Fantasma arqueó una ceja y echó otro trago de vino. Vin, y no Kelsier, había matado al Lord Legislador. Sin embargo, Urteau estaba lejos de Luthadel. Probablemente, ni siquiera se enteraron de la caída del Lord Legislador hasta semanas después de consumado el hecho. Fantasma pasó a otra conversación, buscando a quienes hablaban en furtivos susurros. Encontró exactamente lo que buscaba en un par de hombres que compartían una botella de buen vino sentados en un rincón en el suelo.
—Ya ha catalogado a casi todo el mundo —susurró uno de ellos—. Pero no ha terminado todavía. Tiene a esos escribas suyos, los genealogistas. Hacen preguntas, interrogan a vecinos y amigos, tratando de remontarse a cinco generaciones en busca de sangre noble.
—Pero sólo mata a quienes tienen nobles hasta en dos generaciones atrás.
—Va a producirse una división —susurró la otra voz—. Todo hombre que sea puro cinco generaciones atrás podrá servir en el gobierno. Los demás lo tendrán prohibido. En esta época, cualquier hombre podría ganar un montón de dinero si pudiera ayudar a la gente a ocultar ciertos hechos de su pasado.
¡Humm!
, pensó Fantasma, tomando un sorbo de vino. Extrañamente, el alcohol no parecía afectarle mucho.
El peltre
, advirtió.
Refuerza el cuerpo, lo hace más resistente a dolores y heridas. ¿Evitará también la embriaguez?
Sonrió. La capacidad de beber y no emborracharse: una ventaja del peltre de la que nadie le había hablado. Tenía que haber un modo de usar esa habilidad.
Volvió su atención a otros clientes del bar, buscando información útil. Otra conversación trataba del trabajo en las minas. Fantasma sintió un escalofrío y un retortijón al recordar. Los hombres hablaban de una mina de carbón, no de oro, pero los gruñidos eran los mismos. Derrumbamientos. Gases peligrosos. Aire sofocante y capataces despiadados.
Ésa habría sido mi vida
, pensó Fantasma.
Si Clubs no hubiera venido a por mí.
Hasta el día de hoy, seguía sin comprender. ¿Por qué había viajado Clubs hasta tan lejos, hasta los remotos confines orientales del Imperio Final, para rescatar a un sobrino al que no conocía? Sin duda, en Luthadel habría jóvenes alománticos que también merecían su protección.
Clubs había gastado una fortuna, recorrido una gran distancia en un imperio donde los skaa tenían prohibido salir de sus ciudades natales, y se había arriesgado a ser traicionado por el padre de Fantasma. Por eso se había ganado la lealtad de un chico salvaje de la calle que, hasta entonces, había vivido sin una figura autoritaria que tratara de controlarlo.
¿Cómo sería?
, pensó Fantasma.
Si Clubs no hubiera venido a por mí, yo jamás habría formado parte de la banda de Kelsier. Podría haber ocultado mi alomancia y haberme negado a emplearla. Podría haber ido simplemente a las minas, y vivido como cualquier otro skaa.
Los hombres se apiadaron de las muertes de varios que habían caído en un derrumbe. Parecía que, para ellos, poco habían cambiado las cosas desde los días del Lord Legislador. La vida de Fantasma habría sido como la de ellos. Estaría en aquellos páramos del este, viviendo entre el polvo cuando estuviera al aire libre, trabajando en confines abarrotados el resto del tiempo.
Parecía que la mayor parte de su vida Fantasma había sido un copo de ceniza, empujado por cualquier viento fuerte que encontraba en su camino. Había ido adonde le decían que fuera, hecho lo que querían que hiciera. Incluso como alomántico, Fantasma había vivido su vida como un don nadie. Los otros habían sido grandes hombres. Kelsier había organizado una revolución imposible. Vin había abatido al mismísimo Lord Legislador. Clubs había dirigido los ejércitos de la revolución, y se había convertido en el principal general de Elend. Sazed era guardador, había conservado el conocimiento de siglos. Brisa había movido a oleadas de gente con su astuta lengua y su poder aplacador, y Ham era un poderoso soldado. Pero Fantasma simplemente había sido testigo, y no había hecho realmente nada.
Hasta el día en que huyó, dejando que Clubs muriera.
Fantasma suspiró y alzó la cabeza.
—Sólo quiero ayudar —susurró.
—Puedes hacerlo —dijo la voz de Kelsier—. Puedes ser grande. Como yo lo fui.
Sobresaltado, Fantasma miró alrededor. Pero nadie más parecía haber oído aquella voz. Se echó hacia atrás en su asiento, incómodo. Sin embargo, las palabras tenían sentido. ¿Por qué siempre se menospreciaba tanto? Cierto, Kelsier no lo había escogido para que fuera miembro de la banda, pero ahora el mismísimo Superviviente se le había aparecido y le había concedido el poder del peltre.
Podría ayudar a la gente de esta ciudad
, pensó.
Como Kelsier ayudó a la de Luthadel. Podría hacer algo importante: llevar Urteau al imperio de Elend, entregarle el depósito de suministros además de la lealtad del pueblo.
Huí una vez. No tengo por qué volver a hacerlo. ¡No lo volveré a hacer!
Olores a vino, cuerpos, ceniza y moho flotaban en el aire. Fantasma podía sentir el mismo grano del taburete en el que estaba sentado a través de sus ropas, los movimientos de la gente en el edificio que hacían vibrar y sacudir el terreno bajo sus pies. Y, con todo esto, el peltre ardía en su interior. Lo avivó, lo hizo fuerte junto con su estaño. La botella crujió en su mano, pues sus dedos presionaban con demasiada fuerza, aunque la soltó lo suficientemente rápido para que no se quebrara. Cayó al suelo, y la agarró en el aire con la otra mano, moviendo el brazo con cegadora velocidad.
Fantasma parpadeó, asombrado por la celeridad de sus propios movimientos. Entonces sonrió.
Voy a necesitar más peltre
, pensó.
—Es él.
Fantasma se quedó inmóvil. Varias de las conversaciones en la sala habían cesado, y para sus oídos, acostumbrados a la cacofonía, el creciente silencio fue extraño. Miró a un lado. Los hombres que hablaban de las minas miraban a Fantasma, hablando en voz baja porque probablemente asumían que no podía oírlos.
—Os digo que vi cómo lo reducían los guardias. Todo el mundo pensaba que estaba ya muerto antes de que lo quemaran.
Mala cosa
, pensó Fantasma. No se consideraba lo suficientemente memorable para que la gente se fijara en él. Pero… claro, había atacado a un grupo de soldados en el mercado más poblado de la ciudad.
—Durn ha estado hablando de él —continuó la voz—. Dijo que era miembro de la banda del Superviviente…
Durn
, pensó Fantasma.
Así que sabe quién soy en realidad. ¿Por qué ha estado contando a la gente mis secretos? Creía que era más cuidadoso.
Fantasma se levantó con toda la naturalidad que pudo, y huyó en la noche.
Sí, Rashek hizo buen uso de la cultura de su enemigo para desarrollar el Imperio Final. Sin embargo, otros elementos de la cultura imperial fueron un completo contraste para Khlennium y su sociedad. Las vidas de los skaa fueron modeladas siguiendo a los pueblos esclavos de los canzi. Los mayordomos de Terris recordaban a la clase sirviente de Urtan, que Rashek conquistó relativamente tarde en su primer siglo de vida.
La religión imperial, con sus obligadores, parece haber surgido del sistema burocrático mercantil de los hallant, un pueblo muy concentrado en pesos, medidas y permisos. El hecho de que el Lord Legislador basara su iglesia en una institución financiera demuestra (en mi opinión) que no le preocupaba tanto la verdadera fe de sus seguidores como la estabilidad, la lealtad y el contar con medidas cuantificables de devoción.
Vin atravesaba velozmente el oscuro aire nocturno. Las brumas giraban a su alrededor, una retorcida tormenta de blanco sobre negro. Se acercaban a su cuerpo, como si pretendieran golpearla, pero nunca a más de unas pocas pulgadas, como si las repeliera alguna corriente de aire. Vin recordó una época en que las brumas le rozaban la piel, en vez de ser repelidas. La transición había sido gradual; habían pasado meses antes de que advirtiera el cambio.
No llevaba ninguna capa de bruma. Le parecía extraño ir saltando entre las brumas sin uno de aquellos atuendos, pero la verdad es que así hacía menos ruido. Antes, la capa de bruma era útil para hacer que los guardias o los ladrones se volvieran a su paso. Sin embargo, al igual que la época de las brumas amistosas, esos tiempos habían pasado. Así que ahora sólo llevaba una camisa negra y pantalones, todo bien ceñido al cuerpo para reducir al mínimo el aleteo de la tela. Como siempre, no llevaba metal alguno excepto las monedas de su bolsa y un frasquito extra de metales en el cinturón. Sacó una moneda, su familiar peso envuelto en una capa de tela, y la lanzó por debajo. Un empujón contra el metal la envió contra las rocas, pero la tela amortiguó el sonido del golpe. Usó el empujón para ralentizar el descenso, deteniéndose levemente en el aire.
Aterrizó con cuidado en un saliente de roca, y luego tiró de la moneda para recuperarla. Se arrastró por la roca, sintiendo la ceniza bajo los pies. Un poco más allá, había un grupito de guardias sentado en la oscuridad, susurrando y contemplando el campamento de Elend, que ahora era poco más que una nube de luces de hogueras perdidas entre las brumas. Los guardias hablaban de lo gélida que estaba siendo la primavera, y comentaban que este año parecía más frío que los anteriores. Aunque Vin iba descalza, apenas advertía el frío. Un regalo del peltre.
Quemó bronce, y no oyó ninguna pulsación. Ninguno de los hombres estaba quemando metales. Uno de los motivos por los que Cett se había dirigido a Luthadel en primer lugar era porque había sido incapaz de reclutar a suficientes alománticos para que lo protegieran de los asesinos nacidos de la bruma. Sin duda, Lord Yomen había experimentado problemas similares, y probablemente no habría enviado a los alománticos que pudiera tener a vigilar un campamento enemigo con aquel frío.
Vin dejó atrás el puesto de guardia. No necesitó alomancia para no hacer ruido: alguna vez había trabajado como ladrona junto con su hermano Reen y sabía cómo entrar en las casas. Tenía toda una vida de entrenamiento que Elend jamás conocería o comprendería. Podía practicar con peltre todo lo que quisiera (y realmente estaba mejorando), pero nunca había sabido reproducir los instintos establecidos por una infancia donde robar había sido necesario para continuar viva.
En cuando dejó atrás a los guardias, volvió a las brumas, usando como anclaje sus monedas embozadas. Dio un amplio rodeo a las hogueras levantadas ante la ciudad, y llegó a la parte trasera de Fadrex. La mayoría de las patrullas estaba delante, pues la parte de atrás la protegían los empinados muros de las formaciones rocosas. Naturalmente, eso apenas supuso una molestia para Vin, y pronto se encontró saltando varias docenas de metros en el aire para sortear un muro de roca antes de aterrizar en un valle al fondo de la ciudad.
Se lanzó a los tejados e hizo una rápida exploración, saltando de acera en acera con amplios brincos alománticos. Le impresionó el tamaño de Fadrex. Elend había llamado «provinciana» a aquella ciudad, y Vin había imaginado una ciudad poco más grande que una aldea. Cuando llegaron, había empezado a imaginar una ciudad austera cerrada con barricadas, más parecida a un fuerte. Fadrex no era nada de eso.
Debería haberse dado cuenta de que Elend (que se había criado en la enorme metrópolis de Luthadel) tendría una visión sesgada de lo que constituía una gran ciudad. Fadrex era bastante grande. Vin contó varios suburbios skaa, un puñado de mansiones nobles, e incluso dos fortalezas al estilo de Luthadel. Las grandes estructuras de piedra mostraban la típica disposición de vidrieras de colores y murallas fortificadas. Sin duda, eran los hogares de los nobles más importantes de la ciudad.
Aterrizó en un tejado cerca de una de las fortalezas. La mayoría de los edificios de la ciudad eran de un solo piso o de dos, todo un cambio respecto a las casas de Luthadel. Estaban un poco más espaciados, y solían ser planos y amplios, en vez de altos y rematados en pico. Eso sólo hacía que la enorme fortaleza pareciera mucho más grande en comparación. El edificio era rectangular, con una fila de tres torres puntiagudas alzándose a cada extremo. Adornos de mampostería blanca recorrían todo el perímetro en la cúspide.
Y las murallas, naturalmente, estaban alineadas con preciosas vidrieras de colores, iluminadas desde dentro. Vin se agazapó en un tejado bajo, contemplando la belleza coloreada de las brumas. Por un momento, se sintió transportada a tres años atrás, cuando asistía en Luthadel a bailes en mansiones parecidas como parte del plan de Kelsier para derrocar el Imperio Final. Entonces era una criatura nerviosa e insegura, preocupada porque aquel mundo recién descubierto de una banda en la que podía confiar y de fiestas hermosas se desplomara a su alrededor. Y, en cierto modo, así había sido, pues ese mundo había desaparecido. Ella había ayudado a destruirlo.
Sin embargo, durante aquellos meses, había sido feliz. Tal vez más feliz que en ningún otro momento de su vida. Amaba a Elend, y se alegraba de que la vida hubiera progresado hasta el punto de poder llamarlo esposo, pero en aquellos primeros días con la banda había una deliciosa inocencia. Bailes donde Elend leía en su mesa, fingiendo ignorarla. Noches aprendiendo los secretos de la alomancia. Tardes sentada a la mesa del taller de Clubs, compartiendo risas con la banda. Se habían enfrentado al desafío de planear algo tan grande como la caída de un imperio, pero no sentían ninguna carga de liderazgo ni el peso de la responsabilidad por el futuro.