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Authors: Kristina Ohlsson

Tags: #Intriga

Elegidas (19 page)

BOOK: Elegidas
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La chica sonrió.

—Claro que me acuerdo —dijo casi en un tono triunfal, y a Fredrika le recordó a aquel policía que los había recibido a ella y a Alex en la Estación Central cuando se denunció la desaparición de Lilian—. He visto en las noticias lo de la niña que había desaparecido en el tren —explicó la joven de la taquilla—. La chica del perro llegó aquí justo cuando el tren procedente de Göteborg entraba en el andén. Lo recuerdo porque fui yo quien ayudó a la madre de la niña a ponerse en contacto con la compañía aquella tarde.

Fredrika sonrió. Maravilloso.

—¿Adónde iba? —preguntó—. Si lo recuerdas, quiero decir.

La chica de la garita parecía confundida.

—¿La que perdió a la niña?

—No —respondió Fredrika manteniendo la calma—. La mujer del perro.

—No lo sé, sólo bajó al andén para esperar a alguien. Me preguntó en qué andén se detenía el tren de Göteborg.

—Ajá —asintió Fredrika rápidamente—. Y ¿qué ocurrió después?

—Bueno, vi que algo le pasaba al perro —explicó la taquillera—. Apenas podía mantenerse en pie y ella casi lo arrastraba de la correa. Bajaron por la escalera mecánica y después oí cómo gritaba. La chica del perro, quiero decir. —Hizo una pausa—. Luego pasaron unos minutos y subió con aquella mujer pelirroja que la ayudó. Al principio creí que se conocían, pero después, cuando el tren X2000 reemprendió la marcha, la mujer pelirroja se puso histérica y bajó corriendo de nuevo hasta el andén gritando «Lilian» todo el tiempo.

Fredrika sintió que se le hacía un nudo en la garganta.

Se aclaró la voz.

—¿Y qué hizo entonces la mujer del perro?

—Metió al perro en un carrito de correos que estaba allí al lado —dijo la taquillera señalando a través del cristal.

Fredrika miró hacia allí pero no vio ningún carrito.

—La verdad es que nunca antes había visto un carrito de correos aquí dentro —observó la chica—, pero pensé que los carteros lo habían dejado allí por algún motivo. —Fredrika suspiró hondo—. De todos modos, fue entonces cuando me di cuenta de que no se conocían, la del perro y la otra —continuó la empleada—. Como no vi que la chica del perro fuera acompañada, llegué a la conclusión de que la persona con la que se iba a encontrar ya había llegado y que le entró la prisa cuando el perro se puso malo. Aunque estaba mal desde el principio.

Fredrika asintió lentamente con la cabeza, pero en su interior crecía la convicción de que la mujer del perro había bajado al andén sin otro motivo que el de entretener a Sara Sebastiansson para que perdiera el tren.

—¿Creen que la chica del perro tiene algo que ver con la desaparición de la niña? —preguntó con curiosidad la chica de la garita.

Fredrika se vio obligada a sonreír.

—No lo sabemos —respondió—, pero debemos hablar con todos los que puedan haber visto algo. Si envío a un dibujante, ¿podrías ayudarle a hacer un retrato robot de la mujer del perro?

La chica se recompuso y recuperó la expresión grave.

—Claro que sí —respondió con énfasis.

Fredrika le pidió sus datos y el número de teléfono del centro de control de la compañía ferroviaria, le dio las gracias por el tiempo que le había dedicado y le dijo que volvería más tarde.

Estaba a punto de irse de allí cuando la chica gritó:

—¡Espere! —Fredrika se dio la vuelta—. ¿Qué ha pasado con la niña? ¿La han encontrado?

Hay imágenes que dicen más que mil palabras y hay imágenes que es mejor no ver, para no tener que pensar en las palabras relacionadas con ellas. Ese tipo de imágenes eran las que había en el ordenador de Gabriel Sebastiansson. Para no cantar victoria antes de hora, Peder Rydh miró una de ellas. Se arrepintió de inmediato, y se arrepentiría toda su vida.

Las fotos estaban archivadas en una carpeta con el nombre «Informes segundo trimestre, versión III», que había llamado la atención de Martin Ek. Como no había encontrado lo que buscaba en ninguna otra parte, había abierto aquella carpeta llena de atrocidades que ninguna persona normal hubiera querido ver bajo ninguna circunstancia.

Mientras regresaba a la Casa en taxi, llamó a sus compañeros para que pusieran a Gabriel Sebastiansson en busca y captura acusado por un delito de pornografía infantil. Dentro de poco sería perseguido por todo el país y tendrían que mirar las fotos.

¿Cómo lo harían? ¿Quién aguantaría toda aquella mierda? El material demostraría que Gabriel también era culpable de abuso sexual de niños, o que disfrutaba viéndolo. Asimismo, en su interior crecía el horror ante la posibilidad de que encontraran fotos donde apareciera Lilian, pero aquélla era una idea que aún no se había atrevido a formular.

Hacía un momento había hablado con Alex, recién aterrizado en Umeå, para informarle de las últimas novedades.

—Aún no sabemos adónde nos llevará esto —observó Alex—. Pero algo me dice que hemos dado un paso hacia delante.

—Joder, ya podemos decir que lo tenemos —replicó Peder, exaltado.

—No cometamos errores ahora —advirtió Alex—. Mientras no encontremos a Gabriel Sebastiansson debemos estar abiertos a otras alternativas. Fredrika tendrá que analizar con lupa a los conocidos de Sara y contemplar la posibilidad de que aparezca otro asesino. Y tú debes hacer lo mismo respecto a Gabriel, a ver si consigues sacar toda la mierda que pueda esconder.

—¿Acaso no es suficiente con el delito de pornografía infantil y el maltrato de su mujer?

Alex hizo una pequeña pausa.

—Cuando encontremos a ese hombre, Peder, no debemos tener ninguna duda. Ninguna en absoluto, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —respondió éste, y cortó la conversación.

Después, mientras miraba por la ventanilla del taxi, llamó a Fredrika. El sol seguía radiante. Extraño.

Peder no pudo evitar mostrarse animado cuando ella respondió.

—¡Lo tenemos! —exclamó excitado con el móvil apretado contra la oreja.

—¿A quién? —respondió Fredrika en tono ausente.

Peder se quedó asombrado y un tanto irritado.

—Al padre —respondió, aunque evitó decir el nombre de Gabriel Sebastiansson en el taxi.

—Muy bien —dijo Fredrika.

—Delito por pornografía infantil —insistió Peder, triunfal, y vio que el taxista lo miraba fijamente por el espejo retrovisor.

—¿Qué? —dijo Fredrika, sorprendida.

—Ya has oído lo que he dicho —replicó Peder inclinándose hacia atrás, satisfecho—. Pero podemos hablar de ello en la Casa. Por cierto, ¿dónde estás?

Fredrika tardó un poco en responder.

—Sólo he ido a comprobar una cosa, pero estaré allí dentro de un cuarto de hora. Yo también tengo algo que explicaros.

—No será del mismo calibre que lo mío —rió Peder.

—Nos vemos —se despidió Fredrika con sequedad.

Peder se sentía satisfecho cuando colgó el teléfono. Esto era lo mejor del trabajo como policía. En realidad, el grupo de investigación lo había hecho bien. De acuerdo, la niña había muerto y sin duda cabía considerarlo un fracaso, pero aun así… De alguna manera ahora parecía inevitable, casi como si la misión de la policía nunca hubiera sido salvar su vida, sino sólo encontrar a quien se la había arrebatado. Un crimen macabro que se había resuelto muy rápidamente. Pronto, muy pronto, encontrarían a Gabriel Sebastiansson. Peder insistiría en estar presente en todos los interrogatorios. Con toda probabilidad Fredrika no competiría con él en esa tarea en concreto.

El teléfono volvió a sonar.

Se lo sacó con rapidez del bolsillo.

No fue hasta ver el número que recordó que había olvidado llamar a Ylva.

31

Alex Recht sólo había ido a Umeå en una ocasión. En realidad, y para su vergüenza, apenas había estado al norte de Estocolmo unas pocas veces. Una para ver a la familia de Lena en Gällivare y otra en su juventud, para ver a una novia en Haparanda. Sus viajes se contaban con los dedos de una mano.

Después de hablar con Peder se sintió más animado que en el avión. La noticia de que un compañero de Gabriel Sebastiansson había encontrado material pornográfico infantil en su ordenador apenas cambiaba las cosas, pero confirmaba en muchos aspectos lo que ya se sabía. Había demasiadas pruebas contra él para que no fuera el culpable. Aún no les había llamado, había maltratado a su mujer y tenía material pornográfico infantil en su ordenador.

Desde el punto de vista de Alex, estaba bastante claro.

Aunque tenía dudas respecto al móvil. Le molestaba no haber podido hablar aún con Gabriel, no poder hacerse una idea de su personalidad. ¿Era simplemente un loco que había perdido la cabeza, planificado y llevado a cabo el asesinato de su propia hija? ¿O era otra cosa? ¿Odiaba tanto a Sara como para castigarla matando a la hija de ambos?

El mismo inspector jefe de la judicial, Hugo Paulsson, con quien Alex había hablado ese mismo día, fue quien lo recogió en el aeropuerto. Ambos hombres se estrecharon la mano y después Hugo lo guió hasta el coche. Alex comentó que el aeropuerto era más grande de lo que recordaba y Hugo respondió que a su edad la memoria empezaba a jugar malas pasadas. No volvieron a hablar hasta que el coche emprendió camino hacia Umeå.

Alex miró de reojo a Hugo Paulsson. «A su edad», había dicho. Alex pensaba que ninguno de los dos podía considerarse mayor; en realidad, parecían de la misma quinta. Quizás el inspector tuviera el pelo un poco más canoso y algo más ralo pero, por lo demás, parecían de la misma edad e igual de sanos.

«Son los niños los que nos mantienen jóvenes, Alex», solía decir Lena.

Discretamente, se fijó en que Hugo no llevaba alianza. Quizá tampoco tuviera hijos.

—¿Recht es un apellido alemán? —preguntó Hugo haciendo un esfuerzo para empezar un tema de conversación.

—En cierto modo —respondió Alex—. Es judío.

—¿Judío? —repitió su compañero mirándolo como si fuera extraño tener un apellido judío.

Alex sonrió.

—Sí, pero es una larga historia. A mi abuelo paterno, por diversos motivos, le pusieron al nacer el apellido de su madre, que era judía y se llamaba Recht. Pero como su padre no era judío, la familia nunca siguió sus tradiciones. Por eso, mi pariente más cercano judío era mi abuelo paterno.

Alex podría haber jurado que Hugo parecía aliviado, pero no dijo nada. En su lugar, cambió de tema.

—El material está en una carpeta en la guantera. Puedes mirarlo, pero prepárate para las fotos.

Alex asintió con la cabeza y sacó la carpeta. La abrió con cuidado, casi con respeto, y sacó el pequeño montón de fotografías. Volvió a asentir para sí mismo. Era Lilian, no había duda.

Le escocía el pecho. Sara Sebastiansson y sus padres llegarían en el siguiente avión —se habían encontrado en medio de un atasco mientras se dirigían al aeropuerto de Arlanda—, y confirmarían la identidad de la pequeña. Alex volvió a mirar las fotos. En realidad la identificación era innecesaria y cruel. No había la menor duda de que aquella niña era Lilian.

Alex intentó cambiar de postura en el asiento. Los asientos del viejo Saab eran feos y duros, y, aunque sólo llevaba sentado unos minutos, su espalda empezaba a padecer las molestias propias de aquella incomodidad.

—He pensado que podíamos ir directamente al hospital —señaló Hugo Paulsson—. Hablaremos con el médico, él nos dará una opinión preliminar de la causa de la muerte. Cuando haya sido identificada, supongo que el forense de Estocolmo se hará cargo de ella.

—Sí, seguramente será así —convino Alex—, ¿Dijisteis que llevaba muerta más o menos un día cuando hallaron su cuerpo?

—Exacto —confirmó Hugo—. Fue aproximadamente a la una de la madrugada.

En ese caso, Lilian estuvo con vida menos de veinticuatro horas después de desaparecer del tren. Y ya estaba muerta cuando su madre recibió el paquete con el pelo y la ropa.

—¿Habéis interrogado a quienes la encontraron? —quiso saber Alex.

Hugo asintió con la cabeza. Sí, tanto el médico como la enfermera habían sido interrogados. Los dos aportaron una descripción objetiva de los hechos de aquella noche y no había motivo alguno para sospechar que pudieran estar involucrados en el caso.

—¿Hay algo que indique que mataron a la niña en Umeå? —preguntó Alex.

La pregunta era importante, dado que decidiría qué autoridad policial debería asumir la responsabilidad formal de la investigación. Era el lugar donde se había cometido el crimen y no donde aparecía el cuerpo lo que resultaba determinante.

—Difícil de decir —respondió Hugo—. La niña había permanecido un rato bajo la lluvia, quizás una media hora, y nos tememos que hayan desaparecido muchas pistas. —Alex abrió la boca para decir algo, pero Hugo continuó—: Olía raro, como a acetona. Creemos que alguien intentó lavarla, pero le entraron las prisas y no pudo acabar. Y llevaba las uñas cortadas al ras.

Alex suspiró hondo. Por algún motivo, aquellos detalles lo convencían cada vez más de que Gabriel Sebastiansson era el autor del secuestro. Alguien había intentado limpiar las pruebas, alguien le había cortado las uñas para que no se encontrara tejido bajo ellas. El asesino, por lo visto, era un tipo inteligente.

Pero, por el amor de Dios, ¿por qué la había dejado tirada delante del hospital de Umeå? No había dudas de que el asesino de Lilian Sebastiansson quería que la encontraran. Pero ¿por qué?

«Se está burlando de nosotros —pensó con amargura—. Se burla de nosotros y deja a la niña delante de nuestras narices. "Mira", dice, "mira qué cerca estoy. Y a pesar de ello, no me veis".»

Hugo señaló a través del cristal de la ventanilla.

—Ése es el hospital, ya hemos llegado.

32

Inmediatamente después de hablar con Peder, Fredrika llamó a SJ, la compañía de ferrocarriles. Se presentó como investigadora de la policía y les explicó que les llamaba con motivo de la desaparición de la niña que viajaba en el tren X2000, procedente de Göteborg, hacía dos días. Su interlocutor enseguida supo de qué se trataba.

—Sólo quería hacerte una pregunta —dijo Fredrika.

—Por supuesto.

—Me preguntaba a qué se debió el retraso. ¿Por qué se detuvo el tren en Flemingsberg?

—Bueno —empezó a decir el hombre—, al final el retraso sólo fue de un par de minutos…

—Sí, ya lo sé —lo interrumpió Fredrika—, pero en realidad no me interesa cuántos minutos fueron. Sólo quiero saber qué ocurrió.

—Es lo que nosotros definimos como un error en la señal —respondió el hombre.

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