—¡Levántate!
Estaba oscuro.
—¡Levántate!
Fantasma abrió los ojos. Todo parecía apagado, mudo. Apenas podía ver. El mundo era un borrón oscuro. Y… se sentía aturdido. Muerto. ¿Por qué no podía sentir?
—¡Fantasma, tienes que levantarte!
La voz, al menos, era clara. Sin embargo, todo lo demás parecía turbio. No podía pensar bien. Parpadeó, gimiendo en voz baja. ¿Qué le pasaba? Sus anteojos y su venda habían desaparecido. Eso tendría que haberle permitido ver, pero todo estaba muy oscuro.
Se había quedado sin estaño.
Ya nada ardía en su estómago. La familiar llama, una reconfortante vela en su interior, se había extinguido. Había sido su compañera durante más de un año, siempre presente. Temía lo que hacía con ella, pero nunca la había dejado morir. Y ahora se había apagado.
Por eso todo parecía tan sombrío. ¿Así era como vivía el resto de la gente? ¿Como vivía él antes? Apenas podía ver… Los nítidos, ricos detalles a los que se había acostumbrado habían desaparecido. Los vibrantes colores y las líneas definidas. Ahora, en cambio, todo era insulso y vago.
Notaba los oídos taponados. Su nariz… no podía oler las tablas que tenía debajo, ni distinguir los tipos de madera por el olor. No podía oler los cuerpos que habían pasado de largo. No podía sentir las pisadas de la gente que se movía en las otras habitaciones.
Y… estaba, sí, en una habitación. Sacudió la cabeza. Se sentó, tratando de pensar. Entonces, un dolor en el hombro lo hizo jadear. No habían atendido la herida. Recordó la espada que lo había atravesado cerca del hombro. No era una herida de la que uno se recuperara rápidamente; de hecho, su brazo derecho no parecía funcionar bien, uno de los motivos por los que tantos problemas tenía para incorporarse.
—Has perdido mucha sangre —sentenció la voz—. Pronto morirás, aunque las llamas no te consuman. No te molestes en buscar la bolsa de estaño que llevabas en el cinturón. Se la llevaron.
—¿Llamas? —graznó Fantasma, parpadeando. ¿Cómo sobrevivía la gente en un mundo tan oscuro?
—¿No puedes sentirlas, Fantasma? Están cerca.
Había luz cerca, en un pasillo. Fantasma sacudió la cabeza, tratando de despejar su mente.
Estoy en una casa
, pensó.
Una bonita casa. La casa de un noble.
Y la están quemando.
Esto último le dio motivación para ponerse en pie, aunque enseguida volvió a caer: su cuerpo estaba demasiado débil, y su mente, demasiado confusa.
—¡No camines! —ordenó la voz. ¿Dónde la había oído antes? Confiaba en ella—. ¡Arrástrate!
Fantasma hizo lo que le ordenaba, y empezó a avanzar a rastras.
—¡No, hacia las llamas no! Tienes que salir, para poder castigar a los que te hicieron esto. ¡Piensa, Fantasma!
—La ventana —graznó Fantasma, volviéndose a un lado y arrastrándose hacia una de ellas.
—Están tapiadas con tablones —dijo la voz—. Lo viste antes, desde fuera. Sólo hay un modo de sobrevivir. Tienes que escucharme.
Fantasma asintió, aturdido.
—Sal por la otra puerta de la habitación. Arrástrate hacia las escaleras que llevan al primer piso.
Fantasma obedeció, obligándose a ponerse en movimiento. Tenía los brazos tan entumecidos que era como si llevara pesos atados a los hombros. Había pasado tanto tiempo avivando estaño que los sentidos normales ya no parecían funcionar para él. Encontró las escaleras, aunque para cuando llegó allí ya estaba tosiendo. Debe de ser por el humo, le dijo una parte de su mente. Probablemente era bueno que se arrastrara.
Sintió el calor al subir. Las llamas parecían perseguirlo, reclamando la habitación que dejaba atrás mientras ascendía, aún mareado. Llegó a lo alto, resbaló en su propia sangre y se desplomó gimiendo contra una pared.
—¡Levántate! —ordenó la voz.
¿Dónde he oído esa voz antes?
, pensó de nuevo.
¿Por qué quiero hacer lo que dice?
Estaba a punto de descubrirlo. La habría identificado, si su mente no estuviera tan embotada. Sin embargo, obedeció, obligándose a ponerse de nuevo a cuatro patas.
—Segunda habitación a la izquierda —indicó la voz.
Fantasma se arrastró sin pensar. Las llamas reptaron por las escaleras, lamiendo las paredes. El olfato de Fantasma era débil, como sus otros sentidos, pero sospechaba que la casa había sido empapada con petróleo. Así se quemaba de forma más rápida y espectacular.
—¡Alto! Ésta es la habitación.
Fantasma giró a la izquierda, arrastrándose hacia la habitación. Era un estudio, bien amueblado. Los ladrones de la ciudad se quejaban de que no merecía la pena saquear este tipo de lugares. El Ciudadano prohibía la ostentación, y por eso no podían venderse los muebles caros, ni siquiera en el mercado negro. Nadie quería ser detenido por poseer lujos, no fuera que acabaran muriendo entre llamas en una de las ejecuciones del Ciudadano.
—¡Fantasma!
Fantasma había oído hablar de esas ejecuciones. Nunca había visto una. Había pagado a Durn para echarle un ojo a la siguiente. El dinero de Fantasma lo avisaría con antelación, además de colocarlo en buena posición para ver arder el edificio. Además, Durn le prometió otro regalito, algo en lo que Fantasma estaría interesado. Algo que valdría la pena el precio.
Cuenta los cráneos.
—¡Fantasma!
Fantasma abrió los ojos. Había caído al suelo y empezaba a perder el conocimiento. Las llamas quemaban ya el techo. El edificio moría. Era imposible que Fantasma saliera de aquí, no en su actual situación.
—Ve a la mesa —ordenó la voz.
—Estoy muerto —susurró Fantasma.
—No, no lo estás. Ve a la mesa.
Fantasma volvió la cabeza para contemplar las llamas. Entre ellas había una figura, una oscura silueta. Las paredes goteaban, borboteaban y siseaban, la escayola y la pintura se ennegrecían. Sin embargo, a esta sombra de ser humano no parecía importarle el fuego. La figura le resultaba familiar. Alta. Imponente.
—¿Tú…? —susurró Fantasma.
—¡Ve a la mesa!
Fantasma se puso de rodillas. Reptó, arrastrando el brazo inútil, moviéndose hacia la mesa.
—Cajón derecho.
Fantasma lo abrió, se apoyó sobre un lado y se desplomó. Había algo dentro.
¿Frascos?
Los cogió con ansiedad. Eran el tipo de frascos que los alománticos utilizaban para guardar trocitos de metal. Fantasma cogió uno con manos temblorosas, pero le resbaló entre los dedos entumecidos. Se rompió. Miró el líquido que había dentro: una solución de alcohol que impedía que los copos de metal se oxidaran, y que además ayudaba al alomántico a ingerirlos.
—¡Fantasma! —dijo la voz.
Aturdido, Fantasma cogió otro frasco. Arrancó el tapón con los dientes, sintiendo el crepitar de las llamas a su alrededor. La pared del fondo casi había desaparecido. El fuego se deslizaba hacia él.
Bebió el contenido del frasco, y luego buscó estaño en su interior. Pero no había. Fantasma gritó de desesperación y soltó el frasco. No contenía ningún estaño. ¿Cómo iba a salvarlo eso, de todas formas? Le habría hecho sentir las llamas, y su herida, con mayor intensidad.
—¡Fantasma! —ordenó la voz—. ¡Quémalo!
—¡No hay estaño! —chilló Fantasma.
—¡El estaño no! ¡El dueño de esta casa no era un ojo de estaño!
El estaño no. Fantasma parpadeó. Entonces, buscando en su interior, encontró algo completamente inesperado. Algo que nunca había pensado ver, algo que no debería haber existido.
Una nueva reserva de metal. La quemó.
Su cuerpo destelló con fuerza. Sus brazos temblorosos se volvieron firmes. Su debilidad pareció desaparecer, apartada como la oscuridad al salir el sol. Sintió tensión y poder, y sus músculos se crisparon de expectación.
—¡Levántate!
Alzó la cabeza. Se puso en pie de un salto; esta vez el mareo había desaparecido. Aún sentía la mente aturdida, pero tenía algo claro. Sólo un metal podía haber cambiado su cuerpo, haciéndolo lo suficientemente fuerte para que funcionara a pesar de su terrible herida y la pérdida de sangre.
Fantasma estaba quemando peltre.
La figura permaneció en las llamas, difícil de distinguir.
—Te he dado la bendición del peltre, Fantasma —dijo la voz—. Úsala para huir de este lugar. Puedes romper los tablones del extremo de ese pasillo, y escapar por el tejado del edificio cercano. Los soldados no te verán: están demasiado ocupados controlando el fuego para que no se propague.
Fantasma asintió. El calor ya no le molestaba.
—Gracias.
La figura dio un paso adelante y se convirtió en algo más que una simple silueta. Las llamas jugueteaban con el firme rostro del hombre. Las sospechas de Fantasma se confirmaron: había un motivo por el que confiaba en aquella voz, un motivo por el que había hecho lo que aquel hombre le había dicho.
Haría cualquier cosa que él le ordenara.
—No te di peltre sólo para que sobrevivieras, Fantasma —dijo Kelsier, señalando—. Te lo di para que pudieras vengarte. ¡Ahora vete!
Más de una persona manifestó haber notado un odio consciente en las brumas. Sin embargo, esto no está necesariamente relacionado con que las brumas maten a la gente. A la mayoría, incluso aquellos a quienes afectó, las brumas simplemente les parecían un fenómeno meteorológico, no más consciente ni vengativo que una terrible enfermedad.
Para otros, sin embargo, había más. A los que favorecía, los envolvía. A los que era hostil, los apartaba. Algunos sentían paz dentro de ellas, otros sentían odio. Todo se reducía al sutil contacto de Ruina, y a cuánto se reaccionaba a sus incitaciones.
TenSoon estaba sentado en su jaula.
La existencia misma de la jaula era un insulto. Los kandra no eran como los hombres: aunque no hubiera estado prisionero, TenSoon no habría intentado escapar. Había venido voluntariamente a cumplir su destino.
Y sin embargo, lo encerraban. No estaba seguro de dónde habían sacado la jaula; desde luego, no era algo que los kandra necesitaran normalmente. Con todo, los Segundos la habían encontrado y la habían erigido en una de las principales cuevas de la Tierra Natal. Estaba hecha de placas de hierro y duros barrotes de acero con una fuerte malla de alambre extendida por sus cuatro caras, para así impedirle reducir su cuerpo a músculos base y escabullirse a través. Otro insulto.
TenSoon estaba sentado dentro, desnudo sobre el frío suelo de hierro. ¿Había conseguido algo aparte de su propia condena? ¿Habían tenido algún valor sus palabras en el Cubil de la Confianza?
Fuera de la jaula, las cavernas brillaban con la luz de los musgos cultivados, y los kandra hacían su trabajo. Muchos se detenían a observarlo. Éste era el propósito del largo retraso entre su juicio y la sentencia. La Segunda Generación no necesitaba semanas para reflexionar sobre qué iban a hacerle. Sin embargo, TenSoon los había obligado a dejarle hablar, y los Segundos querían asegurarse de que recibía el castigo adecuado. Lo exponían, como a un humano en el cadalso. En toda la historia del pueblo kandra, ningún otro había sido tratado de esta forma. Su nombre sería seudónimo de vergüenza durante siglos.
Pero no duraremos siglos
, pensó enfadado.
De eso trataba mi discurso.
Un discurso que no había dado muy bien. ¿Cómo explicar a la gente lo que sentía? ¿Que sus tradiciones se estaban agotando, que sus vidas, estables durante tanto tiempo, tenían una drástica necesidad de cambio?
¿Qué sucedió arriba? ¿Fue Vin al Pozo de la Ascensión?
¿Qué hay de Ruina, y de Conservación? Los dioses del pueblo kandra estaban de nuevo en guerra, y los únicos que sabían de ellos fingían que no sucedía nada.
Fuera de la jaula, los otros kandra vivían sus vidas. Algunos instruían a los miembros de las generaciones más nuevas: podía ver a los Undécimos moverse, poco más que manchas con huesos brillantes. La transformación de espectro de la bruma a kandra era difícil. Cuando recibía una Bendición, el espectro perdía la mayor parte de sus instintos y ganaba sentido del yo, y tenía que volver a aprender a formar músculos y cuerpos. Era un proceso que duraba muchos, muchos años.
Otros kandra adultos preparaban la comida. Cocían una mezcla de algas y hongos en hornos de piedra, no muy distintos del otro pozo donde TenSoon pasaría la eternidad. Pese a su antiguo odio por la humanidad, TenSoon siempre consideraba la oportunidad de disfrutar la comida de fuera, sobre todo la carne añeja, un consuelo muy tentador para salir a cumplir un Contrato.