Ahora apenas tenía suficiente bebida, y mucho menos comida. Suspiró, contemplando la enorme caverna a través de los barrotes. Las cavernas de la Tierra Natal eran gigantescas, demasiado grandes para que los kandra las llenaran. Pero eso era precisamente lo que a muchos les gustaba de allí. Después de pasar años en un Contrato, obedeciendo los caprichos de un amo a menudo durante décadas seguidas, valoraban que un lugar les brindara la oportunidad de permanecer en soledad.
Soledad
, pensó TenSoon.
Pronto tendré soledad de sobra
. La perspectiva de una eternidad en prisión hizo que se sintiera algo menos molesto con la gente que venía a mirarlo boquiabierta. Serían los últimos miembros de su pueblo a los que viera. Reconoció a muchos de ellos. Los Cuartos y los Quintos venían a escupir en el suelo ante él, mostrando así su devoción a los Segundos. Los Sextos y Séptimos, que componían el grueso de quienes cumplían los Contratos, venían a apiadarse de él y a sacudir tristemente la cabeza por un amigo caído. Los Octavos y Novenos venían por curiosidad, sorprendidos de que alguien tan viejo hubiera caído tan bajo.
Y entonces vio un rostro especialmente familiar entre los curiosos. TenSoon se apartó, avergonzado, cuando MeLaan se le acercó, con el dolor reflejado en aquellos enormes ojos suyos.
—¿TenSoon? —susurró.
—Vete, MeLaan —dijo él en voz baja, de espaldas a los barrotes, lo cual sólo hizo que se encarara a otro grupo de kandra que lo observaba desde el otro lado.
—TenSoon… —repitió ella.
—No tienes que verme así, MeLaan. Por favor, vete.
—No deberían poder hacerte esto —protestó ella, y TenSoon captó la furia en su voz—. Eres casi tan viejo como ellos, y mucho más sabio.
—Ellos pertenecen a la Segunda Generación —argumentó TenSoon—. Son elegidos por la Primera. Nos dirigen.
—No tienen que hacerlo.
—¡MeLaan! —dijo él, volviéndose por fin hacia ella.
La mayoría de los mirones retrocedieron, como si el delito de TenSoon fuera una enfermedad que pudieran contraer. MeLaan se quedó sola junto a la jaula, su Cuerpo Verdadero de cimbreantes huesos de madera la hacía parecer innaturalmente delgada.
—Podrías desafiarlos —dijo MeLaan en voz baja.
—¿Qué crees que somos? —replicó TenSoon—. ¿Humanos, con sus rebeliones y levantamientos? Somos kandra. Somos de Conservación. Seguimos el orden.
—¿Todavía te inclinas ante ellos? —susurró MeLaan, apretando su fino rostro contra los barrotes—. ¿Después de lo que dijiste… de lo que está sucediendo arriba?
TenSoon vaciló:
—¿Arriba?
—Tenías razón, TenSoon. La ceniza cubre la tierra con un manto negro. Las brumas salen durante el día, matan cosechas y personas. Los hombres marchan a la guerra. Ruina ha regresado.
TenSoon cerró los ojos.
—Ellos harán algo —dijo por fin—. La Primera Generación.
—Son viejos. Viejos, olvidadizos, impotentes.
TenSoon abrió los ojos:
—Has cambiado mucho.
Ella sonrió:
—Nunca deberían haber permitido que los niños de una nueva generación fueran educados por un Tercero. Hay muchos de nosotros, los más jóvenes, que estaríamos dispuestos a luchar. Los Segundos no pueden gobernar eternamente. ¿Qué podemos hacer, TenSoon? ¿Cómo podemos ayudarte?
¡Oh, niña!
, pensó él.
¿Crees que no os conocen?
Los miembros de la Segunda Generación no eran necios. Puede que fueran perezosos, pero eran viejos y hábiles; TenSoon lo sabía, pues los conocía a todos muy bien. Tendrían a algún kandra escuchando lo que se decía en esta jaula. Un kandra de la Cuarta o la Quinta Generación que tuviera la Bendición de la Consciencia podía estar a cierta distancia y seguir oyendo lo que aquí se decía.
TenSoon era un kandra. Había regresado para recibir su castigo porque era lo adecuado. Se trataba de algo más que honor, de algo más que el Contrato. Se trataba de quién era él.
Y sin embargo, si lo que MeLaan decía era cierto…
Ruina ha regresado.
—¿Cómo puedes quedarte ahí sentado? —dijo MeLaan—. Eres más fuerte que ellos.
TenSoon negó con la cabeza:
—Rompí el Contrato, MeLaan.
—Por un bien mayor.
Al menos la he convencido a ella.
—¿Es verdad, TenSoon? —preguntó ella en voz muy baja.
—¿Qué?
—OreSeur. Tenía la Bendición de la Potencia. Debiste de haberla heredado al matarlo. Sin embargo, no la encontraron en tu cuerpo cuando te apresaron. ¿Qué hiciste con ella? ¿Puedo conseguírtela? ¿Traértela, para que puedas luchar?
—No lucharé contra mi propio pueblo, MeLaan. Soy un kandra.
—¡Alguien tiene que liderarnos! —susurró ella.
Al menos, esa afirmación era cierta. Pero el derecho no correspondía a TenSoon. Ni, en realidad, a la Segunda Generación… y tampoco a la Primera Generación. Correspondía a quien los había creado. Estaba muerto, pero otra había ocupado su lugar.
MeLaan guardó silencio un rato, todavía arrodillada junto a la jaula. Tal vez esperaba que él la animara de algún modo, o que se convirtiera en el líder que buscaba. TenSoon no habló.
—Así que has venido a morir —dijo ella finalmente.
—A explicar lo que he descubierto. Lo que he sentido.
—¿Y luego, qué? ¿Vienes, proclamas la terrible noticia y luego nos dejas para que resolvamos los problemas por nuestra cuenta?
—Eso no es justo, MeLaan. Vine para ser el mejor kandra que sé.
—¡Pues lucha!
Él sacudió la cabeza.
—Entonces es cierto —repuso ella—. Los otros de mi generación dicen que fuiste domado por ese último amo tuyo. Un hombre llamado Zane.
—No me domó.
—¿Ah, no? Entonces, ¿por qué regresaste a la Tierra Natal con ese… cuerpo que estabas usando?
—¿Los huesos del perro? —dijo TenSoon—. No me los dio Zane, sino Vin.
—Entonces ella te domó.
TenSoon resopló suavemente. ¿Cómo podía explicarlo? Por un lado, parecía irónico que MeLaan, quien llevaba ex profeso un Cuerpo Verdadero no humano, hallara tan repulsiva su utilización del cuerpo de un perro. Sin embargo, lo comprendía. Él mismo había tardado un tiempo en apreciar las ventajas de esos huesos.
Vaciló.
Pero no. No había venido a traer la revolución. Había venido a explicar, a servir a los intereses de su pueblo. Lo haría aceptando su castigo, como todo kandra.
Y sin embargo…
Había una oportunidad. Minúscula. Ni siquiera estaba seguro de querer escapar, pero si había una oportunidad…
—Esos huesos que llevaba —se encontró diciendo TenSoon—. ¿Sabes dónde están?
MeLaan frunció el ceño:
—No. ¿Para qué los quieres?
TenSoon sacudió la cabeza.
—No los quiero —repuso él, escogiendo sus palabras con cuidado—. ¡Eran repugnantes! Me obligaron a llevarlos durante más de un año, forzado al humillante papel de un perro. Los habría descartado, pero no tenía ningún cadáver que ingerir y tomar, así que tuve que regresar aquí con ese horrible cuerpo.
—Estás evitando el verdadero asunto, TenSoon.
—No hay ningún asunto verdadero, MeLaan —protestó él, volviéndose. Funcionara o no su plan, no quería que los Segundos la castigaran por asociarse con él—. No me rebelaré contra mi pueblo. Por favor, si de verdad deseas ayudarme, déjame en paz.
MeLaan siseó, y él la oyó ponerse en pie:
—Una vez fuiste el más grande de todos nosotros.
TenSoon suspiró cuando ella se marchó.
No, MeLaan. Nunca fui grande. Hasta hace poco, fui el más ortodoxo de mi generación, un conservador distinguido solamente por su odio a los humanos. Ahora, me he convertido en el mayor criminal de la historia de nuestro pueblo, pero por accidente.
Eso no es grandeza. Es estupidez.
No debería sorprender que Elend se convirtiera en un alomántico tan poderoso. Es un hecho bien documentado (aunque esa documentación no estaba al alcance de la mayoría) que los alománticos eran mucho más fuertes durante los primeros días del Imperio Final.
En aquellos días, un alomántico no necesitaba duralumín para hacerse con el control de un kandra o un koloss. Bastaba con un simple empujón o un tirón de las emociones. De hecho, esta habilidad fue uno de los principales motivos por los que los kandra idearon sus Contratos con los humanos, pues por aquel entonces no sólo los nacidos de la bruma, sino también los aplacadores y encendedores podían controlarlos a placer.
Demoux sobrevivió.
Pertenecía al grupo más numeroso, el quince por ciento que enfermó pero no murió. Vin estaba sentada en lo alto de la cabina de su estrecha barcaza con un brazo apoyado en un saliente de madera, acariciando distraída el pendiente de su madre, que como siempre llevaba puesto. Los brutos koloss avanzaban por la ribera, tirando de las barcas y barcos por el canal. Muchas de las barcazas aún transportaban suministros: tiendas, comida, agua potable. Sin embargo, varias habían sido vaciadas, y sus contenidos, trasladados por los soldados supervivientes, para así hacer sitio a los heridos.
Vin se volvió para mirar la proa de la embarcación. Allí estaba Elend, como de costumbre, mirando al oeste. No parecía alicaído, sino un rey, erguido, que miraba decidido su destino. Muy distinto del hombre que había sido en el pasado, con la barba abundante, el cabello más largo, los uniformes siempre inmaculados que empezaban a gastarse. No eran uniformes harapientos, sino limpios y brillantes, tan blancos como podían serlo en la situación actual del mundo. Pero ya no eran nuevos. Eran los uniformes de un hombre que llevaba dos años seguidos en guerra.
Vin lo conocía lo bastante para notar que no todo iba bien. Sin embargo, también lo conocía lo suficiente para notar que no quería hablar de ello por el momento.
Bajó de un salto, quemando peltre inconscientemente para reforzar su equilibrio. Cogió un libro de un banco junto a la borda del barco, y se sentó. Elend acabaría hablando con ella, siempre lo hacía. De momento, tenía otra cosa en la que entretenerse.
Abrió el libro por la página marcada y releyó un párrafo concreto. «La Profundidad debe ser destruida —decía el texto—. La he visto, y la he sentido. Creo que el nombre que le damos es una palabra demasiado débil. Sí, es profunda e insondable, pero también terrible. Muchos no se dan cuenta de que es sentiente, pero yo he notado su mente, tal como es, las pocas veces que me he enfrentado a ella directamente.»
Miró la página un momento, acomodándose en el banco. Junto a ella pasaban los canales de agua, cubiertos de una espuma de ceniza flotante.
Aquel libro era el diario de Alendi. Había sido escrito mil años atrás por un hombre que se consideraba a sí mismo el Héroe de las Eras. Alendi no había completado su misión: lo había asesinado uno de sus sirvientes, Rashek, quien luego tomó el poder del Pozo de la Ascensión y se convirtió en el Lord Legislador.
La historia de Alendi era aterradoramente parecida a la de la propia Vin. También ella había asumido que era el Héroe de las Eras. Había viajado hasta el Pozo, y había sido traicionada. Aunque no por uno de sus sirvientes, sino por la fuerza aprisionada dentro del Pozo. La fuerza que, suponía, estaba detrás de las profecías sobre el Héroe de las Eras.
¿Por qué sigo volviendo a este párrafo?
, pensó, mirándolo de nuevo. Tal vez a causa de lo que le había dicho Humano: las brumas la odiaban. Ella había sentido ese odio, y parecía que Alendi había notado lo mismo.
Pero ¿podía confiar en las palabras del diario? La fuerza que había liberado, el ser que llamaban Ruina, había demostrado que podía cambiar las cosas del mundo. Cosas pequeñas, aunque importantes. Como el texto de un libro, y por eso los oficiales de Elend tenían ahora órdenes de enviar todos los mensajes con palabras memorizadas o con letras grabadas en metal.
De todas formas, si había algo que descubrir en la lectura de aquel libro de viajes, Ruina lo habría eliminado hacía tiempo. Vin sentía que le habían estado tomando el pelo desde hacía tres años, impulsada por cuerdas invisibles. Había creído tener revelaciones y hacía grandes descubrimientos, cuando en realidad lo único que había estado haciendo era seguir las órdenes de Ruina.
Pero Ruina no es omnipotente
, pensó Vin.
Si lo fuera, no habría habido ninguna lucha. No habría necesitado engañarme para que lo liberara.
No puede conocer mis pensamientos…
Incluso saber eso resultaba frustrante. ¿De qué servían sus pensamientos? Siempre había tenido a Sazed, a Elend o a TenSoon para discutir con ellos problemas como éstos. No eran cosa de Vin: ella no era ninguna erudita. Sin embargo, Sazed había abandonado sus estudios, TenSoon había regresado con su pueblo, y Elend estaba demasiado ocupado últimamente para preocuparse de otra cosa que no fueran su ejército y sus decisiones políticas. Eso dejaba sola a Vin. Y leer y estudiar seguía pareciéndole pesado y aburrido.
Sin embargo, cada vez se sentía más cómoda con la idea de hacer lo que debía, aunque no le gustara. Ya no era dueña de sí misma. Pertenecía al Nuevo Imperio. Había sido su brazo ejecutor, y ahora era el momento de probar un rol diferente.
Tengo que hacerlo
, pensó, sentada a la rojiza luz del sol.
Aquí hay un enigma, algo que resolver. ¿Qué solía decir Kelsier?
Siempre hay otro secreto.