Ella arqueó una ceja:
—Espero que sea una pregunta retórica.
—Pretendía ser amable —dijo Elend—. Necesito que explores un poco. No sabemos casi nada de lo que ocurre últimamente en esta dominación… Hemos concentrado todos nuestros esfuerzos en Urteau y el sur.
Vin se encogió de hombros:
—Puedo husmear un poco. No sé qué esperas que encuentre.
—Cett —ordenó Elend, volviéndose—. Necesito nombres. Informadores, o tal vez algunos nobles que puedan serte aún leales.
—¿Nobles? —preguntó Cett, divertido—. ¿Leales?
Elend puso los ojos en blanco:
—¿Qué tal alguien que podamos sobornar para que nos pase información?
—¡Claro! —respondió Cett—. Escribiré algunos nombres y lugares. Suponiendo que aún vivan en la ciudad. ¡Demonios!, suponiendo que estén vivos siquiera. No podemos esperar gran cosa hoy en día.
Elend asintió:
—No emprenderemos ninguna otra acción hasta que tengamos más información. Ham, asegúrate de que los soldados caven bien: usad las fortificaciones de campo que les enseñó Demoux. Cett, encárgate de emplazar esas patrullas de guardia, y asegúrate de que nuestros ojos de estaño estén alerta en todo momento. Vin explorará a ver si puede colarse en el depósito como hizo en Urteau. Si sabemos qué hay dentro, podremos decidir mejor si jugárnosla o no con una incursión en la ciudad.
Los diversos miembros del grupo asintieron, comprendiendo que la reunión había terminado. Cuando se marcharon, Elend volvió a salir a las brumas y contempló las lejanas hogueras que ardían en las alturas rocosas.
Silenciosa como un suspiro, Vin se colocó a su lado y siguió su mirada. Guardó silencio unos instantes. Luego miró a un lado, donde un par de soldados entraban en la tienda para llevarse a Cett. Los ojos se le entrecerraron de disgusto.
—Lo sé —dijo Elend en voz baja, sabiendo que Vin volvía a pensar en Cett y en su influencia sobre él.
—No negaste que podrías recurrir al asesinato —repuso ella.
—Esperemos que no haya que llegar a eso.
—¿Y si no?
—Tomaré la decisión que considere mejor para el imperio.
Vin permaneció en silencio un instante. Entonces, miró las hogueras.
—Podría ir contigo —se ofreció Elend.
Ella sonrió, y lo besó:
—Lo siento. Pero eres muy ruidoso.
—¡Venga ya! ¡No soy tan malo!
—¡Sí que lo eres! —exclamó Vin—. Además, hueles.
—¿Sí? —preguntó él, divertido—. ¿A qué huelo?
—A emperador. Un ojo de estaño podría detectarte en cuestión de segundos.
Elend arqueó las cejas:
—Comprendo. ¿Y tú no posees también un olor imperial?
—Pues claro que sí —contestó Vin, arrugando la nariz—. Pero sé cómo deshacerme de él. En cualquier caso, no eres lo bastante bueno para acompañarme, Elend. Lo siento.
Elend sonrió.
Querida, brusca Vin.
Tras él, los soldados salieron de la tienda cargando con Cett. Una ayudante se acercó, y le entregó a Elend una breve lista de informadores que podrían estar dispuestos a hablar. Elend se la pasó a Vin.
—¡Que te diviertas! —le dijo.
Ella lanzó una moneda entre ambos, lo besó otra vez y se lanzó a la noche.
Apenas empiezo a comprender la brillantez de la síntesis cultural del Lord Legislador. Uno de los beneficios que le permitía ser inmortal y, a todos los efectos relevantes, omnipotente era una influencia directa y efectiva sobre la evolución del Imperio Final.
Consiguió tomar elementos de una docena de culturas diferentes y aplicarlos a su nueva sociedad «perfecta». Por ejemplo, la destreza arquitectónica de los constructores de Khlennium se manifiesta en las fortalezas de los grandes nobles. El sentido de la moda khlenni (trajes para los hombres, vestidos para las damas) es otra cosa que el Lord Legislador consideró apropiado.
Sospecho que, a pesar de su odio hacia el pueblo de Khlennium, al que pertenecía Alendi, Rashek también sentía por ellos una profunda envidia. Los terrisanos de la época eran sencillos pastores; los khlenni, cultos cosmopolitas. Por irónico que parezca, es lógico que el nuevo imperio de Rashek imitara la alta cultura del pueblo que odiaba.
Fantasma se encontraba en su cubil de una sola habitación, una habitación que, por supuesto, era ilegal. El Ciudadano prohibía ese tipo de lugares donde un hombre podía vivir sin dar explicaciones, sin ser vigilado. Por fortuna, prohibir esos sitios no los eliminaba.
Sólo los hacía más caros.
Fantasma tenía suerte. Apenas recordaba haber saltado del edificio en llamas, con seis frascos alománticos en las manos, tosiendo y sangrando. No recordaba haber vuelto a su cubil. Probablemente debería estar muerto. Incluso tras sobrevivir a los incendios, deberían haberlo traicionado: si el propietario de este pequeño alojamiento clandestino hubiera descubierto quién era Fantasma y de qué huía, la promesa de recompensa habría sido irresistible.
Pero Fantasma había sobrevivido. Tal vez los otros ladrones del cubil pensaran que le había salido mal algún robo. O tal vez simplemente les traía sin cuidado. Sea como fuere, podía plantarse delante del espejito del cuarto, sin la camisa, y mirarse asombrado la herida.
Estoy vivo
, pensó.
Y… me siento bastante bien
. Se desperezó, e hizo girar el brazo. La herida dolía bastante menos de lo que debería. A la tenue luz, pudo ver el corte, cubierto por una cicatriz y ya curándose. El peltre le ardía en el estómago, un hermoso complemento a la familiar llama del estaño.
Fantasma era algo que no debería existir. En la alomancia, la gente tenía uno de los ocho poderes básicos, o tenía los catorce. Uno o todos. Nunca dos. Sin embargo, él había intentado quemar sin éxito los otros metales. De algún modo, sólo le habían dado el peltre para complementar su estaño. Por sorprendente que eso pudiera resultar, había algo aún más extraño.
Había visto el espíritu de Kelsier. El Superviviente había regresado y se había manifestado ante Fantasma.
Fantasma no tenía ni idea de cómo reaccionar ante ese hecho. No era especialmente religioso, pero… bueno, un muerto (a quien algunos consideraban un dios) se le había aparecido y le había salvado la vida. Le preocupaba que todo hubiera sido una alucinación. Aunque, si así fuera, ¿cómo había conseguido el poder del peltre?
Sacudió la cabeza, palpando sus vendajes; enseguida se detuvo al ver que algo destellaba en el reflejo del espejo. Se acercó más, confiando, como siempre, en que la luz de las estrellas del exterior proporcionara iluminación. Con sus extremos sentidos de estaño, era fácil ver el trocito de metal que asomaba en la piel de su hombro, aunque sólo sobresaliera una fracción de pulgada.
La punta de la espada de ese hombre
, advirtió Fantasma,
la que me atravesó. Se rompió… la punta debe de haberse quedado clavada en mi piel
. Apretó los dientes, y se dispuso a arrancarla.
—¡No! —exclamó Kelsier—. Déjala. Es un signo de tu supervivencia, como la herida que llevas.
Fantasma se sobresaltó. Miró alrededor, pero esta vez no había ninguna aparición. Sólo la voz. Sin embargo, estaba seguro de haberla oído.
—¿Kelsier? —preguntó, vacilante.
No hubo respuesta.
¿Me estoy volviendo loco?
, se preguntó Fantasma.
¿O… es como enseña la Iglesia del Superviviente?
¿Podía ser que Kelsier se hubiera convertido en algo más grande, algo que cuidaba a sus seguidores? En ese caso, ¿Kelsier lo cuidaba siempre? Eso parecía un poco… inquietante. Sin embargo, si le concedía el poder del peltre, ¿quién era él para quejarse?
Fantasma se volvió y se puso la camisa, estirando de nuevo el brazo. Necesitaba información. ¿Cuánto tiempo había estado delirando? ¿Qué hacía Quellion? ¿Habían llegado ya los otros miembros de la banda?
Apartó de su mente aquellas extrañas visiones y salió a la oscura calle. Como cubil, no era gran cosa: una habitación tras una puerta oculta en la pared de una callejuela de los suburbios. Con todo, era mejor que vivir en una de las casas abarrotadas que fue dejando atrás mientras caminaba por la oscura ciudad, cubierta de bruma.
Al Ciudadano le gustaba fingir que todo era perfecto en su pequeña utopía, pero a Fantasma no le sorprendió descubrir que tenía suburbios, igual que todas las otras ciudades que había visitado. Había mucha gente en Urteau a la que, por un motivo u otro, no le gustaba vivir en las partes de la ciudad donde el Ciudadano pudiera vigilarlos. Esa gente se había congregado en un sitio conocido como las Gradas, un canal particularmente abarrotado lejos de las zanjas principales.
Las Gradas estaba repleto de una desordenada masa de madera, tela y cuerpos. Las chabolas se apoyaban contra chabolas, los edificios lo hacían de manera precaria contra la tierra y la roca, y todo se amontonaba sobre sí mismo, arrastrándose por las murallas del canal hacia el oscuro cielo. La gente dormía en todos los rincones sólo bajo una sábana sucia extendida entre dos trozos de residuos urbanos, su miedo a las brumas de todo un milenio daba paso a la simple necesidad.
Fantasma recorrió el abarrotado canal. Algunas de las pilas de edificios desvencijados se alzaban tanto que el cielo se reducía a una mera rendija en lo alto, con demasiado poco brillo para ser de ninguna utilidad a los ojos de nadie más que de Fantasma.
Tal vez el caos fuera el motivo por el que el Ciudadano prefería no visitar las Gradas. O, tal vez, simplemente esperaba a limpiarlos y tener mejor control sobre su reino. Sea como fuere, su estricta sociedad, mezclada con la pobreza que generaba, daba pie a una cultura de la noche curiosamente abierta. El Lord Legislador había patrullado las calles; el Ciudadano, sin embargo, predicaba que las brumas eran de Kelsier… y por eso difícilmente podía prohibir que nadie se internara en ellas. Urteau era el primer lugar en la experiencia de Fantasma donde una persona podía transitar por una calle a medianoche y encontrar una taberna abierta que sirviera bebidas. Entró en una, arrebujado en la capa. No había una barra propiamente dicha, sólo un grupo de hombres sucios sentados alrededor de una hoguera excavada en el suelo. Había otros sentados en taburetes o en cajas en los rincones. Fantasma encontró una caja vacía y se sentó.
Entonces cerró los ojos y se puso a escuchar, filtrando las conversaciones. Podía oírlas todas, desde luego, aun con los tapones puestos. Ser un ojo de estaño no era tanto lo que podías oír, sino lo que podías ignorar.
Unos pasos sonaron cerca de él, y abrió los ojos. Un hombre con pantalones cosidos con una docena de hebillas y cadenas distintas se detuvo ante Fantasma, y plantó una botella en el suelo.
—Todo el mundo bebe —le dijo—. Tengo que pagar para mantener caliente este sitio. Aquí nadie se sienta gratis.
—¿Qué tienes? —preguntó Fantasma.
El dueño de la taberna le dio una patadita a la botella.
—Cosecha especial de la Casa Venture. Cincuenta años. Valía doscientos cuartos la botella.
Fantasma sonrió y sacó un pek, una moneda acuñada por el Ciudadano que valía una fracción de un clip de cobre. Una combinación de colapso económico y la desaprobación del lujo por parte del Ciudadano significaba que una botella de vino que antes costaba cientos de cuartos ahora prácticamente no valía nada.
—Tres por la botella —dijo el tabernero, extendiendo la mano.
Fantasma sacó dos monedas más. El tabernero dejó la botella en el suelo, y Fantasma la recogió. No le habían ofrecido ni sacacorchos ni copa; probablemente ambas cosas le costarían un extra, aunque esta añada de vino tenía un tapón de corcho que sobresalía unas cuantas pulgadas del borde de la botella. Fantasma la miró.
Me pregunto…
El peltre ardía lentamente, no avivaba como el estaño. Lo suficiente para ayudarle a combatir la fatiga y el dolor. De hecho, daba tan buen resultado que casi había olvidado su herida durante el paseo hasta el bar. Removió un poco el peltre, y el resto del dolor de la herida desapareció. Entonces agarró el corcho y lo sacó de un rápido tirón. El corcho se soltó de la botella con apenas un atisbo de resistencia.
Fantasma hizo a un lado el tapón.
Creo que me va a gustar esto
, pensó con una sonrisa.
Tomó un sorbo de vino directamente de la botella, mientras trataba de oír alguna conversación interesante. Lo habían enviado a Urteau a recopilar información, y no serviría de mucha ayuda a Elend y los demás si permanecía tumbado en la cama. Docenas de conversaciones apagadas resonaban en el recinto, la mayoría de ellas broncas. Éste no era el tipo de lugar donde se encontraban hombres leales al gobierno local… y precisamente por eso Fantasma se había dirigido a las Gradas en primer lugar.
—Dicen que va a deshacerse de las monedas —susurraba un hombre junto a la hoguera principal—. Está haciendo planes para recaudarlas todas y guardarlas en su tesoro.
—¡Menudo disparate! —replicó otra voz—. Ha mandado acuñar sus propias monedas… ¿por qué retirarlas ahora?
—Es cierto —confirmó la primera voz—. Yo mismo le he visto decir esas cosas. Que los hombres no tendrían que recurrir al dinero… que podríamos poseerlo todo sin tener que comprar y vender.
—El Lord Legislador nunca dejó que los skaa tuvieran monedas —gruñó otra voz—. Parece que, cuanto más tiempo lleva en el poder el viejo Quellion, más se parece a esa rata que el Superviviente mató.