Ahora bien, en la tradición cristiana, según recuerdo de mi instrucción juvenil, esto se interpreta como egotismo por parte de Satán. No quiso inclinarse ante el hombre. Pero en la historia persa, no podía inclinarse ante el hombre a causa de su excesivo amor a Dios: no podía reverenciar a nadie más que a Dios. Dios había cambiado sus órdenes, ¿entiendes? Pero Satán se había comprometido hasta tal punto con la primera orden que ya no podía violarla, y en su… no sé si Satán tiene corazón o no… digamos, en su mente, no aceptaba inclinarse ante nadie más que Dios, al que amaba. Y entonces Dios le dice: «Sal fuera de mi vista».
El peor de los dolores del infierno, en la medida en que el infierno ha sido descrito, es la ausencia del Amado, que es Dios. ¿Cómo soporta Satán la situación en el infierno? Gracias al recuerdo del eco de la voz de Dios, cuando Dios le dijo: «Vete al infierno». Es un gran signo de amor.
M
OYERS
: Bueno, sin duda alguna es cierto que en la vida el peor infierno que uno conoce es estar separado de quien ama. Es por eso que siempre me gustó el mito persa. Satán es el amante de Dios…
C
AMPBELL
: …y está separado de Dios, y ése es el gran dolor de Satán.
M
OYERS
: Hay otra historia persa sobre los dos primeros padres.
C
AMPBELL
: Sí, y también es una gran historia. En el principio eran uno, y crecieron como una especie de planta. Pero después se separaron y se convirtieron en dos, y engendraron hijos. Y amaron tanto a sus hijos que se los comieron. Dios pensó: «Bueno, esto no puede seguir así». Así que redujo el amor paterno en un 98,9%, para que los padres no se comieran a sus hijos.
M
OYERS
: Este mito…
C
AMPBELL
: He oído a gente decir: «Este niño es tan precioso que me lo comería».
M
OYERS
: ¿El poder del amor?
C
AMPBELL
: El poder del amor.
M
OYERS
: Tan intenso que debe ser reducido.
C
AMPBELL
: Sí. Una vez vi un cuadro representando una boca abierta tragándoselo todo, y en el fondo había un corazón. Esa es la clase de amor que te devora. Es la clase de amor que las madres tienen que aprender a reducir.
M
OYERS
: Señor, enséñame cuándo dejar marchar.
C
AMPBELL
: Sí. En la India había pequeños rituales para enseñar a las madres a dejar marchar, en especial a sus hijos. El gurú, el capellán de la familia, venía y le pedía a la madre lo que ella más apreciara. Podía ser una joya muy valiosa o algo así. Y después tenían unos ejercicios en que se le enseñaba a la madre a renunciar a lo que más apreciaba.
Y después, al fin, debía dejar partir a su hijo.
M
OYERS
: En el amor confluyen la alegría y el dolor.
C
AMPBELL
: Sí. El amor es el punto ardiente de la vida, y como toda vida es dolorosa, así es también el amor. Cuanto más fuerte es el amor, mayor es el dolor.
M
OYERS
: Pero el amor lo soporta todo.
C
AMPBELL
: El amor mismo es un dolor, podríamos decir… el verdadero dolor de estar vivo.
Las imágenes del mito son reflejos del potencial espiritual de cada uno de nosotros. Mediante su contemplación evocamos sus poderes en nuestras propias vidas
.
M
OYERS
: En tu experiencia de las distintas visiones del mundo, de distintas culturas, civilizaciones y religiones, ¿has encontrado algo en común en todas las culturas, algo que creara la necesidad de Dios?
C
AMPBELL
: Cualquiera que haya tenido una experiencia del misterio sabe que hay una dimensión del universo que no es la que nos llega a través de los sentidos. Hay un dicho a este propósito en uno de los Upanishads: «Cuando delante de la belleza de un crepúsculo o de una montaña nos detenemos y exclamamos: "Oh", estamos participando de la divinidad». Tal momento de participación implica una comprensión de la maravilla y belleza de la existencia. Los que viven en el mundo de la naturaleza experimentan momentos así todos los días. Viven en el reconocimiento de algo que es mucho más grande que la dimensión humana. Pero la tendencia del hombre es a personificar tales experiencias, a antropomorfizar las fuerzas naturales.
Nuestro modo occidental de pensar ve a Dios como la fuente o causa final de las energías y bellezas del universo. Pero en la mayor parte del pensamiento oriental, y en el pensamiento primitivo también, los dioses son más bien manifestaciones y proveedores de una energía que en última instancia es impersonal. No son ellos la fuente. El dios es el vehículo de su energía. Y la fuerza o cualidad de la energía implicada o representada determina el carácter y la función del dios. Hay dioses de la violencia, dioses de la compasión, hay dioses que unen los dos mundos de lo visible y lo invisible, y dioses que son simplemente protectores de reyes y naciones en sus guerras. Son todos personificaciones de las energías en juego. Pero la fuente última de la energía sigue en el misterio.
M
OYERS
: ¿Esto no hace del destino una especie de anarquía, una guerra constante entre posibilidades?
C
AMPBELL
: Sí, y así es la vida misma. También en nuestras mentes: cuando se trata de tomar una decisión, habrá una guerra. Al actuar en relación con otra gente, por ejemplo, pueden darse cuatro o cinco posibilidades. La influencia de la divinidad dominante en mi mente será lo que determine mi decisión. Si mi divinidad guía es brutal, mi decisión también será brutal.
M
OYERS
: ¿Qué significa eso para la fe? Tú eres un hombre de fe, de reverencia, y…
C
AMPBELL
: No, yo no tengo fe. Tengo experiencia.
M
OYERS
: ¿Qué clase de experiencia?
C
AMPBELL
: Tengo la experiencia de la maravilla de la vida. Tengo experiencia del amor. Tengo experiencia del odio, del rencor y de las ganas de darle a ese tipo un puñetazo en la mandíbula. Desde el punto de vista de la imaginación simbólica, son fuerzas diferentes que operan en mi mente. Uno puede pensar de ellas (el amor, el odio, la admiración) que han sido inspiradas por divinidades diferentes.
Cuando yo era niño, en una familia católica, me dijeron que tenía un ángel de la guarda sobre mi hombro derecho y un demonio tentador sobre el izquierdo, y que las decisiones que tomara en la vida dependerían de quién tuviera más influencia sobre mí, si el ángel o el demonio. En aquel entonces, yo tomaba en su sentido más literal esta enseñanza, y creo que mis maestros hacían lo mismo. Pensábamos que realmente había un ángel ahí y que el ángel era un hecho, y que el demonio también era un hecho. Pero en lugar de considerarlos como hechos, ahora puedo pensar en ellos como metáforas de los impulsos que me mueven y guían.
M
OYERS
: ¿De dónde proceden esas energías?
C
AMPBELL
: De tu propia vida, de las energías de tu propio cuerpo. Los diferentes órganos del cuerpo, incluida tu cabeza, están en conflicto unos con otros.
M
OYERS
: ¿Y tu vida de dónde viene?
C
AMPBELL
: De la energía primordial que es la vida del universo. Y después preguntarás: «Bueno, debe haber alguien generando esa energía». Pero ¿por qué tienes que preguntarlo? ¿Por qué no podría ser impersonal el último misterio?
M
OYERS
: ¿Pueden los hombres y mujeres vivir con una impersonalidad?
C
AMPBELL
: Bueno, lo hacen en muchas partes. Ve nada más al este de Suez. Sabes que en Occidente hay una tendencia a antropomorfízar y acentuar la humanidad de los dioses, las personificaciones: Yahvé, por ejemplo, como dios de ira, de justicia y castigo, o como un dios benévolo que es el sustento de tu vida, como leemos, por ejemplo, en los Salmos. Pero en Oriente, los dioses son mucho más elementales, mucho menos humanos, y mucho más cercanos a los poderes de la naturaleza.
M
OYERS
: Cuando alguien dice: «Imagínate a Dios», el niño de nuestra cultura dirá: «Un viejo con túnica blanca y barba».
C
AMPBELL
: En nuestra cultura, sí. Es nuestro modo de pensar en Dios, en forma masculina, pero muchas tradiciones piensan en el poder divino principalmente bajo forma femenina.
M
OYERS
: La idea es que no se puede imaginar lo que no se puede personificar. ¿Crees que es posible centrar la mente en lo que Platón llamó «ideas inmortales y divinas»?
C
AMPBELL
: Por supuesto. Eso es la meditación. Meditar significa pensar constantemente en cierto tema.
Puede ser en cualquier nivel. Yo no hago una gran división en mi pensamiento entre lo físico y lo espiritual. Por ejemplo, meditar sobre dinero es una meditación perfectamente buena. Y mantener a una familia es una meditación muy importante. Pero existe una meditación solitaria, por ejemplo, cuando entras en una catedral.
M
OYERS
: Entonces la plegaria en realidad es una meditación.
C
AMPBELL
: Rezar es entrar en relación con un misterio y meditar sobre él.
M
OYERS
: Invocar un poder interior.
C
AMPBELL
: Hay una forma de meditación en el catolicismo, cuando se recita el rosario, la misma plegaria, una y otra vez. Eso hace que la mente se repliegue sobre sí misma. En sánscrito, esta práctica se llama
japa
, «repetición del nombre sagrado». Bloquea otros intereses y te permite concentrarte en una cosa, y a partir de ahí, según tu propia capacidad de imaginación, experimentar la profundidad de este misterio.
M
OYERS
: ¿Cómo podemos tener una experiencia profunda?
C
AMPBELL
: Teniendo un sentido profundo del misterio.
M
OYERS
: Pero si Dios es el dios que sólo hemos imaginado, ¿cómo podemos reverenciar lo que es nuestra propia creación?
C
AMPBELL
: ¿Cómo puede aterrorizarnos un sueño? Tienes que superar tu imagen de Dios para alcanzar la iluminación. El psicólogo Jung dijo una frase importante: «La religión es una defensa contra la experiencia de Dios».
El misterio se ha reducido a una serie de conceptos e ideas, y subrayar estos conceptos e ideas puede impedir la experiencia trascendente. Una experiencia intensa del misterio es lo que debe considerarse como la experiencia religiosa definitiva.
M
OYERS
: Hay muchos cristianos que creen que, para descubrir quién es Jesús, debes ir más allá de la fe cristiana, más allá de la doctrina cristiana, más allá de la Iglesia…
C
AMPBELL
: Debes ir más allá de la imagen imaginada de Jesús. Esa imagen de tu dios se vuelve una obstrucción, una barrera. Te aferras a tu ideología, a tu pequeña manera de pensar, y cuando se anuncia una experiencia de Dios más amplia, una experiencia más grande de la que estás preparado para recibir, huyes de ella aferrándote a la imagen que hay en tu mente. Eso se llama proteger la propia fe.
Ya conoces la idea del ascenso del espíritu a través de los diferentes centros o estadios arquetípicos de la experiencia. Se empieza con las experiencias animales elementales del hambre y la gula, después el celo sexual, más tarde la capacidad física de un tipo u otro. Todos estos estadios de experiencia son acumuladores de energía. Pero después, cuando se llega al centro del corazón y se despierta un sentido de compasión por otra persona o criatura y comprendes que tú y ese otro, en cierto sentido, sois parte de una misma vida, entonces se abre un estadio enteramente nuevo en la vida del espíritu. La apertura del corazón al mundo es lo que mitológicamente está simbolizado en el nacimiento virginal. Significa el nacimiento de una vida espiritual en lo que antes era una vida animal, primariamente humana, con los objetivos puramente físicos de la salud, la progenie, el poder y un poco de diversión.
Pero ahora llegamos a algo distinto. Porque experimentar esta sensación de compasión, de armonía, o incluso de identidad con otro, o con algún principio que trascienda al yo enquistado en nuestra mente como un bien a reverenciar y servir, es el comienzo, de una vez por todas, del camino propiamente religioso de la vida y la experiencia; y esto puede llevar a la búsqueda de una experiencia plena de ese Ser supremo del que todas las formas temporales son reflejo.
Pues bien, este estadio último del ser puede experimentarse en dos sentidos: uno, dándole una forma, y otro sin y más allá de toda forma. Cuando experimentas a tu dios con forma, ahí está tu imaginación, y ahí está dios. Hay un sujeto y hay un objeto. Pero el objetivo místico último es unirse con el dios. Con lo cual la dualidad trasciende, y la forma desaparece. Ahí no hay nadie, ni dios ni tú. Tu mente, más allá de todos los conceptos, se ha disuelto en una identificación con el terreno de tu propio ser, porque aquello a lo que se refiere la imagen metafórica de tu dios es el misterio final de tu propio ser, que es también el misterio del ser del mundo.
M
OYERS
: Por supuesto el punto central de la fe cristiana es que Dios estaba en Cristo, que estas fuerzas elementales de las que hablas se encarnaron en un ser humano que reconcilió a la humanidad con Dios.
C
AMPBELL
: Sí, y la idea básica de los gnósticos y los budistas es que eso también es cierto referido a ti y a mí.