Los tres intercambiaron una mirada. Sus expresiones de preocupación fueron confirmación suficiente.
—Necesito enviar un mensaje —dijo Fantasma—. A Vin.
—Muy bien —trató de calmarlo Brisa—. Lo haremos en cuanto estés mejor.
—Escúchame, Brisa —susurró Fantasma, mirando al techo, incapaz de hacer otra cosa que retorcerse—. Algo nos estaba controlando al Ciudadano y a mí. Lo vi… el ser que Vin liberó en el Pozo de la Ascensión. El ser que trae la ceniza para destruirnos. Quería esta ciudad, pero lo repelimos. Ahora, tengo que advertir a Vin.
Eso le habían enviado a hacer en Urteau. Encontrar información, y luego informar a Vin y a Elend. Ahora empezaba a comprender lo importante que podía ser esa misión.
—En estos momentos, viajar es peligroso, muchacho —dijo Brisa—. Las condiciones para enviar mensajes no son precisamente perfectas.
—Descansa un poco más —aconsejó Beldre—. Nos preocuparemos por eso cuando estés curado.
Fantasma rechinó los dientes, frustrado.
Tienes que enviar ese mensaje, Fantasma…
—Yo lo llevaré —resolvió Goradel en voz baja.
Fantasma miró a un lado. A veces, era fácil ignorar al soldado, con sus modales sencillos y directos y su agradable conducta. Sin embargo, la determinación en su voz hizo sonreír a Fantasma.
—Lady Vin me salvó la vida —dijo Goradel—. La noche de la rebelión del Superviviente, pudo dejarme morir a manos de la turba. Pudo haberme matado ella misma. Pero se tomó su tiempo para decirme que comprendía mi situación, y me convenció para que cambiara de bando. Si ella necesita esta información, Superviviente, yo mismo se la llevaré, o moriré en el intento.
Fantasma trató de asentir, pero su cabeza estaba bien sujeta por las vendas. Flexionó la mano. Parecía funcionar… o al menos funcionar lo suficiente.
Miró a Goradel a los ojos.
—Ve a la armería y que te preparen una placa de metal muy fino —ordenó—. Luego, regresa aquí con algo que yo pueda usar para arañar el metal. Estas palabras deben ser escritas en acero, y no puedo pronunciarlas en voz alta.
En aquellos momentos en que el Lord Legislador tenía el poder del Pozo y sentía que lo iba perdiendo, comprendió muchas cosas. Vio el poder de la feruquimia, y lo temió. Sabía que mucha gente de Terris lo rechazaría como Héroe, pues no cumplía bien sus profecías. Lo verían como un usurpador que mató al Héroe por ellos enviado. Cosa que era, sin duda.
Creo que, a lo largo de los años, Ruina lo retorció sutilmente y le hizo infligir cosas terribles a su propio pueblo. Pero sospecho que al principio su decisión contra ellos fue motivada más por la lógica que por la emoción. Estaba a punto de desvelar un gran poder en los nacidos de la bruma.
Supongo que podría haber mantenido la alomancia en secreto y utilizado a los feruquimistas como sus principales guerreros y asesinos. No obstante, creo que fue sabio en su decisión. Con sus prodigiosas memorias, habrían sido difíciles de controlar a lo largo de los siglos. De hecho, eran difíciles de controlar, aunque los neutralizara. La alomancia no sólo proporcionó una espectacular habilidad nueva sin ese contratiempo: también ofreció un poder místico que él podía emplear para sobornar a los reyes y ponerlos de su parte.
Elend contemplaba sus tropas desde lo alto de un pequeño macizo rocoso. Abajo, los koloss avanzaban, abriendo un camino en la ceniza para que los humanos lo utilizaran después de su ataque inicial.
Elend esperaba. Ham lo acompañaba, unos pocos metros más abajo.
Visto de blanco
, pensó Elend.
El color de la pureza. Intento representar lo que es bueno y justo. Para mis hombres.
—Los koloss no deberían tener problemas con esas fortificaciones —dijo Ham en voz baja—. Si pueden saltar hasta lo alto de los muros de la ciudad, podrán escalar esos acantilados de piedra.
Elend asintió. Probablemente los soldados humanos no tendrían que atacar. Sólo con sus koloss, Elend tenía la superioridad numérica, y era muy poco probable que los soldados de Yomen hubieran combatido antes a estas criaturas.
Los koloss sentían la lucha. Notaba cómo se iban excitando. Se debatían contra él, deseosos de atacar.
—Ham —dijo Elend, bajando la cabeza—, ¿hacemos bien?
Ham se encogió de hombros.
—Este movimiento tiene sentido, El —contestó, frotándose la barbilla—. Atacar es nuestra única posibilidad real de salvar a Vin. Y no podemos mantener el asedio… ya no.
Ham se detuvo, luego sacudió la cabeza, y su tono de voz adoptó aquella inseguridad que mostraba siempre que consideraba uno de sus problemas lógicos.
—Sin embargo, soltar a un grupo de koloss contra una ciudad parece inmoral. Me pregunto si podrás controlarlos cuando se vuelvan completamente salvajes. ¿Salvar a Vin merece la posibilidad de matar aunque sea a un solo niño inocente? No lo sé. Pero, claro, tal vez salvemos a más niños trayéndolos a nuestro imperio…
No tendría que haberme molestado en preguntarle a Ham
, pensó Elend.
Nunca ha podido dar una respuesta directa
. Contempló el terreno, los koloss azules sobre una llanura negra. Con estaño, pudo ver a los hombres que se agazapaban en lo alto de los riscos de Ciudad Fadrex.
—¡No! —exclamó Ham.
Elend miró al violento.
—¡No! —repitió Ham—. No deberíamos atacar.
—¿Ham? —dijo Elend, sintiendo una diversión surrealista—. ¿Has llegado de verdad a una conclusión?
Ham asintió:
—Sí.
No ofreció ninguna explicación ni razonamiento.
Elend alzó la cabeza.
¿Qué haría Vin?
Su primer instinto fue pensar que atacaría. Pero entonces recordó cuando la encontró años antes, después de atacar la torre de Cett. Estaba encogida en un rincón, llorando.
No
, pensó.
No, ella no haría esto. No para protegerme a mí. Ha aprendido lo contrario.
—¡Ham! —gritó, sorprendiéndose a sí mismo—. Di a los hombres que se retiren y levanten el campamento. Regresamos a Luthadel.
Ham se volvió para mirarlo, sorprendido, como si no hubiera esperado que Elend llegara a su misma conclusión.
—¿Y Vin?
—No voy a atacar esta ciudad, Ham. No conquistaré a esta gente, aunque sea por su propio bien. Encontraremos otro modo de liberar a Vin.
Ham sonrió:
—Cett va a ponerse furioso.
Elend se encogió de hombros:
—Es parapléjico. ¿Qué va a hacernos? ¿Mordernos? Venga, bajemos de esta roca y vayamos a encargarnos de Luthadel.
—Se están retirando, mi señor —dijo el soldado.
Vin suspiró aliviada. Ruina permaneció en silencio, su expresión ilegible, las manos a la espalda. Marsh, con una mano como una garra sobre el hombro de Yomen, miraba por la ventana.
Ruina trajo a un inquisidor
, pensó Vin.
Debe de haberse cansado de mis esfuerzos por arrancarle la verdad a Yomen, y en cambio ha enviado a alguien a quien el obligador obedecerá.
—Esto es muy extraño —dijo Ruina por fin.
Vin tomó aliento, y luego decidió arriesgarse.
—¿Lo ves? —preguntó tranquilamente.
Ruina se volvió hacia él.
Ella sonrió:
—No lo comprendes, ¿verdad?
Esta vez, Marsh también se giró.
—¿Crees que no me di cuenta? —preguntó Vin—. ¿Crees que no sabía que ibas tras el atium todo el tiempo? ¿Que nos seguías de caverna en caverna, empujando mis emociones, obligándome a buscarlo para ti? ¡Eras tan obvio! Tus koloss siempre se acercaban a una ciudad sólo después de que hubiéramos descubierto que era la siguiente en la lista. Nos amenazabas, nos hacías actuar más rápido, pero nunca hacías que tus koloss llegaran lo bastante rápido. Siempre lo supimos.
—Imposible —susurró Ruina.
—No. Bastante posible. El atium es metal, Ruina. No puedes verlo. Tu visión se nubla cuando hay demasiado cerca, ¿no es así? El metal es tu poder; lo usas para crear inquisidores, pero para ti es como la luz: cegador. Nunca veías cuando descubrimos el atium. Sólo seguías con nuestro ardid.
Marsh soltó a Yomen, y luego cruzó la habitación y agarró a Vin por los brazos.
—¿DÓNDE ESTÁ? —exigió el inquisidor, levantándola, sacudiéndola.
Ella se echó a reír, distrayéndolo, mientras con cuidado echaba mano de su cinturón. Sin embargo, Marsh la sacudió demasiado, y sus dedos no lograron encontrar el objetivo.
—Me vas a decir dónde está el atium, niña —dijo Ruina tranquilamente—. ¿No he explicado esto? No se puede luchar contra mí. Tal vez te consideres lista, pero en realidad no lo comprendes. Ni siquiera sabes qué es ese atium.
Vin negó con la cabeza:
—¿Crees que te guiaría hasta él?
Marsh volvió a sacudirla, haciendo que sus dientes castañearan. Cuando se detuvo, la visión de Vin se nubló. A un lado, apenas pudo distinguir a Yomen, que los observaba con el ceño fruncido.
—Yomen —dijo—. Ahora tu pueblo está a salvo… ¿no ves aún que Elend es un buen hombre?
Marsh la arrojó a un lado. Golpeó con fuerza el suelo, rodó.
—¡Ay, niña! —exclamó Ruina, arrodillándose junto a ella—. ¿He de demostrar que no puedes conmigo?
—¡Yomen! —gritó Marsh, volviéndose—. Prepara a tus hombres. ¡Quiero que ordenes un ataque!
—¿Qué? —exclamó Yomen—. Mi señor, ¿un ataque?
—Sí —contestó Marsh—. Quiero que cojas a todos tus soldados y les hagas atacar la posición de Elend Venture.
Yomen palideció:
—¿Abandonar nuestras fortificaciones? ¿Atacar a un ejército de
koloss
?
—Ésa es mi orden.
Yomen permaneció en silencio un momento.
—Yomen… —dijo Vin, arrastrándose de rodillas—. ¿No ves que te está manipulando?
Yomen no respondió. Parecía preocupado.
¿Qué le haría considerar siquiera una orden como ésa?
—¿Lo ves? —susurró Ruina—. ¿Ves mi poder? ¿Ves cómo manipulo incluso su fe?
—¡Dad la orden! —exclamó Yomen, volviéndose hacia sus capitanes—. Que los hombres ataquen. Decidles que el Lord Legislador los protegerá.
—Bueno —dijo Ham, que se hallaba junto a Elend en el campamento—. No me esperaba eso.
Elend asintió lentamente, contemplando cómo la marea de hombres salía por las puertas de Fadrex. Algunos tropezaban en la densa ceniza; otros avanzaban, su ataque reducido a un lento avance.
—Algunos han quedado atrás. —Elend señaló a lo alto de la muralla. Como no tenía estaño, Ham no podía ver a los hombres que la ocupaban, pero confiaba en las palabras de Elend. A su alrededor, los soldados humanos del emperador levantaban el campamento. Los koloss aún esperaban en silencio en sus posiciones, rodeando el campamento.
—¿En qué está pensando Yomen? —preguntó Ham—. ¿Lanza una fuerza inferior contra un ejército de koloss?
Como hicimos nosotros cuando atacamos el campamento koloss allá en Vetitan
. Había algo en aquello que hacía que Elend se sintiera muy incómodo.
—Retirada —dijo Elend.
—¿Eh?
—¡He dicho que toques a retirada! —gritó Elend—. Abandona la posición. ¡Retira a los soldados!
Tras su orden silenciosa, los koloss empezaron a alejarse de la ciudad. Los soldados de Yomen seguían abriéndose paso entre la ceniza. Los koloss de Elend, sin embargo, despejarían el camino para sus hombres. Deberían poder mantener la ventaja.
—Es la retirada más extraña que he visto jamás —advirtió Ham, pero se dispuso a dar las órdenes.
Se acabó
, pensó Elend molesto.
Es hora de averiguar qué demonios está pasando en esa ciudad.
Yomen sollozaba. Eran lágrimas diminutas y silenciosas. Permanecía erguido, sin mirar hacia la ventana.
Teme haber enviado a sus hombres a la muerte
, pensó Vin. Se acercó a él, cojeando levemente tras el golpe contra el suelo. Marsh miraba por la ventana. Ruina la observó con curiosidad.
—Yomen —dijo.
Yomen se volvió hacia ella.
—Es una prueba —dijo—. Los inquisidores son los sacerdotes más sagrados del Lord Legislador. Haré lo que se me ordena, y el Lord Legislador protegerá a mis hombres y a esta ciudad. Entonces verás.
Vin apretó los dientes. Luego dio media vuelta y se obligó a acercarse a Marsh. Miró por la ventana, y le sorprendió ver que el ejército de Elend se alejaba de los soldados de Yomen, que no corrían con mucha convicción. Obviamente, se contentaban con dejar que su enemigo superior huyera ante ellos. El sol por fin se ponía.
Marsh no parecía encontrar divertida la retirada de Elend. Eso bastó para hacer sonreír a Vin, cosa que hizo que el inquisidor volviera a agarrarla.
—¿Te crees que has ganado? —preguntó Marsh, inclinándose, sus clavos irregulares colgando ante la cara de Vin.
Ella echó mano de su cinturón.
Sólo un poco más…
—Presumes de haber estado jugando conmigo, niña —dijo Ruina, acercándose a ella—. Pero soy yo el que ha estado jugando contigo. Los koloss que te sirven reciben su fuerza de mi poder. ¿Crees que permitiría que los controlaras, si no fuera en beneficio propio?
Vin sintió un escalofrío.
¡Oh, no…!
Elend notó una terrible sensación de desgarro. Fue como si parte de sus entrañas hubieran sido arrancadas de pronto. Gimió, soltando su empujón de acero. Cayó a través del cielo lleno de ceniza, y aterrizó de mala manera en un saliente rocoso ante Ciudad Fadrex.