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Authors: Charles Brokaw

Tags: #Aventuras, #Relato

El enigma de la Atlántida (43 page)

BOOK: El enigma de la Atlántida
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Lo que decía tenía sentido, era consciente de la investigación necesaria, aquello le abrió los ojos.

—Nadie podía haber supuesto que el tsunami llevaría a la superficie ese trozo de tierra en España.

—Puede que alguien quisiera que nunca apareciera. Cuando alguien arroja un cuerpo al río Moscova no espera que vuelva a aparecer, aunque a veces sucede.

—Estás hablando de un asesinato. Al cabo de un siglo o algo así, todo el mundo que estuviera relacionado habría muerto.

—Estoy hablando de un suceso. Tú mencionaste el hundimiento de la Atlántida, la destrucción de la Torre de Babel. Son cosas de gran alcance y las únicas que conoces hasta ahora. ¿Y si hubiera más?

Pensó en aquello. Había más. Tenía que haberlo. Si los instrumentos no hubieran importado a alguien, ¿por qué iban a asesinar a Yuliya?

—Seguiremos buscando.

—Cuenta con más resistencia —le advirtió Natashya—. Estoy segura de que quien está detrás de Gallardo no quiere que llegues tan lejos.

Asintió y se puso de pie.

—Seguramente tienes razón.

—La tengo. Por eso Gallardo y sus hombres han intentado matarnos —dijo abrazándose las rodillas.

—Será mejor que me vaya —sugirió dirigiéndose hacia la puerta—. A lo mejor consigues dormir unas horas antes de que cojamos el avión esta tarde.

Tenía la mano en el pomo cuando la oyó decir:

—No tengo sueño.

La miró un momento y se preguntó qué implicaban aquellas palabras.

—A menos que creas que estás siendo infiel.

—No —aseguró volviendo hacia la cama.

Leslie no había vuelto a acostarse con él desde que estaban en Nigeria y últimamente no parecía muy contenta con él. Imaginó que era, precisamente, por eso.

Natashya lo recibió con los brazos abiertos.

Una brusca llamada lo despertó. Casi no había abierto los ojos cuando Natashya se apartó y le pasó por encima con la pistola en la mano. La sábana se deslizó y dejó ver su desnudo cuerpo.

Entonces se abrió la puerta y apareció Leslie.

—Son más de las once. Si no os levantáis, perderéis el avión. —Miró a Lourds—. Eres un auténtico cabrón.

No supo qué decir, así que no dijo nada.

—Puedo pegarle un tiro —comentó Natashya en ruso sin hacer ningún intento por cubrirse.

—No —gruñó mientras su mente se aclaraba e intentaba encontrar la manera de agarrarse a un pensamiento coherente.

Sin decir una palabra más, Leslie salió de la habitación y pasó como un rayo entre Gary, Diop y Adebayo. Estos dos últimos intentaron contener la risa.

—Tío, ha sido imposible. He intentado convencerla para que no utilizara la llave extra, pero cuando se ha imaginado dónde estabas, no ha habido manera.

—¿Quieres cerrar la puerta?

Gary le lanzó un breve saludo y la cerró.

Natashya se levantó de la cama y se dirigió hacia la ducha.

Lourds permaneció tumbado y se sintió como el premio no deseado de una competición. De no haber sido porque había disfrutado, quizá se habría sentido mal. Pero se fijó en el sugerente contoneo de las caderas de Natashya, hasta que ésta se dio cuenta de que la estaba mirando.

Cogió la camisa del escritorio y se la lanzó.

—¡Vístete!

—Podríamos ducharnos juntos, así ahorraríamos tiempo —sugirió.

Natashya lo miró y sonrió.

—Si he de guiarme por lo de anoche, tardaríamos aún más —aseguró cerrando la puerta del baño.

Soltó un gruñido y se obligó a levantarse de la cama. Dadas las circunstancias prometía ser un largo vuelo hasta Londres. Por suerte, podría enfrascarse en la traducción de las inscripciones. Si todo salía bien y su suerte actual cambiaba, podría tenerla acabada cuando aterrizaran.

21
Capítulo

Aeropuerto Internacional Murtala Mohammed

Lagos, Nigeria

12 de septiembre de 2009

E
h!

Alertada por el grito de Gary, Leslie levantó la vista hacia su reflejo en el cristal. Había estado observando los aviones en las pistas de aterrizaje. Su padre viajaba mucho. Ella y su madre siempre lo acompañaban a Heathrow para despedirle. Los aviones la fascinaban. Siempre había gente que iba y venía.

—¿Qué? —le preguntó.

Gary se encogió de hombros tímidamente. Parecía un zumbado, con los auriculares del iPod alrededor del cuello. Entonces se dio cuenta de lo desagradable que estaba siendo con él. Por desgracia, en ese momento no le importaba. Pero sabía que luego sí que lo haría, así que contuvo los comentarios mordaces que le habían venido a la cabeza.

—Sólo quería asegurarme de que estabas bien.

—Estoy bien.

—Eso imaginaba.

—Ya soy mayorcita —alegó intentando controlar la amargura de su tono de voz—. No me ha roto el corazón, sólo teníamos sexo.

—Sí, ya lo sé. A mí también me ha pasado alguna que otra vez —confesó Gary con una sonrisa torcida—. Es curioso, a veces empiezas a decirte a ti mismo que sólo es una cosa física, que no te importa…

—No me importa.

—… pero al final acabas hecho un lío de todas formas. —Gary parecía más incómodo—. Sólo quería que supieras que no estás sola.

—¿Te sientes especialmente hermano mayor hoy?

—Un poco.

Leslie miró el reflejo de Lourds y de Natashya en la puerta de salida. Estaban sentados, Lourds trabajaba en su bloc de notas y la vaca rusa leía una revista y bebía agua. No hablaban.

—Entonces, si eres mi hermano mayor, ¿no deberías darle una paliza a Lourds?

—No creo que sea buena idea —replicó frunciendo el entrecejo.

—¿Por qué no? Estoy segura de que no le tienes miedo. No es más que un catedrático de universidad. Un tipo duro y curtido como tú no tendría ningún problema con gente como él.

—El no me preocupa, la que me da más miedo es su nueva novia. Podría darme una patada en el culo sin pestañear. Eso, si 350 no me mata antes.

—Pues vaya hermano mayor —murmuró Leslie.

En la cara de Gary se dibujó una apenada expresión.

—Sólo quería que supieras que estoy aquí si necesitas algo —ofreció antes de darse la vuelta y alejarse de allí.

Leslie suspiró. «No deberías de haber sido tan dura con él, no tiene la culpa de nada», se dijo. Tomó un sorbo de su bebida energética y volvió a observar los aviones. Ya se disculparía más tarde por su mala leche. De momento, necesitaba estar enfadada.

Era la única forma de comportarse con el suficiente egoísmo como para traicionar la confianza de Lourds y preocuparse por su carrera. Era lo que tenía que hacer. Además, después de haberlo encontrado en la cama con Natashya aquella mañana, se lo merecía.

Al cabo de unos minutos comenzó el embarque y vio que Lourds y Natashya recogían sus cosas. Diop y Adebayo seguían hablando de lo que llevaban hablando toda la mañana mientras se ponían en la fila y Gary había encontrado una joven con la que conversar.

Se armó de valor, acabó la bebida antes de tirarla a una papelera y se dirigió hacia los teléfonos que había al lado de los servicios.

Tras introducir la tarjeta de crédito de su empresa, marcó el número de su supervisor.

—Wynn-Jones.

—Hola, Philip. Soy Leslie.

—¿Dónde demonios estás? —preguntó con una voz que inmediatamente había adoptado un tono irritado.

—En Nigeria.

Wynn-Jones soltó un soberbio taco.

—¿Sabes cuánto nos está costando tu excursioncita?

—No tengo ni idea —contestó con toda sinceridad. Había dejado de llevar la cuenta después de enviar las facturas de los primeros miles de libras que habían gastado.

—Has sobrepasado cualquier cosa que pueda cubrir. Cuando llegues ya puedes empezar a enviar nuestros currículos. Y tienes suerte de que te paguemos el viaje de vuelta.

—Y tú tienes suerte de que no te pida un aumento de sueldo.

Aquello provocó otra sarta de tacos.

—Philip —lo contuvo cuando sonó el último aviso de embarque de su vuelo por los altavoces—. Puedo darte la Atlántida.

Las maldiciones cesaron.

—¿Me has oído?

—Sí. —Wynn-Jones sonó más cauteloso.

—Lo que hemos estado siguiendo, la campana en Alejandría, el címbalo encontrado en Rusia y el tambor de Nigeria, del que no he tenido tiempo de hablarte todavía, están relacionados con la Atlántida. Lourds lo ha descubierto, puedo probarlo.

Wynn-Jones permaneció en silencio al otro lado del teléfono.

—No estarás simplemente desesperada, ¿verdad? Ni te habrás vuelto loca a causa de alguna enfermedad de las de allí…

—No.

—Ni estás borracha en algún bar.

—No, estoy en el aeropuerto. Vamos a Londres.

—Cuéntame lo de la Atlántida —le pidió receloso.

—Lourds ha traducido las inscripciones de la campana, del címbalo y del tambor —dijo entusiasmada y deprimida al mismo tiempo.

No le gustaba traicionar la confianza de nadie, pero en aquel momento se trataba de su supervivencia. Le gustaba su trabajo. No amaba a Lourds. En absoluto. Ni siquiera… Oía el eco de su amargura rebotándole en el cerebro y prestó atención a lo que quería decir.

—Es la historia de nuestra vida.

—Lo de los currículos no lo decía en serio —se retractó Wynn-Jones, que casi lloriqueaba para conseguir de nuevo su confianza—. Tendremos que capear alguna crítica, pero estoy seguro de que podré conservar tu puesto. A la empresa le gusta tu trabajo.

Sonrió al oír aquello.

—Estupendo. Entonces, no te importará decirles que quiero una parte de todo esto.

—¿Qué?

—Ya me has oído. Quiero un porcentaje del producto final. De los derechos de televisión, del libro y de las ventas de DVD.

—Eso es imposible.

—También lo era demostrar que se trataba de la Atlántida. —Sonrió y notó que desaparecía parte del dolor por haber encontrado a Lourds en la cama con Natashya. Estaba a punto de relanzar su carrera, a lo grande—. Consíguelo, Philip. Tengo que salir volando.

Colgó y se ajustó el bolso al hombro mientras se dirigía hacia la puerta de embarque. Estaba siendo una auténtica bruja y lo sabía, pero se justificó a sí misma. No solamente por la mejora personal y en su carrera, sino porque comportarse así era la única forma de que Lourds se acordara de ella. Los hombres siempre se acuerdan de las mujeres que devuelven los golpes.

Era lo suficientemente egoísta como para desear que se acordara de ella también.

Hotel Hempel

West London, Inglaterra

13 de septiembre de 2009

El último de los guardianes llegó al caer la tarde. Lourds se había ofrecido para ir a buscarlo al aeropuerto, pero no había aceptado la oferta.

Cuando abrió la puerta de la suite privada del hotel Hempel, que Leslie había reservado por sorpresa para ellos, su aspecto le pilló desprevenido. Era de mediana estatura y complexión atlética. Tenía la piel oscura y los ojos color castaño. Una cinta plateada le retiraba el pelo de la cara. Llevaba unos pantalones vaqueros desgastados y una camisa de batista debajo de una chaqueta de piel con flecos. Podría tener unos veinticinco años.

—¿El profesor Lourds? —preguntó con voz educada.

—Sí.

—Soy Tooantuh Blackfox, pero puede llamarme Jesse.

Lourds estrechó la mano que le ofrecía.

—Encantado de conocerte, Jesse. Entra.

Blackfox entró con soltura en la habitación, pero sus ojos recorrieron inmediatamente el lugar y se fijaron en todo.

—Siéntate —le pidió señalando hacia una amplia mesa de conferencias que habían llevado a la habitación. Diop, Adebayo y Vang Kao Sunglue, el otro guardián, estaban sentados a su alrededor.

Natashya estaba cerca de las ventanas. Lourds suponía que habría ido a «comprar» algún arma con la que reemplazar las que había dejado en Nigeria. Una larga chaqueta le llegaba hasta los muslos.

Gary y Leslie estaban sentados a un lado. Les había prohibido filmar, pero no había tenido valor para prohibir su presencia. Habían hecho un largo viaje juntos.

Leslie también había conseguido el ordenador con proyector que estaba utilizando y con el que estaba familiarizado por su trabajo en la universidad.

Hizo una breve introducción. Por suerte, todos compartían una misma lengua y parte de la historia, a través de las cartas que habían intercambiado.

Vang era un hombre mayor, más decrépito y envejecido que Adebayo. Llevaba pantalones negros y camisa blanca con corbata negra. Era descendiente de los hmongs, una de las tribus vietnamitas que Estados Unidos había reclutado para luchar contra los comunistas de Vietnam del Norte. Se había peinado cuidadosamente hacia atrás sus mechones de pelo gris.

Según lo que le había contado, había sido abogado en Saigón, antes de que cayera y la bautizaran como Ciudad Ho Chi Minh. En aquel momento vivía de nuevo en las montañas, tal como siempre había hecho su pueblo. Era chamán, y como guardián, cuidaba del laúd de arcilla que había ido pasando de mano en mano durante miles de años en su familia.

Se había mostrado reacio a la hora de salir de Vietnam con el instrumento. Nunca antes lo había puesto en una situación arriesgada.

Pero allí estaban todos, curiosos ante las reliquias que habían estado guardando durante tantos años.

—Damas y caballeros —dijo Lourds en un extremo de la mesa—, todos hemos tomado parte en un viaje increíble a lo largo de este último mes. —Miró a Adebayo, a Blackfox y a Vang—. Algunos lleváis embarcados en él mucho más tiempo. Veamos si somos capaces de ponerle fin o, al menos, intentémoslo.

Utilizó el teclado que tenía delante y aparecieron unas imágenes de las inscripciones en la pantalla que había a su espalda.

—Todos los instrumentos tienen dos inscripciones. Me habéis dicho que no podéis leer ninguna de las dos. Como sabéis por las conversaciones que habéis mantenido entre vosotros, conocéis la historia de una isla-reino en la que había cosas maravillosas. Según la leyenda, es de donde provienen los cinco instrumentos.

Todas las miradas se concentraban en él. La habitación estaba sumida en el silencio.

—Según las historias que os contaron, Dios quiso castigar a la isla con su cólera sagrada. Puedo aseguraros que una de las inscripciones de cada instrumento lo confirma.

—¿Las has traducido? —pregunto Blackfox.

—Sí, he traducido la que hay en tu instrumento y en el resto de los que he visto.

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