Me pregunto qué habría sucedido si lo hubiéramos encontrado
, pensó Sazed, cogiendo una menteacero y puliéndola suavemente.
Probablemente, nada
. Por el momento, había renunciado a su obra con las religiones de su cartapacio, pues se sentía demasiado desanimado para estudiar.
Quedaban cincuenta religiones en su cartapacio. ¿Por qué se había estado engañando a sí mismo, esperando encontrar en ellas una verdad que no existía en las anteriores doscientas cincuenta? Ninguna de las religiones había conseguido sobrevivir al tiempo. ¿No debería dejarlas correr? Estudiarlas parecía formar parte de la gran falacia de los guardadores. Se habían esforzado por recordar las creencias de los hombres, pero esas creencias ya habían demostrado que carecían de fuerza para sobrevivir. ¿Por qué devolverlas a la vida? Parecía tan absurdo como revivir a un animal enfermo para que pudiera volver a ser víctima de los depredadores.
Continuó puliendo. Por el rabillo del ojo, vio que Brisa lo observaba. El aplacador había venido a la «habitación» de Sazed, quejándose de que no podía dormir, no con Fantasma todavía por ahí fuera. Sazed había asentido, pero siguió puliendo. No quería conversar, sólo estar solo.
Por desgracia, Brisa se levantó y se acercó.
—A veces no te entiendo, Sazed —reveló Brisa.
—No pretendo ser misterioso, Lord Brisa —respondió Sazed, pasando a pulir un pequeño anillo de bronce.
—¿Por qué las cuidas tanto? Ya nunca te las pones. De hecho, pareces despreciarlas.
—No desprecio las mentes de metal, Lord Brisa. En cierto modo, son lo único sagrado que queda en mi vida.
—Pero tampoco te las pones.
Sazed continuó puliendo:
—No. No me las pongo.
—Pero ¿por qué? —preguntó Brisa—. ¿Crees que ella habría querido esto? También era guardadora. ¿De verdad crees que habría querido que renunciaras a tus mentes de metal?
—Este hábito mío concreto no tiene nada que ver con Tindwyl.
—¿Ah, no? —preguntó Brisa, suspirando mientras se sentaba a la mesa—. ¿Qué quieres decir? Porque, sinceramente, Sazed, me confundes. Comprendo a la gente. Me molesta no poder comprenderte a ti.
—Después de la muerte del Lord Legislador —dijo Sazed, soltando el anillo—, ¿sabes a qué me dediqué?
—A enseñar. Te marchaste para restaurar el conocimiento perdido al pueblo del Imperio Final.
—¿Y llegué a contarte alguna vez cómo me fue con la enseñanza?
Brisa negó con la cabeza.
—Mal —dijo Sazed, cogiendo otro anillo—. A la gente no le importaba. No les interesaban las religiones del pasado. ¿Y por qué debería? ¿Para qué adorar algo en lo que antes se creía?
—A la gente siempre le interesa el pasado, Sazed.
—Puede que les interese, pero el interés no es fe. Estas mentes de metal son cosa de museos y bibliotecas antiguas. Poco útiles para la gente moderna. Durante los años del reinado del Lord Legislador, los guardadores pretendimos estar haciendo un trabajo vital. Creíamos estar haciendo un trabajo vital. Y, sin embargo, lo cierto es que al final tuvimos poco valor real. Vin no necesitó este conocimiento para matar al Lord Legislador.
—Probablemente soy el último de los guardadores. Los pensamientos de estas mentes de metal morirán conmigo. Y, en ocasiones, no puedo lamentarlo. Ésta no es una época para eruditos y filósofos. Los eruditos y los filósofos no dan de comer a los niños hambrientos.
—¿Y por eso ya no te las pones? —preguntó Brisa—. ¿Porque crees que son inútiles?
—Es más que eso. Llevar estas mentes de metal sería fingir. Estaría fingiendo que considero útiles las cosas que hay en ellas, y aún no he decidido si me lo parecen. Llevarlas ahora parecería una traición. Las aparto, pues no puedo hacerles justicia. No estoy preparado para creer, como antes, que recopilar conocimiento y religiones es más importante que actuar. Tal vez si los guardadores hubieran luchado, en vez de sólo memorizado, el Lord Legislador habría caído hace siglos.
—Pero tú resististe, Sazed. Tú luchaste.
—Ya no me represento a mí mismo, Lord Brisa —replicó Sazed en voz baja—. Represento a todos los guardadores, porque al parecer soy el último. Y, siendo el último, no creo en las cosas que una vez enseñé. No puedo admitir de manera consciente que soy el guardador que fui.
Brisa suspiró, sacudiendo la cabeza:
—Eso no tiene sentido.
—Tiene sentido para mí.
—No, yo diría que sólo estás confundido. Puede que éste no te parezca un mundo para eruditos, mi querido amigo, pero creo que se demostrará que estás equivocado. Ahora, que sufrimos en la oscuridad que podría ser el final de todo, es cuando más necesitamos conocimiento.
—¿Por qué? —preguntó Sazed—. ¿Para poder enseñar a un moribundo una religión en la que yo no creo? ¿Para hablar de un dios que sé que no existe?
Brisa se inclinó hacia delante:
—¿De verdad crees eso? ¿Que nada nos observa?
Sazed continuó puliendo sus metales en silencio.
—Aún tengo que decidirlo —dijo por fin—. En ocasiones, he tenido esperanza de encontrar alguna verdad. Hoy, sin embargo, esa esperanza me parece muy lejana. Hay oscuridad en esta tierra, Brisa, y no estoy seguro de que podamos combatirla. No estoy seguro de querer combatirla.
Brisa pareció preocupado por eso. Abrió la boca, pero antes de que pudiera responder, un temblor sacudió la caverna. Los anillos y brazaletes de la mesa se estremecieron y tintinearon mientras toda la habitación se estremecía, y se produjo un pequeño estrépito cuando algunos de los alimentos cayeron; no muchos, pues los hombres del capitán Goradel habían hecho un buen trabajo quitando la mayor parte de los estantes y colocándola en el suelo, para que así pudieran soportar mejor los terremotos.
Poco después, los temblores remitieron. Un Brisa pálido se sentó, contemplando el techo de la caverna.
—Te lo digo, Sazed. Cada vez que viene uno de esos temblores, me pregunto si es sabio escondernos en una cueva. No es el más seguro de los lugares durante un terremoto, creo.
—Por el momento, no tenemos otra opción.
—Cierto, supongo. ¿No… no te parece que los temblores son cada vez más frecuentes?
—Sí —respondió Sazed, recogiendo unos cuantos brazaletes del suelo—. Sí, así es.
—Tal vez… esta región sea más proclive a ellos —dijo Brisa, aunque no parecía convencido. Se volvió para mirar a un lado y vio al capitán Goradel que rodeaba un estante y se acercaba velozmente a ellos.
—¡Ah!, ya veo que vienes a comprobar cómo estamos —dijo Brisa—. Hemos sobrevivido sin problemas al temblor. No hay ninguna necesidad de urgencia, mi querido capitán.
—No es eso —dijo Goradel, resoplando—. Es Lord Fantasma. Ha vuelto.
Sazed y Brisa intercambiaron una mirada, y se levantaron de sus asientos para seguir a Goradel a la entrada de la cueva. Encontraron a Fantasma bajando las escaleras. Tenía los ojos descubiertos, y Sazed vio una nueva dureza en la expresión del joven.
No hemos prestado suficiente atención al muchacho.
Los soldados retrocedieron. Había sangre en la ropa de Fantasma, aunque no parecía herido. Su capa estaba quemada en algunos sitios, y la parte inferior terminaba en un desgarro chamuscado.
—Bueno —dijo Fantasma, mirando a Brisa y Sazed—, estáis aquí. ¿Ha causado algún daño ese terremoto?
—¿Fantasma? —preguntó Brisa—. No, aquí estamos todos bien. Ningún daño. Pero…
—Tenemos poco tiempo para charlar, Brisa —dijo Fantasma, pasando de largo—. El emperador Venture quiere Urteau, y nosotros vamos a entregársela. Necesito que empieces a difundir rumores por la ciudad. Será fácil: algunos de los elementos más importantes de los bajos fondos ya conocen la verdad.
—¿Qué verdad? —preguntó Brisa, reuniéndose con Sazed mientras seguían a Fantasma por la caverna.
—Que Quellion está utilizando alománticos —dijo Fantasma, y su voz resonó en la cueva—. Acabo de confirmar mis sospechas: Quellion recluta nacidos de la bruma entre la gente que arresta. Los rescata de sus propios incendios, y luego retiene a sus familias como rehenes. Se basa en aquello contra lo que predica. Toda la base de su gobierno es, por tanto, una mentira. Revelar esa mentira debería conseguir que todo el sistema se viniera abajo.
—Eso es importantísimo, sin duda podemos hacerlo… —dijo Brisa, mirando de nuevo a Sazed. Fantasma siguió andando, y Sazed lo siguió. Brisa se apartó, probablemente para recoger a Allrianne.
Fantasma se detuvo al borde del agua. Se quedó allí un instante, y luego se volvió hacia Sazed:
—Dijiste que has estado estudiando la construcción que trajo aquí el agua, desviándola de los canales.
—Sí.
—¿Hay un modo de invertir el proceso? —preguntó Fantasma—. ¿Hacer que el agua vuelva a inundar las calles?
—Tal vez —respondió Sazed—. Aunque no estoy seguro de tener la experiencia como ingeniero para conseguir ese hecho.
—¿Hay en tus mentes de metal conocimiento que pueda ayudarte?
—Bueno… sí.
—Entonces úsalas.
Sazed vaciló, incómodo.
—Sazed —advirtió Fantasma—. No tenemos mucho tiempo: debemos tomar esta ciudad antes de que Quellion decida atacar y destruirnos. Brisa va a difundir los rumores, y luego yo voy a encontrar un modo de demostrar ante su pueblo que Quellion es un mentiroso. Él también es alomántico.
—¿Bastará con eso?
—Bastará si les damos alguien a quien seguir —dijo Fantasma, volviéndose para contemplar las aguas—. Alguien que pueda sobrevivir a incendios; alguien que pueda devolver el agua a las calles de la ciudad. Les daremos milagros y un héroe, y luego descubriremos a su líder como hipócrita y tirano. Frente a eso, ¿qué harías tú?
Sazed no respondió de inmediato. Fantasma daba buenos argumentos, incluso cuando decía que las mentes de metal aún eran útiles. Sin embargo, Sazed no estaba seguro de qué pensar respecto a los cambios en el muchacho. Parecía haberse vuelto mucho más competente, pero…
—Fantasma —dijo Sazed, acercándose, hablando en voz baja para que los soldados cercanos no pudieran enterarse—. ¿Qué es lo que no compartes con nosotros? ¿Cómo sobreviviste al salto desde ese edificio? ¿Por qué te cubres los ojos con vendas?
—Yo… —Fantasma vaciló, mostrando un atisbo del muchacho inseguro que había sido una vez—. No sé si puedo explicarme, Saze —dijo Fantasma, y parte de su pretensión se evaporó—. Sigo intentando comprenderlo. Acabaré por explicarme. Por ahora, ¿puedes confiar en mí?
El muchacho siempre había sido sincero. Sazed escrutó aquellos ojos, tan ansiosos.
Y encontró algo importante. A Fantasma le importaba esta ciudad, le importaba derrocar al Ciudadano. Había salvado a aquella gente antes, mientras Sazed y Brisa se quedaban fuera mirando.
Sus emociones habían sido muy traicioneras últimamente. Tenía problemas para estudiar, tenía problemas para actuar como líder, tenía problemas para ser de ninguna utilidad. Pero, al mirar a los ansiosos ojos de Fantasma, casi pudo olvidar sus problemas durante un instante.
Si el muchacho quería asumir el liderazgo, ¿quién era él para impedírselo?
Miró hacia su habitación, donde se encontraban las mentes de metal. Había estado tanto tiempo sin ellas… Lo tentaban con su conocimiento.
Mientras no predique las religiones que contienen, no soy un hipócrita
, pensó.
Usar este conocimiento concreto que Fantasma solicita, al menos, dará algo de significado al sufrimiento de quienes trabajaron para recopilar conocimientos de ingeniería.
Parecía una excusa débil. Pero, la idea de que Fantasma tomara el liderazgo y ofreciera un buen motivo para usar las mentes de metal, era más que suficiente.
—Muy bien —dijo Sazed—. Haré lo que me pides.
La prisión de Ruina no era como las que retienen a los hombres. No estaba retenido entre barrotes. De hecho, podía moverse en libertad.
Su prisión, más bien, era de impotencia. En términos de fuerzas y dioses, esto significaba equilibrio. Si Ruina empujaba, la prisión empujaba a su vez, dejándolo esencialmente sin poder. Y, como mucho de su poder estaba despojado y oculto, era incapaz de afectar al mundo salvo en las formas más sutiles.
Debería detenerme aquí y aclarar algo. Decimos que Ruina fue «liberado» de su prisión. Pero no es así exactamente. Liberar el poder del Pozo inclinó el mencionado equilibrio hacia Ruina, pero seguía estando demasiado débil para destruir el mundo en un parpadeo como anhelaba. Esta debilidad venía causada porque parte del poder de Ruina, su cuerpo mismo, le había sido arrebatado y escondido.
Por esa razón Ruina estaba tan obsesionado con encontrar la parte oculta de su esencia.
Elend esperaba entre las brumas.
Antes, le parecían desconcertantes. Eran lo desconocido, algo misterioso y poco atractivo, algo que pertenecía a los alománticos y no a las personas normales.
Sin embargo, ahora él también era alomántico. Contemplaba los cambiantes y revueltos bancos de vapor. Ríos en el cielo. Sentía casi como si debiera dejarse llevar por alguna corriente fantasma. La primera vez que mostró poderes alománticos, Vin le había explicado el lema ahora aciago de Kelsier: «Las brumas son nuestras amigas. Nos esconden. Nos protegen. Nos dan poder.»
Elend continuó mirando. Habían pasado tres días desde la captura de Vin.
No tendría que haberla dejado ir
, pensó de nuevo, el corazón en un puño.
No tendría que haber accedido a un plan tan arriesgado.