Gillian, agachándose, la besó.
—Cuando crezcas un poquito más, tu mamá te enseñará todo lo que quieras. ¡Ya verás! —le aseguró.
La cría se sintió encantada, y rodeó con sus cortos bracitos el cuello de Gillian y la besó. Ésta, complacida por aquella muestra de cariño, le hizo cosquillas, y Amanda comenzó a reír a carcajadas. Tenía tantas cosquillas como Megan.
Las risotadas de la pequeña atrajeron la mirada de Niall, que llegaba en ese momento de cazar. El rato que había estado separado de ella y en compañía de Diane le había hecho valorar de nuevo lo luchadora y divertida que era su esposa. Todo lo contrario a Diane, que cada día era más insulsa, blandengue y bobalicona, actitudes que él detestaba en una mujer.
Se apeó del caballo, caminó hasta un árbol y se apoyó en él. Desde allí estuvo observando cautivado a Gillian mientras ésta jugaba con la pequeña Amanda, hasta que apareció su hermano Duncan.
—¿Qué tal la caza hoy? —preguntó.
—Bien. Casi una docena de conejos —respondió Niall, abstraído. Duncan, al ver el modo como su hermano miraba a su hija y a Gillian, le susurró:
—¿Cuándo vas a dejar de evitar lo inevitable? Consciente de lo que aquél había querido decir, Niall lo miró ceñudo, y Duncan, cabeceando, añadió:
—Esa mujer a la que miras como un bobo babeante es tu esposa. Pero si no quieres perderla, deja de tontear con la McLeod.
—No tonteo con Diane.
—¿Estás seguro que no tonteas con la McLeod? Porque siento decirte, hermano, que es lo que piensa todo el mundo y…
—Seguro que Megan ya te ha ido con ese cuento, ¿verdad? Molesto, Duncan contestó:
—Megan también se ha dado cuenta, pero no estoy hablando de eso. Te hablo de que todo el mundo comienza a murmurar. Te acabas de desposar con Gillian y no es normal que te vayas de caza o pasees con la McLeod. —Al ver que su hermano no contestaba, inquirió—: ¿Te gustaría que Gillian se marchara con otro hombre de paseo por el bosque? Porque te recuerdo que tú lo haces ante ella y ante todos, y estoy seguro de que es para darle celos.
El cuerpo de Niall reaccionó a la regañina de su hermano y sacando pecho, le aseguró:
—Nunca lo hará por la cuenta que le trae.
—Escucha, ella…
Niall no le dio tiempo a terminar.
—En cuanto a lo de darle celos, no sé de lo que hablas. Diane sólo es una joven muy agradable.
Una gran risotada de Duncan hizo que Niall lo mirara y gruñera.
—Deja ya de reír como un idiota si no quieres que me enfade contigo. Pero su hermano, dándole un golpe en la espalda, continuó riendo.
—¿De verdad tengo que creer que hubieras deseado un matrimonio con una mujer como la McLeod antes que con Gillian?
—No.
—Lo sabía —contestó el
highlander
aún riendo mientras contemplaba cómo Megan y Shelma disfrutaban juntas.
—Pero a veces me gustaría que fuera menos impetuosa, menos guerrera, menos…
—No digas tonterías —le cortó Duncan—. Si algo te ha gustado siempre de ella es su manera de ser. A ti y a mí no nos gustan las mujercitas al uso que sólo cosen y visitan las abadías. A los McRae nos atraen las mujeres con carácter, capaces de blandir una espada en defensa de los suyos, y dulces y apasionadas en la intimidad.
Niall sonrió, y Duncan prosiguió:
—Hace algún tiempo un amigo… —dijo pensando en Kieran O’Hara— me comentó que nunca intentara domesticar ni cambiar a Megan porque dejaría de ser ella. Y te puedo asegurar que aún le doy las gracias por esas palabras. Me gusta cómo es, aunque en ocasiones esa cabezonería suya me haga sentir ganas de matarla. Adoro su forma de ser. Me enloquecen nuestras peleas, y más aún nuestras reconciliaciones. Me apasiona verla disfrutar de la vida de nuestras hijas, de su locura y del amor. Y eso, hermano, no tiene precio.
Niall se sintió conmovido ante la franqueza de Duncan y sonrió. Siempre había sabido que Megan y su hermano estaban hechos el uno para el otro, y también sabía que Gillian y su cuñada estaban cortadas por el mismo patrón. Eran dos guerreras.
—Vale, Duncan, entiendo lo que me quieres decir, pero… —No hay peros que valgan, Niall. Si realmente la quieres, ámala, y déjate de jueguecitos con Diane. Porque conociendo a Gillian, tarde o temprano, ese juego te traerá problemas.
Una vez dicho eso, Duncan le dio un golpe en el hombro y se dirigió hacia su mujer. Cuando llegó hasta ella la besó y, tras guiñarle un ojo a su hermano, que sonrió, se marchó a dar un paseo con ella.
Niall pensó en lo que Duncan le había dicho. Su mujer le gustaba más que ninguna, pero se negaba a caer bajo el mismo influjo de amor en que su hermano o Lolach habían caído. Sin saber por qué comenzó a andar hacia Gillian. Ésta, sin advertir aún la presencia de su marido, le dio un último beso a la pequeña Amanda y la dejó en el suelo. La niña corrió dispuesta a pillar a su hermana y a su primo.
Con una cariñosa sonrisa en la boca, Gillian los estaba viendo correr alrededor de los guerreros cuando la voz de Niall la sobresaltó:
—¿Has comido algo, esposa?
Volviéndose hacia él, cambió su gesto. Aún estaba enfadada porque se hubiera marchado de caza con Diane y no le hubiera dicho nada a ella. Sólo pensar que aquélla lo pudiera besar le ponía enferma. Aun así, con fingido disimulo, respondió:
—No. Todavía no he comido. Ahora lo haré. Sin querer mirarlo a los ojos, le rodeó para pasar por su lado, pero él la asió por la cintura.
—¿Qué te ocurre, Gillian? —le preguntó.
—Nada. ¿Por qué? ¿Me tiene que pasar algo? —Clavando sus preciosos ojos en ella, le susurró:
—Estaba deseando regresar para verte. ¿Tú no lo deseabas? «Sinvergüenza, y por eso te has ido con Diane». Incapaz de permanecer impasible le dio un pisotón, y el hombre arrugó la cara.
—¡Oh, sí!, ya lo he visto, y por eso, en vez de decirme a mí que me fuera contigo de caza se lo has dicho a esa idiota de Diane. ¿Qué pasa, McRae, ella te regala sus favores cada vez que estáis solos?
«¡Maldición!, ¿por qué no me habré callado?», pensó nada más decirlo. Oír aquello era lo último que esperaba y más tras la advertencia de Duncan. —Mi relación con Diane es…
Pero Gillian no lo quería escuchar.
—No quiero hablar de esa mentecata, ni de vuestra relación, y tampoco me apetece hablar contigo. —Y poniéndose las manos en la cintura, murmuró—: Si ya lo decía Helda, cuando un hombre consigue su propósito luego no te vuelve a mirar. Y claro, tú ya has conseguido meter tus manazas bajo mi falda, y como has comprobado que lo que hay no te agrada, buscas tu placer en otras, ¿verdad?
Estupefacto, boquiabierto y sorprendido por lo que Gillian decía, respondió:
—¿De qué demonios estás hablando, mujer?
—¿Mujer? ¿Ya vuelvo a ser ¡tu mujer!? ¡Maldita sea, pedazo de alcornoque!, tenme un respeto.
«¡Por todos los santos! No se cansa de pelear», pensó, incrédulo. —¡Me vuelves loco! —gritó, sin embargo—. Eres insoportable, tesorito. «Ya estamos con lo de tesorito», se dijo, más enfadada. —Y tú, un majadero.
Sobrecogido por su reacción, resopló. Su intención al acercarse a ella era disfrutar de su compañía, pues era lo que más le apetecía; pero, como siempre, sus encuentros acababan en discusión. Por ello, malhumorado, sentenció:
—Si continúas insultándome ante mis hombres, tendré que tomar medidas, ¿me has oído?
Cruzándose de brazos ante él, pateó el suelo y se mofó.
—¡Oh, claro que te he oído, esposo!
Cada vez más enfadado, la agarró por el brazo y comenzó a andar a grandes pasos ante la mirada atónita de todos.
—Pero, bueno, ¡suéltame! ¿Adónde me llevas?
—No te desboques, esposa, y respétame —voceó Niall. Suspirando por aquel tono, se dispuso a presentar batalla.
—¡Oh, disculpad mi atrevimiento, esposísimo mío! Desde su altura, Niall la miró e inexplicablemente, incluso para sí mismo, sonrió.
Tenerla asida de aquella forma, mientras olía el maravilloso perfume que emanaba frescura y sensualidad, lo volvía loco. Le habría gustado gritarle que se acercaba a Diane para no sucumbir a sus encantos, pero eso le hubiera dejado desprotegido. Por ello, sin bajar la guardia, no respondió, y continuó caminando.
Niall fue hasta donde uno de los guerreros cocinaba. El estofado que removía en un gran caldero oscuro olía muy bien. El hombre llenó con rapidez dos cazos de estofado y se los entregó. Con una deslumbrante sonrisa, Gillian se lo agradeció, y el cocinero, un muchacho joven del clan de Lolach, asintió, complacido. Niall sintió celos y, sin soltarla del brazo, la llevó hasta un árbol, donde, sentándose en el suelo, la obligó a hacer lo mismo junto a él. Sin mirarse ni hablarse, comenzaron a comer.
En silencio, observaron cómo los niños jugaban. Johanna y Trevor chinchaban a la pequeña Amanda, que espada de madera en mano corría tras ellos. Inconscientemente, Niall, viendo a sus sobrinas, curvó los labios y sonrió.
—Los niños siempre me han gustado mucho, pero Johanna y Amanda, esas dos preciosas damitas, me han robado el corazón.
El suave tono de voz que empleó al hablar de sus sobrinas enterneció a Gillian, que lo miró y se aguantó las ganas de tocarle el cabello cuando una ráfaga de aire se lo descolocó.
—Sí, creo que Duncan y Megan han tenido mucha suerte con sus hijas.
—Son dos niñas preciosas, y tan valientes como sus padres —aseguró él, soltando una carcajada al ver a la pequeña Amanda tirarse como un muchacho contra su primo—. Amanda, Johanna, Trevor, ¡os vais a hacer daño! —gritó, divertido.
El niño, levantándose, le dio una patada a su prima Johanna en el trasero, y echó a correr. Ésta, con el cejo fruncido, se levantó del suelo, se recogió las faldas y corrió tras él como alma que lleva el diablo. La pequeña Amanda, mirando a su tío, le dedicó una sonrisa que habría derretido al mismísimo infierno. Después, gritó mientras corría tras los otros niños:
—Tío Niall…, yo soy una guerrera y los guerreros no se hacen daño.
—¡Vaya con la pequeña! —dijo Gillian sonriendo.
—Son auténticas McRae —apuntó con orgullo Niall.
—Disculpa, pero también son hijas de Megan —concluyó ella. Curvando los labios, miró hacia donde estaban su hermano y Megan, que reían en aquel momento.
—Tienes razón. Son hijas de ambos. Pero déjame decirte que esa pequeña mezcla de sangre inglesa que corre por las venas de mi loca cuñada es lo que tiene hechizado a mi hermano y a todo aquel que se cruza con ella. Y lo mismo digo de Shelma.
Gillian sonrió. Ella también tenía sangre inglesa, algo que Niall sabía, pero que había omitido comentar.
—Que Dios ampare al hombre que se enamore de cualquiera de mis sobrinas. Su vida será una auténtica batalla.
Aquella pequeña broma relajó el ambiente e hizo que se miraran con dulzura, pero fue tal el desconcierto que sintieron que con rapidez cambiaron de gesto y desviaron los ojos hacia otro lugar.
Diane, que pasaba junto a los pequeños acompañada de su sufrida criada, protestó al ver el polvo que los retoños levantaban con su extraño juego de guerra. Rápidamente, se alejó, horrorizada. No le gustaban los niños. Eso hizo reír a Gillian.
En ese momento, Megan se acercó hasta sus hijas y su sobrino Trevor y, regañándoles por cómo se estaban ensuciando, los obligó a ir a la carreta para lavarse las manos antes de comer. Una vez que desaparecieron, Niall y Gillian se quedaron en silencio, hasta que un chillido de Diane volvió a atraer su atención. La joven se había pinchado con la rama de un árbol en un dedo y gritaba angustiada.
—Si esa mujer es capaz de vivir donde tú vives yo lo soy también —cuchicheó Gillian mientras sufría al ver cómo aquélla trataba a su pobre criada, que intentaba mirarle el dedo. Pero la caprichosa de Diane sólo miraba a Niall, pidiéndole ayuda.
Niall, sin embargo, hacía caso omiso; sólo tenía ojos para su mujer. Tenerla tan cerca le ofrecía un espectáculo increíble. Gillian era un deleite para la vista. Su precioso y ondulado cabello rubio, su aroma y su suave y claro pecho, que se movía al compás de su respiración, estaban consiguiendo que él se excitara como un idiota. Por ello, aclarándose la garganta, le dijo:
—Tengo que hablar contigo sobre lo que pasó hace unas noches, y también, sobre tu nuevo hogar.
—¿Sobre lo que pasó? —suspiró ella—. Quiero que sepas que… —Pero los grititos de Diane le hicieron callar y, mirando a su marido, gruñó:
—¡Oh, Dios! Esa tonta es insoportable con sus grititos de jabalí en celo. Niall retuvo una carcajada, consciente de que decía la verdad. Diane era insufrible, pero no queriendo darle la razón, la miró y con gesto ceñudo, sentenció:
—Sé educada, mujer. Diane es una dama y merece ser tratada con respeto. El que tú no tengas su delicadeza y su saber estar no te da derecho a hablar así de ella. Respeto, Gillian; respeto.
Deseosa de decir todo lo que se le pasaba por la mente, resopló, y con la furia instalada en sus palabras, respondió:
—Mi señor, creo que vuestra amiga Diane demanda vuestra presencia. —Y mofándose, añadió—: Pobrecita, se habrá clavado una espinita y necesitará de vuestra comprensión.
Aquel comentario, y en especial el tono, le hizo gracia, pero no cambió su expresión.
—¿A qué viene eso de mi señor? —preguntó.
—Me has pedido respeto y…
—Gillian…, ¿quién es ahora la insoportable?
Dispuesta a no dar su brazo a torcer, respondió:
— Mi señor, acabáis de dejarme claro que yo debía…
—Lo que te he dejado muy claro es que no pienso permitir que te sigas comportando como lo hacías en Dunstaffnage. No pretendo que me ames con locura, pero sí que seas educada y te sepas comportar como mi mujer, o…
—¡¿O?! —le soltó, cada vez más molesta.
«Debo ser masoquista, pero me encanta cuando me mira así», pensó él, y prosiguió: —O… tendré que volver a azotarte y enseñarte educación. Gillian intentó levantarse, pero él, sujetándola del brazo, no se lo permitió. —Cuando esté hablando contigo me escucharás. Y hasta que yo no termine lo que estoy diciendo no te moverás, ¿entendido?
Ella le pellizcó en el brazo, y a pesar de que Niall sintió un dolor increíble, no la soltó.
—Gillian, si no te comportas —murmuró entre dientes—, tendré que tomar medidas contra ese tosco e impertinente carácter de niña caprichosa que tienes.
Ella suspendió el pellizco y miró a su alrededor. Nadie los miraba. Y levantando el mentón, preguntó: