lilian quizá lo hubiera hecho de todos modos, aunque Henry Lindgren hubiera estado a su lado.
—¿Quieres decir que la prioridad número uno era sacar a Sara del tren y que por eso lo sucedido en Flemingsberg no era producto del azar? —inquirió Alex.
—Exacto —respondió Fredrika.
—Hmm —asintió Alex.
—No sé —dudó Peder. Alex le hizo una señal inquisitiva con la cabeza—. Quiero decir… a mí me parece muy rebuscado —dijo con un gesto de duda.
—¿Qué alternativa hay? —preguntó Fredrika—. ¿Que todo fuera una casualidad?
—Es la oportunidad la que convierte al hombre en ladrón —replicó Peder en tono pedagógico.
Fredrika no podría creer lo que acababa de oír y estaba a punto de replicar cuando Alex se anticipó.
—Veamos lo que hemos sacado en claro y después continuaremos esta conversación.
Le hizo una señal a Peder para que continuara.
Éste esperó unos segundos para que Fredrika empezara a protestar, pero para su desilusión no lo hizo. Por el contrario, sonó el móvil de Ellen, que se levantó y salió de la sala. Peder hizo un resumen desordenado de sus anotaciones y compartió con sus compañeros la poca información que tenía. Nadie había visto nada en Flemingsberg y nadie había visto a Lilian abandonar el tren.
—Los interrogatorios no han dado mucho de sí —resumió, sintiéndose de pronto avergonzado.
Alex negó con la cabeza para mitigar el efecto.
—En estos momentos, es imposible decidir lo que es importante y lo que no —suspiró—. Si eres tan amable, Fredrika, cuéntanos lo que sepas de la historia de Sara con su ex marido.
A Fredrika le gustaba hacer discursos. Era clara y concisa, y en los otros sitios donde había trabajado, siempre habían alabado sus presentaciones. Por el contrario, en la policía la consideraban altiva y demasiado formal.
Fredrika explicó rápidamente sus impresiones respecto a Sara y su descripción de lo sucedido en Flemingsberg. También informó de su investigación en el registro de la policía, y de su teoría de que el marido seguía siendo un gran problema para Sara.
Por supuesto, fue Alex quien tomó la palabra.
—¿Has hablado con el ex marido? —preguntó.
—Se llama Gabriel y oficialmente todavía están casados, así que en realidad no es su «ex marido», sino su marido —respondió Fredrika—. Y no, aún no lo he localizado. Vive en una pequeña casa situada en el interior de manzana de una cooperativa de viviendas, en el centro del barrio de Östermalm. Conseguí localizar a su madre justo antes de que empezara esta reunión y me dijo que su hijo estaba de viaje de negocios. La mujer insinuó que iba a estar en Uppsala todo el día. Le he llamado pero tiene el móvil apagado. En cualquier caso decidí que debía ser informado de lo que le ha ocurrido a su hija, así que le he dejado un mensaje en el buzón de voz.
—¿Cómo vive actualmente? ¿Solo? —preguntó Alex mientras apuntaba algo en su bloc.
—No he tenido la oportunidad de hacerle la pregunta a Sara ni a su madre. Pero puedo averiguarlo.
Alex reflexionó un momento. Un padre que probablemente maltrató a su ex mujer en repetidas ocasiones, y que quizás aún lo hacía, era un personaje muy interesante en una investigación por la desaparición de una menor. Por no decir el más interesante. Una suposición tan elemental como ésa tenía el respaldo de décadas de trabajo policial.