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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Héroe de las Eras (31 page)

BOOK: El Héroe de las Eras
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En las tierras del este, cerca de los páramos de polvo y arena, un muchacho se desplomó en el suelo dentro de una choza skaa. Fue muchos años antes del Colapso, cuando el Lord Legislador aún vivía. No es que el muchacho supiera esas cosas. Era una criatura sucia y harapienta, como casi todos los demás niños skaa del Imperio Final. Demasiado joven para que lo pusieran a trabajar en las minas, se pasaba los días escapando de su madre y correteando con grupos de niños que se ganaban la vida en las calles secas y polvorientas.

Hacía diez años que Fantasma había dejado de ser ese niño. En cierto modo, era consciente de que deliraba, de que la fiebre de sus heridas le hacía perder y recobrar la consciencia, de que sueños del pasado llenaban su mente. Los dejó correr. Permanecer concentrado requería demasiada energía.

Y así recordó lo que sintió cuando golpeó el suelo. Un hombre grande (todos los hombres eran grandes comparados con Fantasma) se alzaba sobre él, la piel sucia del polvo y la mugre de las minas. El hombre escupió en el suelo sucio junto a Fantasma, luego se volvió hacia los otros skaa en la habitación. Había muchos. Una mujer lloraba, y las lágrimas le dejaban líneas de limpieza en las mejillas al borrar el polvo.

—Muy bien —dijo el hombre grande—. Lo tenemos. ¿Y ahora qué?

Se miraron entre sí. Uno de ellos cerró en silencio la puerta de la choza, anulando la roja luz del sol.

—Sólo podemos hacer una cosa —sugirió otro hombre—. Entregarlo.

Fantasma alzó la cabeza. Miró a los ojos de la mujer llorosa. Ella apartó el rostro.

—¿Parlas el dónde de qué? —preguntó Fantasma.

El hombretón volvió a escupir y colocó una bota contra el cuello de Fantasma, apretándolo contra la áspera madera.

—No tendrías que haberle dejado frecuentar esas bandas callejeras, Margel. Ahora el maldito muchacho apenas habla coherentemente.

—¿Qué pasará si lo entregamos? —preguntó uno de los otros hombres—. Quiero decir, ¿y si deciden que somos como él? ¡Podrían mandarnos ejecutar! Lo he visto antes. Entregas a alguien y esas… cosas vienen en busca de todos los que lo conocían.

—Problemas como el suyo forman parte de la familia —señaló otro hombre.

Guardaron silencio. Todos conocían a la familia de Fantasma.

—Nos matarán —dijo el hombre asustado—. ¡Sabéis que lo harán! Los he visto, los he visto con esos clavos en los ojos. Espíritus de muerte, eso es lo que son.

—No podemos dejarlo suelto —repuso otro hombre—. Descubrirán lo que es.

—Sólo se puede hacer una cosa —resolvió el hombretón, apretando con más fuerza el cuello de Fantasma.

Los ocupantes de la habitación, los que Fantasma podía ver, asintieron con aire de gravedad. No podían entregarlo. Tampoco podían dejarlo ir. Sin embargo, nadie echaría en falta a un bribón callejero skaa. Ningún inquisidor ni obligador preguntaría dos veces por un niño muerto encontrado en las calles. Los skaa morían todo el tiempo.

Así eran las cosas en el Imperio Final.

—Padre —susurró Fantasma.

El talón apretó con más fuerza.

—¡Tú no eres mi hijo! Mi hijo se internó en las brumas y no salió nunca. Debes de ser un espectro de la bruma.

Fantasma trató de oponerse, pero el pie le apretaba demasiado el pecho. No podía respirar, y mucho menos hablar. La habitación empezó a ennegrecerse. Y sin embargo, sus oídos (sobrenaturalmente sensibles, amplificados por poderes que apenas comprendía) escucharon algo.

Monedas.

La presión en su cuello se debilitó. Pudo jadear en busca de aire, y recuperó la visión. Allí, caídas en el suelo ante él, había un puñado de hermosas monedas de cobre. Los skaa no cobraban por su trabajo: los mineros recibían productos, apenas los suficientes para vivir. Sin embargo, en ocasiones Fantasma veía que pasaban monedas entre manos nobles. Una vez conoció a un chico que había encontrado una moneda, perdida en la polvorienta mugre de la calle.

Un niño mayor lo había matado por eso. Luego, un noble había matado a ese otro niño cuando trataba de gastar la moneda. A Fantasma le parecía que ningún skaa querría monedas: eran demasiado valiosas, y demasiado peligrosas. Sin embargo, todos los ojos de la habitación estaban puestos en la bolsa de riquezas desparramadas.

—El chico a cambio de la bolsa —dijo una voz. Todos se apartaron para observar a un hombre que estaba sentado en una mesa al fondo de la habitación. No miraba a Fantasma. Tan sólo permanecía sentado, metiéndose en silencio una cuchara de gachas en la boca. Su rostro era nudoso y retorcido, como el cuero que ha estado demasiado tiempo expuesto al sol.

—¿Y bien? —preguntó el hombre nudoso entre bocado y bocado.

—¿De dónde has sacado este dinero? —quiso saber el padre de Fantasma.

—No es asunto tuyo.

—No podemos dejar marchar al muchacho —advirtió uno de los skaa—. ¡Nos traicionará! ¡Cuando lo capturen, les dirá que lo sabíamos!

—No lo capturarán —dijo el hombre contrahecho, tomando otro bocado—. Estará conmigo, en Luthadel. Además, si no lo dejáis venir, les hablaré de vosotros a los obligadores. —Hizo una pausa, bajando la cuchara. Luego miró a la multitud con dureza—: A menos que me queráis matar a mí también.

Finalmente el padre de Fantasma retiró el talón del cuello del muchacho y avanzó hacia el hombre. Pero la madre de Fantasma lo agarró por el brazo.

—¡No, Jedal! —dijo en voz baja, aunque no demasiado baja para los oídos amplificados de Fantasma—. ¡Te matará!

—Es un traidor —escupió el padre—. Sirve en el ejército del Lord Legislador.

—Nos ha traído monedas. Sin duda, aceptar su dinero es mejor que matar al chico.

El padre de Fantasma miró a la mujer:

—¡Es cosa tuya! ¡Mandaste llamar a tu hermano! ¡Sabías que deseaba llevarse al muchacho!

La madre de Fantasma se volvió.

El hombre contrahecho finalmente soltó la cuchara, y se levantó. La gente se apartó, atemorizada. Caminó con cojera pronunciada mientras cruzaba la habitación.

—¡Vamos, chico! —dijo, sin mirar a Fantasma, mientras abría la puerta.

Fantasma se levantó despacio, vacilante. Miró a sus padres mientras retrocedía. Jedal se agachó y empezó a recoger las monedas. Margel miró a Fantasma a los ojos, y luego se volvió.
Es todo lo que puedo darte
, parecía decir su postura.

Fantasma se dio media vuelta, frotándose el cuello, y salió a la calurosa calle tras el desconocido. El hombre seguía cojeando, caminando con un bastón. Miró a Fantasma.

—¿Tienes nombre, muchacho?

Fantasma abrió la boca, pero se detuvo. Su antiguo nombre no parecía servir ya.

—Lestibournes —dijo por fin.

El viejo no pestañeó. Más tarde, Kelsier decidiría que Lestibournes era difícil de pronunciar y lo llamaría «Fantasma». El chico nunca supo si Clubs sabía hablar el argot callejero del este. Y aunque lo hiciera, dudaba que comprendiera la referencia.

Lestibournes: argot callejero que significa «Me han abandonado».

Capítulo 24

Ahora creo que las historias, leyendas y profecías de Kelsier sobre el «Undécimo metal» fueron creadas por Ruina. Kelsier buscaba un modo de matar al Lord Legislador, y Ruina, siempre sutil, se lo proporcionó.

En efecto, ese secreto fue crucial. El Undécimo metal de Kelsier proporcionó la pista que necesitábamos para matar al Lord Legislador. Sin embargo, hasta en esto fuimos manipulados. El Lord Legislador conocía los objetivos de Ruina, y jamás lo habría liberado del Pozo de la Ascensión. Ruina necesitaba otros peones… y para que eso sucediera, el Lord Legislador tenía que morir. Incluso nuestra mayor victoria fue moldeada por los sutiles dedos de Ruina.

Días después, las palabras de MeLaan aún le remordían a TenSoon la conciencia.

«¿Vienes, proclamas la terrible noticia, y luego nos dejas para que resolvamos los problemas por nuestra cuenta?» Durante su año de prisión, había parecido sencillo: haría sus acusaciones, entregaría su información y luego aceptaría el castigo que merecía.

Pero ahora, extrañamente, una eternidad de encarcelamiento parecía la salida fácil. Si dejaba que lo trataran así, ¿en qué era mejor que la Primera Generación? Estaría evitando los problemas, conforme con ser encerrado, sabedor de que el mundo exterior ya no era su problema.

Necio
, pensó.
Permanecerás prisionero toda una eternidad… o al menos hasta que los kandra sean destruidos y tú te mueras de hambre. ¡Esa no es la salida fácil! Al aceptar tu castigo estás haciendo lo honorable, lo ordenado.

Y al hacerlo así, dejaría que MeLaan y los demás fueran destruidos por unos líderes que se negaban a emprender ninguna acción. Es más, dejaría a Vin sin la información que necesitaba. Incluso dentro de la Tierra Natal, podía sentir las ocasionales sacudidas de la roca. Los terremotos aún eran lejanos, y los demás probablemente los ignoraban. Pero TenSoon estaba preocupado.

El final podía estar cerca. Si así fuera, Vin tenía que saber las verdades sobre los kandra. Sus orígenes, sus creencias. Tal vez podría usar la Confianza misma. Pero contarle algo más a Vin significaría una traición aún mayor a su pueblo. Tal vez a un humano le parecería ridículo que vacilara ahora. Sin embargo, hasta el momento, sus verdaderos pecados habían sido impulsivos, y sólo más tarde había racionalizado lo que había hecho. Si se liberara de la prisión, aquello sería diferente. Voluntad e intención.

Cerró los ojos y sintió el frío de la jaula, que todavía se alzaba sola en la gran cueva, pues el lugar quedaba casi abandonado durante las horas de sueño. Ni aun con la Bendición de la Presencia, que permitía a TenSoon concentrarse a pesar de sus incómodos confines, no se le ocurría ningún modo de escapar de la jaula de malla y los guardias de la Quinta Generación, que habían recibido la Bendición de la Potencia. Aunque saliera de la jaula, TenSoon tendría que atravesar docenas de cuevas pequeñas. Con una masa corporal tan baja, carecía de músculos para luchar, y no podría vencer a los kandra que tuvieran la Bendición de la Potencia. Estaba atrapado.

En cierto modo, aquello lo reconfortaba. Huir no era algo que prefiriera a reflexionar: simplemente, no era la costumbre kandra. Había roto el Contrato, y se merecía el castigo. El honor estaba en enfrentarse a las consecuencias de las acciones propias.

¿Verdad?

Cambió de postura. Al contrario que la de un humano real, la piel de su cuerpo desnudo no se magullaba ni quedaba marcada por la prolongada exposición, pues podía reformar su carne para eliminar las heridas. Sin embargo, había poco que hacer respecto a la sensación de verse obligado a estar sentado dentro de la pequeña jaula durante tanto tiempo.

Un movimiento captó su atención. TenSoon se volvió y se sorprendió al ver a VarSell y otros grandes Quintos acercarse a la jaula, sus Cuerpos Verdaderos de piedra de cuarzo ominosos por su tamaño y color.

¿Ya es la hora?
, pensó. Con la Bendición de la Presencia, podía contar mentalmente los días de su encarcelamiento. No era la hora, no. Frunció el ceño, y advirtió que uno de los Quintos llevaba un saco grande. Por un momento, TenSoon estuvo al borde del pánico al imaginar que lo meterían dentro del saco. Sin embargo, el saco ya parecía lleno.

¿Se atrevía a sentir esperanza? Habían pasado días desde su conversación con MeLaan y, aunque ella regresó varias veces para verlo, no habían hablado. Él casi había olvidado las palabras que le dirigió, pronunciadas sabiendo que serían oídas por los sicarios de la Segunda Generación. VarSell abrió la jaula y arrojó el saco al interior. Tintineó con un sonido familiar. Huesos.

—Tienes que llevarlos al juicio —dijo VarSell, agachándose y acercando un rostro transparente a los barrotes—. Órdenes de la Segunda Generación.

—¿Qué tienen de malo los huesos que ahora llevo? —preguntó TenSoon con cuidado, examinando el saco sin saber si sentirse entusiasmado o avergonzado.

—Pretenden romperte los huesos como parte del castigo —contestó VarSell, sonriendo—. Algo parecido a una ejecución pública, aunque en este caso el prisionero sobrevive al proceso. Es sencillo, lo sé, pero la muestra debería causar impresión en las generaciones más jóvenes.

A TenSoon se le revolvió el estómago. Los kandra podían reformar sus cuerpos, cierto, pero sentían el dolor con la misma intensidad que un humano. Haría falta una severa paliza para romperle los huesos y, con la Bendición de la Presencia, no tendría la liberación de la inconsciencia.

—Sigo sin ver la necesidad de otro cuerpo —repuso TenSoon, cogiendo uno de los huesos.

—No hace falta desperdiciar un conjunto perfectamente bueno de huesos humanos, Tercero —dijo VarSell, cerrando la puerta de la jaula—. Volveré a por los huesos que ahora llevas dentro de unas horas.

El hueso de la pierna que sacó no era de humano, sino de perro. Un gran sabueso. Era el mismo cuerpo que TenSoon había empleado al regresar a la Tierra Natal hacía más de un año. Cerró los ojos, sujetando entre los dedos el hueso liso.

Una semana antes, había mencionado lo mucho que despreciaba estos huesos, esperando que los espías de la Segunda Generación llevaran la noticia a sus amos. La Segunda Generación era mucho más tradicional que MeLaan, e incluso ella había considerado repulsiva la idea de llevar huesos de perro. Para los Segundos, obligar a TenSoon a usar el cuerpo de un animal sería denigrante en grado sumo. TenSoon contaba exactamente con eso.

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