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Authors: Kristina Ohlsson

Tags: #Intriga

Elegidas (28 page)

BOOK: Elegidas
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Fredrika tragó saliva.

Los titulares de los periódicos del quiosco del edificio de al lado atrajeron su atención, y despertó de nuevo a la vida.

«¿Quién asesinó a Lilian?», decían las portadas.

«Eso es en lo que tengo que pensar —reflexionó Fredrika apretando los dientes—. Tengo que pensar en Sara Sebastiansson, que acaba de perder a su hija.» Se preguntó qué era peor, tener un hijo y luego perderlo o no haber tenido ninguno.

Por algún motivo no esperaba que Sara abriera la puerta y quizá por eso se sorprendió cuando se encontraron cara a cara. Fredrika no la había visto desde el hallazgo del cadáver de Lilian. Se suponía que debía decirle algo. Abrió la boca pero la volvió a cerrar. No tenía ni idea de lo que se esperaba que dijera.

«Soy un monstruo —pensó, cansada—. No puedo tener hijos.» Respiró hondo e intentó hablar de nuevo.

—Lo lamento de veras.

Sara asintió, tensa.

Su pelo rojo le llameaba alrededor de la cabeza. Tenía que estar exhausta.

Fredrika entró en el piso. El claro recibidor empezaba a resultarle familiar y sabía que la sala de estar se hallaba a la izquierda. En línea recta se llegaba a la cocina donde la primera noche Fredrika había interrogado al nuevo compañero de Sara. Era como si hubiera pasado una eternidad.

Los padres de Sara aparecieron detrás de ella. Como un grupo combativo dispuesto al ataque. Fredrika los saludó estrechándoles la mano. Claro que sí, se habían visto antes. Cuando la caja con el pelo… sí, fue entonces.

Unas manos le señalaron la dirección que debía tomar; se sentarían en la sala de estar. El sofá resultaba duro. Sara se sentó en un gran sillón en cuyo brazo su madre hizo lo propio. Su padre eligió el sofá, demasiado cerca de Fredrika.

En realidad, no quería que los padres estuvieran presentes. Iba en contra de las reglas fundamentales de un interrogatorio. Instintivamente, algo le decía que había cosas que no se podían decir en su presencia. Pero, al mismo tiempo, Sara y sus padres le estaban demostrando que o hablaba con todos o ya podía irse de allí.

En un rincón de la sala había un gran reloj de pie. Fredrika intentó recordar si lo había visto antes. Eran las dos.

«Una chica eficiente —pensó—. He tenido tiempo de ir a Uppsala, al trabajo y a casa para hacer la maleta.» El padre de Sara se aclaró la voz para señalar que Fredrika no aprovechaba el tiempo especialmente bien.

Ésta abrió una nueva página del bloc de notas que tenía en las manos.

—Bueno —empezó con cautela—, tengo unas cuantas preguntas referentes a tu estancia en Umeå. —Al ver que Sara no entendía a qué se refería, le aclaró—: De cuando asististe al curso de escritura allí.

Sara asintió con la cabeza y se estiró las mangas del jersey. Por algún motivo, a Fredrika le entraron ganas de llorar. Tragó saliva varias veces y aparentó leer sus apuntes.

—Esta mañana he visto a Maria Blomgren —explicó después, y levantó la vista para volver a mirar a Sara, que no reaccionó en absoluto—. Me pidió que te diera recuerdos.

Sara seguía mirando fijamente a Fredrika.

«Igual le han dado calmantes —pensó—. Parece como si estuviera drogada.» —Sara y Maria no han mantenido contacto desde hace años —dijo el padre de Sara bruscamente—. Ya se lo dijimos en Umeå a su superior.

—Ya lo sé —respondió Fredrika—. Pero cuando hablé con Maria me surgieron varias preguntas. —Intentaba con insistencia encontrar la mirada vacía de Sara—. La primavera antes de iros tú salías con un chico —dijo.

Sara asintió con la cabeza.

—¿Qué ocurrió cuando vuestra relación se rompió?

Sara se revolvió en su asiento.

—Ocurrir, ocurrir —dijo despacio—, la verdad es que no ocurrió nada. Se enfadó y estuvo pesado un tiempo, pero luego se le pasó, cuando se dio cuenta de que no estábamos hechos el uno para el otro.

—¿No volvió a ponerse en contacto contigo? ¿Después del verano? ¿Quizá apareció por Umeå?

—No, nunca.

Fredrika pensó un momento.

—Te quedaste en Umeå más tiempo que Maria —prosiguió—. ¿A qué se debió?

—Encontré un trabajo durante el verano —contestó Sara—. No pude negarme. Pero Maria se enfadó porque tenía envidia.

—Maria dice que cuando te fuiste a Umeå tú ya sabías que no volverías a Göteborg cuando acabara el curso, que ya habías conseguido un trabajo antes de ir allí.

—Pues miente.

La respuesta de Sara brotó tan deprisa y era tan afilada que Fredrika se quedó confusa.

—¿Miente?

—Sí.

—¿Por qué iba a mentir sobre una cosa así después de tanto tiempo? —preguntó con cautela.

—Porque se murió de envidia cuando a mí me dieron una oportunidad y a ella no —replicó Sara, airada—. Nunca pudo superarlo. Incluso lo esgrimió como motivo para no vivir juntas en Uppsala tal como habíamos planeado. —Sara se hundió en el sillón—. O quizá lo malinterpretó todo —dijo cansada.

—Maria dijo que tenía un trabajo de verano en casa, en Göteborg —señaló Fredrika—. ¿No tenías tú también algo así?

Sara pareció vacilar.

—Quiero decir, ¿no tenías nada planificado para el resto del verano? El curso en Umeå sólo duraba dos semanas.

Sara esquivó su mirada.

—Cuando se me presentó la oportunidad de trabajar allí, tuve que aceptarla —insistió en voz baja—. Aquello era más importante que nada.

La madre de Sara se removió intranquila en el brazo del sillón.

—Recuerdo que un día me encontré con Örjan —intervino dirigiéndose a Sara—, el de la pensión donde tú trabajabas, y me dijo que cuando te ofreció empleo le contestaste que no ibas a estar en la ciudad en todo el verano.

La cara de Sara se ensombreció.

—Yo no sé lo que aquel viejo iba diciendo por ahí.

—No, claro que no —interrumpió el padre de Sara—. Y la memoria nos traiciona en momentos como los que estamos viviendo. De eso cualquiera puede darse cuenta.

«Sabe algo —pensó Fredrika—. Se ha dado cuenta de que Sara trata de ocultar alguna cosa y no sabe lo que es, pero sí sabe que vale la pena mantenerlo en secreto para ayudarla.» —Muy bien —continuó Fredrika mientras intentaba sentarse un poco más cómoda en el sofá—. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué te dieron el trabajo justo a ti?

—Necesitaban a un ayudante para el profesor de escritura —explicó Sara en voz baja— y en su opinión yo escribía muy buenos textos, por eso me dieron la oportunidad.

—Sara siempre ha escrito bien —señaló el padre.

—No lo pongo en duda —convino Fredrika con sinceridad—. Pero me da la sensación de que tuvo que surgir algún tipo de competitividad en el grupo de escritura. A esa edad, ya se sabe…

—Nadie más se lo tomó mal —dijo Sara mientras se apartaba un mechón de pelo—. Al llegar ya nos dijeron que necesitarían ayuda el resto del verano, y los que estábamos interesados nos apuntamos.

—¿Y después te eligieron a ti?

—Después me eligieron a mí.

Se hizo silencio. La aguja del reloj avanzó. Fuera, las nubes tapaban el sol.

Camino de Arlanda, Fredrika llamó a Alex para informar.

—Miente —exclamó, indignada.

Alex escuchó su relato y luego respondió:

—No digo que no estés tras una buena pista, Fredrika. Pero no debes olvidar que en este momento Sara está extremadamente sensible y, además, sus padres la vigilan como halcones. Mira a ver qué sacas del viaje a Umeå y a partir de ahí decidiremos qué hacer.

—No puedo dejar de pensar en el chico con el que estuvo —insistió Fredrika—. Maria Blomgren me dijo que se volvió casi loco cuando Sara lo dejó.

—Tiene que haberse vuelto más que medio loco si ha estado enfadado quince años y se ha vengado asesinando a su hija —replicó Alex con un suspiro.

—Tengo sus datos —prosiguió Fredrika—. Llamé y le pedí a Ellen que buscara qué había de él en el registro. Por lo visto después del bachillerato se ha dedicado a varias cosas.

—Como por ejemplo…

—Ha sido condenado por pegar al nuevo novio de su ex —respondió Fredrika—. Y por encubrimiento y robo de vehículo.

—Tal vez sea un criminal, pero no creo que pudiera llevar a cabo un secuestro tan bien planificado como el de Lilian —repuso Alex.

—Pero, aun así… —insistió Fredrika.

Alex suspiró.

—¿Dónde vive ese chico?

—Parece que se muda a menudo, pero actualmente está en Norrköping. Dejó Göteborg después del servicio militar.

Alex volvió a suspirar.

—Jönköping, Norrköping, Umeå —enumeró, enojado—. Esta investigación cada vez se parece más a un circo. Tiene muchos cabos sueltos.

—Pero al menos se mueve —aseveró Fredrika.

—De acuerdo —se rindió Alex—. Voy a ver qué hace Peder. Se dirige a Nyköping para hablar con la mujer que asegura haber sido la madre de acogida de la chica de Flemingsberg.

—¡Nyköping! —exclamó Fredrika—. Ahí sí que podría haber algo.

Alex respiró hondo.

—Sí, así es —dijo—. Ahora llamaré a Peder. ¿Tiene Ellen los datos de ese chico?

—Sí —confirmó Fredrika.

—De acuerdo, llámame cuando aterrices —le pidió Alex.

Después se quedó sentado con el auricular en la mano. Por primera vez desde que llegó a su grupo de investigación, Fredrika Bergman demostraba entusiasmo por el trabajo. Antes siempre estaba molesta, llena de objeciones. Ahora incluso parecía sentirse a gusto con lo que hacía.

Le costaba reconocerlo, pero lo cierto era que Fredrika había sido la primera en contemplar la línea que ahora seguía el grupo. No es que los demás no hubieran podido encontrar el camino sin su ayuda, pero ella había sido la más rápida. Seleccionaba muy deprisa entre el montón de información que Alex solía utilizar para hacerse entender. Por otra parte, si Gabriel Sebastiansson
hubiera
sido el culpable, Fredrika habría sido la última del grupo en descubrirlo. Y eso no era positivo.

Alex hojeó un esbozo sobre el caso y se sintió decaído.

Con independencia de cómo hubieran llegado a aquel punto de la investigación, en realidad, ¿qué sabían con certeza?

Casi estaban en disposición de afirmar que los autores habían sido dos y no uno.

Por una parte, la mujer con el perro de Flemingsberg, y por otra, el hombre con los zapatos marca Ecco. Miró las anotaciones de Ellen sobre la conversación telefónica con la mujer de Jönköping, Nora. Si es que era la misma mujer. Alex suspiró, frustrado. Tenía que investigarlo, así que partió de la base de que era la misma.

Ellen había anotado que la mujer parecía confusa. Tenía miedo y prisa cuando llamó, interpretó Alex.

La mujer había dicho que creía que el asesino era alguien con quien ella había mantenido una relación. Alguien que solía maltratarla. Alex pensó, automáticamente, en lo que Peder había explicado después de la visita a la empresa de alquiler de coches. La mujer de Flemingsberg también había sido maltratada. Después, Ellen había anotado frases cortas y sueltas. La mujer había dicho que el hombre llevaba a cabo una especie de lucha y quería que la mujer participara en ella. «Las mujeres deben ser castigadas, no se merecen a sus hijos.» Vaya. Alex siguió leyendo. «Las mujeres no deberían quedarse con sus hijos, porque si no aman a todos los niños por igual, no deben tener ninguno.»

Aquello eran palabras mayores, pensó Alex, tristemente amargado.

No entendía lo que estaba leyendo en ese momento. «¿Qué es eso de "si no aman a todos los niños por igual". Es natural no amar a todos los niños de la misma manera. Y sobre todo, no hay niños a quienes quieras más que a los tuyos propios», razonó Alex.

Leyó de nuevo el corto comunicado de Ellen. Las mujeres deben ser castigadas, las mujeres no deberían quedarse…
¿Las mujeres
? Se le hizo un nudo en el estómago.

—Estás equivocada, Fredrika —murmuró para sí mismo.

La furia de aquel hombre no se centraba sólo en Sara Sebastiansson, no si lo que había dicho la mujer de Jönköping era cierto. La furia de aquel hombre se dirigía a varias mujeres. Mujeres que no amaban a todos los niños por igual. Y si era así, el hombre habría intentado poner en marcha su plan antes, pero sin completar el proyecto.

«¿Qué locura es ésta? —pensó Alex—. Y ¿quiénes son las otras mujeres?»

45

Magdalena Gregersdotter había tardado varios años en sentirse a gusto en Estocolmo. Por eso, ella y su marido habían esperado a que Magdalena sintiera que aquélla era su ciudad para formar una familia.

—No tendremos hijos hasta que sienta que tengo una red social en la que apoyarme —decidió Magdalena.

Torbjörn, el marido, cedió, como era lógico. Primero porque siempre lo hacía y segundo porque se dio cuenta de que no era una buena idea formar una familia antes de que la futura madre estuviera preparada para ello.

Aunque las cosas no ocurrieron como habían planeado. Cuando pusieron en marcha el proyecto de tener hijos, descubrieron que no los podían tener. Durante un año entero lo intentaron sin ayuda —¡cómo odiaban la palabra «intentar»!—, después siguió otro año de análisis y luego otro año de «intentos». En resumen, se sometieron a once tratamientos de fertilización
in vitro
, tras lo cual Magdalena tuvo un embarazo extrauterino.

—Mandémoslo todo a la mierda —lloraba en la cama del hospital—. Ya no puedo más.

Torbjörn tampoco, así que pidió una excedencia y emprendieron un viaje por el mundo durante seis meses. Después decidieron adoptar.

—Pero entonces no será vuestro de verdad —apuntó la madre de Torbjörn.

Fue la única vez en la vida que Magdalena sopesó pegar a otra persona.

—Claro que será nuestra —gritó recalcando cada sílaba.

Y naturalmente, así fue. Un día de marzo, Torbjörn y Magdalena fueron a buscar a Natalie a Bolivia y desde entonces no había pasado un solo día sin que Magdalena se despertara con una sonrisa en los labios. Parecía una tontería cuando lo decía en voz alta, pero era la verdad, hasta el punto de que no sentía la menor angustia porque se acercara el día de su cuarenta cumpleaños.

—¡Qué bonita eres! —le había susurrado Torbjörn al oído aquella misma mañana.

—Claro que lo soy, porque aún soy joven —le había respondido ella.

«Quien tiene niños pequeños siempre es joven», razonaba Magdalena. Y la pequeña Natalie aún no había cumplido un año, de manera que según la lógica, Magdalena era especialmente joven.

Más tarde no recordaría por qué de pronto sintió la necesidad de ir a ver a Natalie. A pesar de que la niña se iba haciendo mayor, cada día hacía la siesta al aire libre en el cochecito. Primero Magdalena daba un paseo con ella hasta que se quedaba dormida y después aparcaba el cochecito en el jardín que pertenecía a la vivienda. Éste estaba protegido con un seto bastante alto que Torbjörn, además, había reforzado con una pequeña valla.

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