Dos años después…
—Que no, Gillian, he dicho que no.
—Pero, Niall…
Volviéndose hacia ella en medio de la escalera del castillo, murmuró:
—¿Cómo tengo que decirte que no quiero que luches con dos espadas a la vez?
¿No te vale practicar sólo con una?
—Pero es que con una ya lo domino, y con dos todavía hay estocadas que me gustaría aprender.
—¡Por todos los santos, mujer!, ¿no te das cuenta de que me preocupo por tu seguridad?
Adelantándolo en la escalera, ella comenzó a subir.
—Si te preocuparas por mi seguridad, me dejarías aprender a defenderme. «¿Aprender a defenderte? Pero si eres más fiera en la lucha que muchos de mis hihglanders», pensó Niall, incrédulo.
—He dicho que no, y no se hable más.
—¡Oh, McRae, cada vez eres más gruñón!
—Y tú cada vez eres más caprichosa —replicó él—. Te consiento demasiadas cosas.
Eso la hizo reír, aunque a él no. Verdaderamente Niall tenía razón. Desde su regreso a Duntulm, no había parado de hacerla feliz todos y cada uno de los días, aunque sus discusiones eran habituales. Divertida por cómo él se tocaba el pelo, murmuró para hacerle rabiar:
—Prefiero ser caprichosa a gruñona.
Justo cuando iba a contestarle, apareció Rosemary con la pequeña Elizabeth en brazos. La llevaba a dormir, pero la niña, al verlos chilló emocionada, reclamando su atención.
—¡Oh, aquí está mi chiquitina! —susurró Gillian, cogiéndola. Elizabeth, encantada de haber conseguido su propósito, sonrió. La niña era una mezcla de Niall y Gillian, con un fuerte carácter para ser un bebé. Era rubia como Gillian, pero con los labios sensuales y los ojos marrones y almendrados de su orgulloso padre.
—Dile hola a papá. ¡Hola, papiiiiiiiiiiiiii! —saludó Gillian, moviendo la manita de la niña, que al ver a su padre se deshizo en gritos y gorgoteos. Si algo le volvía loca a Elizabeth era su papá.
—Ven aquí, guerrera mía —dijo Niall, cogiéndola con amor, y tras darle cuatro achuchones y ésta carcajearse hasta llenarles el corazón de felicidad, indicó a Rosemary que se la llevara a dormir.
Una vez que se quedaron solos en el descansillo de la escalera, Gillian pestañeó, y Niall, al recordar su discusión, comenzó a andar acalorado.
—No…, he dicho que no. Hablaré con Brendan, y le diré que se lo prohíba también a Cris. Cualquier día os pasará algo en esos entrenamientos vuestros, y luego de nada servirá lamentarse.
Cuando llegó a su habitación, Niall abrió la puerta y entró, y al volverse para decirle algo a su mujer, se quedó boquiabierto al ver que ella había desaparecido. Con rapidez salió al corredor y blasfemó al ver que no estaba.
—¡Maldita sea, Gillian!, ¿dónde estás? —bramó. Su sonrisa cristalina le hizo saber inmediatamente dónde estaba, y Niall, subiendo los escalones de dos en dos, llegó hasta las almenas y allí la encontró.
—Ven, McRae.
Con una perversa sonrisa en los labios, Niall dijo mientras miraba con descaro el suave escote de su esposa:
—No vas a convencerme aunque utilices todas tus armas de mujer. Ella, sinuosa, se apoyó en una pared, y tras tirar de él para que la aplastara, le susurró al oído:
—No quiero convencerte, cariño; sólo quiero disfrutar de ti. Tras besarlo con pasión se desató los cordones del corpiño y, con un descaro inmenso, le susurró:
—¡Ay, Niall!, necesito que me rasques aquí.
Siguiéndole el juego, él le metió la mano dentro del corpiño. «Me vuelves loca, McRae», pensó excitada mientras sentía cómo él le tocaba los pezones como a ella le gustaban.
—¡Oh, Dios, me encanta que me toques! —musitó, mordiéndose el labio.
—Ni te cuento lo que me gusta a mí, cariño.
Apretujándose contra él, se estremeció y le pasó la lengua por el cuello.
—No pares, por favor.
Eso le hizo sonreír. La conocía muy bien, y sabía cómo podía llegar a ser de pasional en el acto del amor su preciosa mujer, pero también sabía que ella no pararía hasta conseguir su propósito.
—De acuerdo, fierecilla, disfrutemos.
Como era de esperar, Gillian, con rapidez, tomó la boca de su marido y devorándole los labios se entregó a él con pasión, esa pasión desmedida que volvía loco a Niall y que conseguía hacerle olvidar el resto del mundo.
Una vez que hubo acabado su momento pasional, Gillian, con una pícara sonrisa divertida, que a Niall le derritió el corazón, le miró, y él, feliz mientras la cogía entre sus fuertes brazos para llevarla a su habitación, murmuró:
—De acuerdo…, Gillian. Pero sólo si me prometes que tanto tú como Cris utilizaréis espadas despuntadas.
—Pero, Niall…
No dispuesto a dar su brazo a torcer ante algo tan peligroso, la besó y, seguro de lo que decía, aclaró:
—Lo siento, cariño, pero no voy a transigir.
Gillian en brazos de su marido pestañeó y, dichosa, añadió:
—De acuerdo, McRae, hablemos.
MEGAN MAXWELL, (n. en 1965 en Núremberg, Alemania), es el seudónimo de una escritora española de novela romántica actualmente afincada en Madrid. Aunque publica tanto novela romántica contemporánea como histórica, destaca como una de las principales representantes del subgénero romántico Chick lit en España.