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Authors: Charles Brokaw

Tags: #Aventuras, #Relato

El enigma de la Atlántida (39 page)

BOOK: El enigma de la Atlántida
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Dejó el arma y cogió los binoculares.

—¡Faruk!

—Sí.

—¿Has visto a la demonio rusa?

—No.

—¿Cuánto tiempo hace que no la ves?

—Diez, quince minutos.

Si había ido al baño como la rubia, se estaba tomando su tiempo. Cuando desaparecía era más peligrosa que nunca.

—¿De qué crees que están hablando Lourds y el viejo? —preguntó DiBenedetto. Tenía las pupilas como agujas, y entendió que estaba ciego de cocaína.

—No lo sé.

—Lourds no habría venido aquí por nada.

Gallardo soltó un gruñido. Cogió el radiotransmisor y apretó el botón para hablar.

—¡Atentos! La mujer rusa ha desaparecido —dijo recordando la forma en que había pillado desprevenido a su hombre dos noches antes en Gorée—. Avisadme en cuanto la veáis. —Iba a colgar, pero lo pensó mejor—. Si tenéis oportunidad de matarla discretamente, hacedlo. Habrá una recompensa para el que lo consiga.

El teléfono de Lourds empezó a sonar mientras observaba cómo Adebayo colocaba el tambor en una maleta con revesti miento antiimpactos. Miró la pantalla y se preguntó quién podría llamarlo en ese momento.

—Lourds —contestó.

—Gallardo y sus hombres han acampado alrededor de la aldea —dijo Natashya sin ningún preámbulo—. Tiene un ejército. Creo que están esperando a que nos vayamos para detenernos.

La ansiedad se apoderó de él. Fue a una ventana y miró al exterior.

—Estupendo, asómate para ser un buen blanco —oyó que decía la enfadada voz de Natashya.

—¿Dónde estás? —preguntó retirándose rápidamente.

—En la selva, con ellos. Intentaré distraerlos mientras escapáis.

—¿Cuándo vamos a hacerlo?

—Hace cinco minutos.

Pensó en aquello. La idea de que lo apresaran en campo abierto no le atraía nada ni aumentaba su esperanza de vida.

—Nos han seguido.

—Sí.

—Pero Leslie ya no está en contacto con su equipo de producción.

—Gallardo habrá encontrado otra forma de localizarnos. Es posible que lo haga a través de los teléfonos.

—¿Puede?

—Sí, si contrata a la gente adecuada. Un buen experto en informática lo conseguiría, aunque esos idiotas no parecen piratas informáticos. Creo que tiene relación con alguien de mucha pasta que no se detendrá ante nada.

El miedo en su interior aumentó.

—Si tienes alguna sugerencia, hazla.

—Mantén la calma. Sal de ahí como si no pasara nada. Entra en el coche y sal de aquí. Hazlo a toda velocidad. Pisa el acelerador y no pares hasta llegar a Lagos. La ciudad está llena de hombres armados. Al menos estaremos más seguros rodeados por la Policía y el ejército.

—¿Y tú?

—Yo estoy bien, os veré allí.

Colgó el teléfono justo en el momento en el que entraba Leslie.

—Tenemos que irnos —dijo ésta.

—Lo sé, Gallardo nos ha encontrado —le informó cogiendo la mochila.

La cara de Leslie reflejó perplejidad.

—¿Cómo lo sabes?

—Acaba de llamarme Natashya. Está ahí fuera con ellos. Creo que va a atacarlos de un momento a otro.

—No sé cómo hace esas cosas —aseguró poniendo los ojos en blanco.

—Alégrate de que lo haga. —Se volvió hacia Diop y Adebayo, y habló en yoruba—. Nuestros enemigos nos han encontrado, tenemos que irnos. Si se queda aquí, intentarán llevárselo.

—Iré con vosotros, me necesitáis para hablar con los demás guardianes.

Lourds sonrió.

—Bien, me alegro de que nos haga compañía. Creo que así estará más seguro.

«Aunque no mucho», pensó.

—¡Escapan! —gritó Gallardo por la radio—. ¡Todo el mundo alerta! Los alcanzaremos en la carretera a Lagos, allí habrá menos posibilidades de que interfieran todos los hombres de la aldea.

—Sería mejor capturarlos aquí —sugirió Faruk—. Una vez que estén en marcha todo será más difícil de controlar.

—Lo haremos, tenemos ventaja —aseguró Gallardo.

—Por supuesto. Podemos matar a la rusa aquí y asustar a los otros un poco más para que a la larga nos resulte más fácil manejarlos —dijo DiBenedetto sonriendo.

Aquella idea le pareció atractiva. Había estado esperando la oportunidad de acabar personalmente con la bruja. Cogió el rifle y por la mirilla empezó a buscar a la pelirroja mientras Lourds se colocaba tras el volante del cacharro y ponía en marcha el motor.

Salieron como alma que lleva el diablo y dispersaron a un grupo de gallinas y cabras cuando Lourds hizo sonar la bocina.

«No va con ellos», pensó Gallardo; aquello lo llenó de preocupación. Después llegó a la conclusión de que estaría en alguna parte de la aldea y volvió la vista hacia la selva.

—Encontrad a la mujer rusa. Está aquí, espiándonos —ordenó.

Faruk y DiBenedetto empezaron a buscarla.

—Comprobad los hombres. Mirad si falta alguno.

Entonces la vio, pero porque estaba apuntándole con un rifle.

La encuadró en la mira una milésima de segundo, ni siquiera el tiempo suficiente como para llevar el dedo al gatillo.

La mujer sonreía detrás de las gafas. Tenía la cabeza inclinada detrás de la mira, desde donde lo observaba.

Abandonó el rifle y se tiró hacia un lado.

—¡Cuidado! —gritó, con lo que Faruk y DiBenedetto buscaron refugio también.

Por la forma en que había saltado, Natashya supo que había fallado el tiro, antes de que la culata del potente rifle de caza le golpeara en el hombro.

Se quedó junto a un nudoso baobab, cuyo tronco era casi cuatro veces más grande que ella. Sus delgadas ramas parecían artríticas y retorcidas, como atrofiadas por haber tenido que darlo todo para alimentar el ancho tronco.

A pesar de que Gallardo se había escapado, seguía teniendo otros objetivos en la mente. No había confirmado cuántos hombres había, pero sabía dónde estaban nueve de ellos. Esperaba haber puesto a Gallardo fuera de circulación.

Con calma, enfocó con el punto de mira a un hombre que disparaba al coche de Lourds. Sus balas impactaron en la tierra por detrás del vehículo, lo que le hizo pensar que apuntaba a las ruedas.

Mala suerte.

Apretó el gatillo y aguantó el retroceso. La bala lo derribó. Abrió el cerrojo y dejó que saltara el cosquillo antes de disparar de nuevo.

Un par de todoterrenos llenos de hombres armados salieron de la selva haciendo un gran estruendo. No los había incluido en la plantilla. Sólo contaba con los dos vehículos que había encontrado.

Con cuidadosa lentitud se concentró en el primer coche y lo dejó ir un poco en persecución de sus compañeros. Su dedo resbaló en el gatillo, se tensó y apretó.

El proyectil dio de lleno en el lado de la cabeza del conductor y lo lanzó contra el hombre que había en el asiento del acompañante cubriéndolo de sangre y trozos de cerebro. El todoterreno perdió el control inmediatamente y chocó contra un baobab haciendo que dos hombres salieran despedidos. Apuntó al segundo vehículo, pero iba a demasiada velocidad y estaba casi fuera de su alcance.

Ya lo cogería después.

Se concentró en el siguiente objetivo. Lo sacó de su posición con un disparo en el centro del cuerpo antes de que una docena de balas impactaran en el árbol que utilizaba Natashya como parapeto.

«Si te quedas aquí te matarán», se dijo a sí misma. A pesar de todo, quería seguir allí. Quería al asesino de Yuliya. Si se quedaba, con toda seguridad iría a por ella. Podría matarlo, pero eso no iba a ocurrir de momento.

Se colgó el rifle del hombro y se dejó caer por un terraplén que había detrás del árbol. Había elegido con cuidado al hombre al que había matado. Era uno de los pocos que conducía una moto Enduro y el único que iba por libre.

Al final de la cuesta, levantó la moto y apretó el encendido electrónico. El potente motor se puso en marcha y tembló entre sus piernas. Sólo se detuvo el tiempo justo para ponerse el casco, sabiendo que aunque no detendría un disparo directo, sí que desviaría una bala que llegara de costado.

Puso el pie izquierdo en el cambio de marchas y empujó hacia abajo para meter primera mientras apretaba el embrague. Movió el acelerador, soltó el embrague y sintió que la rueda trasera mordía el suelo. Manteniéndose agachada, subió la cuesta y fue cambiando marchas mientras aceleraba rápidamente en persecución de Lourds.

Gallardo corrió por la selva y utilizó el rifle para cortar ramas y arbustos a su paso. Cuando la mujer rusa pasó cerca en una de las motos, se detuvo para disparar, pero falló los tres disparos.

Después desapareció a toda velocidad entre la nube de polvo que había dejado atrás el todoterreno de tipo militar que seguía al vehículo de Lourds.

Volvió a ponerse en marcha y corrió hacia la zona en la que estaban los demás vehículos. Maldijo el haberlos dejado alejarse tanto de la aldea, aunque en el momento de tomar esa decisión le había parecido lo más inteligente.

Llegó a los cuatro por cuatro sin aliento. Fue dando tropiezos hasta uno de ellos y se puso al volante.

—¡Las llaves! —gritó a DiBenedetto, que estaba detrás de él.

Éste se las lanzó, pero después se detuvo y negó con la cabeza.

—No te van a servir de nada, no vamos a ninguna parte.

Salió del vehículo y miró hacia el suelo. Alguien había rajado las cuatro ruedas.

—Encontró los coches primero —dijo Faruk con expresión seria—. Esa mujer merece que la odies tanto, Patrizio.

Había sido meticulosa, había rajado también las ruedas de repuesto y los conductos de la gasolina. Lo único que podía esperar era que el todoterreno que la mujer no había encontrado alcanzara a Lourds.

—¡Vamos! —gritó volviendo hacia la carretera y el ruido de los motores. Tenían un largo camino por delante, pero no podían hacer otra cosa.

Lourds miró por el espejo retrovisor para ver si los perseguía alguien. Se maldijo en silencio por no haber aceptado una pistola cuando Natashya se la había ofrecido, aunque no eran las armas que más le gustaban, prefería utilizar la mente.

«Tampoco es que se pueda hacer mucho con la mente en situaciones como éstas», pensó con tristeza.

Leslie estaba sentada a su lado y miraba hacia atrás muy preocupada.

Gary, Diop y Adebayo iban en el asiento del medio con los cinturones de seguridad abrochados. El anciano abrazaba la caja que contenía el
ntama
para protegerla.

«Al menos tendrán cuidado con el tambor. Si saben que lo llevamos, claro», pensó. Aunque aquello tampoco evitaría que los mataran.

—Se acercan —dijo Leslie en voz baja.

Miró por el retrovisor y vio al todoterreno que iba detrás de ellos. Intentó pisar con más fuerza el acelerador, pero el pedal estaba tocando el suelo. El motor protestó. Sus perseguidores iban ganando terreno. Hasta ese momento no habían disparado, pero esperaba que…

Una bala alcanzó el espejo lateral y lo lanzó volando en pedazos.

Leslie gritó y se agachó. Los demás también se inclinaron hacia delante.

Otras dos balas destrozaron el cristal trasero. Una de ellas, o la tercera, Lourds no estaba seguro, atravesó el delantero y dejó un agujero por el que cabía una mano.

Al cabo de un momento, una moto avanzó a través de la arremolinada nube de polvo que dejaban atrás los vehículos. Rápidamente alcanzó el todoterreno y apuntó al conductor con la pistola que llevaba en la mano izquierda.

Lourds vio que la cabeza de éste daba una violenta sacudida y que el vehículo perdía el control. El hombre que iba en el asiento del pasajero se aferró al volante, pero entonces la persona que iba en la motocicleta le disparó también. El pasajero del asiento trasero intentó utilizar un rifle, pero el todoterreno dio un fuerte bandazo hacia la izquierda, con lo que el motorista casi pierde el control. El coche se deslizó por la cuneta, atravesó un campo y chocó como una bola de
flipper
contra un grupo de árboles. Si había quedado alguien vivo después del ataque, dudaba mucho de que siguiera respirando.

Natashya, sabía que era ella por la ropa que vestía, aceleró y se colocó al lado del todoterreno. Levantó la visera y gritó:

—Creo que no nos persigue nadie más. Gallardo sigue vivo, pero él y el resto de sus hombres no podrán alcanzarnos en un buen rato.

Asintió. No supo qué decir, aunque sentía que tenía que decir algo.

—Gracias.

—Voy a adelantarme para ver si tenemos vía libre. —Cerró la visera y salió disparada.

—Estupendo —dijo, aunque ella ya no podía oírle.

—Es una mujer increíble —comentó Diop.

—Me alegro de que esté de nuestro lado —comentó Gary.

Lourds asintió en silencio.

20
Capítulo

Habitaciones del cardenal Murani

Status Civitatis Vaticanae

4 de septiembre de 2009

L
a rabia se apoderó de Murani cuando escuchó a Gallardo intentar explicarle que Lourds y sus compañeros habían vuelto a escaparse. Dio vueltas por la habitación y miró la pantalla del televisor, en la que se veía el último reportaje sobre las excavaciones de Cádiz.

Los trabajos de bombeo del agua de la cueva iban adelantados. El padre Sebastian había sacado imágenes del interior y las había enviado a los medios de comunicación. Incluso concedía entrevistas, como si fuera un personaje famoso. Aquello le irritaba profundamente. Ya no bastaba con arrebatarle la excavación a aquel viejo loco, quería verlo muerto por haber profanado la obra de Dios.

—Casi los teníamos —aseguró Gallardo.

—Pero no los cogisteis, ¿no? Y ahora tienen el tambor.

—Si es el que buscábamos… Sólo lo vi de pasada.

—Si no lo fuera, Lourds no habría ido allí ni se lo habría llevado. Está siguiendo la pista de los instrumentos. —Fue al armario y sacó una maleta. La puso sobre la cama, presionó los cierres y la abrió.

—Aunque lo sea, aún faltan otros dos instrumentos. Tú tienes dos de ellos, no puede hacer nada. Dijiste que eran necesarios los cinco.

—Los necesitamos. ¿Sabes dónde están los que faltan?

—No —contestó tras guardar silencio un momento.

—Yo tampoco, pero espero que Lourds tenga alguna pista. —Empezó a sacar ropa del armario y a meterla en la maleta, ya no podía seguir en la Ciudad del Vaticano.

A pesar de que se sentía a salvo de la Sociedad de Quirino, no sólo por haberlos amenazado, sino porque en el fondo tenían los mismos objetivos que él, el Papa lo vigilaba de cerca. Había recibido una invitación para que fuera a verlo a la mañana siguiente.

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