Alex sentía que el corazón le latía cada vez más deprisa.
—Algo se nos tiene que haber pasado por alto, algo relacionado con esas familias —observó.
—O no —replicó Fredrika—. A lo mejor está tan en la periferia de sus vidas que resulta invisible a nuestros ojos.
—Tal vez trabaje en una escuela.
—Pero el bebé no iba a la escuela —repuso Fredrika.
Alex tamborileaba impaciente con los dedos sobre la mesa.
—¿Ha regresado Peder de su encuentro con el psicólogo? —preguntó ella.
—No —respondió Alex moviendo la cabeza—. Pero creo que iba a verlo en cualquier momento.
—Deberíamos hablar de nuevo con Sara Sebastiansson. Y con la madre del bebé —señaló Fredrika.
Alex miraba indignado a través de la ventana.
—Cuando las cosas estén más claras —dijo—. Tenemos que estar completamente seguros, y después ya veremos si encontramos un puto denominador común.
Pero no era fácil, constató Alex nada más terminar de hablar con Fredrika. En realidad, ¿qué sabían? ¿Qué no sabían? Resumió la información que había aportado Fredrika. Tenía que poner a Peder al corriente antes de que hablara con el americano de los perfiles. No era una mala idea aprovecharse de las nuevas técnicas, pero Alex era bastante escéptico a la hora de introducir nuevos actores en la investigación.
Observó los documentos que tenía delante. En una hoja había intentado hacer una especie de esquema en el que reflejaba las diversas hipótesis. No había salido tan bien como esperaba, pero mientras no necesitara enseñárselo a nadie podía servirle de apoyo.
Venganza, había dicho Fredrika.
¿Venganza? ¿Era eso lo que estaban buscando?
«De acuerdo —dijo Alex para sí mismo—. De acuerdo. Ahora, tranquilicémonos. ¿Qué sabemos? ¿Y qué necesitamos saber?» Sabía que dos niñas de diferentes edades habían sido asesinadas. Sabían también que ambas no tenían ninguna relación entre ellas. Una, Natalie, era adoptada y la otra no. Los padres de la niña adoptada parecían disfrutar de una relación armónica, mientras que los de Lilian Sebastiansson se habían separado en espera del divorcio. Además, Natalie provenía de una familia de clase media, mientras que Lilian era la hija de un hombre que pertenecía a una familia adinerada y de una mujer que, como poco, se podía considerar de clase media.
El grupo de investigación trabajaba con todas sus energías para hallar un punto de encuentro donde los caminos de las dos familias afectadas se hubieran cruzado, pero por desgracia hasta ahora había sido en vano.
Alex escribió: «Castiga a las madres. Probablemente porque, de alguna manera, han traicionado a sus hijos. Probablemente porque los han rechazado».
Tenían que centrarse en las madres, no en las niñas. Eran los pecados de las madres los que habían llevado al asesinato de las niñas. Alex reflexionó sobre las palabras «porque los han rechazado» hasta que empezó a dolerle la cabeza. ¿De qué manera podía decirse que Sara Sebastiansson había «rechazado» a Lilian? Y en tal caso, ¿por qué castigar con la muerte a la niña y no a la madre?
Otro detalle siniestro eran los lugares donde habían encontrado a los dos cadáveres. Una estaba en la puerta de Urgencias del hospital de Umeå, la otra en un cuarto de baño de Bromma. La elección se antojaba extravagante por varios motivos. Primero, eran sitios difíciles para deshacerse de un cadáver de forma discreta. Segundo, en apariencia la elección era ilógica. Ninguna de las dos tenía relación con los lugares donde las encontraron.
«Lo único que los dos casos tienen en común —pensó Alex— es la forma de actuar, el hecho de que fueran secuestradas y asesinadas. Primero secuestran a la niña, luego envían la ropa y el pelo a sus madres y poco tiempo después dejan a la criatura en un lugar extraño donde será fácil encontrarla. No lo entiendo. De verdad que no lo entiendo.»
En ese momento llamaron a su puerta y uno de los jóvenes inspectores de la judicial que trabajaba en la investigación asomó la cabeza.
—Hemos ido a ver a Magdalena Gregersdotter y a su marido, una visita corta, tal como dijiste —le informó.
Alex meneó la cabeza y trató de entender de qué le hablaba. El joven había acompañado a Alex y a Peder a casa de los padres de Natalie Gregersdotter a última hora de la mañana con el fin de comunicarles la noticia de su muerte. Dado el estado de shock en que se encontraban, Alex decidió que uno de ellos regresara más tarde para ver a la pareja. Por lo visto, el joven inspector y alguien más habían ido a verlos.
—Les enseñamos una fotografía de la casa y les explicamos dónde se encontraba —dijo tan deprisa que Alex tuvo que hacer un esfuerzo para seguirlo—. La madre, Magdalena, conocía perfectamente la dirección.
—¿Cómo es eso? —preguntó Alex.
—Se crió allí. Vivió en esa casa hasta que acabó el bachillerato y se independizó. ¿Te das cuenta? Ese malnacido abandonó a su bebé muerto en la antigua casa de sus padres, que vendieron hace más de quince años.
Peder Rydh bullía de rabia. Era sábado, la hora de comer, y se hallaba en medio de un atasco de tráfico de vuelta a Kungsholmen. Sábado o no, daba igual: cuando se producía un accidente de consideración enseguida se formaban colas kilométricas.
Al repasar mentalmente lo acontecido durante la última semana, casi le da un mareo. En la vida hubiera creído que el caso de la desaparición de Lilian Sebastiansson podría crecer hasta convertirse en el monstruo que ahora era. Dos niñas muertas en menos de una semana. ¿Había trabajado alguna vez en un caso semejante?
Lo agobiaban los coches que pasaban tan cerca de la pintura de su coche, pero lo que más lo abrumaba era lo poco que había sacado en claro aquellas últimas horas. La única buena idea de aquel día había sido buscar a Monika Sander con el nombre que tenía antes de que la adoptaran. Por lo visto, se llamaba Jelena Scortz.
Después de eso, Peder realizó un breve interrogatorio a los padres y a los cuatro abuelos de Natalie Gregersdotter. Ninguno conocía a nadie que pudiera desear hacerles daño.
—Pensadlo bien —les había dicho Peder—. Retroceded en el tiempo. Buscad el mínimo agravio que nunca se resolviera.
Pero ninguno de ellos pudo recordar nada semejante.
Peder interrumpió los interrogatorios cuando encontraron el cadáver de Natalie en un cuarto de baño de Bromma. Tuvo que regresar a casa de los padres de Natalie y después lo enviaron a Bromma, para controlar la primera fase de la investigación en el escenario donde había aparecido el cadáver. Tampoco esta vez podía dictaminarse dónde se había cometido el crimen.
Sin embargo, sí sabían cuál era el modus operandi del asesino y, en consecuencia, sabían más o menos lo que buscaban. El técnico forense constató casi de inmediato que Natalie tenía una pequeña marca en el centro de la cabeza que probablemente correspondiera a la señal de una inyección letal. La autopsia lo confirmaría, pero en principio el grupo trabajaba con la tesis de que también había sido asesinada con una sobredosis de insulina, esta vez inyectada en la cabeza a través de la fontanela. ¿Fue eso lo que el asesino intentó hacer con Lilian, pero sin conseguir atravesarle el cráneo?
Por lo demás, había otros detalles que recordaban el aspecto que tenía Lilian Sebastiansson cuando fue encontrada. Natalie también estaba desnuda y había sido lavada con un tipo de alcohol. En la frente tenía escritas las mismas palabras que llevaba Lilian: «No deseada». Sin embargo, se encontraba en posición fetal y no boca arriba como aquélla. Peder se preguntaba si era un detalle relevante.
También reflexionaba en torno a las palabras «No deseada». Acababa de hablar con Alex sobre esto. Si bien palabras como «No deseada» y «Rechazada» surgían una y otra vez en la investigación, ninguna de las niñas parecían ser ni una cosa ni la otra.
La cola de coches avanzaba lentamente y el tráfico empezaba a descongestionarse. Peder se encontraba fatal. La idea de ponerse en contacto con el psicólogo americano parecía brillante y su amigo era el contacto ideal, o al menos eso creía. A toro pasado, Peder ya no lo tenía tan claro. El tiempo que había invertido en ir y volver de la universidad era irrecuperable. Su amigo había creído que el psicólogo dispondría de tiempo suficiente para hablar con él después de dar la conferencia, pero éste había reaccionado con frialdad y Peder casi se sintió rechazado. A pesar de que el caso en el que trabajaba era de gran magnitud, con sus palabras el psicólogo había dado a entender que era poco menos que una insolencia creer que Peder podía aparecer así, sin más, y hacer preguntas. De ningún modo quería estar involucrado en un caso de la policía sueca; su objetivo inmediato era irse enseguida a Villa Källhagen a comer.
Lamentablemente, el hombre confirmó todos los prejuicios de Peder respecto a los psicólogos y a los americanos. Tontos, obtusos y socialmente torpes. Tipos desagradables. Casi le había lanzado su tarjeta de visita antes de marcharse de allí. Idiota.
El tráfico empezó a avanzar por fin. Peder pisó el acelerador y fue directo a la jefatura.
Entonces sonó su móvil.
Por increíble que pudiera parecer, al otro lado de la línea oyó al psicólogo americano.
—Siento de veras haberle rechazado con tanta descortesía —se excusó—. Quiero que entienda que si le hubiera ofrecido mis servicios a usted y a sus compañeros, no habría habido un solo estudiante de psicología que no hubiera dado por sentado que ellos también podían disponer de mis servicios. Y, sinceramente, no doy conferencias con ese fin.
Peder, que no entendía si el psicólogo lo llamaba para ayudarle o sólo para pedir disculpas, permaneció en silencio.
—Lo que intento decir —continuó el otro— es que les ayudaré con sumo placer. Quizá podría ir adonde me dijera después de esta maldita comida a la que me he visto obligado a asistir.
Peder sonrió.
Alex no supo qué responder cuando Peder llamó y le comunicó que el psicólogo experto en perfiles iría un poco más tarde. Después decidió que era una idea bastante buena. Necesitaban toda la ayuda posible y, además, dentro de unas horas Fredrika estaría de vuelta de Umeå.
Alex daba vueltas una y otra vez a sus esquemas. Al menos ahora tenía un modelo. El asesino secuestraba y asesinaba niños, y luego los dejaba en lugares con los que sus madres, de alguna manera, tenían una relación. Y todo ocurría muy deprisa.
«¿Por qué desaparecieron las niñas con sólo unos días de diferencia?», se preguntó. El asesino asumía un enorme riesgo al cometer dos crímenes tan salvajes y tan seguidos en el tiempo.
Tres
, si contaban a la mujer de Jönköping. Sin duda, había casos de asesinos psicópatas cuyo mayor deseo era que los detuvieran. No era exactamente que lo esperaran, sino que
querían
que los detuvieran. Pero ¿acaso el asesino que estaban buscando era uno de esos perturbados?
Alex pensó en los escenarios donde habían encontrado a las niñas. Carecía de importancia que ellos no conocieran con detalle qué hizo Sara Sebastiansson en Umeå o con quién se encontró: lo más relevante era que podían afirmar a ciencia cierta que el lugar tenía alguna importancia para ella y que ello explicaba por qué dejaron el cadáver de su hija allí y no en Estocolmo.
La verdad solía ser mucho más sencilla de lo que uno creía. Alex lo había aprendido con los años. Fue por eso también por lo que al principio consideró lógico seguir la pista de Gabriel Sebastiansson. Pero esta vez todo era diferente. Esta vez, la verdad parecía estar muy lejos. No era un allegado quien iba a responder ante la justicia por lo que había ocurrido, sino un asesino en serie.
«En realidad, ¿a cuántos asesinos en serie te has encontrado durante toda tu carrera en la policía, Alex?», susurró una voz fantasmagórica en su cabeza.
Ellen interrumpió su pensamientos al llamar a la puerta, que estaba abierta.
—¡Alex! —exclamó en voz tan alta que él dio un respingo.
—Pero ¿qué pasa? —masculló.
—Llaman del hospital Karolinska —explicó Ellen. Alex arqueó las cejas—. Tienen a una mujer ingresada que puede ser Jelena Scortz.
Por un momento, Alex pensó en ir él solo al hospital universitario de Karolinska para hablar con la mujer que el personal médico creía que era la Jelena Scortz que buscaban, pero después decidió que sería injusto con Peder. Después de todo, era mérito suyo que hubieran conseguido identificarla. Así que decidió que irían juntos. Se sentía animado; al parecer Sara Sebastiansson había reconocido a Jelena Scortz como la mujer que la entretuvo en Flemingsberg. No se atrevía a asegurarlo, ya que la foto que le habían enseñado era muy antigua, pero ella creía que se trataba de la misma chica.
Peder se quedó de piedra cuando entró en la Casa y le dijeron que debía dirigirse cuanto antes al Karolinska para hacer un primer interrogatorio a Jelena Scortz, o Monika Sander, según constaba en el padrón. Salió casi corriendo hacia el coche seguido por Alex, y condujo hacia Solna haciendo caso omiso a los límites de velocidad.
Peder nunca había ocultado qué era lo que más le gustaba de ser policía: los singulares subidones de adrenalina que producían los avances de una investigación. Se dio cuenta de que a Alex le pasaba lo mismo, a pesar de que llevaba mucho más tiempo siendo poli.
Aunque no podía evitar irritarse porque Fredrika no tuviera el mismo entusiasmo. Mientras los demás hablaban sobre el asunto, ella parecía encerrarse en sí misma y sólo alcanzaba a decir: «¿Será de verdad así?», «¿No podría ser de esta otra forma?». Claro que esta vez, parte del mérito de que el caso hubiera avanzado hasta el punto en que se encontraban era suyo; al menos podría haber sonreído un poco al recibir la noticia. Era agradable ver sonreír a los compañeros.
Alex y Peder no tenían demasiado claro qué les deparaba su visita al Karolinska. Sabían que la mujer, la probable Monika Sander, había sido gravemente maltratada y que todavía se encontraba en estado de shock, pero nada les había preparado para lo que vieron al entrar en la habitación.
El rostro de la joven era una masa informe de moretones y heridas, y en el cuello se distinguían marcas moradas alargadas. Llevaba enyesado el brazo izquierdo hasta encima del codo y además tenía vendada toda la parte inferior del brazo derecho. Gran parte de la frente estaba cubierta con esparadrapo, hasta la raíz del pelo.
«Pobre —fue la palabra que cruzó por la cabeza de Peder—. Pobre chica.»