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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Héroe de las Eras (54 page)

—Descansa, teniente Conrad, y come algo. Hablaremos de esto más tarde.

Esa noche, Vin encontró a Elend en el perímetro del campamento, contemplando las hogueras de vigilancia de Fadrex en los acantilados. Le puso una mano en el hombro, y el hecho de que él no diera un respingo indicó que la había oído llegar. Todavía le resultaba un poco extraño que Elend, que siempre había parecido un poco ajeno al mundo que lo rodeaba, fuera ahora un nacido de la bruma capaz, con estaño para amplificar sus oídos y poder así escuchar los pasos más sigilosos que se le acercaran.

—¿Hablaste con el mensajero? —preguntó Vin mientras él la rodeaba con un brazo, todavía mirando el cielo nocturno.

Caía ceniza alrededor. Un par de soldados ojos de estaño pasaron de patrulla, sin luces, recorriendo en silencio el perímetro del campamento. La propia Vin acababa de volver de una patrulla similar, aunque la suya había sido en torno al perímetro de Fadrex. Hacía un par de rondas cada noche, vigilando cualquier actividad anormal en la ciudad.

—Sí —contestó Elend—. Cuando hubo descansado un poco, hablé con él en profundidad.

—¿Malas noticias?

—Lo que dijo antes. Al parecer, Penrod nunca recibió mis órdenes de enviar comida y tropas. Conrad era uno de los cuatro mensajeros que él nos envió. No sabemos qué les ha pasado a los otros tres. Un grupo de koloss persiguió al propio Conrad, y éste sólo escapó despistándolos al enviar su caballo en una dirección y esconderse mientras lo abatían y lo masacraban. Escapó mientras lo devoraban.

—Un hombre valiente.

—Y afortunado. En cualquier caso, parece improbable que Penrod pueda enviarnos apoyo. Hay comida almacenada en Luthadel; pero, si la noticia de los disturbios es cierta, Penrod no podrá desviar soldados necesarios para proteger los suministros.

—Entonces… ¿dónde nos deja eso? —preguntó Vin.

Elend la miró, y a ella le sorprendió ver en sus ojos determinación, no frustración.

—Nos da conocimiento.

—¿Qué?

—Nuestro enemigo se ha revelado, Vin. ¿Atacar directamente a nuestros mensajeros con grupúsculos de koloss? ¿Tratar de minar nuestra base de suministros en Luthadel? —Elend sacudió la cabeza—. Nuestro enemigo quiere que esto parezca aleatorio, pero yo veo la pauta. Es demasiado concentrada, demasiado inteligente para ser casualidad. Intenta alejarnos de Fadrex.

Vin sintió un escalofrío. Elend intentó seguir hablando, pero ella extendió una mano y se la colocó sobre sus labios, silenciándolo. Él pareció confuso, pero entonces comprendió, pues asintió.
Digamos lo que digamos, Ruina puede escucharlo
, pensó Vin.
No debemos revelar lo que sabemos.

Sin embargo, algo se transmitió entre ellos. El conocimiento de que tenían que quedarse en Fadrex, de que tenían que averiguar qué había en aquella caverna de almacenaje. Pues su enemigo se esforzaba en impedírselo. ¿Acaso estaba Ruina detrás del caos en Luthadel? ¿Era un plan para que Elend y sus fuerzas volvieran para restaurar el orden, y abandonaran Fadrex?

Se trataba sólo de especulación, pero era todo lo que tenían. Vin asintió, indicándole a Elend que estaba de acuerdo con su decisión de quedarse. Con todo, estaba preocupada. Luthadel era su puntal en todo esto, su posición segura. Si perdían eso, ¿qué les quedaba?

Cada vez comprendía más y más que no habría vuelta atrás. No habría ninguna retirada para desarrollar planes alternativos. El mundo se desplomaba a su alrededor, y Elend se había dedicado a Fadrex.

Si fracasaban aquí, no tendrían ningún otro sitio adonde ir.

Al cabo de un rato, Elend le dio un apretón en el hombro, y se internó en las brumas para comprobar algunos de los puestos de guardia. Vin se quedó sola, contemplando las hogueras de vigilancia, experimentando una preocupante sensación de amenaza. Sus pensamientos de antes, en la cuarta caverna de almacenaje, regresaron. Librar guerras, asediar ciudades, jugar a la política… no era suficiente. Estas cosas no los salvarían si la tierra misma moría.

¿Pero qué más podían hacer? La única opción que tenían era tomar Fadrex y esperar que el Lord Legislador les hubiera dejado alguna pista que pudiera ayudarlos. Seguía sintiendo un inexplicable deseo de encontrar el atium. ¿Por qué estaba tan segura de que los ayudaría?

Cerró los ojos, sin querer enfrentarse a las brumas que, como siempre, se apartaban de ella, dejando media pulgada de aire a su alrededor. Había recurrido a ellas una vez, cuando combatía al Lord Legislador. ¿Por qué había sido capaz de impulsar entonces su alomancia con su poder?

Se volvió hacia ellas, intentándolo de nuevo, como había hecho tantas otras veces. Las llamó, les suplicó mentalmente, trató de acceder a su poder. Y sintió que debería poder hacerlo. Había fuerza en las brumas. Atrapada en su interior. Pero no cedía. Era como si algo las contuviera, una especie de bloqueo, tal vez. O tal vez un simple capricho por su parte.

—¿Por qué? —susurró, los ojos todavía cerrados—. ¿Por qué me ayudasteis una vez y no más? ¿Estoy loca, o realmente me disteis poder cuando os lo pedí?

La noche no le proporcionó ninguna respuesta. Finalmente, Vin suspiró y dio media vuelta, para buscar refugio dentro de la tienda.

Capítulo 41

Los clavos hemalúrgicos cambian físicamente a las personas, dependiendo de qué poderes se concedan, dónde se coloca el clavo y cuántos clavos se lleven. Los inquisidores, por ejemplo, cambian drásticamente respecto al humano que eran antes. Sus corazones están en sitios distintos, y sus cerebros se reforman para aceptar los metales que les atraviesan los ojos. Los koloss cambian de forma aún más drástica.

Cabría pensar que quienes más cambian de todo son los kandra. Sin embargo, hay que recordar que los nuevos kandra se forman a partir de espectros de la bruma, y no de humanos. Los clavos que llevan los kandra causan sólo una pequeña transformación en sus anfitriones, dejando que sus cuerpos sean en su mayor parte como los de los espectros de la bruma, pero permitiendo que sus mentes empiecen a funcionar. Irónicamente, mientras los clavos deshumanizan a los koloss, dan cierta dosis de humanidad a los kandra.

—¿No lo ves, Brisa? —preguntó Sazed, ansioso—. Esto es un ejemplo de lo que llamamos ostención: una leyenda emulada en la vida real. La gente creía en el Superviviente de Hathsin, y ahora se han inventado otro superviviente para que les ayude en momentos de necesidad.

Brisa arqueó una ceja. Se encontraban al fondo de una multitud que se reunía en el distrito del mercado, esperando la llegada del Ciudadano.

—¡Es fascinante! —exclamó Sazed—. Una evolución de la leyenda del Superviviente que no había previsto. Sabía que podrían deificarlo; de hecho, era casi inevitable. Sin embargo, puesto que Kelsier fue una vez una persona «corriente», quienes lo adoran pueden imaginar que otra persona consigue el mismo estatus.

Brisa asintió, distraído. Allrianne estaba a su lado, muy irritada porque le habían pedido que llevara ropas skaa.

Sazed ignoró su falta de entusiasmo:

—Me pregunto cuál será el futuro de todo esto. Tal vez haya una sucesión de Supervivientes para esta gente. Esto podría ser la base de una religión con auténtico potencial duradero, ya que podría reinventarse a sí misma para encajar con las necesidades del populacho. Naturalmente, nuevos Supervivientes implican nuevos líderes… cada uno con opiniones diferentes. En vez de una línea de sacerdotes que promuevan la ortodoxia, cada nuevo Superviviente buscaría establecerse como diferente a sus predecesores. Podría crear numerosas facciones y divisiones en sus adoradores.

—Sazed —dijo Brisa—, ¿no habíamos quedado en que ya no recopilabas religiones?

Sazed vaciló:

—No recopilo esta religión. Sólo teorizo sobre su potencial.

Brisa arqueó una ceja:

—Además, podría guardar relación con nuestra misión. Si este nuevo Superviviente es una persona real, podría ayudarnos a derrocar a Quellion.

—O —advirtió Allrianne— podría constituir un desafío a nuestro liderazgo de la ciudad cuando Quellion haya caído.

—Cierto —admitió Sazed—. En cualquier caso, no veo de qué te quejas, Brisa. ¿No querías que me volviera a interesar en las religiones?

—Eso fue antes de que me diera cuenta de que eres capaz de pasarte toda la noche, y luego toda la mañana, hablando del tema —respondió Brisa—. Por cierto, ¿dónde está Quellion? Si me pierdo el almuerzo por culpa de sus ejecuciones, me sentiré bastante molesto.

Ejecuciones. En su entusiasmo, Sazed casi había olvidado qué habían venido a ver en realidad. Su ansiedad remitió, y recordó por qué Brisa actuaba de manera tan solemne. El hombre hablaba con tono ligero, pero la preocupación de sus ojos indicaba que le preocupaba la idea de que el Ciudadano quemara a gente inocente.

—¡Ahí! —exclamó Allrianne, señalando el otro lado del mercado. Algo causaba revuelo: el Ciudadano, con un brillante vestido azul. Era un nuevo color «aprobado», aunque sólo podía llevarlo él. Sus consejeros lo rodeaban, vestidos de rojo.

—¡Por fin! —dijo Brisa, siguiendo a la multitud que rodeaba al Ciudadano.

Sazed lo siguió, reacio. Ahora que lo pensaba, se sintió tentado a usar sus soldados para intentar detener lo que estaba a punto de ocurrir. Naturalmente, sabía que eso sería una necedad. Intervenir ahora para salvar a unos pocos estropearía sus posibilidades de salvar a toda la ciudad. Con un suspiro, siguió a Brisa y Allrianne, moviéndose con la multitud. También sospechó que ser testigo de las muertes le recordaría la acuciante naturaleza de sus deberes en Urteau. Los estudios teológicos esperarían a otra ocasión.

—Vas a tener que matarlos —dijo Kelsier.

Fantasma estaba agazapado en silencio en lo alto de un edificio en la zona más rica de Urteau. Debajo, la procesión del Ciudadano se acercaba. Fantasma la observaba con los ojos vendados. Había hecho falta mucho dinero (casi todo lo que había traído de Luthadel) para averiguar por medio de sobornos el lugar de las ejecuciones con la suficiente antelación y así poder situarse.

Podía ver a los penosos individuos que Quellion había decidido asesinar. Muchos eran como la hermana de Franson: gente que había descubierto que tenía parentesco noble. Otros, sin embargo, eran sólo cónyuges de gente con sangre noble. Fantasma también conocía a un hombre del grupo que había hablado en voz demasiado alta contra Quellion. La conexión de ese hombre con la nobleza era tenue. Una vez fue artesano y atendía específicamente a una clientela noble.

—Sé que no quieres hacerlo —dijo Kelsier—. Pero no puedes perder los nervios ahora.

Fantasma se sentía poderoso: el peltre le daba un aire de invencibilidad que nunca antes había imaginado. Apenas había dormido unas pocas horas en los últimos seis días, pero no se sentía cansado. Tenía un sentido del equilibrio que cualquier gato habría envidiado, y una fuerza que sus músculos no deberían haber podido producir.

Y, sin embargo, el poder no lo era todo. Las palmas de las manos le sudaban bajo su capa, y sentía que perlas de sudor le corrían por la frente. No era un nacido de la bruma. No era Kelsier ni Vin. Era sólo Fantasma. ¿En qué estaba pensando?

—No puedo hacerlo —susurró.

—Sí puedes —respondió Kelsier—. Has practicado con el bastón: lo he visto. Además, te enfrentaste a aquellos soldados en el mercado. Estuvieron a punto de matarte, vale, pero eran dos violentos. Lo hiciste bien, dada la situación.

—Yo…

—Tienes que salvar a esa gente, Fantasma. Hazte la pregunta: «¿Qué haría yo en tu lugar?»

—Yo no soy tú.

—Todavía no —susurró Kelsier.

Todavía no.

Abajo, Quellion predicaba contra la gente que iba a ser ejecutada. Fantasma pudo ver a Beldre, la hermana del Ciudadano, a su lado. Se inclinó hacia delante. ¿Era una expresión de compasión, incluso de dolor, lo que había en sus ojos mientras veía cómo conducían a los desafortunados prisioneros al edificio? ¿O era sólo lo que Fantasma quería ver en ella? Siguió su mirada, contemplando a los prisioneros. Uno de ellos era una niña, que iba agarrada temerosamente a una mujer mientras empujaban al grupo al edificio que se convertiría en su pira.

Kelsier tiene razón
, pensó Fantasma.
No puedo dejar que esto suceda. Puede que no lo logre, pero al menos debo intentarlo
. Sus manos continuaron temblando mientras atravesaba la trampilla y bajaba las escaleras, la capa agitándose tras él. Rodeó una esquina, en dirección a la bodega.

Los nobles eran extrañas criaturas. Durante los días del Lord Legislador, a menudo temían por sus vidas tanto como los skaa, pues las intrigas de la corte solían causar encarcelamientos y asesinatos. Fantasma tendría que haberse dado cuenta desde el principio de lo que se perdía. Ninguna banda de ladrones construiría un cubil sin un agujero oculto para huidas de emergencia.

¿Por qué iban los nobles a ser diferentes?

Brincó, la capa ondeando mientras saltaba los últimos escalones. Golpeó el suelo polvoriento, y sus oídos amplificados oyeron a Quellion que empezaba a gritar allá arriba. Las multitudes skaa murmuraban. Las llamas habían empezado. Allí, en el oscuro sótano del edificio, Fantasma encontró una sección que ya estaba abierta, un pasadizo secreto que conducía al edificio de al lado. Un grupo de soldados lo guardaba.

—Rápido —oyó decir a uno de ellos—, antes de que el fuego llegue aquí.

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