—¡Por todos los santos, Niall! —exclamó Kieran.
—Estaba cegado por la rabia —respondió, desesperado—. No intento disculparme por ello; la furia me cegó, y ahora estoy pagando las consecuencias, y con creces.
—No me lo puedo creer, Niall —dijo Duncan—. ¿Me estás queriendo decir que desde hace dos, tres semanas, permites que esa mujer se salga con la suya cada noche, aun creyendo que su hijo ¡es tu hijo!?
Con sorna su hermano lo miró y, señalándole con el dedo, le indicó:
—Precisamente tú cállate.
—Yo no se lo permitiría —insistió el otro sin amilanarse.
—Mira, Duncan —le recriminó Niall—, llevas seis años permitiendo que tu graciosa mujercita, esa que ahora me mira con ganas de sacarme los ojos, se salga con la suya en todo. ¿Qué se supone que me recriminas a mí?
—Creo que los McRae sois unos blandos. ¡Oh, sí!, lo creo firmemente —se mofó Kieran.
Megan, tras darle un pescozón que a aquél le hizo reír a carcajadas, preguntó: —¿Cómo pudiste decirle que llevaba un bastardo en su interior? —Te lo acabo de explicar… Me cegué.
—Muy mal, Niall; muy mal —murmuró Duncan.
—¿Queréis dejar de juzgarme y ayudarme a buscar una solución? ¿Acaso creéis que a mí me gusta ver como ella no me mira, no me habla, no se dirige a mí para nada, no me cuenta si está bien o mal? ¡Por todos los santos, me voy a volver loco!
—Te lo mereces por cabezón —le recriminó Megan. Kieran, divertido, le preguntó:
—¿Qué os ocurre a los McRae? Sois unos fieros guerreros en la lucha, pero en el cuerpo a cuerpo con vuestras esposas, ¿os vencen?
Megan, dispuesta a defender a aquellos hombres que tanto amaba, cogió una servilleta y azotándole con ella le regañó.
—Tú, pedazo de bobo, cállate. Mi marido y Niall son fieros en todos los campos. La vida en pareja no es fácil, y ante mujeres como Gillian y yo miden sus fuerzas de otra manera.
Sonriendo, Kieran dio un mordisco a un trozo de pan y respondió:
—Por eso, querida mía, yo he decidido disfrutar de los placeres de una mujer distinta cada noche. De esa manera, ninguna me hará medir mis fuerzas sin que yo quiera.
—Siento decirte, Kieran —le aclaró Niall en tono alegre— que el día en que la mujer que te quite el sentido llegue hasta ti… medirás tus fuerzas. ¡Oh, sí!, estoy seguro. Y allí estaré yo para mofarme, ¡gracioso!
—Yo, también —le aseguró Duncan—. El día en que aparezca esa mujer…, caerás rendido a sus pies como caemos todos.
En ese momento, entró Liam, el guerrero que había acompañado a Gillian hasta su cabaña, y tras cruzar una mirada con Niall, éste asintió y supo que ella había llegado bien.
—Mira, Niall —dijo Megan—, Gillian no puede continuar durmiendo en la cabaña. El tiempo empeora y…
—Ya lo sé… —respondió, molesto—. Lo que no sé es qué hacer para que ella vuelva a confiar en mí. Llevo semanas diciéndole que la quiero, implorándole su perdón, dejándome pisotear como nunca antes lo he hecho y, aun así, nada. Pero me angustia oírla llorar por las noches en su cabaña.
—¿Espiando a escondidas? —se mofó Kieran. Niall lo miró con gesto fiero, pero Kieran sonrió.
—Si no hubieras sido tan idiota todo este tiempo y no te hubieras comportado como un energúmeno, nada de esto te estaría ocurriendo. Quisiste darle una lección a Gillian por cosas que pasan a veces sin uno proponérselo, y al final, tú solito la has vuelto a liar —le recriminó Megan—. Siento decírtelo, pero te lo tienes merecido, por cabezón.
Sin importarle mostrar sus sentimientos ni lo que pensaran sobre él, Niall se volvió hacia su cuñada y susurró:
—Megan, amo a Gillian. Ella es lo mejor y más bonito que he tenido nunca, y estoy dispuesto a luchar lo que haga falta porque ella vuelva a mirarme como me miraba hasta que yo solito fastidié nuestra relación.
—¡Oh, qué romántico! —se mofó Kieran.
—Tú, cállate —dijo Duncan, dándole un puñetazo—. No tienes ni idea de lo que mi hermano está hablando. Y te aseguro que el día en que una mujer te toque el corazón y ella no te haga caso, el último en reír serás tú.
—Niall, ¿por qué no retas a Gillian? —preguntó Megan, sorprendiéndolos.
—¡¿Cómo?! —dijeron los tres
highlanders
, mirándola.
—Megan, tesoro —susurró Duncan—, ¿pretendes que Niall se líe a estocada limpia con ella sabiendo que está embarazada?
—No…, cariño. —Sonrió al comprobar lo que ellos habían entendido—. Me refería a que cambie de táctica. Si la que está usando ahora no le funciona, que intente otra. Quizá tanto agobio a Gillian no le gusta, y ella necesita sentirse desafiada para que vuelva a interesarle Niall.
—¿Y qué pretendes que haga? Si no soy yo quien intenta estar con ella y verla, te aseguro que ella no intentará verme a mí.
—¿Estás seguro?
—Totalmente seguro —asintió él.
Megan, tras resoplar, miró a su marido, que le guiñó un ojo.
—Hablemos de lo que vamos a comenzar a hacer a partir de mañana. A Gillian, como siempre, o la pones entre la espada y la pared, o nunca reaccionará. Y Kieran, necesitaremos tu ayuda de nuevo. —Al ver que aquél sonreía, Megan le aclaró—: Y tranquilo, esta vez no permitiré que ningún McRae te ponga la mano encima.
Duncan, al ver que su hermano y Kieran se sentaban junto a Megan, rió y dijo:
—Que Dios nos pille confesados, muchachos. Nos vamos a meter en el juego de dos guerreras.
Al alba, Niall se levantó de su cama. Megan no le había permitido dormir al pie de la cabaña y sólo deseaba ir a ver a Gillian. Tras vestirse y desayunar sin muchas ganas, se marchó con Duncan a revisar el ganado. Le apeteciera o no, uno de los primeros pasos para retar a su guerrera mujer era alejarse de ella, y eso lo desconcertaba.
Aquella mañana, cuando Gillian se levantó, suspiró al pensar que nada más abrir la puerta allí estaría Niall con la mejor de sus sonrisas para desearle los buenos días. Por eso, se miró en el espejo, se atusó el pelo y, levantando la barbilla, abrió la puerta de la cabaña… Se quedó petrificada al no verlo sentado bajo el árbol. ¿Dónde estaba? Sorprendida, sacó la cabeza por la puerta, y tras mirar a ambos lados y ver que él no aparecía, resopló molesta mientras caminaba hacia el castillo.
—Vaya…, hoy que me apetecía un trozo de fruta fresca, no está. Cuando entró en la fortaleza, esperó encontrarlo sentado a la mesa junto a Duncan, pero tampoco estaba allí; aunque sí vio a Megan hablando con Kieran.
—Buenos días, preciosa —la saludó el hombre, levantándose para ir hasta ella—. ¿A qué se debe ese cejo tan fruncido?
—¡Oh, a nada!
—Ven, siéntate con nosotros —sugirió Megan—. Estábamos hablando de la fiesta que organizaré a Amanda para su cumpleaños. Vendrás, ¿verdad?
—Por supuesto.
Mirando a su alrededor, Gillian quiso preguntar por Niall, pero no quería dar a entender que lo echaba en falta; por ello, se sumó a la conversación y se sorprendió cuando Megan dijo:
—Duncan y Niall han ido a Dunvengan para reunirse con Jesse McLeod. «¡Maldita sea!, ¿qué hace Niall allí?», se dijo molesta al pensar en Diane. Pero con rapidez recordó que ésta ya no vivía en el castillo. —¿A qué han ido a Dunvengan?
—Jesse McLeod, por lo visto, tiene bonitos caballos, y Niall quiere elegir un potrillo blanco para regalárselo a Amanda por su cumpleaños. Ya sabes que Niall siente debilidad por las niñas —respondió Megan.
—Sí, es cierto —asintió Gillian, sonriendo.
Durante un buen rato, escuchó a Kieran y Megan hablar sobre Shelma, Johanna y un sinfín de personas, mientras ella estaba sumida en sus pensamientos.
—Bueno…, ahora que estamos los tres solos y el bruto de Niall no está —dijo Kieran—, Gillian, ¿qué vas a hacer? Anoche nos quedó muy claro a todos que la convivencia con tu tormentoso esposo es totalmente nefasta. ¿Volverás a Dunstaffnage, o te quedarás aquí?
Aquella pregunta la pilló totalmente desprevenida. Nunca había pensado alejarse de Duntulm, y mirando a Megan, que asentía con la cabeza, señaló:
—No sé. No he pensado nada.
—¡Oh, cariño! Anoche hablé muy seriamente con Duncan y Niall —le explicó Megan—. Y a ambos les pareció correcto que si tú quieres, te vengas a vivir con nosotros a Eilean Donan.
—¡¿Cómo?! —susurró Gillian con un hilo de voz. Pero Megan, sin prestarle atención, continuó:
—Mira, Gillian, así no puedes continuar. No me parece bien que estés viviendo en esa cabaña tú sola, con el frío que hace y expuesta a peligros como el del ventanuco. Por ello, Duncan ha hablado muy seriamente con su hermano, y él ha accedido a que tú decidas si quieres continuar viviendo aquí o te trasladas a Eilean Donan con nosotros.
¿Marcharse de Duntulm? ¿Alejarse de Niall? Ella no quería nada de eso. Quería seguir viéndole cada mañana, cada tarde y cada noche, y saber que estaba bien. Aunque ciertamente la convivencia no era la mejor…
—Y el siguiente paso es intentar una separación amistosa —continuó Megan, haciendo que Gillian se atragantara—. Si Niall accede, podréis definitivamente separar vuestros destinos, y así ambos tendréis la ocasión de comenzar una nueva vida. Tú, con tu hijo, y él, con su clan.
Sin darle tiempo a pensar, Kieran, acercándose a ella dijo, dejándola sin palabras:
—Creo que es una excelente idea. Y si te parece bien, yo te puedo visitar; me encantan los niños y quizá tú y yo…
Levantándose como un resorte, Gillian gritó:
—No…, no te lo tomes a mal, Kieran, pero no quiero retomar mi vida con nadie, y en cuanto a irme a Eilean Donan, creo que ése es un tema que Niall y yo tendremos que hablar, y por lo que sé él…, él…
—¡Oh, cariño, tú por eso no te preocupes! Él aceptará lo que tú quieras. Llevándose las manos a la boca, Gillian sintió una tremenda arcada. Sólo pensar en irse de aquel precioso lugar la enfermaba. Por ello, y sin darles tiempo a decir nada más, se disculpó y salió al exterior en busca de aire fresco. Lo necesitaba.
En el interior del castillo, Megan y Kieran sonrieron, y con un descaro increíble, la primera susurró:
—Confirmado. Gillian no se quiere marchar de aquí ¡ni muerta! Durante todo el día, Gillian huyó de sus amigos. Se empeñaban una y otra vez en hablar de su marcha de Duntulm. Les escuchó hacer planes de fiestas, bailes y todo aquello que en su juventud le había encantado. Pero en esos momentos no quería nada de eso: necesitaba tranquilidad, paz, sosiego y que la dejaran vivir. Sólo necesitaba que le permitieran descansar para reponerse y comenzar a vivir.
Por la noche, cuando creía que le iba a explotar la cabeza, aparecieron Duncan y Niall. Gillian al ver a su marido saltó de la silla como llevaba tiempo sin hacer. Aquel pequeño gesto hizo que éste se emocionara, pero como si no la hubiera visto continuó hablando con su hermano.
—Hola, cariño —dijo Megan, corriendo a besar a su marido. Duncan, con un afectuoso abrazo, la levantó y la besó. Aquello hizo que Gillian mirara hacia otro lado. Ver tan de cerca cómo el amor había triunfado no era lo que más le gustaba. Inconscientemente, miró a Niall, y al ver que éste bromeaba como un crío con Kieran deseó estrangularlo. ¿Por qué no la miraba?
Con rapidez, las hermanas gemelas de Gaela pusieron dos platos más para los recién llegados, y Niall, sentándose al lado de Gillian, comenzó a comer. Con el rabillo del ojo, ésta se percató de que él tenía bastante apetito, y eso la extrañó. Llevaba tiempo sin verlo comer así, y en especial, sin atosigarla para que comiera.
—Niall, hoy hemos hablado con Gillian sobre lo que anoche comentamos. «No…, no…, nooooooooooooooo», pensó ella al escucharlo. ¿Por qué se empeñaban en seguir con aquello?
—¿Ah, sí? —asintió Niall, y mirándola, preguntó—: Bueno, Gillian, y tú ¿qué piensas? Entenderé perfectamente que desees marcharte con Megan y Duncan. Es más, conociéndote creo que eso realmente te haría feliz.
Dejando el tenedor sobre la mesa, Gillian los miró a todos y, con una falsa sonrisa, murmuró:
—Bueno, yo no había pensado en marcharme de aquí, pero si tú crees que… Al ver su cara de desconcierto, Niall se alegró, pero fingiendo como nunca, afirmó con una maravillosa sonrisa:
—Gillian, yo sólo quiero lo mejor para ti. Y está visto que estar aquí conmigo no es lo que más te agrada. Por ello, si tú quieres, yo accederé a que te marches.
«¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios!», se dijo. Estaba a punto de vomitar sobre la mesa. —Creo que en vuestra situación es lo más sensato, Gillian —admitió Duncan—. Y estoy seguro de que tu hermano Axel lo aprobará y lo entenderá. No te preocupes por nada. Entre todos, lo solucionaremos.
«Pero si es que yo no quiero que solucionéis nada», pensó ella, que no sabía qué decir ni qué responder. Sólo quería salir corriendo de allí, meterse en su pequeña cabaña y atrancar la puerta. Pero les conocía y sabía que la echarían abajo hasta que ella decidiera irse con ellos. Con ojos asustados, miró a Niall en busca de ayuda, pero él continuaba comiendo como si nada.
Megan, percatándose de su estado, quiso meter más presión y, levantándose, dijo:
—Mira, cariño, no te martirices. Vente conmigo y no te preocupes por nada. Pasado mañana regresamos a Eilean Donan, y te aseguro que yo allí te haré la vida mucho más fácil de lo que la tienes aquí.
—Pero Niall…
Entonces, el
highlander
la miró y con gesto despreocupado dijo:
—En mí no pienses, mujer. Piensa en ti y en el bebé. Lo nuestro fue más que un error desde el principio, y tú lo sabes tan bien como yo. «¿Un error? ¿Qué lo nuestro ha sido un error?», replicó, horrorizada.
—Sinceramente, Gillian —remató Niall—, creo que nos merecemos la oportunidad de poder retomar nuestras vidas. Tú te mereces un marido que te haga feliz, y yo una mujer que aguante mi mal humor.
Blanca como la cera, Gillian comenzó a ver puntitos negros a su alrededor y, levantándose, murmuró:
—Creo…, creo que me estoy mareando.
Con rapidez, Duncan tiró de su hermano para quitarle de en medio y empujó a Kieran para que acudiera en su auxilio. Éste la asió entre sus brazos y la llevó hasta un butacón. Megan, sin perder tiempo, le indicó a Niall que se calmara mientras abría una ventana para que entrara el fresco. Poco después, y al comprobar que Gillian volvía a coger color en el rostro, con una sonrisa encantadora miró a su cuñado para tranquilizarlo mientras él les observaba ceñudo desde la mesa.