—Cabalgaremos bajo la lluvia; puede que no tengamos oportunidad de ver la luna en ningún momento —murmuró Hiroshi, preocupado.
Takeo se giró hacia Gemba.
—Has demostrado tener conocimiento sobre muchas cosas, dime: ¿continuará el Cielo favoreciéndonos y retrasará las lluvias de la ciruela?
—Veremos qué se puede hacer —prometió Gemba, esbozando una sonrisa a través de las lágrimas.
En el año transcurrido desde que Takeo le pidiera que se hiciese cargo del liderazgo de la Tribu, Shizuka había viajado extensamente por los Tres Países. Había visitado las aldeas ocultas en las montañas, así como las viviendas de los comerciantes en las ciudades, donde los Muto administraban negocios múltiples —y no del todo transparentes— relativos a la elaboración de vino de arroz, la fermentación de semillas de soja, el préstamo con intereses y, en menor medida, el espionaje, la extorsión y la persuasión por la fuerza. La ancestral jerarquía de la Tribu, con su estructura vertical, persistía, al igual que la tradicional lealtad hacia la familia, lo que implicaba que incluso entre los mismos miembros de la organización se ocultaban secretos y a menudo seguían sus propios rumbos.
Por lo general Shizuka era recibida con cortesía y deferencia, si bien a ella no se le escapaba la existencia de cierto estupor, rayano al resentimiento, ante su nuevo cargo. Si Zenko la hubiera apoyado la situación habría sido diferente; pero Shizuka sabía que mientras su hijo siguiera con vida, cualquier insatisfacción en el seno de la familia Muto sería avivada hasta tornarse en desafío. Por esa razón se sentía obligada a ponerse en contacto con todos sus parientes para que le ofrecieran su lealtad y se unieran a ella en contra de su hijo mayor.
La propia Shizuka conocía a la perfección la manera en que se guardaban los secretos en el seno de la Tribu, e imaginaba que ahora la desobediencia por parte de sus miembros podría estar aflorando ya que, muchos años atrás, ella misma había revelado la manera de funcionar de la Tribu al señor Shigeru, cuyos meticulosos archivos al respecto habían permitido a Takeo sacar ventaja y controlar a la organización. Kenji se había enterado del trabajo llevado a cabo por Shizuka, y había optado por pasar por alto lo que sólo podía describirse como traición; pero ella se preguntaba, de vez en cuando, quién más podría haber sospechado de sus acciones. Los miembros de la Tribu jamás olvidaban, y en lo tocante a la venganza eran tan pacientes como implacables.
Un mes más tarde del nacimiento del hijo de Kaede, poco después de que Takeo hubiera partido hacia Miyako, Shizuka hizo los preparativos para ponerse en camino de nuevo: primero en dirección a Yamagata y luego a Kagemura, la aldea situada en las montañas a espaldas de la propia Yamagata; desde allí continuaría hasta Hofu.
—Kaede y el niño parecen encontrarse sanos; creo que puedo marcharme antes de las lluvias de la ciruela —le comentó a Ishida—. Tú cuidarás de ellos. Fumio está ausente, de modo que este año no viajarás.
—El niño es muy fuerte —convino el médico—. Desde luego, uno nunca puede estar seguro con los recién nacidos, ya que a menudo no están lo bastante aferrados a la vida y se resbalan de ella inesperadamente; pero da la impresión de que es un luchador.
—Es un auténtico guerrero —remarcó Shizuka—. ¡Kaede le adora!
—Nunca he visto a una madre tan fascinada con su hijo —admitió Ishida.
Kaede apenas soportaba separarse del pequeño. Le amamantaba ella misma, lo que no había hecho con ninguna de sus tres hijas. Shizuka solía observar la escena con una mezcla de envidia y de lástima; examinaba la feroz concentración del niño mientras succionaba y el afán de protección de la madre, igualmente intenso.
—¿Qué nombre le vais a poner? —preguntó.
—Aún no lo hemos decidido. A Takeo le gustaría llamarle Shigeru; pero el nombre trae recuerdos un tanto tristes, y ya tenemos a Shigeko. Tal vez podría ser alguno de los otros nombres Otori, como Takeshi o Takeyoshi; pero no se llamará de ninguna manera hasta que cumpla los dos años, aunque yo le llamo "mi pequeño león".
Shizuka recordó cómo ella misma había adorado a sus hijos cuando eran pequeños, y reflexionó sobre la decepción y la ansiedad que ahora le causaban.
Cuando se casó con Ishida confiaba en tener una niña, aunque los años fueron pasando y no volvió a concebir. Ahora apenas sangraba; sus posibilidades de volver a ser madre estaban prácticamente agotadas y, desde luego, ya no deseaba que su antiguo sueño se hiciera realidad. Ishida no tenía hijos de su anterior matrimonio. Su esposa había fallecido muchos años atrás y aunque él había deseado volver a casarse, al ser un entusiasta de las mujeres, ninguna le había parecido aceptable al señor Fujiwara. El médico seguía siendo tan cariñoso y amable como de costumbre y, como Shizuka le había comentado a Takeo, ella misma se contentaría con quedarse a vivir en Hagi tranquilamente junto a su marido y seguir ejerciendo de acompañante de Kaede. Pero había accedido a convertirse en cabeza de la familia Muto y, por lo tanto, líder nominal de la Tribu; ahora, las tareas que el cargo conllevaba le consumían todo su tiempo y sus energías. También implicaba la existencia de muchos asuntos que no podía comentar con Ishida. Shizuka amaba a su marido, quien tenía numerosas virtudes dignas de admiración; pero la discreción no se encontraba entre ellas. Hablaba con excesiva libertad sobre todo lo que le interesaba y no siempre acertaba a distinguir entre los asuntos públicos y los privados; sentía una enorme curiosidad acerca del mundo y sus criaturas (ya fueran hombres o animales, plantas o minerales), y comentaba sus últimos descubrimientos y teorías con quienquiera que se encontrara. El vino de arroz le soltaba la lengua aún en mayor medida, e invariablemente olvidaba lo que había estado parloteando la noche anterior. Le agradaban todos los placeres que la paz traía consigo (comida abundante, libertad para viajar, la conexión con los extranjeros y las maravillosas curiosidades que éstos traían desde los lejanos confines del mundo), hasta el extremo que se resistía a admitir al hecho de que la paz siempre estaba amenazada, que no todo el mundo era de fiar, que en su propio círculo familiar podían existir enemigos.
De modo que Shizuka no le confiaba sus temores con respecto a Taku y a Zenko. El propio Ishida apenas recordaba aquella noche en Hofu cuando, a causa de la borrachera, había revelado a Zenko, Hana y el señor Kono sus teorías acerca del poder de la mente humana y los efectos provocados por la creencia en las profecías, y había señalado a Takeo como ejemplo de ello.
Sunaomi y Chikara se entristecieron por la marcha de Shizuka, pero los niños esperaban la llegada de su madre a Hagi antes de finales de mes. Además estaban demasiado ocupados con sus estudios y su entrenamiento como para añorar a su abuela. Desde que se instalaron con la familia Otori, Shizuka había observado atentamente a sus nietos en busca de alguna señal de poderes extraordinarios, pero ambos parecían hijos corrientes de guerrero, no se diferenciaban de los otros chicos de su edad con los que entrenaban, competían y se enzarzaban en peleas.
Al despedirse de ella Kaede la abrazó, y le regaló una capa con capucha —según la última moda— así como un caballo de los establos; se trataba de una yegua que Shizuka había montado con frecuencia. Pero resultaba menos complicado conseguir un caballo que un compañero de viaje. Añoraba a Kondo Kiichi, quien habría sido perfecto para semejante desplazamiento debido a su destreza a la hora de luchar y su lealtad inquebrantable. Shizuka lamentaba la muerte de Kondo. Dado que él no había tenido hijos, ella misma se hacía cargo de recordar el espíritu de su antiguo compañero y rezar por él.
No había necesidad de viajar de incógnito ni utilizar disfraces; sin embargo, la formación que Shizuka había recibido la obligaba a ser cautelosa, y rechazó la oferta de Kaede, consistente en una escolta de guerreros Otori. Por fin eligió a un hombre llamado Bunta, quien años atrás había sido su confidente en Maruyama. Trabajó de mozo de cuadra para la señora Naomi. Cuando ésta murió, Bunta se encontraba en Inuyama y permaneció en la ciudad durante la guerra. Por esa razón había escapado de la purga que Takeo había llevado a cabo entre las familias de la Tribu residentes en Maruyama, aunque en ella perdió a algunos de sus parientes. Tras la guerra y el posterior terremoto, Bunta se fue abriendo camino hasta Hagi, y desde entonces había permanecido al servicio de los Otori. Era unos años más joven que Shizuka y pertenecía a la familia Imai. Taciturno y obediente en apariencia, poseía una serie de habilidades insólitas: se trataba de un experto ladrón, un lacónico narrador de historias (capaz de sonsacar cualquier información) y un especialista en peleas callejeras y combate cuerpo a cuerpo, capaz de beber junto a los juerguistas más curtidos sin perder nunca la cabeza. El pasado en común de ambos había dado lugar a cierto vínculo, y Shizuka intuía que todavía podía confiar en él.
A lo largo del invierno, Bunta le había ido trayendo retazos de información y, en cuanto llegó el deshielo, partió a Yamagata "para averiguar en qué dirección soplaba el viento", según palabras de Shizuka. Las noticias que trajo consigo resultaban preocupantes: Taku no había regresado a Inuyama, sino que seguía en Hofu; Zenko mantenía tratos cercanos con los Kikuta y se consideraba a sí mismo el maestro de los Muto; la propia familia se hallaba dividida. Tales eran los asuntos que Shizuka había comentado con Takeo antes de la partida de éste, pero no habían llegado a tomar ninguna decisión. El nacimiento del niño y los preparativos para el viaje a Miyako habían copado la atención de su primo. Ahora Shizuka se veía obligada a actuar, a hacer todo lo posible para que los Muto le guardaran fidelidad; también debía asegurarse de que las gemelas, Maya y Miki, estuvieran a salvo.
Las amaba como a las hijas que nunca había tenido. Había cuidado de ellas durante el largo periodo que Kaede había tardado en recuperarse del parto doble, había supervisado el entrenamiento de las niñas con la Tribu y las había protegido de todos cuantos las miraban mal.
Shizuka tenía otro objetivo, si bien no estaba segura de lograr cumplirlo. Ya le había propuesto la idea a Takeo, pero éste la había rechazado. No podía evitar acordarse de otro señor de la guerra, Iida Sadamu, y del complot para asesinarle. Ojalá el mundo resultara tan simple como entonces. Shizuka le había dicho a Takeo que, en calidad de cabeza de los Muto y antigua amiga de los Otori, tenía que aconsejarle que se librara de Zenko. Ésta seguía siendo su opinión cuando reflexionaba con claridad de mente, pero cuando pensaba como madre...
"Takeo me pidió que no acabará con la vida de Zenko. No tengo por qué actuar en contra de sus deseos. Nadie puede esperar de mí que lo haga", se dijo.
Sin embargo, en alguna parte secreta de su persona sabía que se estaba engañando a sí misma.
No comentaba tal idea con nadie; pero de vez en cuando la retomaba y la examinaba atentamente, tratando de acostumbrarse a su naturaleza tenebrosa, a su amenaza, a la tentación que suponía.
El hijo de Bunta, un muchacho de quince o dieciséis años, les acompañaba. Cuidaba de los caballos, compraba comida y cabalgaba por delante para hacer las disposiciones necesarias en el siguiente lugar de parada. Las condiciones del tiempo eran espléndidas; la siembra de primavera había concluido y los arrozales adquirían tonos verdosos y azules, por las semillas a medio germinar y por el reflejo del cielo, respectivamente. Las carreteras resultaban seguras y se hallaban en buen estado. En las poblaciones reinaba la alegría y la prosperidad. La comida era abundante y deliciosa, pues las posadas de carretera competían entre sí en la elaboración de las exquisiteces y especialidades de la comarca.
Shizuka no dejaba de maravillarse de los logros conseguidos por Takeo y Kaede, de la riqueza y el bienestar de su país, y le dolía la sed de poder y el ansia de venganza que lo amenazaban.
Y es que no todos se alegraban de la estabilidad y la paz de los Tres Países. En Tsuwano, la familia Muto con la que se alojaron protestaba por su falta de estatus entre los mercaderes, ahora que tantos otros se dedicaban al comercio; y en Yamagata, en la antigua vivienda de Kenji (en la actualidad propiedad de Yoshio, uno de los primos de Shizuka), la conversación de la velada giró en torno a la añoranza de los viejos tiempos, cuando los Kikuta y los Muto eran amigos y todo el mundo les temía y respetaba.
Shizuka conocía a su primo casi desde que éste naciera. Era uno de los chicos a los que había vencido y aventajado durante la infancia de ambos en la aldea oculta. Yoshio trataba a su prima con familiaridad y le habló con franqueza. Shizuka ignoraba si podía contar con el apoyo de él, pero al menos se mostraba sincero.
—Era distinto mientras Kenji vivía —observó Yoshio—. Todos le respetaban y entendían sus razones para hacer las paces con los Otori. Takeo tenía información que podría haber destruido a la Tribu, como él mismo estuvo a punto de hacer en Maruyama. En aquel entonces era la manera conveniente de actuar, una forma de conseguir tiempo y conservar nuestra fortaleza. Pero cada vez con más frecuencia, la gente dice que las demandas de justicia por parte de los Kikuta deben ser escuchadas; Takeo es culpable de las mayores ofensas: escapó de la Tribu y mató al maestro de su familia. Se ha salido con la suya todos estos años, pero ahora la unión entre Akio y Arai Zenko otorga a ambos una posición de ventaja para enjuiciarle.
—Kenji juró lealtad a Takeo en nombre de la familia Muto al completo —le recordó Shizuka—, al igual que lo ha hecho mi hijo en numerosas ocasiones. Además yo no soy cabeza de los Muto sólo por decisión de Takeo; también era el deseo de mi tío Kenji.
—En lo que a la mayoría de nosotros concierne, Kenji no puede hablar desde la tumba. Estoy siendo sincero contigo, Shizuka. Siempre te he admirado y apreciado, aunque eras una niña insufrible; pero aquello se te pasó. ¡Incluso fuiste bastante atractiva una temporada!
Sonrió abiertamente a su prima y le rellenó el cuenco.
—Puedes ahorrarte los cumplidos —replicó ella, y se bebió el vino de un solo trago—. Soy demasiado mayor para eso.
—Además de luchar como un varón, también bebes como un hombre —dijo él con no poca admiración.
—También puedo ejercer el mando como un hombre.
—No lo dudo; pero, como te decía, en la Tribu no ha caído bien el hecho de que fuera Takeo quien te nombrase. Los asuntos de la familia Muto nunca han sido decididos por los señores de la guerra...