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Authors: Charles Brokaw

Tags: #Aventuras, #Relato

El enigma de la Atlántida (36 page)

—Ah, entonces está buscando el resto de los instrumentos.

—¿Qué otros instrumentos? —No le gustaba que le ocultara información, sobre todo cuando esa información podía hacer que lo mataran.

—Hay otros tres instrumentos relacionados con la campana y el címbalo. Puede que hayan estado en esa zona todo el tiempo.

—¿Por qué no me lo habías dicho?

—Porque no lo sabía. Sigo investigando. Hay cosas de las que me voy enterando poco a poco.

Gallardo se tragó una colérica respuesta. Murani normalmente lo sabía todo antes de enviarlo a cualquier sitio. El que no lo hubiera hechosignificaba que el riesgo era mucho mayor.

Dejó escapar un suspiro y se dijo que aquellos riesgos merecían la pena porque al final el beneficio sería mayor.

—Encuentra a Lourds. Síguelo. No quiero que sufra ningún daño, todavía.

Colgó el teléfono. Lo cerró y lo guardó. Se giró hacia el oeste. Vio las luces de la ciudad a lo lejos. No esperaba que fuera tan grande. No conocía Dakar, pero seguro que el mercado negro sería como en todas partes. Eso era bueno para él. Fuera donde fuera Lourds, sabía que podría localizarlo.

Estaba deseando que llegara el momento de matarlo a él y a sus compañeros, sobre todo a la puta pelirroja rusa.

Hotel Sofitel Teranga

Dakar, Senegal

9 de septiembre de 2009

Lourds trabajó con las lenguas. Tenía suficientes piezas del rompecabezas como para empezar a unirlas. Si había entendido bien la leyenda y si las tres lenguas diferentes hablaban del mismo suceso, podría intentar reemplazar algunas de las palabras símbolo con palabras que creía podrían estar en esos textos.

Hizo una lista.

  • Diluvio
  • Dios
  • Peligro
  • Maldito

Tenían que estar en alguna parte.

El método ruso de codificación suele reorganizar el texto antes de codificarlo; quitan los encabezamientos, saludos, introducciones y otras frases estándar. Ese proceso mezcla el lenguaje escrito lo suficiente como para que descodificar el resultado sin una clave sea casi imposible, porque reduce la redundancia que normalmente se da en los mensajes codificados.

Suspiró y se estiró. Intentó buscar una postura cómoda, pero le dolían la espalda y los hombros. Miró el televisor, buscó un canal de deportes, pero lo puso sin voz. Utilizó aquellas imágenes para descansar la vista y cambiar la distancia de enfoque.

Alguien llamó a la puerta.

Se levantó con cautela y recordó al hombre que Natashya había arrojado al patio en Gorée. En cierta forma, era un
déjà vu
. Fue al armario y cogió la plancha. La que proporcionaba el hotel era muy pequeña y no pesaba, era una pena de arma.

La llamada se repitió con mayor insistencia.

Observó por la mirilla. Leslie estaba en el pasillo con los brazos cruzados sobre el pecho y aspecto de estar un poco enfadada.

Por un momento dudó si abrir o no. Era casi medianoche, podía alegar que estaba dormido. Pero también podía haber cogido una llave de su cuarto, como había hecho la última vez. No lo había comprobado.

Cedió y abrió la puerta, pero no se apartó.

—¿Sí? —preguntó.

—He pensado que quizá deberíamos hablar. —Lourds cruzó los brazos apoyado en el marco—. ¿Y bien?

—¿Y bien, qué?

—¿No me vas a invitar a que entre?

—Primero me gustaría saber de qué humor estás.

—Estoy de buen humor —replicó enfadada.

—Muy bien, puedes pasar. Pero las reglas son que si te pones desagradable, te vas. Aunque tenga que echarte yo mismo.

Aquello le dolió.

—Hace unas noches no tenías tanta prisa por echarme.

—Aquella noche estabas encantadora. Últimamente no lo estás tanto. Pero, pasa, por favor.

Leslie entró y echó un vistazo a su alrededor hasta que su mirada se posó en el ordenador.

—Estabas trabajando.

—Sí —dijo Lourds mientras cerraba la puerta con llave: que entrara algún asesinoen la habitación, aunque el hotel era de cinco estrellas, sería embarazoso, por no decir mortífero.

—¿Has descubierto algo?

—No lo sé todavía. Descifrar lenguajes, sobre todo cuando se tiene tan poco material, es un proceso laborioso.

—¿Crees que Diop sabe de qué está hablando? Me refiero al tambor.

—Espero que sí. —Se sentó en el sofá y miró a la joven. Intentó mantener la mente ocupada, pues le resultaba muy fácil acordarse de lo que sintió al estar desnuda en sus brazos.

Leslie iba y venía por la habitación.

—Mis jefes me están presionando. Quieren saber más sobre toda esta historia.

—No tenemos nada más que contarles.

—Me juego el trabajo.

—Ya, si prefieres que nos separemos, lo entenderé. Tengo algo de dinero guardado, podré seguir con esto un tiempo.

Leslie se paró y lo miró.

—Lo harías, ¿verdad?

—Sí.

—¿Por qué? ¿Porque Yuliya Hapaev está muerta?

—En parte sí, aunque creo que eso es más un trabajo para la Policía que para un catedrático de Lingüística. Con todo, me gustaría darles todo lo que necesiten para meter entre rejas a sus asesinos.

—No es ahí donde quiere tenerlos Natashya.

—No, supongo que no.

—Nos meterá en problemas.

—Que yo recuerde es mucho mejor sacándonos de problemas que metiéndonos en ellos.

—Mata a gente.

—Ya. No puedo decir que sea algo que yo haría, pero si me tropezara con esos tipos en esas circunstancias…

—Lo has hecho. Todos lo hemos hecho.

—… y hubiera vidas en juego, no sé si haría lo mismo.

—No eres como ella. Ella es fría e impasible.

—Cuando quiere serlo, no me cabe duda. —De hecho, estaba seguro. Tirar a una persona desde un cuarto piso era algo despiadado.

—No podrías hacerlo.

—No lo sé, a lo mejor te sorprendería —dijo con suavidad.

—Ya lo has hecho. —La voz de Leslie se suavizó. Sin decir una palabra más se acercó a él y lo tumbó en la cama.

Lo besó. Al principio Lourds no respondió, pues no estaba seguro de en qué se estaba metiendo ni si la carne era débil. Pero después notó que la carne le respondía y decidió seguir adelante.

Se desnudaron el uno al otro.

Agotada y en las últimas, Natashya se obligó a salir de aquella cómoda cama. No confiaba en no quedarse profundamente dormida.

Tampoco confiaba en que Gallardo no pudiera burlar la seguridad del hotel. Ya había demostrado de qué era capaz en Leipzig.

Sabía que al final necesitaría dormir unas cuantas horas. Sólo había un lugar en el que podría hacerlo.

Cogió la maleta en la que estaban las pistolas y salió de su habitación. Cruzó el pasillo y llamó a la de Lourds. Al cabo de un momento se oscureció la mirilla.

—¿Pasa algo? —preguntó tras abrir la puerta.

Natashya miró la ropa desaliñada y el pelo revuelto, notó el ligero aroma del perfume de Leslie y supo lo que estaba pasando. Cuando ésta apareció detrás de él, vestida solamente con una blusa que casi no le tapaba el cuerpo, tuvo la confirmación.

—Eres un cabrón —dijo con ferocidad en ruso mientras notaba que el enfado y la vergüenza le aguijoneaban las mejillas.

Cerró la puerta.

Natashya fue hacia la habitación de Gary maldiciéndose y llamó.

Poco después se abrió la puerta. Por suerte todavía estaba vestido y llevaba la PlayStation en la mano. Unos marcianitos bailaban en la pantalla.

—Eh, ¿qué pasa? —preguntó Gary.

—Necesito un sitio donde dormir —le explicó, pasó rozándolo y entró en la habitación.

—Vale, me parece bien. Hay dos camas —dijo cerrando la puerta.

Ninguna estaba deshecha. Evidentemente llevaba jugando un buen rato.

—Deja que duerma tres horas mientras estás despierto. —Se tumbó en la cama y se quitó la ropa y los zapatos. Sacó las pistolas de la maleta y las mantuvo en las manos, que cruzó sobre su pecho—. Después me despiertas y duermes tú.

—Turnos de guardia, ¿no?

—Sí. —Cerró los ojos y notó que le quemaban por el cansancio.

—Quizá deberías darme un arma.

—No.

—¿Por qué?

—Porque lo digo yo. Ahora calla y déjame dormir. Ah, y otra cosa más.

—¿Qué?

—Si intentas tocarme mientras estoy durmiendo, te meteré un tiro en la cabeza.

Después, el sueño la arrastró a una muy deseada oscuridad.

Cueva 41

Catacumbas de la Atlántida

Cádiz, España

10 de septiembre de 2009

El equipo de excavación iluminó las aguas que se agitaban en la cueva, al tiempo que las bombas empezaban a funcionar.

El padre Sebastian estaba a un lado, oía el ruido de las bombas y los generadores. Sintió miedo. A pesar de que el capataz, Brancati le había asegurado que la estructura resistiría, sabía que si la reparación de la pared en la que habían abierto el agujero volvía a ceder, podrían ahogarse.

El equipo de excavación iba sacando los cuerpos de los muertos junto con el agua. Parecía que estuvieran tomando el sol sobre las bolsas para cadáveres. Sus ropas no habían resistido, pero aquello no sorprendía a nadie. Los expertos estaban convencidos de que podrían reparar las telas, pero había muchos cuerpos de las criptas a los que las aguas de la inundación habían fragmentado y sus trozos yacían esparcidos. Al parecer, los atlantes dominaban fabulosas técnicas para conservar los cuerpos de sus muertos, pero, aun así, la fuerza del océano que se había desatado en aquel lugar había sido demasiado para ellos. Pasarían años, quizá muchos, antes de que todos aquellos restos pudieran regresar a sus lugares sagrados.

Sintió pena por ellos, a pesar de saber que estudiarlos abriría una nueva ventana hacia el distante pasado de la humanidad.

«Pero, aun así, no sabremos vuestros nombres», pensó.

La pérdida había sido inmensa. A lo mejor, en algún lugar recóndito de la cámara funeraria, o quizás en alguna cueva más allá —si es que había más—, habría un registro con los nombres de todos ellos. Quizás habría notas relacionadas con aquellos muertos.

«¿Sois realmente los hijos e hijas de Adán y Eva? ¿Sois realmente los últimos habitantes del jardín del Edén? ¿Saboreasteis la inmortalidad antes de que os la arrebataran por atreveros a desafiar a Dios?».

Mientras observaba la oscuridad de la cueva inundada, recordó las antiguas historias del libro del Génesis. De niño había imaginado lo que habría sido estar junto a Dios y ver todas las maravillas de la creación. Las ilustraciones de su Biblia para niños mostraban selvas frondosas y exuberantes, llenas de animales que no temían a Adán. Éste vagaba libremente entre ellos y les ponía nombre.

Dios también le había dado a Eva como esposa, a la que Satán, disfrazado de serpiente, había engañado para que comiera del árbol de la ciencia del bien y del mal. Cuando Dios se enteró de que habían hecho lo único que les había prohibido, los expulsó del jardín y colocó en la puerta a un querubín con una espada de fuego montando guardia.

¿Seguiría allí ese querubín?

Aquella idea le obsesionaba. Si aquello era el jardín del Edén, tal como creía el papa Inocencio XIV, ¿qué haría si Dios le bloqueaba el paso?

Movió la cabeza, sólo pensar aquello era un sacrilegio. Si Dios lo quería así, el camino estaría bloqueado. No podría pasar más allá.

—Padre Sebastian.

Oyó que alguien lo llamaba entre el estruendo de las máquinas que trabajaban a su alrededor y se dio la vuelta. Uno de los jóvenes del equipo estaba frente a él.

—¿Sí? —preguntó Sebastian.

—Tiene que ponerse el casco, padre —le recomendó mostrándole el que llevaba en las manos.

—Sí, claro. Tienes razón. Estaba pensando en Dios. Jamás había estado frente a él con un casco puesto.

—En el futuro procure pensar en él en una zona más segura.

Asintió, pero no dijo nada, y el joven siguió con lo suyo. Al cabo de un momento volvió a observar la cueva inundada.

«Muy pronto», se dijo a sí mismo. Quizá sólo faltaban unos días antes de que pudiera volver a entrar en la cueva. Aunque no estaba muy seguro de si debería desearlo o temerlo.

Afueras de Ifé, Nigeria

Estado de Osun

11 de septiembre de 2009

—¿Has estado alguna vez en Ifé, Thomas? —preguntó Ismael Diop, que estaba sentado a su lado en el asiento central de un todoterreno Wagoneer.

Natashya iba en el asiento delantero junto al joven conductor yoruba que había contratado Diop el día anterior, al llegar a Lagos. Durante su estancia, Natashya se había equipado con un rifle de caza y unas pistoleras. Se había sentido ligeramente ofendida cuando ninguno de sus acompañantes había demostrado interés por llevar armas.

Leslie y Gary iban en el asiento de atrás.

El viejo cuatro por cuatro funcionaba mejor de lo que había creído Lourds nada más verlo. Con los años había perdido gran parte de la pintura y de los componentes de madera, pero el motor y la transmisión sonaban bien. Aquel modelo era de los que solían utilizarse en rallies; Lourds pensó que seguramente ése habría disputado más de uno. Habían cargado neumáticos de repuesto y latas de gasolina en la parte de atrás, también por delante y en el techo.

—Una vez, hace mucho tiempo, al poco de licenciarme en la universidad, me invitó a Ifé una profesora de Lingüística. Era nigeriana.

—¿Te pidió que vinieras a ampliar tus estudios?

Lourds sonrió al recordarlo.

—Podría describirse así. Era muy estricta, nada de citas con los alumnos. Con los licenciados era otra cosa —dijo mirando por encima del hombro para asegurarse de que Leslie estaba entretenida con Gary.

La chica señalaba a su compañero unos monos araña y unos pájaros de colorido plumaje. En aquella selva de altos árboles abundaban los animales. Todavía era temprano y el desayuno era prioritario para ellos.

Los ocupantes del coche ya habían desayunado. Habían levantado el campamento de madrugada, habían tomado algo rápido y se habían puesto en camino. Por la noche, Leslie había aprendido mucho sobre cómo moverse en un saco de dormir. Había abandonado la tienda de Lourds antes de que Gary se despertara, así que seguramente no se había enterado de su cita, pero Natashya hacía guardia al lado del fuego y les había lanzado una feroz mirada de desaprobación por sus actividades nocturnas.

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