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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Aventuras, romántico

Desde donde se domine la llanura (10 page)

Desde una posición privilegiada, Megan los observaba a todos. Era consciente de todo lo que ocurría entre ellos, e incluso se fijó en que Diane un par de veces miró a Gillian con gesto de incomodidad. Cuando vio a Niall cabecear con gesto adusto, espoleó a
Stoirm
, su caballo, para acercarse a su cuñado, y tras guiñar el ojo a una divertida Cris, dijo sabiendo que Diane lo escucharía:

—Qué bonita pareja hacen Kieran y Gillian, ¿no creéis? Niall la miró con cara de pocos amigos y maldijo al verla sonreír. ¡Su cuñada era una bruja! Pero más le molestó cuando la tonta de Diane respondió:

—Te doy la razón. Si ambos formalizan su unión tendrán unos niños preciosos. —Megan, con una sonrisa, asintió—. Kieran es tan atractivo y Gillian tan rubia que estoy segura de que sus niños serán auténticos querubines rubios de ojos azules.

Niall clavó su mirada en el suelo. No iba a contestar. Se negaba.

—¡Oh, Dios! ¡Qué suerte tiene Gillian! Kieran es un guerrero espectacular —aplaudió Cris, ganándose una mirada de aceptación de su hermana.

—La verdad es que Kieran es un guerrero increíble, además de divertido y terriblemente agraciado —remató Megan.

En ese momento, Niall, sin que pudiera evitarlo, blasfemó. —¿Qué te pasa? —le preguntó Diane.

—Intento recordar algo que mi abuelo me rogó que comprara —replicó Niall con rapidez, tras cruzar una mirada con la descarada de su cuñada.

Poco después llegaron al mercadillo, un lugar lleno de puestos, trovadores y gente bulliciosa y con ganas de pasarlo bien. Niall, ceñudo, ayudó a Cris y Diane a bajar de sus respectivos caballos, y entonces la sangre le hirvió cuando vio que Kieran colocaba sus manos con delicadeza en la cintura de Gillian para ayudarla a bajar.

«¡Maldita sea, O’Hara! Gillian no necesita ayuda para bajar», pensó. Tras posarla en el suelo, Kieran le retiró de la cara con la mano un mechón rubio como el trigo, y Niall sintió que se atragantaba. Pero apartando la mirada intentó serenarse. No debía importarle lo que ocurriera entre ellos. Él tenía muy claro que nada quería con Gillian; ¿o sí?

Pero el humor de Niall fue de mal en peor al comprobar que todo lo que Gillian miraba en cualquier puesto Kieran lo compraba. Aquel martirio le estaba haciendo librar una terrible y dolorosa batalla interior.

«Dios, dame fuerza o los mataré», pensó una y otra vez, intentando mantener el

Capítulo 11

A media mañana, después de visitar varios puestos del mercadillo, decidieron entrar en una taberna para refrescar sus gargantas. Niall volvió a maldecir al ser testigo de cómo Gillian bebía de la copa de Kieran. ¿Acaso no podía pedir ella una propia?

Cansado de la visión que aquellos dos, con sus tonteos y sonrisas, le ofrecían, se escapó de Diane y salió de la taberna sin decir nada a nadie. Necesitaba que le diera un poco el aire; si seguía presenciando escenas de ese tipo desenvainaría el acero y mataría a Kieran y, con seguridad, a esa bruja de Gillian.

Mientras los hombres terminaban sus bebidas y las mujeres hablaban, Megan y Gillian se dirigieron a un puesto donde vendían unos preciosos colgantes y anillos. Niall, al verlas salir con disimulo, y sin que ellas le vieran, las siguió.

—¡Por Dios, Gillian! —susurró Megan—. Si Niall no reacciona con todo lo que estáis haciendo Kieran y tú, ¿no sé qué vamos a tener que hacer?

—La verdad es que Kieran es un hombre encantador. Creo que incluso podría llegar a enamorarme de él —susurró Gillian con picardía.

—¡Ay, Dios! ¡No me asustes! —murmuró Megan. Niall vio cómo Gillian se carcajeaba y sonrió. Siempre le había gustado su cristalina risa. Le encantaba ver cómo sus preciosos ojos azules se achinaban al sonreír, y atraído como un imán caminó hacia ella, sorteando a la gente que se movía a su alrededor.

—Megan, no te preocupes. Kieran sólo intenta hacerme feliz ante los ojos del patán de Niall, nada más. Pero también digo una cosa: preferiría mil veces casarme con Kieran antes que con el odioso de Ruarke. Kieran al menos es guapo y sensual, algo que el otro no es.

Niall oyó las últimas palabras, y se quedó petrificado a escasos centímetros de ellas.

«¿Guapo y sensual?», pensó cada vez más indispuesto. En ese momento, Gillian se paró ante uno de los puestos, y alargando la mano, cogió un bonito y delicado anillo con una preciosa piedra en color marrón claro. Durante unos instantes, Gillian, con una sonrisa soñadora, lo miró y, creyendo que era Megan quien respiraba tras ella, susurró:

—¡Qué bonito anillo! La piedra tiene el color de los ojos de Niall. Al escuchar aquel dulce tono de voz y la confidencia, Niall tragó con dificultad y, dando un paso atrás, se alejó de ella. ¿Qué le ocurría? ¿Por qué las palabras dulzonas de aquella malcriada le hacían sentirse tan mal?

Tras admirar el anillo durante unos instantes, al final, y a pesar de la insistencia del vendedor, Gillian lo dejó donde estaba con pesar. De nada serviría recordar su color de ojos si no podía tenerlo a él. Y tras sonreír al tendero e indicarle por décima vez que no lo compraría, continuó con Megan visitando los puestos.

Una vez que acabaron las compras en el mercadillo, el grupo decidió regresar al castillo de Dunstaffnage para comer. Diane parecía enfurecida. Niall no le prestaba atención alguna. Sólo observaba a la tonta de Gillian y su amigo.

Diane conocía el pasado de aquellos dos y no estaba dispuesta a consentir que volviera a repetirse. Niall era para ella. Enojada, intentó atraer la atención del hombre quejándose continuamente de dolor de espalda por tan largo trayecto a caballo. No lo consiguió, pero al menos vio que la miraba.

—Cuando se comporta así no la soporto —susurró Cris. Su hermanastra era igual que su madrastra. Lo que estaba haciendo Diane era lo mismo que hacía la mujer de su padre para que le prestara atención. En cuanto su padre alababa algo que Cris hacía, rápidamente aquella bruja se las ingeniaba para que lo que hubiera hecho se olvidara y su padre sólo tuviera ojos para Diane.

—Se queja igual que Alana —rió Shelma, mirando a su hermana Megan—. Fíjate qué dos. Ambas deseando llegar para sentarse entre cojines en el castillo.

Duncan sonrió. Era cierto lo que decían de Alana y Diane. Llevaban medio camino quejándose por todo, incluso del aire que respiraban.

—Son otro tipo de mujeres. Ellas son más delicadas —dijo Duncan. Megan clavó sus ojos negros en él.

—¿Te habría gustado que yo hubiera sido ese tipo de mujer? —preguntó. Shelma miró a su marido, también en espera de respuesta. Lolach y Duncan sonrieron, y aunque intentaron hacerles creer con su primer gesto lo que no era, finalmente prorrumpieron en carcajadas, y Duncan se acercó para besar a su mujer en el cuello.

—No, cariño —le susurró—. Me gustas tú. Una mujer que tiene, entre otras muchas cosas, una fuerza y un carácter que me enloquecen.

Lolach, divertido por el gesto de Shelma, dijo, haciendo sonreír a su mujer:

—Mandona. Si no fueras así, no te querría tanto. Gillian, cansada de ir por el caminito al trote, decidió que ya era hora de alejarse del grupo. Acercó su caballo al de su hermano Axel, que en ese momento hablaba con Niall, y dijo:

—Kieran y yo nos desviamos aquí. Nos vemos en el castillo. Antes de que Axel pudiera contestar, Niall agarró con fuerza la mano de Gillian y, haciendo que lo mirara, siseó sorprendiéndoles:

—No me parece buena idea. Continuad con el grupo. Gillian, pasmada, se deshizo de un tirón de su mano.

—No hablaba contigo. Hablaba con Axel.

Encandilada aún por el suave tacto de su piel, Gillian le dio la vuelta al animal y se acercó a Kieran; espolearon los caballos y comenzaron a galopar como alma que lleva el diablo subiendo la colina. Niall, con la furia en la cara, les observó y no les perdió de vista ni un instante, consciente de lo buena amazona que era ella.

—Esta Gillian algún día nos dará un disgusto si sigue montando así —suspiró Alana al ver a su cuñada alejarse de aquella forma.

—Es como mi hermana. ¡No tiene contención! —manifestó Diane, feliz de que Gillian se hubiera marchado.

Cris, desde su caballo, gritó a su hermana, haciendo reír a todos menos a ésta:

—¡Eh!, Diane, cuidado con lo que dices,
bonita
.

—Creo que una muchacha debe saber comportarse como una dama —continuó Diane sin prestar atención a Cris— para que nadie dude de su feminidad. —Y mirando a Axel, añadió—:

—Alana me ha comentado que vuestra hermana además de cabalgar como hemos visto, sabe manejar la espada, ¿es cierto?

—¡Oh, sí!, de eso doy fe —bromeó Cris mirando a Niall, que sonrió.

—Sí —asintió Axel—. Es una guerrera excepcional, bastante más hábil que muchos hombres que he conocido —concluyó para disgusto de su mujer. Alana, con rapidez, dijo a su horrorizada prima:

—Pero ambos le hemos prohibido a Gillian que enseñe cualquiera de esas cosas a nuestra hija Jane. Yo adoro a Gillian, pero creo que hay ciertas cosas que sólo deben hacer los hombres.

—Estoy de acuerdo contigo, prima —asintió Diane.

—Pues yo no —soltó Cris.

—Ni yo —aseguró Megan, haciendo sonreír a su marido.

—Ni que decir tiene que yo tampoco —señaló Shelma con cara de asco. Alana sonrió, y Diane añadió:

—Pues siento escuchar eso de vosotras. De mi hermana ya me lo esperaba, pero creo que deberíais saber que ciertas cosas no son dignas de una dama.

—Cierra el morrito, Diane. Estás más guapa —le reprochó Cris.

—Mira, Christine —respondió aquélla—, sólo te diré que, si algún día Gillian o tú tenéis que ser las señoras de vuestro hogar, dudo mucho de que a vuestros maridos esas habilidades les gusten. Los hombres buscan mujeres femeninas y delicadas, no a mujeres embrutecidas.

Enfadando a su hermana, Cris sonrió con sarcasmo, y Megan, tras mirar a su marido y éste guiñarle el ojo, dijo:

—Diane…, creo que estás muy equivocada.

—No, no lo estoy, ¿verdad, Niall? —Pero éste no respondió. Niall estaba ocupado mirando con disimulo a los jinetes que se alejaban, y cuando desaparecieron y se encontró con la cara de mofa de su hermano y su cuñada Megan, sintió un profundo ardor.

Capítulo 12

Después de una buena cabalgada por las tierras de Dunstaffnage, Gillian y Kieran regresaron al castillo antes de comer. Con las mejillas encendidas por la divertida carrera y la charla que habían tenido, la joven fue directa a las caballerizas para dejar a
Thor
, mientras Kieran se quedaba hablando en la entrada con uno de sus hombres.

Una vez que desmontó del enorme corcel negro, se dirigió a ver a su yegua
Hada
. Durante unos segundos, Gillian le prestó toda su atención, y tras darle mimitos, se volvió para marcharse, pero tropezó con alguien. Al levantar la cabeza, se encontró con Niall, que la miraba con un brillo especial en los ojos.

—¡Oh!, perdona, no te había visto —dijo a modo de disculpa. Sin moverse de su sitio, Niall le preguntó con voz dura:

—¿Has disfrutado del paseo,
milady
?

La joven, levantando el mentón, asintió y sonrió. Eso hizo que la sangre del hombre comenzara a hervir. No saber qué había ocurrido entre su amigo y ella lo martirizaba.

—¡Oh, sí! Lo he pasado muy bien.

Gillian intentó pasar, pero Niall no la dejó. Entonces, dio un paso atrás para separarse de él.

—¿Qué ocurre?

—¡Tú qué crees! —respondió, enfadado.

Las lanzas estaban en todo lo alto. Niall echaba fuego por la mirada, pero Gillian no estaba dispuesta a discutir.

—¿Haríais el favor de dejarme pasar, McRae? —No.

—¡¿Cómo?!

—He dicho que no, ¡malcriada!

—¡Patán!

—¡Mimada!

—¡Grosero!

Niall apenas la oía; sólo la observaba. ¿Cómo podía estar de nuevo en aquella situación? ¿Cómo podía haber caído otra vez en el mismo error? Tenerla ante él, con las mejillas arreboladas, el cabello desmarañado y el desafío en la mirada, lo volvió loco. Nunca la había olvidado. Nunca se lo había permitido. Y tras su encuentro días atrás en el campo, su obsesión por ella se había agudizado. Verla blandir la espada con aquel fervor le había excitado, y sólo podía pensar en ese ardor y esa entrega en la cama. Sin meditarlo un instante, la atrajo hacia él y la besó. La asió por la cintura y, sin darle tiempo a que protestara, atrapó aquella boca sinuosa y la devoró.

Llevaba días, meses, años anhelando aquellos dulces y suaves labios, y cuando Gillian le respondió y comenzó a jugar con su lengua, se endureció y soltó un gruñido de satisfacción. Tomándola en brazos, y sin dejar de besarla, caminó hasta el fondo de las caballerizas. Allí nadie les podría molestar.

Consciente de aquel momento de inesperado placer, Gillian le dejó hacer. Permitió que la besara, que la abrazara, que la llevara a la semioscuridad de las caballerizas sin apenas respirar. Sentirse entre sus brazos era lo que anhelaba. No quería hablar. No quería pensar. Sólo quería besarlo y que la besara. Mimarle y que la mimara. Aturdida por la sensualidad del hombre, sintió que algo en ella se deshacía al notar sus labios recorrer su cuello mientras murmuraba:

—Gata…, mi Gata…

Que la nombrara de una forma tan íntima hizo que reaccionara.

—¿¡Tu Gata!? —gruñó al recordar a Diane. Y dándole un empujón lo apartó—. Y tu bonita Diane, ¿qué es para ti? ¿Cómo la llamas a ella? —Al ver sus ojos encendidos por los celos, Niall sonrió. Adoraba a esa fierecilla, le gustara a él o no. Le excitaban sus arrebatos, su locura, su pasión. Realmente, ¿qué no le gustaba de ella? Deseoso de continuar besándola apoyó su cadera en una tabla y preguntó:

—Tú no cambias nunca, ¿verdad?

—No, McRae —siseó jadeando, mientras miraba aquellos labios que de nuevo quería atrapar.

Niall, incapaz de contener los cientos de reproches que alojaba en su interior, se acercó un poco más a ella.

—He oído que has sido cortejada por muchos hombres —le susurró con un ronco silbido.

—Has oído bien. Hombres no me han faltado. Molesto por su soberbia, hizo un intento de intimidarla preguntándole: —Sí así ha sido, ¿por qué los has rechazado? «Por ti, maldito besugo», pensó.

—Ninguno me agradaba —señaló, no obstante—. Nunca quise desposarme con un hombre al que no admirase. ¿Te parece buena contestación?

Niall se carcajeó y, calibrando su nivel de intransigencia, dijo: —¡Ah, claro! Y por eso te revuelcas con los mozos de cuadra, ¿verdad? —Vete al infierno, McRae.

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