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Authors: Kristina Ohlsson

Tags: #Intriga

Elegidas (26 page)

BOOK: Elegidas
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Ganó, por supuesto. Ylva no tenía pruebas concretas de sus sospechas y estaba tan débil por el difícil año que había pasado que no podía confiar en su intuición. Todo terminó cuando ella se sentó en el suelo llorando y pidiendo perdón. Peder la cogió entre sus brazos, le acarició el pelo y le dijo que la perdonaba. Después fue a ver a los niños y se quedó sentado en la oscuridad entre sus camas. «Papá está en casa, chicos», dijo para sí mismo.

Peder se sonrojó al pensarlo.

Cerdo.

Se había convertido en un cerdo.

El recuerdo le hizo estremecerse. ¡Por Dios!

«Soy una mala persona —pensó—. Y un mal padre. Un padre horrible. Un tipo asqueroso. Un…» Ellen Lind interrumpió sus pensamientos llamando insistentemente a la puerta. Sabía que era ella aunque la puerta estuviera cerrada: llamaba de una forma especial.

Ellen abrió antes de que a él le diera tiempo de gritar: «Adelante».

—Perdona por entrar así —se disculpó—, pero ha llamado un investigador de Jönköping que quería hablar con quien sea del grupo de Alex. El jefe está hablando por teléfono con alguien de Umeå, de modo que me ha dicho que lo atiendas tú.

Peder miró confuso a Ellen.

—Vale —aceptó al cabo, mientras levantaba el auricular.

Esperó a que le pasara la llamada.

En el teléfono se oyó una voz femenina firme y agradable, la voz de una mujer de mediana edad. Se presentó como Anna Sandgren y explicó que era inspectora de policía de la provincia de Jönköping, de la brigada de delitos y faltas de la policía judicial.

—Ah —dijo Peder por decir algo.

—Perdona, no he entendido tu nombre.

Peder se recompuso en el asiento.

—Peder Rydh —se presentó—. Inspector de la policía de Estocolmo, y miembro del grupo especial de investigación de Alex Recht.

—Ahora lo entiendo todo mejor —comentó Anna Sandgren en el mismo tono cantarín—. El motivo de mi llamada es para informaros de que ayer por la mañana encontramos a una mujer muerta.

Peder escuchó con atención. El día anterior por la mañana también se habían enterado de que Lilian Sebastiansson había sido encontrada sin vida.

—Su abuela llamó para denunciar su desaparición. Su nieta la había llamado el miércoles por la tarde para decirle que iba a verla. Por lo visto vivía con identidad falsa después de una relación desastrosa, y de vez en cuando buscaba la compañía de su abuela cuando las cosas se ponían mal.

—Vale —dijo Peder, esperando una aclaración.

—Sin embargo, no apareció como había prometido —continuó Anna Sandgren—, así que la anciana se dirigió a la policía para pedirnos que fuéramos a ver si le había sucedido algo. Enviamos a una patrulla y notificó que todo estaba tranquilo pero la abuela, tozuda, insistió para que entráramos en el piso. Y cuando lo hicimos, la encontramos muerta en la cama. Estrangulada.

Peder frunció el ceño. Todavía no entendía por qué le habían pasado aquella llamada.

—Hicimos un registro rápido de la vivienda y encontramos su móvil. Tenía pocos números en la agenda y apenas había utilizado el aparato, pero uno de los que guardaba era el vuestro.

Anna Sandgren se quedó callada.

—¿El nuestro? —preguntó Peder sin saber qué había querido decir su colega de Jönköping.

—Hemos comprobado todos los números de su móvil y uno de ellos correspondía al que la policía de Estocolmo difundió en los medios de comunicación para aportar pistas con motivo de la niña desaparecida que luego se halló en Umeå. —Peder se irguió como un palo en la silla—. El número sólo está en la agenda del teléfono, pero no ha llamado desde su móvil. De todas formas queríamos comunicaros la información, en especial porque nosotros disponemos de muy pocos datos.

Peder tragó saliva. Jönköping. ¿En qué momento se había relacionado Jönköping con el caso?

—¿Habéis fijado la fecha y la hora de la muerte? —preguntó.

—Probablemente unas horas después de haber llamado a su abuela —respondió Anna Sandgren—. El forense nos dará datos más exactos, pero de forma preliminar sabemos que murió en torno a las diez de la noche del miércoles. Había comprado un billete de tren por internet para ir a ver a su abuela, que vive en Umeå, y debería haber…

—¿Umeå? —interrumpió Peder.

—Sí, Umeå. Tenía que salir de Jönköping la misma mañana que la encontramos muerta. Es decir, ayer.

El corazón de Peder latió con más fuerza.

—¿Conoce su abuela la identidad del que la maltrataba y por el que tuvo que asumir una identidad protegida?

—Es una historia con muchos claroscuros —contestó Anna Sandgren con un suspiro de resignación—. Pero en resumen, esto es lo que ocurrió: Nora, es decir, la mujer asesinada, estuvo con un hombre cuando vivía en una pequeña localidad cercana a Umeå, hace seis o siete años. Enseguida se vio que la relación era turbulenta. Además, en aquellos tiempos Nora no se encontraba anímicamente bien, estaba deprimida y de baja por enfermedad. Por lo visto, sus padres habían fallecido cuando ella era una niña y su infancia fue bastante dura en diferentes casas de acogida.

Peder respiró hondo.

—En realidad, deberías hablar directamente con la abuela de Nora —dijo Anna Sandgren—. Nosotros lo hemos hecho por teléfono, y cuando le comunicamos la noticia se mostró muy afectada. Conseguí enterarme de que ella no llegó a conocer al tipo en cuestión; Nora simplemente se hartó y un día abandonó aquel lugar. Consiguió que le adjudicaran una identidad protegida sin necesidad de identificar al hombre que la maltrataba, ya que los daños físicos eran muy evidentes. No creo que la policía se esforzara mucho en encontrarlo. Nosotros tampoco lo hubiéramos hecho sin tener primero una identidad con la que trabajar.

—Ni nosotros —admitió Peder.

—Bien, entonces, ya sabéis lo que ha ocurrido —concluyó Anna Sandgren en un intento de acabar la conversación—. Por supuesto, os mantendremos informados sobre cómo marcha la investigación, pero a día de hoy no tenemos ni una sola huella del asesino. Bueno, he exagerado un poco —añadió, irónica—. En realidad tenemos una única huella que obtuvimos en el recibidor de Nora: un zapato de caballero, marca Ecco, del número 46.

42

Fredrika Bergman volvió a la Casa a la hora de comer. Se quedó desconcertada cuando pasó por delante de la Leonera y vio a Alex sentado solo a la mesa. Tenía el ceño fruncido y el lápiz volaba sobre una hoja de papel que tenía delante.

«Se ha despertado —pensó Fredrika—. Primero perdió el punto de apoyo y fue en la dirección equivocada, pero ya ha vuelto.» —¿Hay reunión? —preguntó en voz alta.

Alex dio un respingo.

—No, no —respondió rápidamente—. Estoy aquí sentado, pensando. ¿Cómo ha ido en Uppsala?

Fredrika pensó antes de responder.

—Bien. Bien. Pero hay algo extraño relacionado con el curso de escritura.

—¿Qué quieres decir con extraño?

—Tuvo que ocurrir algo, antes o después, que hizo que Sara Sebastiansson prefiriera quedarse allí más tiempo que su amiga.

Alex la miró fijamente.

—Me gustaría ir a Umeå —anunció ella mientras entraba en la sala.

—¿Umeå? —repitió Alex, sorprendido.

—Sí, para hablar con sus compañeros del curso y preguntarles si sabían lo que le había ocurrido a Sara Sebastiansson. —Antes de que Alex respondiera, añadió—: Y también he pensado en hablar con Sara otra vez. Si tiene fuerzas y ha vuelto a la ciudad.

—Ya ha vuelto —la informó Alex—. Han regresado esta mañana, ella y sus padres.

—¿Sabías que los padres son muy religiosos?

—No —respondió Alex después de pensarlo—. No, no lo sabía. ¿Es relevante para el caso?

—Quizá —respondió Fredrika—. Quizá.

—Vaya —comentó él—. Pues pasa, siéntate y explícame más cosas.

Esbozó una sonrisa cuando Fredrika se acercó y se sentó al lado opuesto de la mesa.

—¿Dónde está Peder? —preguntó ésta.

—Camino de Umeå —respondió él mismo detrás de ella, mientras entraba corriendo en la sala de reuniones con una bolsa colgada al hombro.

«Como un chaval —pensó Fredrika—. Como un chaval que juega el fútbol.» Arqueó las cejas.

—¿Ha pasado algo? —preguntó Peder mientras paseaba su susceptible mirada por la Leonera.

Alex se echó a reír.

—No, en realidad no. Pero ya que estáis aquí…

Peder se dejó caer en una silla. Ya había hablado con Alex, así que le hizo un breve resumen a Fredrika.

—Han encontrado a una mujer asesinada en Jönköping que tenía nuestro número de teléfono para dejar pistas en la agenda de su móvil, y su abuela vive en Umeå.

Fredrika reaccionó.

—¿En Jönköping?

—Eso es. Lo que no está claro es por qué tenía nuestro número en su agenda, sobre todo porque no nos llamó en ningún momento, pero…

—Claro que llamó —interrumpió Fredrika. Alex y Peder la miraron fijamente—. ¿No lo recordáis? Ellen nos explicó algo acerca de una llamada anónima que creía conocer al asesino y que había vivido con él.

Alex se puso tenso de golpe.

—Es verdad —dijo en voz baja—. Es verdad. Pero ¿cómo lo relacionas con la mujer de Jönköping?

—La llamada fue hecha desde una cabina de Jönköping —explicó Fredrika—. Mats, el analista, lo averiguó.

—¿Cuánto tiempo hace que lo sabes? —preguntó Peder, enojado.

—Descartamos la llamada —replicó Fredrika también enojada—. Y en ese momento Jönköping carecía de interés para la investigación. —Alex levantó una mano para serenar los ánimos—. Además, la información está en la base de datos de Mats —añadió con rapidez.

Peder bajó la vista.

—No he hablado con él —reconoció.

Alex carraspeó unas cuantas veces.

—De acuerdo —dijo—. Vamos a partir de la base que la mujer que llamó es la que han asesinado. ¿Tenemos algún informe de lo que dijo?

Fredrika asintió.

—Ellen escribió un corto comunicado. Creo que está en la base de datos.

Peder se levantó.

—Voy a hablar con Mats —dijo, y salió de la sala sin que Alex ni Fredrika tuvieran tiempo de decir nada.

Fredrika emitió un leve suspiro.

—Espera un momento —le gritó Alex a Peder, que volvió a entrar en la sala—. Por lo visto, Fredrika también tiene motivos para ir a Umeå, pero no veo razón para enviaros a los dos precisamente ahora. —Fredrika y Peder le escuchaban con atención—. Ya hemos recibido unas cuantas llamadas respecto a la mujer con el perro en Flemingsberg —prosiguió—. El analista, ¿cómo se lla…?

—Mats —le ayudó Fredrika.

—Eso es, Mats y yo las hemos repasado, y hay dos que quiero investigar. Una es de un empleado de una empresa de alquiler de coches que nos llamó y que cree que le alquiló un coche a una mujer con rasgos parecidos a la del retrato robot. Y también ha llamado una mujer que asegura que hace unos años fue su madre de acogida.

En la sala se hizo el silencio. Fredrika y Peder se miraron el uno al otro.

—Creo —dijo Alex despacio, poniendo énfasis en cada sílaba— que lo más apropiado sería que Fredrika fuera a Umeå a hablar con la abuela y el profesor de escritura, y que tú, Peder, te encargaras del que le alquiló el coche y de la madre de acogida.

Ambos asintieron.

—¿Hay alguna información referente a la mujer asesinada en Jönköping? —preguntó Fredrika.

Peder le tendió el comunicado.

—Aquí está todo.

Fredrika le echó una ojeada rápida.

—Un par de zapatos Ecco, número 46 —señaló.

—No esperemos demasiado —advirtió Alex, que también tenía el comunicado de Peder—, pero ¿verdad que es una casualidad interesante? —Fredrika continuó leyendo con el entrecejo fruncido—. Bueno, quedamos así entonces —resumió Alex.

Fredrika contempló a Alex y a Peder mientras abandonaban la sala.

«Caos —pensó—. Estos hombres viven en el epicentro del caos. Creo que no podrían respirar en ningún otro lugar.»

En ese momento, Alex se dio la vuelta.

—Por cierto —dijo en voz alta. Peder y Fredrika le escuchaban. Hilen asomó la cabeza desde su despacho—. Me he puesto en contacto con la policía nacional por los e-mails de Gabriel Sebastiansson —informó—. Por lo visto el Señor Gigante es un personaje bastante conocido en esos círculos. Están ultimando un operativo contra él y su red, y están muy satisfechos con la información que les hemos pasado. Quería daros las gracias de su parte.

43

Peder Rydh tenía cierta idea de lo que era el mundo de la policía cuando solicitó el acceso a la academia diez años atrás.

En primer lugar, la policía era un lugar donde ocurrían cosas. En segundo lugar, la profesión de policía era importante. Y en tercer lugar, la gente admiraba a la policía.

El tercer concepto era importante para Peder. El respeto. No porque no lo respetaran ya, sino porque se trataba de otro
tipo
de respeto, más profundo.

Y lo respetaban. Lo raro era que, desde que dejó el departamento de Orden Público y ya no llevaba uniforme, parecía no ejercer tanta autoridad ante la gente en general, y lo trataban de un modo distinto.

Así ocurrió, por ejemplo, cuando fue a ver al tipo de la empresa de alquiler de coches. El tipo miró a Peder con escepticismo hasta que le mostró la placa. Entonces bajó un poco la guardia, pero seguía sin estar plenamente convencido.

Peder echó un vistazo a su alrededor. Era una oficina bastante pequeña, situada en pleno barrio de Södermalm. Los carteles de la ventana ofrecían alquiler de coches y clases para sacarse el carné de conducir, lo cual no resultaba una combinación muy habitual. Además, en la oficina no había nada que indicara que allí se daban clases.

El hombre observó a Peder mientras éste miraba a su alrededor.

—Los locales de la autoescuela están en el piso de arriba —explicó, airado—. Si es lo que estás buscando.

Peder sonrió.

—Sólo echaba un vistazo —comentó—. Es un buen lugar para alquilar coches, me imagino.

—¿Por qué?

«Menudo sentido del humor», pensó Peder mosqueado, aunque siguió sonriendo y se explicó:

—Bueno, sólo he pensado que no hay mucha competencia cerca. La mayor parte de las oficinas de alquiler de coches pertenecen a las grandes gasolineras y suelen estar a unos cuantos kilómetros del centro.

El otro permaneció en silencio y con expresión indignada, así que Peder decidió no gastar más energías en resultar agradable.

—Has llamado diciendo que creías haber visto a esta mujer —dijo con brusquedad mientras dejaba un retrato robot de la mujer de Flemingsberg sobre el mostrador.

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