—¡Por favor! —exclamó otra voz, y sus palabras resonaron en el pasadizo—. ¡Al menos llevaos a la niña!
La gente gemía. Los soldados se situaron al otro lado del pasadizo, impidiendo escapar a la gente del otro sótano. Habían sido enviados por Quellion para salvar a uno de los prisioneros. En el exterior, el Ciudadano hacía el espectáculo de denunciar a los que tenían sangre noble. Sin embargo, los alománticos eran demasiado valiosos para matarlos. Así que elegía sus edificios con cuidado, quemando solamente aquellos que tenían salidas ocultas por las que podía sacar a los alománticos.
Era la forma perfecta de mostrar ortodoxia, y al mismo tiempo controlar el recurso más poderoso de la ciudad. Pero no fue esta hipocresía lo que hizo que las manos de Fantasma dejaran de temblar cuando atacó a los soldados.
Fue la niña llorosa.
—¡Mátalos! —gritó Kelsier.
Fantasma sacó su bastón de duelos. Uno de los soldados finalmente reparó en él, girando asombrado. Cayó el primero.
Fantasma no había advertido lo fuerte que podía golpear. El casco del soldado voló por el pasadizo oculto, su metal aplastado. Los otros soldados gritaron cuando Fantasma saltó por encima de su compañero caído en tan estrechos confines. Llevaban espadas, pero tuvieron problemas para desenvainarlas.
Fantasma, sin embargo, había traído dagas.
Extrajo una, y la blandió con una potencia impulsada por el peltre y la furia, los pasos guiados por sus sentidos amplificados. Atravesó a dos soldados, empujando sus cuerpos a un lado, aprovechando su ventaja. Al fondo del pasadizo, había cuatro soldados más con un skaa de baja estatura.
El miedo brillaba en sus ojos.
Fantasma se abalanzó, y los aturdidos soldados finalmente vencieron su sorpresa. Se volvieron, abrieron la puerta secreta y tropezaron entre sí al entrar en el sótano del edificio del otro lado.
La estructura estaba ya a punto de desplomarse. Fantasma pudo oler el humo. El resto de los condenados estaba en la habitación; probablemente habían intentado atravesar la puerta para seguir al amigo que había escapado. Ahora se vieron obligados a retroceder cuando los soldados se abrieron paso y finalmente desenvainaron sus espadas.
Fantasma atravesó al primero de los cuatro soldados, dejó la daga en el cuerpo y sacó un segundo bastón de duelos. Notó la firmeza de la madera en su mano mientras giraba entre los aturdidos civiles y atacaba a los soldados.
—No puedes permitir que los soldados escapen —susurró Kelsier—. De lo contrario, Quellion sabrá que los skaa han sido rescatados. Tienes que confundirlo.
La luz titilaba en un pasillo más allá de la bien amueblada habitación del sótano. Fuego. Fantasma pudo sentir ya el calor. Torvamente, los tres soldados alzaron sus espadas, recortados por la luz de las llamas. El humo empezó a filtrarse por el techo, esparciéndose como una niebla oscura. Los prisioneros retrocedieron, confusos.
Fantasma se lanzó, girando, mientras trataba de golpear a uno de los soldados con sus dos bastones. El hombre esquivó el ataque y se abalanzó hacia delante. En una pelea corriente, Fantasma habría sido ensartado.
El peltre y el estaño lo salvaron. Fantasma se movió con ligereza, sintiendo el viento de la espada que se cernía sobre él, sabiendo por dónde pasar. Su corazón redobló en su pecho cuando la espada cortó la tela en su costado, pero falló la carne. Asestó un golpe con el bastón, rompiendo la mano del hombre, y luego le golpeó el cráneo con el otro.
El soldado cayó, la sorpresa visible en sus ojos moribundos cuando Fantasma pasó sobre él.
El siguiente soldado ya estaba preparado. Fantasma alzó sus dos bastones, cruzándolos para bloquear el golpe. La espada alcanzó a uno, lanzando al aire la mitad del bastón, pero quedó atascada en el segundo. Fantasma torció su guardia, arrancando la hoja, luego giró para internarse en la defensa del hombre y lo abatió con un codazo en el estómago.
Golpeó la cabeza del hombre al caer. El sonido de hueso sobre hueso resonó en la habitación en llamas. El soldado se desplomó a los pies de Fantasma.
¡Puedo hacerlo!
, pensó Fantasma.
Soy como ellos. Vin y Kelsier. Se acabó eso de esconderme en los sótanos y huir del peligro. ¡Puedo luchar!
Se dio media vuelta, sonriendo.
Y encontró al último soldado que presionaba el cuchillo del propio Fantasma contra el cuello de una muchachita. El soldado estaba de espaldas al pasillo en llamas, intentando escapar a través del pasadizo oculto. Detrás, las llamas asomaban en el marco de la puerta, lamiendo la habitación.
—¡Los demás, salid de aquí! —dijo Fantasma, sin dejar de mirar al soldado—. Salid por la puerta trasera del edificio que encontraréis al final de este túnel. Allí encontraréis a unos hombres. Os ocultarán en los bajos fondos, y luego os sacarán de la ciudad. ¡Vamos!
Algunos ya habían huido, y los que quedaban obedecieron su orden. El soldado permaneció inmóvil, expectante, obviamente intentando decidir qué hacer. Debía de saber que se enfrentaba a un alomántico: ningún hombre corriente podría haber abatido a tantos soldados con tanta rapidez. Por fortuna, parecía que Quellion no había enviado a sus propios alománticos al edificio. La niña gemía.
¿Qué habría hecho Kelsier?
Tras él, el último de los prisioneros huía hacia el pasillo.
—¡Tú! —dijo Fantasma sin volverse—. Cierra esa puerta desde fuera. ¡Rápido!
—Pero…
—¡Hazlo! —chilló Fantasma.
—¡No! —dijo el soldado, apretando el cuchillo contra el cuello de la niña—. ¡La mataré!
—Hazlo y morirás —espetó Fantasma—. Lo sabes. Mírame. No vas a pasar. Estás…
La puerta se cerró.
El soldado gritó, soltó a la niña y corrió hacia la puerta, intentando alcanzarla antes de que la tranca cayera por el otro lado.
—¡Es la única salida! ¡Nos vas a…!
Fantasma rompió las rodillas del hombre con un solo golpe de bastón. El soldado gritó, y cayó al suelo. Las llamas ya ardían en tres de las paredes. El calor era intenso.
La tranca chasqueó en su sitio al otro lado de la puerta. Fantasma miró al soldado. Todavía estaba vivo.
—¡Déjalo! —dijo Kelsier—. Déjalo arder con el edificio.
Fantasma vaciló.
—Él habría dejado morir a toda esa gente —dijo Kelsier—. Deja que sienta lo que les habría hecho a ellos… lo que ya ha hecho varias veces, por orden de Quellion.
Fantasma dejó al hombre gimiendo en el suelo, y se dirigió a la puerta secreta. Lanzó su peso contra ella.
Aguantó.
Maldijo, alzó una bota y pateó la puerta. Sin embargo, ésta se mantuvo sólida.
—Esa puerta fue construida por nobles que temían ser perseguidos por asesinos —dijo Kelsier—. Conocían la alomancia, y se aseguraron de que la puerta fuera lo bastante fuerte para resistir la patada de un violento.
El incendio arreciaba. La niña se acurrucó en el suelo, sollozando. Fantasma giró, contemplando las llamas, sintiendo su calor. Dio un paso adelante, pero sus sentidos amplificados eran tan agudos que el calor le parecía sorprendentemente poderoso.
Apretó los dientes y recogió a la niña.
Ahora tengo peltre
, pensó.
Puedo equilibrar el poder de mis sentidos.
Con eso bastará.
Salía humo por las ventanas del edificio condenado. Sazed esperaba con Brisa y Allrianne, al fondo de una solemne multitud. La gente permanecía extrañamente silenciosa mientras contemplaba cómo las llamas se cobraban su precio. Tal vez sentían la verdad.
Y la verdad era que podían ser detenidos y asesinados tan fácilmente como las pobres víctimas que morían dentro.
—¡Qué rápido cambiamos! —susurró Sazed—. No hace mucho que los hombres eran obligados a contemplar cómo el Lord Legislador cortaba las cabezas de gente inocente. Ahora lo hacemos nosotros mismos.
Silencio. Del interior del edificio, llegaban lo que parecían ser gritos. Los gritos de gente muriendo.
—Kelsier estaba equivocado —dijo Brisa.
Sazed frunció el ceño y se volvió.
—Echaba la culpa a los nobles —dijo Brisa—. Pensaba que, si nos deshacíamos de ellos, estas cosas no sucederían.
Sazed asintió. Entonces, extrañamente, la multitud empezó a inquietarse, a agitarse y murmurar. Y Sazed notó que estaba de acuerdo con ellos. Había que hacer algo respecto a esta atrocidad. ¿Por qué no luchaba nadie? Quellion estaba allí, rodeado de sus orgullosos hombres de rojo. Sazed apretó los dientes, airado.
—Allrianne, querida —dijo Brisa—, no es el momento.
Sazed vaciló. Se volvió para mirar a la joven. Estaba llorando.
Por los Dioses Olvidados
, pensó Sazed, reconociendo por fin su contacto en sus emociones. Los encendía para enfurecerlos contra Quellion.
Es tan buena como Brisa.
—¿Por qué no? —preguntó ella—. Se lo merece. Podría hacer que esta muchedumbre lo hiciera pedazos.
—Y su segundo al mando tomaría el control —dijo Brisa—, y luego ejecutaría a esta gente. Aún no estamos preparados.
—Parece que nunca terminas los preparativos, Brisa —replicó ella.
—Estas cosas requieren…
—¡Esperad! —dijo Sazed, levantando una mano. Frunció el ceño y contempló el edificio. Una de las ventanas tapiadas con tablones, en el ático, parecía temblar.
—¡Mirad! —exclamó Sazed—. ¡Allí!
Brisa arqueó una ceja.
—Tal vez nuestro Dios de las Llamas está a punto de hacer su aparición, ¿eh? —Sonrió ante lo que obviamente consideraba un concepto ridículo—. Me pregunto qué se supone que tenemos que aprender durante esta experiencia repulsiva. Personalmente, creo que los hombres que nos enviaron aquí no sabían lo que…
De pronto uno de los tablones de la ventana salió volando, girando en el aire, dejando un rastro de humo. Entonces la ventana estalló hacia fuera.
Una figura vestida de oscuro saltó a través del caos de tablas y humo, hasta aterrizar en el tejado. Su larga capa parecía estar ardiendo en algunas partes, y llevaba un bultito en brazos. Una criatura. La figura corrió por el tejado ardiente y saltó al suelo, dejando una estela de humo.
Aterrizó con la gracia del humano que quema peltre, sin tropezar a pesar de los dos pisos de caída, la capa en llamas revoloteando a su alrededor. La gente retrocedió, sorprendida, y Quellion giró asombrado.
La capucha del hombre cayó hacia atrás cuando éste se irguió. Sólo entonces lo reconoció Sazed.
Bajo la luz del sol, Fantasma parecía mayor de lo que realmente era. O quizá Sazed nunca lo había visto más que como un chiquillo hasta ese momento. En cualquier caso, el joven miró con orgullo a Quellion, los ojos cubiertos por una venda, el cuerpo humeando mientras sostenía en sus brazos a una niña que tosía. No parecía en absoluto intimidado por la tropa de veinte soldados que rodeaba el edificio.
Brisa maldijo entre dientes.
—¡Allrianne, vamos a tener que descontrolarlos, después de todo!
De pronto, Sazed sintió un gran peso. Brisa apartó sus emociones, su confusión, su preocupación, y dejó a Sazed, junto a la multitud, completamente abierto al concentrado estallido de furia de Allrianne.
La multitud se puso en movimiento, la gente gritó el nombre del Superviviente, atropellando a los guardias. Por un momento, Sazed temió que Fantasma no fuera a aprovechar la oportunidad para huir. A pesar del extraño vendaje que le cubría los ojos, Sazed advirtió que el muchacho miraba directamente a Quellion… como desafiándolo.
Sin embargo, afortunadamente, Fantasma acabó por darse media vuelta. La multitud distrajo a los soldados y Fantasma echó a correr a una velocidad que pareció demasiado rápida. Se escabulló por una calleja con la niña que había rescatado, la capa humeando. En cuanto Fantasma tuvo buena ventaja, Brisa controló el deseo de rebelión de la multitud, impidiendo que fueran abatidos por los soldados. La gente retrocedió, dispersándose. Sin embargo, los soldados del Ciudadano permanecieron junto a su líder. Sazed pudo oír la frustración en la voz del Ciudadano cuando éste llamó a la inevitable retirada. No podía desviar más que a unos pocos hombres para perseguir a Fantasma, no con el potencial de una revuelta. Tenía que llegar a lugar seguro.
Mientras los soldados se ponían en marcha, Brisa se volvió hacia Sazed.
—Bueno —dijo—, eso sí que ha sido inesperado.
Creo que los koloss eran más inteligentes de lo que estábamos dispuestos a reconocer. Por ejemplo, en un principio, sólo usaban los clavos que el Lord Legislador les daba para crear nuevos miembros. Él les proporcionaba el metal y los desafortunados cautivos skaa, y los koloss creaban nuevos «reclutas».
Tras la muerte del Lord Legislador, por tanto, los koloss deberían haberse extinguido rápidamente. Así los había diseñado. Si se liberaban de su control, esperaba que se mataran unos a otros y pusieran fin a su propia ira destructiva. Sin embargo, de algún modo lograron deducir que los clavos en los cuerpos de los koloss caídos podían ser recogidos, y reutilizados luego.
Ya no necesitaban un suministro nuevo de clavos. A menudo me pregunto qué efecto tuvo en su población la reutilización constante de esos clavos. Un clavo sólo puede contener una cantidad determinada de carga hemalúrgica, así que no podían crear clavos que les concedieran fuerza infinita, no importa a cuánta gente mataran esos clavos y cuánto poder extrajeran. No obstante, ¿quizás el uso repetido de los clavos reciclados proporcionó más humanidad a los koloss que creaban?