Había sido más fácil decirlo que hacerlo. Habían pasado más de tres décadas desde que había hecho el camino atravesando la ciudad con Rictus, y eran incontables las cosas que habían cambiado. Había nuevas plazas y nuevos barrios pobres; nuevos coches en las calles y nuevos aviones en el aire. Demasiadas distracciones para mantener a Harvey atento a las pistas.
—No recuerdo qué camino es tal o cual —admitió, después de haber buscado durante media jornada—. No hay ninguna calle que recuerde.
—Lo iremos intentando, hijo —dijo su padre—. Todo se aclarará.
No se aclaró nada. Pasaron el resto del día yendo de una parte a otra, esperando algún signo que accionara la memoria del muchacho, pero la tarea era frustrante. De vez en cuando, en alguna plaza o calle, Harvey diría:
—Puede que sea éste el lugar.
Y ellos marchaban en una dirección o en otra, sólo para encontrarse con que la pista se enfriaba pocas calles más allá.
Aquella tarde, su padre volvió a practicarle un examen.
—Si tan sólo pudieras recordar cómo era la casa —dijo—, yo podría describirla a la gente.
—Era grande. Esto lo recuerdo. Y vieja. Estoy seguro de que era muy vieja.
—¿Podrías dibujarla?
—Puedo intentarlo.
Y lo hizo. A pesar de no ser un gran artista, su mano parecía recordar más que su cerebro, puesto que al cabo de media hora había dibujado la casa con bastante detalle. A su padre le gustó.
—Mañana nos llevaremos este dibujo —dijo—. Puede que alguien lo reconozca.
Pero el segundo día fue tan frustrante como el primero. Nadie conocía la casa que Harvey había dibujado ni nada remotamente parecido. Al final de la tarde, el padre de Harvey ya se mostraba irritable.
—¡Es inútil! —dijo—. Por lo menos he preguntado a quinientas personas y nadie, absolutamente nadie, ha reconocido ni siquiera vagamente este lugar.
—No es nada raro —afirmó Harvey—. No creo que nadie que haya visto la casa haya podido escapar, excepto Wendell y yo.
—Deberíamos contar todo esto a la policía —dijo su madre—, y dejar que ellos tomen cartas en el asunto.
—¿Y qué les vamos a contar? —respondió el padre, levantando la voz—. ¿Que suponemos que hay una casa por ahí que se esconde en una niebla y roba niños por arte de magia? ¡Es ridículo!
—Cálmate, por Dios —dijo la madre de Harvey—. Vamos a hablar de esto después de comer.
Volvieron a casa caminando, comieron y discutieron nuevamente el problema, pero sin llegar a ninguna solución. El señor Hood había tendido cuidadosamente sus trampas a lo largo de los años, para quedar protegido de las leyes del mundo real. Seguro, detrás de las nieblas de su ilusión, probablemente ya había encontrado a dos nuevos e inconscientes prisioneros para sustituir a Harvey y Wendell. Parecía que su maleficio continuaría sin ser descubierto ni castigado.
Al día siguiente, el padre de Harvey tomó una determinación.
—Esta búsqueda no nos lleva a ninguna parte —dijo—. Vamos a terminar con ella.
—¿Vas
a ir a la
policía? —preguntó la esposa.
—Sí. Y querrán que Harvey les cuente todo lo que sabe. Esto va a ser difícil, hijo.
—No me van a creer —dijo Harvey.
—Ésta es la razón por la que quiero hablarles yo primero —respondió su padre—. Encontraré a alguien que escuche.
Se marchó pronto, después de desayunar, con expresión de cansancio en su cara.
—Todo es culpa mía —aseguró Harvey a su madre—. Hemos perdido juntos todo este tiempo, sólo porque yo estaba aburrido.
—No te culpes, hijo. Todos estamos tentados, de vez en cuando, de hacer cosas que luego lamentamos. Algunas veces erramos al escoger.
—Yo sólo desearía saber cómo deshacer todo esto —respondió Harvey.
Su madre se fue de compras a media mañana y dejó a Harvey obsesionado con esta idea. ¿Había alguna forma de deshacer el daño que se había hecho? ¿De recuperar los años que le habían robado y vivirlos aquí, con la gente que le amaba y a quienes él amaba más en el mundo?
Estaba sentado junto a la ventana de su habitación, concentrándose en el problema, cuando vio la figura de un niño vagando en la esquina. Abrió la ventana y le gritó:
—¡Wendell! ¡Wendell! ¡Aquí!
Enseguida bajó corriendo la escalera. Cuando abrió la puerta, su amigo ya estaba en el umbral, con la cara enrojecida y mojada de lágrimas y sudor.
—¿Qué ha pasado? —preguntó—. Todo está cambiado. —Sus palabras eran entrecortadas por sollozos—. Mi papá se divorció de mamá y mamá se ha hecho tan vieja... Harvey, y gorda como una casa. —Se enjugó la nariz con el dorso de la mano y sorbió fuerte—. ¡No se suponía que fuera así! —concluyó—. ¿O, sí?
Harvey hizo cuanto pudo para explicarle cómo la casa les había traicionado, pero Wendell no estaba para teorías. Lo único que quería era quitarse de encima aquella pesadilla.
—Quiero que las cosas sean como antes —dijo llorando.
—Mi papá ha ido a la policía —le confesó Harvey—. Va a contárselo todo.
—Eso no hará ningún bien —afirmó Wendell desesperadamente—. Nunca encontrarán la casa.
—Tienes razón. Fui a buscarla con mis padres, pero fue inútil. Se está escondiendo.
—Claro que se esconde de ellos, estúpido —dijo Wendell—. No quiere a personas mayores.
—Es verdad —respondió Harvey—. Sólo quiere niños. Y apuesto que nos quieren a ti y a mí más que nunca.
—¿Por qué lo supones?
—Casi nos han tenido. Por poco nos comen vivos.
—Entonces, ¿crees que tienen un apetito especial por nosotros?
—Estoy seguro.
Wendell miró a sus pies por un momento.
—Tú crees que debemos volver, ¿no?
—Yo creo que nadie de los que han crecido, mi padre, tu madre o la policía, encuentren nunca la casa. Si queremos recuperar todos estos años, debemos ir a buscarlos nosotros.
—No me gusta mucho la idea —confesó Wendell.
—Tampoco a mí —dijo Harvey, pensando que debería dejar una nota a sus padres para que no creyeran que su vuelta había sido un sueño—. Debemos ir.
—¿Cuándo partimos?
—¡Ahora! —dijo Harvey resueltamente—. Ya hemos perdido demasiado tiempo.
Era como si la casa supiera que iban a volver y les llamara. Tan pronto como emprendieron la marcha, sus pies parecían conocer el camino. Todo lo que tenían que hacer era dejarse llevar.
—¿Qué vamos a hacer cuando lleguemos? —quiso saber Wendell—. Quiero decir, que la última vez escapamos salvando la vida por los pelos.
—La señora Griffin nos va a ayudar —dijo Harvey.
—Suponte que Carna se le haya comido la cabeza.
—Entonces, tendremos que hacerlo solos.
—Hacer ¿qué?
—Encontrar a Hood.
—Pero ¿no dijiste que estaba muerto?
—No creo que estar muerto signifique mucho para una criatura como él —dijo Harvey—. Está en algún lugar de la casa, Wendell, y tenemos que cazarle, nos guste o no. Él es quien nos ha robado estos años que debimos pasar con nuestros padres, y no los vamos a recuperar hasta que nos enfrentemos a él.
—Lo dices como si pareciera fácil —dijo Wendell.
—Toda la casa es una caja de trampas —le recordó Harvey—. Las estaciones. Los regalos. Todo son ilusiones. Tenemos que partir de este hecho.
—¡Mira, Harvey!
Wendell señaló al frente. Harvey recordó la calle en un abrir y cerrar de ojos. Treinta y tres días antes había estado allí con Rictus y había escuchado al tentador hablarle del maravilloso lugar que había al otro lado de la pared de niebla que tenían enfrente.
—Pues aquí la tenemos.
Era extraño, pero no sentía miedo, incluso sabiendo que iban de nuevo a ponerse en manos de su enemigo. Era mejor enfrentarse ahora con Hood y sus ilusiones que pasarse el resto de la vida interrogándose acerca de Lulu y doliéndose por los años que había perdido.
—¿Estás dispuesto? —preguntó a Wendell.
—Antes de ir —respondió su amigo—, ¿podemos tratar de aclarar una cosa? Si todo en la casa son ilusiones, ¿cómo es que sentimos el frío? ¿Y por qué engordo al comer los pasteles de la señora Griffin? Y...
—No lo sé —le cortó Harvey, estremeciéndose por la duda—. No puedo explicar cómo trabaja la magia de Hood. Todo lo que sé es que nos ha quitado todos estos años para alimentarse él.
—¿Alimentarse?
—Sí. Como... como... como un vampiro.
Era la primera vez que Harvey pensaba así de Hood, pero instintivamente le parecía lógico. La sangre era vida, y la vida era lo que Hood alimentaba. Era un vampiro, no cabía la menor duda. Tal vez un rey entre los vampiros.
—¿Y no vamos a necesitar una estaca, agua bendita... o algo?
—Esto es sólo en los cuentos —respondió Harvey.
—Pero, ¿y si nos ataca?
—Lucharemos.
—Lucharemos ¿con qué?
Harvey se estremeció de nuevo. La verdad era que no lo sabía. Pero de lo que sí estaba seguro era de que las cruces y las plegarias no servirían de nada en la batalla que tenían por delante.
—No hablemos más —dijo a Wendell—. Si no quieres venir, no vengas.
—Yo no he dicho eso.
—Muy bien —respondió Harvey. Y empezó a avanzar hacia el muro.
Wendell le siguió, pegado a sus talones, y cuando Harvey dio el primer paso hacia el interior de la niebla, él se agarró a la manga de su amigo para entrar tal como habían salido, o sea juntos.
La niebla les envolvía como una manta empapada de agua, presionando tanto sobre sus caras que Harvey casi pensó que intentaba asfixiarles. Pero, en realidad, sólo quería que no cambiaran de idea. Un momento después, hubo una vibración en sus pliegues y les arrojó al otro lado.
El reino de Hood estaba en pleno verano, la estación del ocio. El sol, que había estado escondido en nubes de lluvia al otro lado de la niebla, lucía aquí con todo su esplendor sobre la casa y todos sus alrededores. Los árboles se movían bajo una fragante brisa. Las puertas y ventanas de la casa, su porche y sus chimeneas, relucían como si todo estuviera recién pintado.
Había canciones de bienvenida en los aleros; olores de bienvenida en la cocina; risas de bienvenida que se oían a través del portal. Atmósfera de bienvenida por todas partes.
—Había olvidado... —murmuró Wendell.
—¿Qué habías olvidado?
—Lo... lo bonito que es todo esto.
—No te dejes engañar —respondió Harvey—. Todo es ilusión, ¿recuerdas? Todo.