Las brumas ardían. Brillantes, vivas, iluminadas por la roja luz del sol, parecía que la envolviera un fuego.
La bruma durante el día era innatural. Pero ni siquiera las brumas nocturnas parecían ya ser suyas. Una vez, la habían encubierto y protegido. Ahora, le resultaban cada vez más extrañas. Cuando usaba la alomancia, parecía que las brumas se apartaban levemente de ella… como una bestia salvaje que se protege de una luz brillante.
Vin se hallaba sola en el campamento, donde reinaba el silencio horas después de haber amanecido. Por el momento, Elend protegía a su ejército de las brumas ordenándoles que permanecieran en sus tiendas. Ham sostenía que no era necesario poner sus vidas en peligro, pero a Vin su instinto le decía que Elend seguiría con su plan de exponerlos a las brumas. Tenían que ser inmunes.
¿Por qué?
, pensó Vin, contemplando las brumas iluminadas por el sol.
¿Por qué habéis cambiado? ¿Qué es distinto?
Las brumas bailaban a su alrededor, moviéndose en su extraña y habitual pauta de corrientes y remolinos cambiantes. A Vin le pareció que empezaban a moverse con más rapidez. Temblando. Vibrando.
El sol pareció volverse más caliente, y las brumas finalmente se retiraron, desvaneciéndose como el agua que se evapora de una olla hirviendo. La luz del sol la azotó como una ola, y Vin se dio la vuelta, para ver las brumas desaparecer, su muerte como un eco repetido.
No son naturales
, pensó mientras los guardias anunciaban que todo estaba despejado. El campamento enseguida empezó a cambiar y a moverse, los hombres salieron de las tiendas y se dedicaron a ejecutar las actividades de la mañana con cierta sensación de urgencia. Vin se hallaba en la cabecera del campamento, el camino de tierra bajo sus pies, el canal inmóvil a su derecha. Ambos parecían más reales ahora que las brumas se habían ido.
Había preguntado a Sazed y Elend su opinión sobre las brumas, si eran naturales o… algo más. Y ambos, como sabios que eran, habían citado teorías que apoyaban ambas partes de la discusión. Sazed, al menos, había acabado tomando una decisión: se había puesto del lado de quienes sostenían que las brumas eran naturales.
«Incluso la forma en que las brumas asfixian a algunas personas y dejan a otras vivas podría explicarse, Lady Vin —había dicho—. Después de todo, las picaduras de insectos matan a algunas personas, mientras que apenas molestan a otras.»
A Vin no le interesaban teorías ni argumentaciones. Se había pasado la mayor parte de la vida pensando que las brumas eran como cualquier otra pauta climatológica. Reen y los otros ladrones a menudo desdeñaban las historias que decían que las brumas eran sobrenaturales. Sin embargo, cuando se convirtió en alomántica, Vin acabó conociendo las brumas. Las sentía, una sensación que se había hecho aún más poderosa el día en que tocó el poder del Pozo de la Ascensión.
Desaparecían con demasiada rapidez. Cuando se consumían a la luz del sol, se retiraban como una persona que huye a lugar seguro. Como… un hombre que ha agotado todas sus fuerzas luchando y, finalmente, cede y se retira. Además, las brumas no aparecían bajo cubierto. Una simple tienda bastaba para proteger a los hombres que había dentro. Era como si las brumas, de algún modo, comprendieran que se las excluía, que no eran bienvenidas.
Vin contempló el sol, que brillaba como un ascua escarlata tras la oscura neblina de la atmósfera superior. Deseó que TenSoon estuviera allí, para poder hablar con él de sus preocupaciones. Echaba mucho de menos al kandra, más de lo que jamás había imaginado. Su sencilla franqueza era similar a la suya. Seguía sin saber qué había sido de él desde que regresara con su pueblo; había tratado de buscar otro kandra para que le transmitiera un mensaje, pero las criaturas se habían vuelto muy escasas últimamente.
Suspiró y se dio la vuelta, y regresó en silencio al campamento. Era impresionante la rapidez con que los hombres conseguían poner en marcha al ejército. Se pasaban las mañanas secuestrados dentro de sus tiendas, atendiendo armas y armaduras, los cocineros preparando lo que podían. Vin apenas había recorrido un corto trecho y las hogueras ya ardían, y las tiendas empezaban a desmoronarse, y los soldados trabajaban veloces para preparar la partida.
Algunos hombres la saludaron al pasar. Otros inclinaron la cabeza con reverencia. Otros más apartaron la mirada, con aspecto inseguro. Vin no se lo reprochaba. Ni siquiera ella estaba segura de cuál era su puesto en el ejército. Como esposa de Elend, era técnicamente su emperatriz, aunque no llevaba atuendos reales. Para muchos, era una figura religiosa, la Heredera del Superviviente. En realidad, tampoco quería ese título.
Encontró a Elend y Ham charlando ante la tienda imperial, que empezaba a ser desmontada. Aunque se hallaban al aire libre, y sus modales eran completamente tranquilos, Vin advirtió de inmediato lo lejos que los dos hombres se hallaban de los trabajadores, como si Elend y Ham no quisieran ser oídos. Tras quemar estaño, distinguió lo que decían mucho antes de alcanzarlos.
—Ham —decía Elend en voz baja—, sabes que tengo razón. No podemos seguir haciendo esto. Cuanto más penetremos en la Dominación Oeste, más luz del día perderemos ante las brumas.
Ham sacudió la cabeza:
—¿Prefieres de verdad seguir adelante y ver morir a tus propios soldados, El?
El rostro de Elend se endureció, y miró a Vin a los ojos cuando ésta se reunió con ellos.
—No podemos permitirnos esperar a que se disipen las brumas cada mañana —dijo.
—¿Aunque eso salve vidas? —preguntó Ham.
—Retrasarnos cuesta vidas —respondió Elend—. Cada hora que pasamos aquí acerca más las brumas a la Dominación Central. Estamos planeando un asedio largo, Ham… y eso significa que tenemos que llegar a Fadrex lo antes posible.
Ham miró a Vin, buscando apoyo. Ella negó con la cabeza:
—Lo siento, Ham. Elend tiene razón. No podemos permitir que un ejército entero dependa de los caprichos de las brumas. Estaríamos expuestos: si alguien nos atacara por la mañana, nuestros hombres tendrían que responder y serían golpeados por las brumas, o esconderse en sus tiendas y esperar.
Ham frunció el ceño, luego se excusó y caminó a grandes zancadas sobre la bruma caída para ayudar a un grupo de soldados a guardar sus tiendas. Vin se colocó junto a Elend, viendo marcharse al hombretón.
—Kelsier se equivocaba con él —dijo por fin.
—¿Con quién? ¿Con Ham?
Vin asintió:
—Al final, después de que Kelsier muriera, encontramos una última nota suya. Decía que había elegido a los miembros de la banda para que fueran líderes de su nuevo gobierno. Brisa para ser embajador, Dockson para ser burócrata, y Ham para ser general. Los otros dos cumplen sus funciones a la perfección, pero Ham…
—Se implica demasiado —dijo Elend—. Tiene que conocer personalmente a cada hombre bajo su mando o se siente incómodo. Y, cuando los conoce a todos así de bien, se siente unido a ellos.
Vin asintió en silencio. Vio como Ham empezaba a reír y trabajar con los soldados.
—Escúchanos —dijo Elend—, hablando fríamente de las vidas de quienes nos siguen. Tal vez sería mejor sentirnos unidos a ellos, como Ham. Tal vez entonces yo no sería tan rápido a la hora de enviar a la gente a la muerte.
Vin miró a Elend, preocupada por la amargura de su voz. Él sonrió, tratando de ocultarla, y luego desvió la mirada:
—Tienes que hacer algo con ese koloss tuyo. Ha estado curioseando por el campamento, asustando a los hombres.
Vin frunció el ceño. En cuanto pensó en la criatura, fue consciente de dónde se hallaba: junto al margen del campamento. Siempre estaba bajo sus órdenes, pero sólo tenía un control total y directo de la criatura cuando se concentraba. Por lo demás, seguía sus órdenes generales: quedarse en la zona, no matar a nadie.
—Tendría que ir a asegurarme de que las barcazas están listas para navegar —dijo Elend. La miró y, como ella no dio muestras de que iba a acompañarlo, le dio un rápido beso y se marchó.
Vin atravesó de nuevo el campamento. La mayoría de las tiendas habían sido desmontadas y guardadas ya, y los soldados daban rápida cuenta de su comida. Salió del perímetro, y encontró a Humano sentado en silencio, mientras la ceniza se arremolinaba levemente contra sus piernas. Contemplaba el campamento con ojos rojos, la cara rota por la piel desgarrada que le colgaba de su ojo derecho hasta la comisura de su boca.
—Humano —dijo ella, cruzándose de brazos.
La criatura la miró, luego se puso en pie, la ceniza cayendo de su musculosa figura azul. Aun con el número de criaturas que había matado, aun sabiendo que controlaba a ésta por completo, Vin sintió un instante de temor cuando se plantó ante la enorme bestia con la piel tensa y las grietas sangrantes.
—¿Por qué has venido al campamento? —dijo, librándose de su pánico.
—Soy humano —respondió él, con su tono lento y deliberado.
—Eres un koloss. Lo sabes.
—Debería tener una casa —dijo Humano—. Como ésas.
—Son tiendas, no casas —replicó Vin—. No puedes entrar así en el campamento. Tienes que quedarte con los otros koloss.
Humano se volvió, mirando hacia el sur, donde esperaba el ejército de koloss, separado de los humanos. Estaban bajo el control de Elend, veinte mil en número, ahora que se habían sumado a los diez mil que esperaban con el cuerpo principal del ejército. Tenía más sentido dejarlos bajo el control de Elend, ya que, en términos de poder puro, era un alomántico mucho más fuerte que Vin.
Humano se volvió para mirar a Vin:
—¿Por qué?
—¿Que por qué tienes que quedarte con los otros? Porque haces que la gente del campamento se sienta incómoda.
—Entonces deberían atacarme.
—Por eso no eres humano —dijo Vin—. Nosotros no atacamos a la gente sólo porque nos hacen sentir incómodos.
—No —respondió Humano—. Hacéis que nosotros los matemos.
Vin vaciló, ladeando la cabeza. Humano, sin embargo, tan sólo miró de nuevo al campamento de los hombres. Sus brillantes ojos rojos dificultaban leer su expresión, pero Vin casi notó… anhelo.
—Eres uno de nosotros —dijo Humano.
Vin alzó la cabeza:
—¿Yo?
—Eres como nosotros. No como ellos.
—¿Por qué dices eso?
Humano la miró.
—Bruma —dijo.
Vin sintió un escalofrío, aunque no tenía ni idea de por qué.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
Humano no respondió.
—Humano —dijo ella, intentando otra táctica—. ¿Qué piensas de las brumas?
—Vienen de noche.
Vin asintió:
—Sí, ¿pero qué pensáis de ellas? Tu gente. ¿Temen a las brumas? ¿Los mata alguna vez?
—Las espadas matan —respondió Humano—. La lluvia no mata. La ceniza no mata. La bruma no mata.
Buena lógica
, pensó Vin.
Hace un año, habría estado de acuerdo con eso
. Estaba a punto de renunciar a esa línea de razonamiento, pero Humano continuó:
—La odio.
Vin vaciló.
—La odio porque me odia. —Humano la miró—. ¿Tú la sientes?
—Sí —respondió Vin, sorprendiéndose a sí misma—. La siento.
Humano la observó, un hilo de sangre brotaba de la piel rasgada junto a su ojo y resbalaba por su piel azul, mezclada con copos de ceniza. Finalmente, asintió, como si diera su aprobación a su sincera respuesta.
Vin se estremeció.
La bruma no está viva
, pensó.
No puede odiarme. Son imaginaciones mías.
Pero… una vez, años atrás, había recurrido a las brumas. Cuando luchaba contra el Lord Legislador, de algún modo ganó poder sobre ellas. Fue como si hubiera empleado la bruma misma en vez de metales para insuflar su alomancia. Sólo gracias a ese poder había podido derrotar al Lord Legislador.
Eso había ocurrido mucho tiempo atrás, y nunca había podido repetir el hecho. Lo había intentado una y otra vez a lo largo de los años y, después de muchos fracasos, empezaba a pensar que debía de haberse confundido. Ciertamente, en tiempos más recientes, las brumas no se habían mostrado amistosas. Ella trataba de decirse a sí misma que no había nada sobrenatural, pero sabía que no era cierto. ¿Y el espíritu de la bruma, esa cosa que había intentado matar a Elend y luego lo había salvado mostrándole cómo convertirse en alomántico? Era real, de eso estaba segura, aunque no lo hubiera visto desde hacía más de un año.
¿Y la inseguridad que sentía respecto a las brumas, la forma en que se apartaban de ella? La forma en que se apartaban de los edificios, y la forma en que mataban. Todo parecía apuntar a lo que había dicho Humano. Las brumas, la Profundidad, la odiaban. Y, finalmente, Vin reconoció lo que llevaba tanto tiempo negando.
Las brumas eran su enemigo.
Se llaman sabios alománticos. Hombres y mujeres que avivan sus metales durante tanto tiempo y con tanta fuerza, que el flujo constante de poder alomántico transforma su misma psicología.
En la mayoría de los casos, con la mayoría de los metales, los efectos son muy livianos. Quienes queman bronce, por ejemplo, a menudo se convierten en sabios del bronce sin saberlo. Su alcance se expande por quemar el metal durante tanto tiempo. Convertirse en un sabio del peltre es peligroso, ya que requiere forzar muchísimo el cuerpo a un estado en que no se puede sentir cansancio ni dolor. La mayoría se mata por accidente antes de que el proceso se complete, y en mi opinión, el beneficio no merece la pena el esfuerzo.
Los sabios del estaño, sin embargo… son algo especial. Dotados con sentidos que superan lo que necesitaría (o incluso querría) un alomántico normal, se convierten en esclavos de lo que tocan, oyen, ven, huelen y saborean. Sin embargo, el poder anormal de estos sentidos les proporciona una clara e interesante ventaja.
Podría argumentarse que, igual que el inquisidor que ha sido transformado por un clavo hemalúrgico, el sabio alomántico ya no es ni humano.