Vio al bebé casi de inmediato. Estaba prácticamente desnudo sobre la alfombra del baño, en posición fetal.
Al principio, Ingeborg no creía lo que estaban viendo sus ojos. Tuvo que acercarse y agacharse. Automáticamente tocó al bebé. No fue hasta que sus dedos rozaron el cuerpo duro y frío que empezó a gritar.
Fredrika Bergman recibió la noticia de que habían encontrado muerto al otro niño en casa de una pareja de ancianos mientras Margareta Andersson, la abuela de la mujer asesinada en Jönköping, le servía un té. Fredrika se disculpó y salió al balcón.
—¿Sobre una alfombra de baño? —repitió.
—Sí —respondió Alex con amargura—. En una casa en Bromma. Con el mismo texto escrito en la frente. Voy para allá, y Peder irá ver a uno de esos psicólogos.
Fredrika frunció el ceño.
—¿Tanto le ha afectado todo esto?
Alex se rió un poco sorprendido por la pregunta.
—No, no —aclaró—, es una visita de trabajo. Creyó que podríamos necesitar a uno de ésos… uno que traza perfiles, y dijo que él se ocuparía.
¿Qué forma de hablar era ésa? Fredrika se preguntó si había bebido. «Uno de ésos», «uno que traza perfiles». Como si se pudieran encontrar a la vuelta de la esquina.
—Ha leído algo sobre él en un periódico —explicó Alex—. Así se le ocurrió la idea.
—¿De quién hablaban en el periódico?
—De un americano que traza perfiles y que trabaja para el FBI. Está dando unas conferencias en la universidad para un grupo de psicólogos del comportamiento. Peder intentará conseguir una reunión con él a través de un amigo que asiste al curso.
—¡Ah!
—¿Tú estás bien?
—Sí, todo bien. Regreso a Estocolmo en cuanto acabe aquí. —Se quedó callada un momento—. Pero ¿por qué aparece el bebé en Bromma?
—¿Quieres decir que cambia el esquema?
—Esquema, esquema… —murmuró Fredrika—. Quizá nos hemos equivocado al pensar que había una clara relación con Umeå.
—No, no estoy de acuerdo —respondió Alex—. Al contrario, creo que debemos encontrar un común denominador mejor.
—Un común denominador para un cuarto de baño en Bromma y una población en Norrland —suspiró Fredrika.
—Exacto, es nuestro segundo reto —confirmó Alex con firmeza—. Intentar establecer la conexión entre el cuarto de baño en Bromma y el servicio de Urgencias de Umeå. Siempre que la geografía tenga alguna importancia.
Si no hubiera sido por la gravedad de la situación, Fredrika se habría echado a reír.
—¿Estás ahí? —preguntó Alex al notar que se había quedado callada.
—Perdona, estaba pensando. ¿Cuál era nuestro primer reto?
—Encontrar a Monika Sander —respondió Alex—. La verdad es que no creo que entendamos una mierda de todo este embrollo hasta entonces.
Fredrika no pudo evitar sonreír, aunque enseguida sintió remordimientos de conciencia. Era muy desagradable sonreír cuando acababan de encontrar el cadáver de un bebé.
—Vale —convino—. Haremos lo que podamos y más.
—Ten por seguro que así será —suspiró Alex.
Fredrika guardó el móvil, volvió a entrar en el piso y se excusó ante su anfitriona.
—Perdone, tenía que responder a esta llamada.
Margareta asintió.
—¿Han encontrado al bebé? —preguntó para sorpresa de Fredrika.
—Sí —respondió tras una breve pausa—. Sí, lo hemos encontrado. Pero todavía no es oficial, así que sería mejor que…
Margareta hizo un gesto con la mano.
—No se lo diré a nadie —la tranquilizó—. Únicamente hablo con
Tintín.
—
¿Tintín
?
—Mi gato —explicó Margareta sonriendo, y con un gesto le indicó a Fredrika que se sentara junto a la mesa donde había preparado té y unos bollos.
A Fredrika le gustaba la voz de Margareta. Era ronca y profunda, grave pero aun así femenina. Era una mujer ancha de hombros, pero no estaba gorda, ni siquiera particularmente robusta. Era sólida, en el sentido estricto de la palabra. Segura era otra palabra que se podía asociar de forma espontánea con aquella mujer.
Fredrika repasó la información que le había proporcionado la policía de Jönköping sobre Nora. Criada en diferentes casas de acogida, con el alma rota y numerosas bajas por enfermedad. Involucrada en una relación destructiva con el hombre del que se sospechaba que había asesinado a Lilian Sebastiansson, a la propia Nora y al bebé. Luego abandonó Umeå para irse a Jönköping, donde tenía un trabajo y un hogar, pero no familia ni amigos.
Fredrika decidió empezar desde el principio.
—¿Cómo acabó Nora en una casa de acogida?
La anciana se quedó de pronto en silencio, al punto que Fredrika creyó oír a
Tintín
ronronear en su cesta.
—Sabes, es algo que yo siempre me he preguntado también —respondió despacio.
Después respiró hondo, descansó sus arrugadas manos sobre las rodillas y se toqueteó el dobladillo del vestido. La tela era de un color entre rojo y marrón, claramente invernal.
—Uno intenta no esperar mucho de sus hijos. Por lo menos, eso fue lo que hicimos mi marido y yo. Y después, cuando él murió, yo continué con la misma idea. Pero… Pero, a pesar de ello, no puedes evitar tener unas esperanzas básicas. Deseas que tus hijos se conviertan en adultos y cuiden de sí mismos, pero la madre de Nora nunca pudo hacerlo, por desgracia. Y no tuvimos más hijos.
Después, Margareta se quedó callada y no fue hasta que Fredrika levantó la vista de su bloc de notas cuando advirtió que la otra mujer estaba llorando.
—Si quieres, podemos hacer una pausa —propuso, vacilante.
Margareta negó con la cabeza, cansada.
—Me duele tanto pensar en que ya no me queda ninguna de las dos… —explicó—. Cuando murió la madre de Nora lo pasé muy mal, aunque era consciente de que después de lo
mal
que le había ido todo, sólo podía acabar de aquella manera. Pero pensé que aún me quedaba Nora, y ahora tampoco la tengo a ella.
Tintín
se acercó a la mesa donde estaban sentadas y Fredrika apartó las piernas. Nunca le habían gustado los gatos.
—La vida de la madre de Nora se torció bastante pronto —prosiguió Margareta—. Muy pronto. En realidad cuando iba a secundaria, después de que su padre muriera. Se rodeaba de malas compañías y traía a casa un novio tras otro. Me sacó de mis casillas cuando decidió que no haría el bachiller porque quería ponerse a trabajar. Aceptó un empleo en una fábrica de caramelos que cerró hace muchos años, pero se ausentaba tanto que la despidieron. Creo que fue entonces cuando empezó a prostituirse y a consumir drogas duras.
En la familia de Fredrika había un antiguo dicho ultraconservador que rezaba: «En cada mujer, a cualquier edad, vive una Madre». Se preguntó si en su caso era cierto, y si era así qué le habría dicho a su hija si ésta hubiera abandonado la escuela, empezado a trabajar en una fábrica y después se hubiera prostituido.
—¿Quién era el padre de Nora? —preguntó Fredrika con delicadeza.
Margareta sonrió con amargura mientras se secaba las lágrimas.
—Quién sabe —respondió—. Podría haber sido cualquiera. La madre de Nora no aportó ningún nombre cuando nació la niña. Yo asistí al parto, y tardó varios días en querer cogerla.
El sol se escondió tras las nubes y la vivienda se oscureció. Fredrika casi sintió frío allí sentada.
—Nora fue una hija no deseada, tanto como pueda imaginar —susurró Margareta—. Su madre la odiaba mientras aún la llevaba en su vientre, y deseaba sufrir un aborto espontáneo. Pero no fue así, Nora nació de todas formas.
Fredrika sintió que el suelo casi cedía bajo sus pies.
—No deseada —repitió remarcando cada sílaba.
De inmediato aparecieron delante de ella las imágenes de la fallecida Lilian Sebastiansson. «No deseada», le había escrito alguien en la frente. «No deseada.» Tragó saliva.
—¿Sabía ella que no era deseada? —preguntó Fredrika intentando no parecer demasiado ansiosa.
—Sí, claro que lo sabía —suspiró Margareta—. Nora pasó prácticamente los dos primeros años conmigo, ya que su madre no la quería. Luego, los de los servicios sociales se enteraron y decidieron que lo mejor era que Nora viviera en una familia de acogida. «Una familia de verdad», como decían ellos. —Se agarró con fuerza a la mesa—. La niña habría estado bien conmigo —dijo, indignada—. Habría sido mucho mejor para ella vivir conmigo que ir de familia en familia. Le daban permiso para que viniera a verme, pero no era lo mismo. Después de tantos golpes, no tenía ninguna posibilidad de convertirse en una persona de provecho.
—¿Siempre vivió aquí, en Umeå? —preguntó Fredrika.
—Sí, siempre; es casi incomprensible para alguien que vivió en tantos sitios. Lo único que en cierto modo me alegró fue que Nora acabó el bachillerato. A su manera llevaba una vida social, y la escuela le dio cierta estructura.
—¿Consiguió trabajo después?
—Bueno, trabajo, lo que se dice trabajo… —se lamentó Margareta—. Igual que su madre, empezó a torcerse: bebía demasiado, iba a demasiadas fiestas y salía con demasiados chicos. Nunca consiguió conservar los empleos y siempre parecía cansada, destrozada. Y luego encontró a aquel hombre. —Fredrika contuvo la respiración—. Recuerdo el año porque fue el mismo en que mi hermano se casó por tercera vez. Hace ahora siete.
Tintín
dio un salto y fue a parar a las rodillas de Margareta. Ella colocó sus cansadas manos sobre el lomo y lo acarició varias veces.
—Al principio pensé que por una vez en la vida había encontrado algo interesante —recordó Margareta—. Consiguió que dejara la bebida y las drogas, y a mí me parecía fantástico, casi como el cuento de
La Cenicienta
. La chica del arroyo encuentra un príncipe que la salva de su horrible vida. Pero después… todo cambió. Y yo empecé a temer por ella.
Fredrika frunció el entrecejo.
—Nunca llegué a verlo —observó Margareta de pronto con decisión—. Mejor que te lo diga para que no esperes que saque fotografías o algo por el estilo.
—De cualquier forma, tu información es importante —respondió Fredrika rápidamente, aunque por dentro se sentía desilusionada; había albergado ciertas esperanzas de abandonar la casa de Margareta con alguna indicación sobre el aspecto del sospechoso.
Margareta irguió la espalda. Se notaba que le gustaba ser el centro de atención.
—Conoció a aquel hombre a principios de primavera; no estoy segura de cómo pero creo que le sacó las castañas del fuego en una situación difícil en la calle.
—¿Nora también se prostituía?
—No, no —respondió Margarita, irritada—; pero aun así uno puede verse involucrado en esos círculos.
Fredrika lo dudaba, aunque se abstuvo de decir nada. Deseó que Margareta explicara la historia un poco más deprisa, y su súplica fue escuchada al instante.
—Enseguida me habló de él. Me contó que era psicólogo, con mucho talento y guapo, y que solía decirle que había sido «elegida», que era «especial» y que juntos harían algo grande en el mundo. Ella cambió radicalmente. Por un momento temí que hubiera entrado en una secta. No digo que no fuera positivo que pusiera orden en su vida, pero en esos momentos estaba atravesando una profunda depresión y el mensaje de aquel hombre era: «Reponte; sólo hace falta desearlo para conseguirlo». Y cuando ella no mejoraba todo lo deprisa que quería… —Margareta se quedó callada y respiró hondo varias veces—. Como no mejoraba todo lo deprisa que quería, él perdía los estribos y la maltrataba salvajemente.
Unas enormes lágrimas rodaron de nuevo por las mejillas de Margareta hasta su barbilla, y después caían sobre el pelo de
Tintín.
—Yo le pedía y le suplicaba que lo abandonara, y al final me hizo caso. Fue después de que él la quemara. Entonces, cuando le dieron el alta hospitalaria, lo abandonó.
—¿La quemó? —susurró Fredrika.
—Con cerillas —respondió Margareta—. La ató a la cama y encendió una cerilla tras otra.
—Pero ¿no lo denunciaron a la policía? —insistió Fredrika, cada vez más compungida al oír aquel relato.
—Claro que acudimos a la policía, pero fue inútil. Por eso Nora tuvo que marcharse de la ciudad y conseguir una nueva identidad.
—¿Quieres decir que no lo condenaron a pesar de las graves quemaduras de Nora?
—Quiero decir que no sabíamos quién era —replicó Margareta con la voz rota—. ¿Lo entiendes? Ni siquiera Nora sabía cómo se llamaba. Él le había dicho que pensara en él como el «Hombre». Y sólo se veían en el piso de Nora.
Fredrika intentaba entender lo que estaba oyendo.
—¿No sabía cómo se llamaba, dónde vivía ni dónde trabajaba?
Margareta asintió con la cabeza.
—Pero ¿qué era lo que iban a resolver juntos, qué dijo que iban a hacer?
—Querían castigar a todas las mujeres incapaces de amar a sus hijos y que decidían apartarse de ellos —susurró Margareta—. Y precisamente eso era lo que la madre de Nora había hecho: intentar separarse de su hija y después negarse a amarla.
Dicen que Estocolmo es una de las capitales más bellas del mundo. Desde la ventana de su despacho, Alex Recht podía dar fe de ello. No tenía ni idea del tiempo que llevaba mirando el exterior. Le gustaba hacerlo mientras reflexionaba, y después de la llamada de Fredrika, tenía mucho en qué pensar.
—Las castiga, como explicó Nora cuando nos llamó —le había gritado Fredrika al teléfono para que la pudiera oír a pesar de la mala cobertura—. Las castiga por haber herido a sus hijos de alguna manera, y las chicas le siguen porque en algún momento ellas lo han sufrido. Es venganza, Alex.
—Pero —se opuso él, confuso— no tenemos datos que indiquen que alguno de los padres hiciera daño a sus hijos. Ni Lilian Sebastiansson ni el bebé habían sufrido lesiones en su casa. —Le recorrió un escalofrío—. A menos que Gabriel Sebastiansson abusara de su propia hija.
Fredrika protestó.
—No puede tratarse de eso. Es a las madres y no a los padres a quienes castiga. Son las madres las que han hecho algo malo.
—Tal vez también considere un delito que una madre no ponga a salvo a su hija de un padre que abusa de ella.
Fredrika reflexionó.
—Quizás. Ahora sólo nos resta saber cómo las encuentra.
—¿Las encuentra?
—Sí. ¿Cómo podía saber que a Lilian Sebastiansson le habían hecho daño? No había ninguna denuncia. ¿Y el bebé? ¿Cómo podía saber que había sufrido? Si es que es así…