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Authors: Charles Brokaw

Tags: #Aventuras, #Relato

El enigma de la Atlántida (42 page)

BOOK: El enigma de la Atlántida
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Salió de la habitación ligeramente asustado.

Llamó a la puerta. Esperó un momento en el pasillo y se sintió ridículo y vulnerable al mismo tiempo, porque sabía que le estaría viendo por la mirilla.

«Y seguramente estará volviendo a poner el seguro de la pistola», imaginó.

Llamó de nuevo pensando que quizás estaba en la cama. Pasaban pocos minutos de las cinco de la mañana.

—¿Qué quieres? —preguntó en ruso.

—He traído un regalo —dijo intentando sonreír y levantando las botellas.

—Tengo mis propias bebidas, vete.

Parte de su confianza se desvaneció y bajó las botellas.

—Necesito hablar.

—¿De qué?

—He descifrado parte de las inscripciones de los instrumentos.

—Estupendo, ya lo comentaremos por la mañana.

—Quiero hablarlo ahora.

—Ahora no podemos hacer nada. Vete a dormir.

Dudó sabiendo que se estaba comportando como un niño mal criado.

—No puedo dormir.

—Tómate las cervezas y lo harás. Has tenido un día muy ajetreado.

Intentó buscar otra línea de argumentación, pero no pudo y se sintió frustrado.

—Necesito saber si voy por el buen camino.

—No soy lingüista, no puedo ayudarte en eso.

Incapaz de rebatir aquello, se disculpó por haberla despertado y se fue. No había dado ni tres pasos cuando oyó que abría la puerta y lo llamaba. Se paró y dio la vuelta.

En pijama y con el pelo suelto, estaba muy guapa. Por supuesto, la pistola que llevaba en la mano contrastaba con su recatado aspecto.

—Entra, pero si intentas propasarte conmigo después del día que he tenido, te pegaré un tiro.

Lourds no podía estarse quieto e iba de un lado a otro de la habitación. Cuanto más hablaba, más cargado de energía se sentía. Cada palabra que pronunciaba parecía avivar el fuego que sentía en su interior.

Natashya estaba sentada en la cama con la barbilla apoyada en las rodillas y la pistola sobre una almohada a su lado. Se dio cuenta de que tampoco había dormido. Había estado allí sentada, lista para entrar en combate.

Bebía la cerveza, pero la suya se había calentado y se había quedado sin gas encima de una mesa cuando los rayos del sol empezaron a calentar los cristales de la ventana al otro lado de las cortinas.

—Las inscripciones hablan de una isla-reino. Creo que se refieren a la Atlántida.

—Atlántida —repitió como si por un momento no creyera lo que decía.

—Eso creo, aunque no utilizan ese nombre.

—¿Cuál utilizan?

—Tendría que conocer mejor la lengua para poder saberlo. Lo que he hecho ha sido sustituir los símbolos de las inscripciones por palabras e ideas. Puedo cambiar Atlántida por el nombre que dan a la isla e incluso llamar a sus habitantes «atlantes», pero eso no significa que esas palabras estén allí.

—Entonces, ¿por qué la llamaron Atlántida?

—Ese es el nombre con el que la identificaba Platón en sus discursos. Posteriormente llamaron así al océano en el que se hundió. —Intentó estructurar todo lo que tenía en la cabeza—. De momento, permíteme que la llame así.

—¿Sabes que la Iglesia católica romana cree que la ha encontrado? Sale en todas las noticias.

—Poco importa que lo hagan o no. Allí no hay nada que merezca la pena.

Natashya sonrió y movió ligeramente la cabeza.

—¿Y tú estás completamente seguro?

—Sí. Ha estado bajo el mar nueve o diez mil años. Eso daña todo tipo de objetos, aunque, en según qué circunstancias, muchos logran sobrevivir, como cerámica, piedras talladas u oro. Aunque dudo mucho de que sean muy diferentes a los que se han hallado de esa época. ¿Crees que van a encontrar algo?

—Lo que sé, catedrático Lourds, es que el mundo está lleno de cosas muy extrañas. Por ejemplo, la situación en la que estamos. Siempre he sabido que podían matarme cumpliendo con mi deber. Así es mi trabajo. Pero el que pudieran matar a Yuliya por un objeto que había desenterrado no se me había pasado nunca por la imaginación.

Hizo una pausa, pero Lourds se quedó callado y decidió acabar lo que quería decirle.

—Y lo que es más, en el mundo hay cosas que han existido durante miles de años y continúan existiendo. Las pirámides, las tumbas de los faraones o los documentos antiguos que sin duda has leído.

—Sí, pero ese lugar en Cádiz llevaba miles de años bajo el agua hasta que el tsunami lo levantó del fondo del océano. No van a encontrar nada nuevo ni diferente.

—Entonces, ¿por qué es tan importante la Atlántida?

—No lo sé. Lo que sí sé es que es el lugar en el que ocurrió todo lo que dicen las inscripciones.

—¿Qué sucedió?

—Un cataclismo.

—La isla se hundió.

—Sí, pero, por lo que he traducido, los autores de las inscripciones creen que Dios la hundió.

—¿Y tú no?

Suspiró.

—No creo que Dios se involucre en nuestras vidas. Estoy seguro de que tiene otras cosas que hacer más importantes que atender plegarias.

—No creo que esa gente rezara para que la isla se hundiera.

—Seguramente no —dijo frunciendo el ceño.

—¿Dicen las inscripciones por qué la hundió?

—Estaba enfadado con sus habitantes.

—Según el Antiguo Testamento se enfadaba muchas veces.

—No es nada nuevo, ¿verdad?

—¿Por qué te interesa tanto?

—Porque encaja con lo que dijo Adebayo sobre la Tierra Sumergida. Ése fue el nombre que dio al mundo que se hundió.

—No oí lo que dijo.

Cayó en la cuenta de que no había tenido oportunidad de contárselo durante el viaje de vuelta a Lagos.

—Lo que más me fascina es que Adebayo dijo que en aquellos tiempos todo el mundo hablaba la misma lengua. Nadie sabía otros idiomas.

—¿No hay una historia bíblica al respecto?

—Sí, una muy famosa. La de la Torre de Babel.

—Sí, la recuerdo. Los hombres decidieron levantar una torre para llegar hasta el Cielo y unirse a Dios. Al verlo, Dios destruyó lo que unía a la humanidad e hizo que se dividieran y hablaran diferentes lenguas.

—Exactamente. Se cree que se construyó en Babilonia. Se supone que ésa es la razón por la que esa región se llama así. El nombre proviene de la lengua acadia y su traducción es, más o menos, «puerta de Dios».

—¿Por qué me hablas de la Torre de Babel? Yo creía que se trataba de la Atlántida.

Lourds suspiró. Esos días su mente trabajaba a toda velocidad. En vez de reducir, parecía acelerarse.

—Porque si hay algún lugar en el que impera una lengua entre todos sus habitantes, lo más lógico es que sea una isla.

—¿Y qué me dices del Creciente Fértil? Se supone que la humanidad procede de allí.

—Los datos arqueológicos son muy claros, así que eso no lo voy a poner en duda. Lo que sugiero es que un grupo de esas personas se hizo a la mar, encontró una maravillosa isla en el océano Atlántico y creó una sociedad como no se había visto hasta entonces.

—¿Por qué?

—Porque Platón dice que así era la nación que llamó Atlántida.

—También hay gente que dice que es pura invención.

—Puede que lo fuera, pero esa isla, la que fabricó estos objetos, según las inscripciones que he traducido, era real. Si alguien hizo algo tan ambicioso en aquellos tiempos como la construcción de una torre tan alta que amenazaría a Dios, ¿por qué no podía ser la Atlántida?

—¿Qué estás diciendo?

—Estoy sugiriendo que una civilización muy avanzada de la isla que fabricó los instrumentos pudo haber construido la Torre de Babel.

—En las excavaciones no parece haber ningún rascacielos escondido entre los escombros. En las noticias no han dicho nada al respecto.

—Por lo que he visto, no han encontrado nada que se parezca a una ciudad. Cuando la isla se hundió pudo haber desaparecido todo lo que había en la superficie. Tampoco han encontrado mucho en las cuevas.

—Han encontrado una puerta.

—¿Qué puerta? —preguntó, pues no había encendido el televisor en su habitación.

Natashya cogió el mando a distancia y encendió el suyo. El programa de la CNN en el que hablaban del descubrimiento de una extraña puerta metálica en las cuevas apareció en pantalla.

La incredulidad de Lourds fue en aumento. La cámara enfocó la puerta y soltó un grito ahogado, incapaz de creer lo que veían sus ojos.

El periodista dijo: «En las imágenes que nos ha enviado el equipo de información pública del padre Sebastian podemos ver claramente la puerta. De momento, el equipo de excavación no ha podido seguir más allá. Se teme que si continúan las excavaciones se produzca un derrumbamiento».

Cogió papel y bolígrafo de un escritorio y, tras ponerse frente al televisor, empezó a escribir frenéticamente.

—¿Qué pasa?

—La escritura de la puerta —le explicó con voz ronca—. Es la misma lengua e idéntico grupo de caracteres que los que estoy descifrando en los instrumentos.

«No deberías hacerlo», pensó Leslie mientras pasaba la tarjeta por la cerradura de la habitación de Lourds. Aunque sabía que lo haría desde el momento en el que se había quedado con la llave extra que había cogido en recepción.

Había intentado estar enfadada con él por no haber impedido que Natashya le quemara el teléfono, pero no había podido. En última instancia, Lourds era la historia que había vendido al estudio de producción, y lo necesitaba. Iba a proporcionarle un triunfo profesional.

Y aún más, quería a ese hombre por motivos personales. Había dormido lo suficiente durante el viaje de vuelta como para no poder conciliar el sueño. No había nada como el sexo para calmar sus emociones cuando se sentía como en aquel momento.

Entró en la habitación y encontró todas las luces encendidas. Imaginaba que estaría en el escritorio o en la cama y que la vería enseguida. Habían estado un poco nerviosos después de todas las aventuras de los últimos días. Verla entrar habría eliminado el factor sorpresa, pero no creía que aquello disminuyera el deseo que sentían el uno por el otro. Lo pasaban bien en la cama. Estaba segura de que él pensaba lo mismo.

Pero no estaba.

Se enfureció al pensar que podía estar merodeando por el hotel, a pesar de las severas amenazas proferidas por Natashya sobre pasar inadvertido. ¿Estaba jugándose el cuello?

Empezó a deshacer la cama. Cuando volviera de donde estuviera la encontraría allí y podrían disfrutar del sexo reconciliador. Casi siempre era el mejor. No creía que estuviera demasiado enfadado por los rencorosos sentimientos que había demostrado tener hacia él en los últimos días, aunque aquello tampoco enfrió su entusiasmo.

Entonces vio el bloc de notas con su pulcra escritura en el escritorio. Una palabra saltaba a la vista: «Atlántida».

Fascinada, cogió el bloc y lo hojeó. Esa palabra aparecía varias veces, como si hubiera llegado una y otra vez a la misma conclusión: «Isla-reino. Tierra sumergida. Desafío a Dios. Una lengua. Atlántida».

Olvidó sus ansias sexuales, cogió el bloc, lo llevó a su habitación e hizo fotos de las páginas con su cámara digital. El corazón le latía frenéticamente, pues creía que podía volver en cualquier momento.

Pero no lo hizo.

Cuando acabó, llevó el bloc de nuevo a la habitación de Lourds. Sus pensamientos se arremolinaban. Aquello era más importante de lo que había pensado. Era oro puro. Si podía vincular el nombre de Lourds a las excavaciones y relacionar de alguna forma la campana que habían descubierto en su programa, los índices de audiencia se dispararían.

No sólo eso, también podría vender otra serie. Quizás incluso por mucha pasta. Si las excavaciones de la Atlántida en España resultaban ser algo importante, y cada vez eran más interesantes debido al descubrimiento de la misteriosa puerta, podría poseer parte de aquella historia gracias a los objetos que estaban buscando.

Su entusiasmo iba en aumento, al igual que su deseo sexual. Se tumbó en la cama y esperó, impaciente.

Al cabo de otra hora, Lourds finalmente ya no pudo hablar más. El entusiasmo seguía bullendo en su interior y no conseguía apartar de su mente la imagen de la enorme puerta que había descubierto el padre Sebastian.

No podía creer que Natashya siguiese despierta.

—¿Qué vamos a hacer? —le preguntó Natashya.

—Diop y Adebayo han llamado a los otros guardianes —dijo mientras se sentaba en el borde del escritorio que había al otro lado de la habitación—. Nos reuniremos con ellos en Londres.

—¿Llevarán los instrumentos?

—Sí.

—Están demostrando confiar mucho en nosotros.

—No —la corrigió—. Estás equivocada. Lo que demuestran es que están desesperados. Gallardo y su jefe tienen dos de los instrumentos. Si consigue descifrarlos, y no hay razón para que no pueda hacerlo…

Natashya esbozó una sonrisa burlona.

—¿Admites que pueda haber alguien tan dotado en cuestiones lingüísticas como tú?

—Quienquiera que sea sabe más que nosotros sobre lo que estamos buscando.

—¿Crees que sabe lo de la Atlántida?

No dudó. Al oír aquella pregunta lo vio todo más claro.

—Seguramente.

—¿Has pensado en la postura de la Iglesia al respecto? —preguntó Natashya frunciendo el entrecejo.

—¿La Iglesia? ¿La Iglesia católica? ¿Por qué iba a…?

—Estar financiando una excavación en lo que podría ser la Atlántida —lo interrumpió—. Yo también me lo he preguntado. ¿Qué interés puede tener?

Meditó sobre aquello; no se le había ocurrido relacionar esos dos sucesos —la Atlántida y las excavaciones de la Iglesia— con los instrumentos. Sin embargo, en vista de los potenciales vínculos con la Atlántida y conociendo la gran cantidad de documentación a su disposición, ¿cómo iban a no saberlo?

Sintió un gran desasosiego al pensar en las repercusiones. La Iglesia disponía de una red que movía el mundo. Si alguien podía buscar algo durante cientos e incluso miles de años, ésa era la Iglesia católica romana.

—Creo que nos estamos anticipando.

—¿Sí? —inquirió Natashya arqueando una ceja.

—Estás sugiriendo una conspiración.

—En mi trabajo veo conspiraciones a todas horas. Conspiración para cometer un asesinato. Conspiración para perpetrar un robo. Conspiración para hacer un fraude. En todo esto hay algo oculto, quizá lo haya estado durante miles de años. Ahora empieza a salir a la luz, ¿no crees que alguien querría controlarlo?

BOOK: El enigma de la Atlántida
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