Desierto.
Sed.
Dolor. En toda la cabeza.
Peder Rydh tenía resaca y estaba durmiendo la mona cuando Alex lo llamó y le explicó que una niña, con toda probabilidad Lilian Sebastiansson, había sido hallada muerta en Umeå. Durante la misma conversación, Peder recibió la orden de ir a casa de Sara Sebastiansson y procurar que ella o algún pariente cercano de Lilian tomara el avión de las diez con destino a Umeå. Alex tomaría el mismo vuelo, así que se encontraría con la persona en cuestión en el aeropuerto. Peder también recibió instrucciones de Alex para que averiguara a cualquier precio cómo se relacionaba Umeå con el caso.
La primera reacción de Peder fue muy cercana al pánico.
¿Cómo cojones podía estar muerta la niña?
Había permanecido desaparecida menos de dos días y su padre, después de los datos que había aportado la señora que iba sentada al lado de Sara y de Lilian en el tren, había sido declarado en busca y captura. ¿Acaso se había vuelto loco? ¿Había asesinado a su propia hija y la había dejado tirada en la puerta de un hospital?
Después llegó la siguiente reacción: ¿dónde coño estaba?
Peder luchó desesperadamente contra la resaca que había anulado casi por completo su raciocinio. Pasaron unos segundos antes de que cayera en la cuenta de que se había quedado dormido en casa de Pia Nordh. Joder, aquello sería difícil de explicar a Ylva.
Pia se había despertado con la llamada del teléfono y lo observaba tumbada de lado. Estaba completamente desnuda y con una expresión de espera en el rostro. La brevedad de la conversación le dio a entender que había ocurrido algo muy grave.
—La han encontrado —señaló Peder conciso mientras se levantaba demasiado deprisa de la cama.
El suelo se movía bajo sus pies, le dolía la cabeza y le picaban los ojos. Se sentó en el borde de la cama y apoyó la cabeza en las manos. Tenía que espabilarse. Se mesó los cabellos y alargó el brazo hasta el móvil. Vio una llamada perdida de Jimmy y otra de Ylva, que por supuesto sabía que iba a llegar tarde, pero no que no aparecería por casa en toda la noche. ¿Cuándo la había llamado él? Los recuerdos de la noche anterior se mezclaban en su cabeza y le resultaba imposible diferenciar unos de otros. ¿La había llamado al menos? La sombra de un recuerdo le cruzó la cabeza. Peder medio desnudo en el baño de Pia. Una mano que se apoyaba en el lavabo para poder mantenerse erguido, la otra mano en el móvil para escribir un mensaje.
«Se me ha hecho tarde. Llegaré dentro de un rato. Te llamo luego.»
Peder deseó que se lo tragara la tierra. Aquello no estaba bien. De hecho, no podía ser peor. Si no había tocado fondo, estaba muy cerca.
—Tengo que irme pitando —dijo con brusquedad mientras se levantaba de nuevo.
Las piernas lo llevaron fuera del dormitorio, hasta el recibidor, y luego entró en el baño. ¿Cuánto había bebido? ¿Cuántas cervezas fueron?
Apenas se había acabado de duchar cuando volvió a sonar el móvil. Salió corriendo del baño y a punto estuvo de resbalar sobre las baldosas mojadas del suelo. Pia se lo encontró en el recibidor con el teléfono en la mano.
Era Fredrika.
—Han llamado del donde trabaja Gabriel Sebastiansson —anunció sin más—. Ha de ir alguien de inmediato; es referente a algo que han encontrado en el ordenador de Gabriel. Unas imágenes horribles.
Peder entró de nuevo en el baño para no mojar el suelo del recibidor, pero tuvo que volver a salir porque no había cobertura. Mientras hablaba, intentaba secarse con la toalla en una mano.
—Vamos a ver —empezó—. Alex me ha pedido que primero informe a Sara Sebastiansson de lo ocurrido. Después puedo hacerme cargo de lo de Gabriel. —Oyó cómo Fredrika intentaba decir algo, pero continuó rápidamente—: Y además ¿qué clase de imágenes? No podemos mirar en su ordenador sin una orden del fiscal.
Fredrika informó a Peder de forma insolente, siempre aquella insolencia, de que era muy consciente de que la policía no podía lisgonear en los ordenadores de la gente cuando quisiera, pero aquello podía considerarse una pista en una investigación muy importante y no había ninguna ley que dijera que alguien de la policía no podía ir a ver algo que alguien, que no era policía, había descubierto y…
—Vale, de acuerdo —la interrumpió Peder—. Dame su número, lo llamo ahora mismo y decidimos algo.
—Bien —respondió Fredrika, que también parecía un poco agotada.
—¿No han dicho de qué eran las imágenes? —preguntó Peder esperanzado.
—No —respondió Fredrika—. Solamente han dicho que eran terribles.
—Por cierto, y tú ¿qué vas a hacer? —quiso saber.
—Alex me ha pedido que vaya a ver otra vez a la madre de Gabriel —respondió Fredrika—. Además tengo cosas pendientes y…
—¿No era yo quien a partir de ahora se encargaba de interrogar a las personas del entorno de Gabriel Sebastiansson? —comentó Peder, irritado.
—Por lo visto, a ella no —respondió Fredrika con sequedad.
Peder terminó la conversación con el ceño fruncido y entró en el baño de nuevo.
Pia apareció en el umbral de la puerta. Todavía estaba completamente desnuda y Peder la observó en el espejo del baño.
¿De verdad era tan guapa? Ahora le parecía que le colgaban un poco los pechos. ¿O era la resaca que lo confundía? A la mierda, ahora mismo se largaba de allí.
Por algún motivo no quería darse la vuelta y encontrarse con su mirada.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Pia cruzando los brazos.
—¿Tienes paracetamol? —preguntó Peder, cansado, y empezó a cepillarse los dientes.
Con el cepillo de Pia.
Sin decir nada, ella abrió el armario del baño y sacó una caja de pastillas de la que cogió un blíster. Peder se lo quedó entero. Iba a necesitarlo a lo largo del día.
—Podrías decir algo.
Peder lanzó el cepillo en el lavabo.
—¿Es que no entiendes por lo que estoy pasando en estos momentos? —rugió, creyendo que le iba a explotar la cabeza en el mismo momento que levantó la voz—. Han encontrado muerta a la niña. ¡Asesinada! ¿No te das cuenta de que ahora mismo tengo otras cosas en que pensar?
Pia lo miró fijamente.
—Vete, Peder —le pidió después, y salió del baño sin esperar su réplica.
Peder se sentó en el suelo del baño y respiró hondo varias veces.
Había traicionado a su mujer.
Y traicionaba a su trabajo por el estado en el que se encontraba.
Probablemente, también había traicionado a la pequeña Lilian.
Y ahora Pia Nordh también quería que creyera que la había traicionado. Pero ¿qué coño pretendía aquella mujer?
Peder se estiró. Tenía que concentrarse. Tenía que levantarse y salir. Cómo iría a casa de Sara Sebastiansson era una cuestión que resolvería después. Lo más probable era que no pudiera conducir.
Se levantó del suelo, se vistió y se calzó y se apresuró a salir del piso de Pia.
Un momento más tarde se encontraba en la húmeda acera con el pelo mojado llamando a un taxi. Parpadeó varias veces y miró hacia el cielo.
Por un momento se quedó quieto.
Por primera vez en mucho tiempo, parecía como si el sol tuviera fuerzas para atravesar el manto de nubes. Había llegado el verano.
Jelena emprendía el viaje de regreso a Estocolmo. En avión. Tal como habían planificado, se había deshecho del coche. Nunca había viajado en avión; fascinada, se inclinaba hacia delante para ver a través de la ventanilla. «Increíble —pensó—. Es la hostia.»
De pronto la invadió la angustia. El Hombre no soportaba que dijera palabrotas. Por ese motivo, al principio la había castigado con dureza; mejor dicho, reprendido; ésa era la palabra que él solía utilizar. Y sólo por su bien.
Jelena sonrió. En realidad, el Hombre era lo mejor que le había pasado en la vida. Apretó con fuerza el reposabrazos del asiento del avión. De hecho, el Hombre era lo único bueno que le había ocurrido en la vida. Era tan extraordinariamente generoso. Y listo. A Jelena le encantaba verle trabajar y planificar. Se ponía tan guapo. El mero hecho de que se le ocurriera cómo entretener a aquella idiota en Flemingsberg para que perdiera el tren la había dejado sin palabras.
«Además —pensó—, precisamente en Fleminsgberg tuvimos bastante suerte.»
Claro que el Hombre nunca estaría de acuerdo con ella, pero fue Sara Sebastiansson la que se lo puso en bandeja de plata cuando decidió bajar del tren para llamar por teléfono. Ateniéndose al plan inicial, Jelena tenía que llamar su atención golpeando la ventanilla de su asiento, y con gestos y movimientos hacer que bajara al andén. Si aquello no hubiera funcionado, habrían intentado secuestrar a Lilian al día siguiente, cuando su madre se la entregara a su padre. Sin embargo, nada de aquello había sido necesario.
En realidad, Jelena no sabía por qué el Hombre la había elegido a ella. Era muy afortunada. Él tenía muchas otras chicas, por supuesto, que habrían dado su mano derecha por participar en su lucha. Debía de tener muchas donde elegir, algo que solía repetirle siempre que se le presentaba la ocasión.
—Habría podido escoger a cualquier otra, Muñeca —le susurraba cada noche cuando se iban a dormir—. Habría podido elegir a cualquier otra, Muñeca, y te elegí a ti. Pero si me defraudas, buscaré a otra.
Jelena apenas era capaz de ponerle palabras al horror que sentía cuando él insinuaba que la podía sustituir. Jelena había sido prescindible casi desde que tenía memoria. Le resultaba desagradable recordar su vida antes de conocer al Hombre, por eso casi nunca lo hacía. Sólo por la noche, en sueños, los recuerdos la atormentaban. Entonces lo recordaba todo, todos los horribles detalles. A veces las pesadillas no acababan nunca y entonces se despertaba sentada en la cama y gritando como una posesa.
—No quiero, no quiero, no quiero.
El Hombre no quería oír hablar de sus pesadillas. La volvía a tender en la cama y le susurraba:
—Tú misma decides sobre tus sueños, Muñeca, tienes que entenderlo. Si no lo haces, seguirás soñando eso que no quieres. Y entonces, Muñeca, si continúas soñando cosas que no quieres, si no te esfuerzas lo suficiente, es que eres una persona débil. Y tú ya sabes lo que yo opino de las muñecas débiles, ¿verdad?
Al principio ella intentaba poner objeciones y explicarle que hacía lo que podía, pero que las pesadillas volvían una y otra vez. La primera vez lloró.
Entonces él se puso encima de ella en la cama, tan pesado que casi no la dejaba respirar.
—Muñeca, no hay nada, nada, que tenga menos valor que el llanto. Intenta entenderlo. Piensa que
tienes que
entenderlo. No quiero volver a verte así. Nunca más. ¿Lo entiendes?
Jelena asintió debajo de él mientras notaba cómo la aprisionaba aún más con su peso.
—Contesta para que yo te oiga, Muñeca.
—Lo entiendo —susurró, deprisa—. Lo entiendo.
—Si no lo entiendes —continuó él—, te reprenderé. —Trenzó su pelo entre sus dedos y ella vio cómo cerraba el otro puño—. ¿Lo entiendes?
—Lo entiendo —respondió con los ojos abiertos como platos por el miedo.
—Quizá lo entenderías mejor si te reprendo, como hacía al principio.
Jelena, involuntariamente, empezó a temblar debajo de él y movió la cabeza de un lado a otro sobre la almohada.
—No, no —susurró—. Por favor, no, no.
Él abrió el puño apretado y le acarició la mejilla.
—Pero, Muñeca —dijo en voz baja—, nosotros no suplicamos. Ni tú ni yo.
Ella respiraba despacio, todavía con su pesado cuerpo sobre el de ella. Aguardando su siguiente movimiento.
—No debes tener miedo de mí, Muñeca —continuó él—. Nunca en la vida. Todo lo que hago, Muñeca, lo hago por tu bien. Por nuestro bien. Ya lo sabes, ¿no?
Ella asintió entre respiración y respiración.
—Bien —susurró él liberándola de su peso—. Porque cuando iniciemos nuestra lucha, cuando empecemos nuestro trabajo y despertemos a esos putos pecadores de su sueño, no habrá lugar para los errores.
A Alex Recht sólo le dio tiempo de pasar un momento por la Casa y salir precipitadamente hacia el aeropuerto de Arlanda. Se encontró con Fredrika, quien le explicó lo de la llamada del trabajo de Gabriel Sebastiansson, y después habló con Peder, que acababa de dejar la vivienda de Sara. Peder confirmó que esta iría a Umeå en compañía de sus padres para identificar a la niña. Alex les recordó a ambos que debían intentar descubrir las relaciones que la familia Sebastiansson pudiera tener en Umeå.
Un momento después, Alex se dirigía en un taxi al aeropuerto. No esperaba tener que quedarse mucho tiempo en Umeå; probablemente volvería el mismo día. Un poco a su pesar, había mandado a Peder con un sacerdote para darle la noticia de la muerte a Sara Sebastiansson. No se podía decir que Peder fuera la persona idónea para aquel cometido, pero enviar a Fredrika parecía aún menos adecuado.
A la gente que no tenía una vida sentimental estable no se le podían confiar misiones tan duras como notificar una muerte.
Alex apoyó la cabeza en el asiento trasero del taxi. Habían encontrado el cuerpo de Lilian Sebastiansson en la puerta de Urgencias del hospital de Umeå, a eso de la una de la madrugada. Por lo que sabía, la habían encontrado una enfermera y un médico, tendida de espaldas en la acera, desnuda y mojada por la lluvia. Alguien le había escrito en la frente las palabras «No deseada».
La niña ya estaba muerta cuando la encontraron. No habían intentado reanimarla. Aún no se había dictaminado la causa de la muerte, pero a juzgar por los exámenes forenses que le habían practicado hasta el momento, cuando la encontraron la niña llevaba muerta casi un día entero. Aquello significaba que apenas había vivido unas pocas horas después de su desaparición. Unas pocas horas. Si hubieran sabido que aquél era el margen de tiempo del que disponían…
Pero ahora no había nada que hacer. No podían saberlo, y tampoco habían tenido motivos para imaginarlo. ¿O sí?
Alex notó que se le formaba un nudo en la garganta y tragó saliva. Pensó en sus propios hijos. Con los dedos atenazados por la angustia, sacó el móvil y llamó a casa de su hija Viktoria. Respondió a la quinta señal, y Alex enseguida se dio cuenta de que la había despertado.
—Qué contento estoy de que hayas contestado —dijo con la voz ronca.
Su hija, acostumbrada a que su padre la llamara de vez en cuando a horas intempestivas, apenas habló y la conversación terminó sin saber por qué la había llamado en realidad. Daba igual. La experiencia le decía que, tarde o temprano, conocería la razón. Quizá no antes de que volviera a llamarla, pero la sabría.