Las palabras de Alex regresaron a su mente. «Facilitaría las cosas que tú, que tanto adoras establecer conexiones, encontraras una relación entre un cuarto de baño en Bromma y una niña a la que le han arrebatado la vida.» Después oyó la voz del profesor Rowland: «Probablemente, las castiga por el mismo delito».
Una idea empezó a tomar forma en su cabeza. Ante el temor a perder la perspectiva, cogió papel y lápiz pero no cambió de postura en la silla.
El pulso se le aceleró cuando dejó que sus pensamientos volaran libres.
Por supuesto.
Sólo se trataba de jugar con las palabras, y ellas mismas se pondrían en su sitio.
Un denominador común para un cuarto de baño en Bromma y una población en Norrland. Eso es lo que le había dicho a Alex con una sonrisa amarga cuando él la llamó y ella salió al balcón de Margareta Andersson en Umeå. Pero Alex había dicho algo diferente. Algo como intentar encontrar una relación entre un cuarto de baño en Bromma y un servicio de Urgencias en Umeå.
Por supuesto. Al formular el pensamiento se dio cuenta de qué era lo que habían pasado por alto. El nexo no era la ciudad de Umeå, sino el servicio de Urgencias en sí.
Si uno se hacía las preguntas equivocadas, obtenía respuestas equivocadas. Teniendo en cuenta que la segunda niña había sido encontrada en un cuarto de baño, resultaba difícil creer que la primera tuviera que estar realmente
fuera
del hospital. En ese caso, habrían dejado a Natalie en la acera, delante de la casa. Por tanto, quien dejó a Lilian Sebastiansson en Umeå había cometido más de un error. Y tuvo que pagar caro por ello.
Una vez reconstruido el rompecabezas, Fredrika respiró aliviada. No eran las niñas quienes tenían una relación con el lugar donde habían sido halladas, sino sus madres. Es decir, Alex cometía un error al pedirle que encontrara la relación entre un cuarto de baño en Bromma y una niña asesinada. La relación era entre un cuarto de baño en Bromma y una mujer que había vivido antes en la casa. Por tanto, tenía que haber una relación entre el hospital universitario de Umeå y…
Fredrika ya había alargado el brazo para coger el móvil antes de concluir su razonamiento. Todavía debía hablar con una persona para tener claro qué le había ocurrido a Sara Sebastiansson aquel verano en Umeå, tantos años atrás.
Era la noche del sábado y, aun así, Peder seguía en la Casa. Era verano y estaba nublado. El aire era frío y húmedo. Nada era como debía.
Peder seguía inmerso en un mar de contradicciones. No había hablado con Ylva en todo el día y ahora le corroía la angustia por no sentir arrepentimiento. Había empezado el día pensando que era un inútil improductivo en el trabajo, y ahora de pronto sentía que su carrera estaba en su cénit. Había sido un gran acierto invitar al profesor americano. Sobre todo para la investigación, pero también para Peder. Se sentía válido. Con las pilas cargadas.
El coche casi encontró solo el camino de vuelta a Karolinska. Esta vez no había llamado para avisar: si no era bien recibido, regresaría al día siguiente.
Intentaba sentir pena por Jelena Scortz, golpeada por un cúmulo de desgracias en su vida relativamente breve. Pero Peder tenía una confianza inquebrantable en el libre albedrío. Daba lo mismo que la vida de Jelena Scortz hubiera sido una mierda; también había una fecha de caducidad para una infancia desgraciada. Si uno enloquecía y asesinaba a unas niñas no merecía compasión. Y esto también podía aplicarse a Jelena Scortz. Especialmente a ella. La mirada oscura y enfurecida que Peder había visto en su rostro deformado mientras le hablaba de por qué las mujeres tenían que ser castigadas se le había quedado grabada a fuego en la memoria.
«Sabía lo que hacía cuando entretuvo a Sara en Flemingsberg —pensó con amargura—. Sabía muy bien lo que estaba haciendo.» A pesar de ello, se ablandó un poco cuando entró en el hospital y vio a Jelena. Peder no era el tipo de persona que se alegra ante una víctima de violencia.
Junto a Jelena había una enfermera que la ayudaba a beber con una cañita y que dio un respingo cuando oyó a Peder detrás de ella.
—Me ha asustado —dijo riéndose cuando vio su placa.
No era la misma enfermera que la vez anterior.
Peder le devolvió la sonrisa. Jelena no se movió en absoluto.
—Quisiera hablar un poco con Jelena, si tiene fuerzas —dijo—. He estado aquí esta mañana.
La enfermera frunció el ceño.
—Bueno, no sé… —vaciló.
—Será rápido —se apresuró a añadir Peder—. Y sólo si ella accede.
La enfermera se volvió hacia Jelena.
—¿Tienes fuerzas para hablar con la policía? —preguntó, intranquila.
Jelena no dijo nada.
Peder se acercó despacio a la cama.
—Tengo algunas preguntas más —explicó en voz baja—. Y sólo si te ves capaz.
Jelena siguió callada, pero lo miró y no movió la cabeza para protestar. Peder lo interpretó como una muda aceptación.
—Necesito saber cuánto tiempo estuviste con ese hombre —preguntó.
Jelena volvió la cabeza sobre la almohada. ¿Empezaba a estar agobiada por haber huido del hombre? ¿Sentía que lo había traicionado al abandonar la lucha? En ese caso, probablemente no diría ni una sola palabra.
—Desde… Año Nuevo…
Hablaba casi en susurros, apenas podía oírla.
—Desde Año Nuevo —interpretó la enfermera con una voz diáfana.
Peder asintió impaciente con la cabeza.
—¿Cómo os conocisteis? Por favor, ¿puedes explicármelo?
Le estaba suplicando, un proceder insólito en él.
Poco a poco, unas pequeñas lágrimas empezaron a resbalar por las mejillas destrozadas de Jelena. Peder tragó saliva. El trabajo nunca tenía que afectar en el plano personal, pero era imposible mantener tanta frialdad.
—En la calle —respondió Jelena con una voz tan clara que tanto Peder como la enfermera la entendieron.
Aun así, la enfermera abrió la boca para aclarar de nuevo lo que la mujer había dicho. Peder le hizo una seña para que se callara.
—En la calle —repitió—. ¿Eras prostituta antes de conocerlo?
Las preguntas que exigían un sí o un no por respuesta eran más fáciles. Así podía asentir o hacer un leve movimiento de cabeza. Esta vez asintió.
«¿Va de putas? —se preguntó Peder—. ¿Es así como lo encontraremos?» De pronto, Jelena se sintió mareada. La enfermera comenzó a dar señales de nerviosismo y Peder se levantó para irse. Había conseguido la información que necesitaba.
Se detuvo junto a la puerta después de darle las gracias y despedirse.
—Sólo una pregunta más, Jelena —dijo.
Ella volvió la cabeza para mirarlo.
—Sus manos, ¿tenían algo especial? ¿Heridas o algo así?
Ella tragó saliva varias veces. Peder se dio cuenta de cuánto sufría.
—Quemado. —Peder frunció el ceño—. Quemado… —repitió Jelena—. Dijo… que se… había… quemado.
Estaba totalmente exhausta. Peder la miraba tan fijamente que parecía que los ojos se le fueran a salir de las órbitas. Aquello no podía ser cierto.
—¿Dijo que se había quemado las manos?
De nuevo asintió con la cabeza.
—Y ¿eso es lo que parecía?
De nuevo un asentimiento.
Peder reflexionó. Las ideas fluían a borbotones de su cabeza.
—¿Dónde…? —empezó—. ¿Cómo…? —Carraspeó—. ¿Las cicatrices estaban en la palma o en el dorso de las manos?
—Palma.
—¿Eran cicatrices antiguas?
Cansada, Jelena negó con su cabeza herida.
—Nuevas —susurró—. Nuevas… cuando… nos… conocimos.
Joder. ¿Había algo en lo que aquel hombre no hubiera pensado?
Volvió a tragar saliva.
—Jelena, si hay algo, cualquier cosa que quieras explicarnos, puedes hacerlo en cualquier momento, en
cualquier
momento. Gracias.
Se dio la vuelta y ya se marchaba cuando Jelena dijo algo.
La miró interrogante.
—Muñeca —susurró Jelena, que ya había dejado de llorar—. Me… llama… Muñeca.
A Peder casi le pareció que intentaba sonreír.
Fredrika Bergman recibió una llamada telefónica de una mujer que se presentó como la doctora Sonja Lundin.
Por un momento se sintió confundida. No reconocía ni la voz ni el nombre.
—Trabajo como médico forense en Umeå —aclaró—. Fui yo la que hizo el examen preliminar de la niña asesinada.
Fredrika se avergonzó de no recordar su nombre, aun cuando fue Alex quien se había ocupado de esa parte de la investigación.
—Ya sé que no habíamos hablado antes —continuó Sonja como respuesta a su silencio—, pero he preguntado por tu compañero, Alex Recht, y me han dicho que hablara contigo porque estaba atendiendo una llamada importante. Alguien de vosotros se ha puesto en contacto conmigo respecto a un historial médico.
El corazón de Fredrika latía desbocado.
—Puedes hablar conmigo —le confirmó—. Fui yo quien llamó.
—En realidad —dijo Sonja Lundin en un tono dubitativo—, estos datos son confidenciales.
—Sí, naturalmente —se apresuró a contestar Fredrika.
—… aunque teniendo en cuenta la naturaleza del crimen y dado que tu pregunta no es demasiado específica, no veo inconveniente en responderte —resumió Sonja Lundin con firmeza. Fredrika aguantó la respiración—. Tenemos un historial clínico de la persona por la que has preguntado.
Fredrika parpadeó. Lo sabía.
—¿Puedes darme alguna fecha? —inquirió no sin cierto temor; no pretendía superar los límites de la información consentida.
Sonja Lundin hizo una breve pausa.
—El 29 de julio de 1989 —respondió al fin—. La paciente fue dada de alta el mismo día. Sin embargo, y lamentablemente, no puedo explicarte el motivo de su visita a menos que…
Fredrika la interrumpió.
—De momento no necesito más información. Te agradezco enormemente tu ayuda.
Estaba oscureciendo. El cielo parecía otoñal cuando el sol se ocultaba tras las nubes. El verano no acababa de llegar. Alex volvía a mirar desde la ventana de su despacho. Era una tarde diferente. Emocionante.
Su paz mental se vio interrumpida con la entrada de Peder. Alex sonrió. Mientras que Fredrika se dedicaba a hacer pequeñas excursiones y hacía gala de toda su vena trágica para presentar sus descubrimientos en las reuniones de grupo, Peder informaba continuamente de lo que había hecho y de cuanto había conseguido.
—Se conocieron en Año Nuevo —anunció hundiéndose en el sillón de las visitas sin pedir permiso.
—¿Quiénes?
—Jelena y el llamado Hombre.
—¿Cómo lo sabes?
Peder se irguió un poco.
—Te dije que volvería al Karolinska —respondió casi molesto.
Como Alex no decía nada, continuó:
—La recogió de la calle, era prostituta.
Alex suspiró y apoyó la barbilla en una mano.
—¿No lo era también la otra chica? La que asesinaron en Jönköping —preguntó Peder.
Alex frunció el ceño.
—No creo. Pregúntale a Fredrika, pero no lo creo. Sin embargo, se movía en esos círculos, así que seguramente también lo conoció en la calle.
Peder separó las manos.
—Pero, vamos —dijo—, ¿qué estaba haciendo en la calle si no era prostituta?
—¿Y yo qué coño sé? —respondió Alex, enfadado—. Fue su abuela la que lo dijo. Y si la abuela quiere maquillarlo un poco, pues que lo haga. Pero también es posible que tenga razón. Nora no aparece en ninguno de nuestros registros sobre prostitución.
—Pero entonces ¿qué tiene que ver con todo esto? —preguntó Peder—. No entiendo por qué en medio de una situación crítica, él se va a Jönköping a matar a una antigua ex.
—Una antigua ex a la que hace mucho tiempo inició en sus planes —recordó Alex.
—Cierto —dijo Peder—. Cierto, pero aun así… ¿qué ganaba?
—Estoy de acuerdo, pero de momento dejaremos eso al margen —decidió Alex—. He hablado con la policía de Jönköping. No han encontrado una sola huella del asesino a excepción de las de los zapatos Ecco. La vía de Jönköping no nos lleva a ninguna parte.
—Pero en un momento dado creímos que tenía información confidencial sobre la investigación —señaló Peder.
—Tiene que haber sido una casualidad —le interrumpió Alex—. Entonces ni siquiera nosotros sabíamos que la mujer había llamado para hablarnos de él.
Peder hizo una pausa antes de decir:
—No encuentran nada porque se ha destrozado los dedos.
Alex lo miró fijamente.
—¿Me estás tomando el pelo?
Peder negó con la cabeza.
—Joder, joder —dijo suspirando Alex—. ¿Qué clase de enfermo es este tipo?
Peder respondió enseguida.
—Puede que sea un putero.
Aquello sorprendió a Alex.
—¿Putero?
—Es así como encuentra a sus chicas.
Alex ladeó la cabeza.
—No es mala idea. Una idea nada descabellada. Y hay puteros en todas las clases sociales, como ya sabemos.
—Voy a seguir por ahí —decidió Peder.
—De acuerdo —convino Alex en el mismo tono decidido, y añadió—: Y revisa los casos de tipos condenados por maltratos o violencia contra las mujeres. Quizá no sea la primera vez que le pone la mano encima a una mujer.
Peder asintió.
Después los dos se quedaron callados, sin fuerzas para levantarse y ponerse manos a la obra.
—Ha dicho que la llamaba «Muñeca» —informó Peder rompiendo el silencio.
—¿Muñeca? —repitió Alex.
Cualquier pena es pesada de sobrellevar.
La pena por un niño no es sólo pesada; es negra como la misma noche.
Fredrika intentaba no olvidarlo mientras salía del coche frente a la casa de Sara Sebastiansson. Después de la llamada desde Umeå, no había encontrado motivos para esperar. Se preguntó si se estaba extralimitando al ir a casa de una mujer un sábado por la tarde, y decidió que la respuesta era no. No, dadas las circunstancias, no era inadecuado. De ninguna manera.
Fredrika intentaba no sentir ira. Intentaba entender y, sobre todo, intentaba convencerse a sí misma de que había un motivo para que Sara se comportara como lo había hecho.
Al mismo tiempo, bullía de irritación. Todo el tiempo les había faltado una pieza del rompecabezas y Sara, fría como el témpano, la tenía en la mano. No sólo había obstaculizado la investigación en torno a la muerte de su hija, sino que también había dificultado la investigación del secuestro y muerte de Natalie Gregersdotter.