Vin aterrizó con fuerza, el peltre aún apagado para no mezclarlo con duralumín. Volvió a encenderlo al instante, mientras rodaba para ponerse en pie. Dio un codazo en el estómago a una de las mujeres, luego le agarró la cara y se la golpeó contra la mesa, dejándola inconsciente. La otra mujer estaba sentada en el suelo, aturdida. Vin sonrió, luego la agarró por la garganta y apretó.
Fue brutal, pero Vin no cedió hasta que la mujer cayó inconsciente, algo demostrado por el hecho de que dejó caer su nube de cobre.
Vin suspiró al soltarla. La espía inconsciente se desplomó en el suelo.
Vin se volvió. Los jóvenes de Lentoveloz miraban ansiosos. Vin les indicó que se acercaran.
—Ocultadlas en los matorrales —ordenó Vin rápidamente—, y luego sentaos a la mesa. Si alguien pregunta por ellas, decid que las visteis seguirme de regreso a la fiesta. Esperemos que eso mantenga confundido a todo el mundo.
Los hombres se ruborizaron:
—Pero…
—Haced lo que os digo o marchaos —replicó Vin—. No discutáis conmigo. Las dejé a ambas con vida, y no puedo permitir que informen de que he escapado a su vigilancia. Si se mueven, tendréis que dejarlas de nuevo inconscientes.
Los hombres asintieron, reacios.
Vin se desabrochó el vestido, dejando que el atuendo cayera al suelo y revelando la estilizada ropa oscura que llevaba debajo. Entregó el vestido a los dos hombres para que también lo escondieran, y entonces entró en el edificio, lejos de la fiesta. En el interior del brumoso pasillo encontró una escalera, y la bajó. La distracción de Elend estaba ahora en pleno apogeo. Era de esperar que no duraría mucho.
—Así es —dijo Elend, mirando a Yomen de brazos cruzados—. Un duelo. ¿Por qué hacer que los ejércitos luchen por la ciudad? Tú y yo podríamos zanjarlo nosotros solos.
Yomen no se rio ante la ridícula idea. Simplemente permaneció sentado a su mesa, los ojos pensativos fijos en aquella cabeza calva y tatuada, la perla de atium atada a la frente que chispeaba a la luz de los faroles. El resto de la multitud reaccionaba como Elend había esperado. Las conversaciones habían muerto, y la gente se había acercado, abarrotando el salón de baile para ver la confrontación entre el emperador y el rey.
—¿Por qué piensas que yo accedería a una cosa así? —preguntó por fin Yomen.
—Todos los informes dicen que eres un hombre de honor.
—Pero tú no —respondió Yomen, señalando a Elend—. Este mismo ofrecimiento lo demuestra. Eres alomántico: no habría ni punto de comparación entre nosotros. ¿Qué honor habría en eso?
A Elend eso le traía sin cuidado. Sólo quería mantener a Yomen ocupado el mayor tiempo posible.
—Entonces elige a un campeón. Combatiré contra él.
—Sólo un nacido de la bruma sería rival para ti —dijo Yomen.
—Entonces envíame uno.
—¡Ay!, no tengo ninguno. Gané mi reino con justicia, legalidad y la gracia del Lord Legislador… no a través de amenazas de asesinato, como hiciste tú.
¿Ningún nacido de la bruma, dices?
, pensó Elend, sonriendo.
¿Así que tu «justicia, legalidad y gracia» no excluyen la mentira?
—¿Dejarías morir a tu gente? —preguntó Elend en voz alta, haciendo un gesto con la mano que abarcaba toda la sala. Más y más gente se reunía para mirar—. ¿Todo por tu orgullo?
—¿Orgullo? —exclamó Yomen, inclinándose hacia delante—. ¿Llamas orgullo a defender tu propio gobierno? Yo llamo orgullo a marchar con tus ejércitos contra el reino de otro hombre, buscando intimidarlo con bárbaros monstruos.
—Monstruos que tu propio Lord Legislador también creó y usó para intimidar y conquistar.
Yomen vaciló.
—Sí, el Lord Legislador creó a los koloss —dijo—. Fue su prerrogativa decidir cómo se empleaban. Además, los mantuvo lejos de las ciudades civilizadas… Sin embargo, tú los has traído a nuestras mismas puertas.
—Sí, y no han atacado —contestó Elend—. Porque puedo controlarlos como hacía el Lord Legislador. ¿No te sugiere eso que he heredado su derecho a gobernar?
Yomen frunció el ceño, tal vez al advertir que los argumentos de Elend no dejaban de cambiar, que decía lo que se le ocurría para mantener la discusión en marcha.
—Puede que tú no estés dispuesto a salvar esta ciudad —dijo Elend—, pero hay otros que son más sabios. No creerás que he venido aquí sin aliados, ¿no?
Yomen vaciló de nuevo.
—Sí —afirmó Elend, observando a la multitud—. No te enfrentas sólo a mí, Yomen. Te enfrentas a tu propio pueblo. ¿Quiénes te traicionarán, llegado el momento? ¿Hasta qué punto puedes confiar en ellos?
Yomen bufó:
—Amenazas vanas, Venture. ¿De qué va todo esto?
Sin embargo, Elend notó que sus palabras molestaban a Yomen. El hombre no se fiaba de la nobleza local. Sería un necio si lo hiciera.
Elend sonrió, preparándose para su siguiente argumento. Podía mantener esta discusión durante un rato. Pues, si había una cosa en concreto que había aprendido al crecer en casa de su padre, era ésta: cómo incordiar a la gente.
Tienes tu distracción, Vin
, pensó Elend.
Esperemos que puedas terminar la lucha por esta ciudad antes de que realmente comience.
Cada clavo, meticulosamente colocado, puede determinar de qué manera el cuerpo del receptor es alterado por la hemalurgia. Un clavo en un sitio concreto creará una bestia monstruosa, casi sin mente. En otro sitio, un clavo creará un diestro, aunque homicida, inquisidor.
Sin el conocimiento instintivo conseguido al tomar el poder del Pozo de la Ascensión, Rashek jamás habría podido usar la hemalurgia. Con su mente ampliada, y con un poco de práctica, pudo intuir dónde colocar los clavos que crearían los sirvientes que quería.
Es un hecho poco conocido que las cámaras de tortura de los inquisidores eran en realidad laboratorios hemalúrgicos. El Lord Legislador intentaba constantemente desarrollar nuevas clases de servidores. Es un testamento a la complejidad de la hemalurgia que, a pesar de mil años de intentarlo, nunca consiguiera crear nada con ella aparte de los tres tipos de criaturas desarrolladas durante aquellos breves momentos en que ostentó el poder.
Vin bajó por las escaleras de piedra. Desde abajo resonaban sonidos extraños. No tenía antorcha ni farol, y la escalera no estaba iluminada; sin embargo, desde abajo se reflejaba la suficiente luz para permitirle ver a través de sus ojos amplificados por el estaño.
Cuanto más lo pensaba, más sentido cobraba el gran sótano. Éste era el Cantón de Recursos, el brazo del Ministerio encargado de alimentar a la gente, mantener los canales y avituallar a los otros cantones. Vin suponía que este sótano estuvo una vez repleto de suministros. Si el depósito estaba realmente aquí, sería el primero que descubría oculto bajo un edificio del Cantón de Recursos. Vin esperaba encontrar en él grandes cosas. ¿Qué mejor lugar para ocultar tu atium y tus recursos más importantes que con una organización encargada del transporte y el almacenaje por todo el imperio?
La escalera era sencilla, utilitaria, y empinada. Vin arrugó la nariz ante el aire rancio, que parecía aún más sofocante para su amplificado sentido del olor. Con todo, agradecía la vista ampliada por el estaño, por no mencionar el oído, que le permitió captar el sonido de armaduras allá abajo… un indicativo de que necesitaba moverse con mucha cautela.
Y eso hizo. Llegó al pie de la escalera y se asomó a la esquina. Tres estrechos pasillos de piedra surgían del rellano, cada uno extendiéndose en una dirección distinta en ángulos de noventa grados. Los sonidos procedían de la derecha, y cuando Vin se asomó un poco más, casi dio un salto al ver a una pareja de guardias apoyados perezosamente contra la pared a poca distancia.
Guardias en los pasillos
, pensó Vin, volviendo hacia la escalera.
Definitivamente, Yomen quiere proteger algo aquí abajo.
Vin se agazapó sobre la fría y áspera piedra. El peltre, el acero y el hierro eran de relativa poca utilidad en estos momentos. Podía abatir a ambos guardias, pero sería arriesgado, ya que no podía permitirse hacer ningún ruido. No sabía dónde estaba el depósito, y por tanto no podía permitirse armar alboroto, no todavía.
Cerró los ojos, quemando latón y zinc. Despacio y con cuidado, aplacó las emociones de los dos soldados. Los oyó echarse hacia atrás, apoyarse contra la pared del pasillo. Entonces inflamó su sensación de aburrimiento, tirando de esa emoción. Volvió a asomarse a la esquina, manteniendo la presión, a la espera.
Uno de los hombres bostezó. Segundos más tarde, lo hizo el otro. Entonces bostezaron ambos a la vez. Y Vin cruzó el rellano y se asomó al pasillo oscuro del otro lado. Se apretujó contra la pared, el corazón latiéndole rápidamente, y esperó. No oyó ningún grito, aunque uno de los guardias murmuró que estaba cansado.
Vin sonrió entusiasmada. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había tenido que colarse en algún sitio. Había espiado y explorado, pero siempre confiando en las brumas, la oscuridad y su capacidad para moverse rápido para protegerla. Esto era diferente. Le recordaba los días en que Reen y ella robaban casas.
¿Qué diría ahora mi hermano?
, se preguntó, recorriendo el pasillo con pasos silenciosos, innaturalmente ligeros.
Pensaría que me he vuelto loca al colarme en un edificio no por riquezas, sino por información
. Para Reen, la vida era supervivencia, los sencillos y duros hechos de la supervivencia. No te fíes de nadie. Hazte indispensable para tu banda, pero no seas demasiado amenazadora. Sé implacable. Mantente con vida.
Vin no había olvidado sus lecciones. Siempre formarían parte de ella: eran lo que la había mantenido viva y alerta, incluso durante sus años con la banda de Kelsier. Pero no las seguía al pie de la letra. Las templaba con confianza y esperanza.
Tu confianza te matará algún día
, pareció susurrarle Reen en el fondo de su mente. No obstante, como es lógico, ni siquiera el propio Reen se había ceñido a su código a la perfección. Había muerto protegiendo a Vin, negándose a entregarla a los inquisidores, aunque hacerlo podría haberle salvado la vida.
Vin continuó adelante. Pronto quedó claro que el sótano era una extensa red de estrechos pasillos que rodeaban salas más grandes. Se asomó a una, entornó la puerta y encontró algunos suministros. Eran artículos básicos, harina y similares, no los suministros de larga duración cuidadosamente envasados, organizados y catalogados de un depósito cualquiera.
Tiene que haber una zona de descarga en uno de estos pasillos
, supuso Vin.
Probablemente sea una rampa que conduzca a ese subcanal que discurre por la ciudad.
Vin siguió su camino, aunque sabía que no tendría tiempo de registrar todas las habitaciones del sótano. Se acercó a otro cruce de pasillos y se agazapó, frunciendo el ceño. La distracción de Elend no duraría eternamente, y tarde o temprano alguien acabaría por descubrir a las mujeres que había dejado inconscientes. Tenía que llegar rápido al depósito.
Miró alrededor. Los pasillos estaban escasamente iluminados por alguna lámpara ocasional. Sin embargo, la principal fuente de luz parecía proceder de la izquierda. Recorrió este pasillo, y las lámparas se hicieron más frecuentes. Pronto captó el sonido de voces, y se movió con más cuidado al acercarse a otra intersección. Se asomó. A lo lejos, advirtió a dos soldados a la izquierda. A su derecha, había cuatro.
Entonces aquí es
, pensó. Sin embargo, esto iba a ser un poco más difícil.
Cerró los ojos, prestando atención. Podía oír a ambos grupos de soldados, pero parecía haber algo más. Otros grupos en la distancia. Vin detectó uno de éstos y empezó a tirar con un poderoso influjo de emociones. Aplacar y encender no se bloqueaban con piedra o acero; durante los días del Imperio Final, el Lord Legislador había emplazado aplacadores en diversas secciones de los suburbios skaa, para que suavizaran las emociones de todos los que estaban cerca, afectando a cientos, incluso a miles de personas a la vez.
Esperó. No sucedió nada. Intentaba encender la furia y la irritabilidad de los hombres. Sin embargo, no sabía si estaba tirando en la dirección adecuada. Además, aplacar y encender no eran acciones tan precisas como empujar acero. Brisa siempre explicaba que el contorno emocional de una persona era un complejo amasijo de pensamientos, instintos y sentimientos. Un alomántico no podía controlar mentes y acciones. Sólo podía empujar.
A menos…
Inspirando profundamente, Vin apagó todos sus metales. Entonces quemó duralumín y zinc, y tiró en la dirección de los lejanos guardias, golpeándolos con un poderoso estallido amplificado de alomancia emocional.
Una imprecación retumbó al momento por todo el pasillo. Vin se estremeció. Por fortuna, el ruido no iba dirigido a ella. Los guardias del pasillo se asomaron, y la discusión en la distancia se hizo más fuerte, más ferviente. Vin no tuvo que quemar estaño para oír la refriega cuando estalló y los hombres se gritaron unos a otros.
Los guardias de la izquierda corrieron a averiguar cuál era el origen del tumulto. Los de la derecha dejaron a dos hombres atrás, y por eso Vin bebió un frasco de metales, y luego encendió sus emociones, ampliando al máximo su sentido de la curiosidad.
Los dos hombres corrieron tras sus compañeros, y Vin se abalanzó hacia ese pasillo. Vio que sus instintos habían resultado ser correctos: los cuatro hombres vigilaban una puerta que daba a una de las salas de almacenamiento. Vin tomó aire, abrió la puerta y se metió dentro. La trampilla interior estaba cerrada. Pero ella sabía qué buscar. La abrió y saltó a la oscuridad.