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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Aventuras, romántico

Desde donde se domine la llanura (6 page)

Gillian no se movió, y Ruarke, acercándose a ella, murmuró con rabia:

—Vuestro hermano anunció ayer nuestro enlace para dentro de pocos días. Os pido un respeto cuando me habléis.

Gillian, levantando el mentón y apretujando el plaid de Niall contra su cuerpo, replicó sin dejar de mirarle:

—Cuando vos me respetéis a mí, pensaré si os respeto a vos. Los hombres de Niall rieron de nuevo, y eso enfadó aún más a Ruarke, que deseó cruzarle la cara a Gillian con un bofetón pero no se atrevió. Aquellos
highlanders
que lo miraban sin pestañear lo intimidaban, y más que ninguno, el que había sido años atrás prometido de su futura mujer, que con la mano en la empuñadura de la espada lo observaba. Conteniendo su rabia, se volvió hacia el caballo, tomó su plaid y se lo tiró de malos modos a Gillian.

—Tomad mi plaid y devolved ése a los McRae —voceó. Niall, sorprendido por aquella actitud, miró a Ruarke con gesto duro. Le hubiera gustado patearle el culo allí mismo, pero una mirada de advertencia de un juicioso Ewen lo detuvo.

—Vamos, ¿a qué estáis esperando? —la apremió de nuevo Ruarke—. Devolved ese plaid.

Gillian se sentía furiosa, pero se quitó el plaid de los McRae. Al devolvérselo a Niall, rozó apenas la mano del
highlander
, lo que le provocó olvidadas y placenteras sensaciones. Asustada, cogió rápidamente el de Ruarke y se abrigó.

Niall, sin dejar ver sus emociones, cogió el plaid y lo tiró sobre el caballo. Después, sin mirarla, le dijo a Gillian:

—Milady, creo que deberíais regresar al castillo.

—Ésa es una excelente idea. Estáis calada hasta los huesos —murmuró Ruarke, montándose con torpeza en su caballo, cosa que hizo sonreír a más de un guerrero. Una vez que consiguió montar, miró a Niall y dijo—: Que alguno de sus hombres lleve a lady Gillian hasta el castillo. O mejor aún, que alguno le deje su caballo. —Y mirándola con desprecio, añadió—: Está empapada.

Ewen pestañeó, sorprendido. ¿Cómo era posible que aquel patán no quisiera llevar en la grupa a su futura mujer para darle calor y cobijo? Miró a Niall y vio que éste negaba con la cabeza; fue a decir algo cuando su amigo, sin previo aviso, tomó a Gillian de la mano y, tirando de ella, se acercó hasta el caballo de su prometido.

—¡Carmichael! —vociferó, atrayendo su atención—, estoy seguro de que a vuestra futura mujer le encantará cabalgar con vos. Está congelada de frío y necesita calor.

Gillian le miró horrorizada y, de un tirón, se soltó de su mano. «Eres odioso, Niall McRae», pensó.

Consciente de la mirada furiosa de Gillian y del disgusto de Ruarke porque ella le iba a empapar, Niall, con una sonrisa nada inocente, la tomó por la cintura y la alzó hasta posarla sobre el caballo de su prometido.

Ruarke la sujetó con torpeza. Gillian se tensó e intentó no rozar a aquel hombre, mientras Niall, con una sonrisa fingida, regresaba a su caballo maldiciéndose a sí mismo por haber hecho aquello. ¿En qué estaría pensando?

Capítulo 7

Los nervios de Gillian crecían por momentos mientras se torturaba pensando que sólo quedaban tres días para su boda. Mirando el alto techo de piedra de su habitación, pensó en Niall. Él y sus salvajes hombres habían decidido esperar a que pasara la boda para partir a la vez que Duncan y Lolach. Pero a diferencia de éstos, en lugar de dormir dentro del castillo, preferían dormir al raso.

Aún no había amanecido, y Gillian no podía dormir. A la luz de las velas que había en la habitación, se levantó y se sentó frente al espejo. Tras coger un peine de nácar comenzó a peinar sin muchas ganas su largo y rubio cabello.

De pronto, unos golpecitos en la puerta llamaron su atención. Era Christine, la prima de Alana.

—Hola, ¿puedo pasar? —preguntó bajito.

Con una sonrisa, Gillian asintió y se sorprendió al ver sobresalir el extremo de una espada bajo la capa.

—¿Qué haces despierta a estas horas? —preguntó Gillian. La muchacha, sin apenas moverse de la puerta, se encogió de hombros.

—No puedo dormir —dijo.

—¡Ya somos dos!

—En tu caso, no me extraña. ¿Cómo puedes dormir con tantas velas encendidas? Hay tanta luz aquí dentro que parece de día —comentó Christine, señalando las velas.

—Odio la oscuridad e intento evitarla con velas —aclaró Gillian. Apenas se conocían, pero Christine mirándola a los ojos dijo:

—Había decidido ir a dar un paseo por los alrededores y, al ver luz bajo tu puerta, he pensado que quizá te apetecería venir conmigo.

—¿Siempre paseas con una espada? —le preguntó irónicamente Gillian. Con una sonrisa encantadora Christine resopló.

—Realmente, lo del paseo es una excusa. Tengo los músculos agarrotados. No estoy acostumbrada a tanta inactividad, y como Megan me dijo que tú también conocías el manejo de la espada, he pensado que quizá conocieras algún lugar donde pudiera practicar lejos de los ojos de mi hermana y los oídos del castillo.

—¡Qué maravillosa idea, Christine!

—Llámame Cris, por favor.

Gillian asintió sonriendo y, con rapidez, se vistió. Se calzó unas botas, guardó la daga en una de ellas, cogió una capa y, abriendo un arcón, le guiñó el ojo al sacar la espada. Una vez que salieron del castillo sin ser vistas por nadie, fueron con cautela a las caballerizas, donde montaron y con sigilo se marcharon. Gillian tuvo la precaución de tomar la dirección contraria al lugar donde sabía que dormían Niall y sus hombres. No quería problemas con esos barbudos. Y cuando estuvieron lo suficientemente lejos como para que nadie las oyera, comenzaron una crepitante carrera a través del bosque de robles.

Con las mejillas arreboladas por la galopada, llegaron a un pequeño claro rodeado por cientos de robles cuando comenzó a aclarar el día.

—¡Vayaaaaaa! —suspiró Cris—. ¡Qué lugar más bonito! Orgullosa, Gillian miró a su alrededor y, bajándose de
Thor
, asintió. —Sí…, es un lugar muy hermoso.

Lo que no le contó era que aquel claro, en el pasado, había sido el lugar preferido de Niall y ella.

—¿Te puedo preguntar algo, Gillian?

—Por supuesto, dime.

—¿Por qué te vas a casar con el enano de Ruarke? Tú no le amas ni él a ti. Además, en tus ojos leo que ese remilgado te desagrada tanto como a mí.

—Mi padre hizo un trato con el padre de Ruarke —murmuró—, y por honor a mi familia… —Pero algo en ella se revolvió y, quitándole importancia, le aclaró—: Te juro por mi honor que, antes de que me ponga una mano encima, ese amanerado y estúpido bobo caerá muerto.

—¡Ay, Gillian!, no digas eso —dijo Cris, preocupada. Si lo hacía, en el momento en que se descubriera el cadáver de Ruarke sería ahorcada o encarcelada de por vida.

—¿Pues dime tú qué puedo hacer? —replicó, mirándola—. Apenas quedan tres días y no encuentro otra solución.

—Búscate otro marido.

Gillian sonrió y, en tono de humor, respondió:

—¿Para qué? ¿Para matarlo también?

Y entonces ambas se echaron a reír. Gillian, recogiéndose el cabello con un cordón de cuero marrón, dijo:

—¿Qué tal si entrenamos un poco? Realmente lo que necesito es templar mis nervios.

—¡Perfecto!

Se deshicieron los cordones de las faldas, y cuando éstas cayeron al suelo, aparecieron sendos pantalones de cuero marrones. Una vez liberadas de tales prendas, se quitaron las capas y, alejándose de los caballos con las espadas en la mano, se miraron a los ojos.

—¿No usas guantelete, Gillian? —le preguntó Christine al ver que llevaba la espada a mano descubierta.

—No, me impide sujetar bien el acero.

—¿Te importa si yo lo uso?

—Por supuesto que no, Cris… Te voy a ganar igual —respondió con una alegre sonrisa.

La risa fresca de las dos se hizo más intensa.

—Bueno, Gillian, por fin voy a comprobar si eres tan buena como Megan dice.

—Comencemos —contestó la otra, disfrutando del momento. Durante un rato se movieron en círculos mientras se estudiaban los movimientos, hasta que Cris lanzó un grito y embistió con la espada por delante. Gillian, con rapidez, paró sobre su cabeza el acero, y Cris, con soltura, la hizo caer de culo al suelo. Divertida por aquello, Gillian se levantó y, soltando un bramido, atacó con un espadazo vertical que Cris repelió saltando con habilidad hacia atrás. Rápidamente, Gillian giró la muñeca, para darle un golpe horizontal, y cuando vio el acero de Cris caer contra el suelo, mediante una experta voltereta, se hizo con el arma.

—¡Te pillé! —gritó Gillian, con las dos espadas apuntando a Cris.

—¡Vaya!, eres buena —resopló, sorprendida por aquella jugada.

—Tú también. —Y tirándole la espada, gritó:

—Vamos, ¡ataca! Aquello era lo que necesitaba. Acción. Llevaba tiempo sin que pudiera practicar con nadie que tuviera aquella soltura, y saltar, chillar y sentir cómo el acero pasaba cerca de su cuerpo hacía que disfrutara.

Los aceros volvieron a chocar, esa vez con más fuerza y más técnica. Las chicas, con cada golpe, y a cada grito enfurecido, se animaban más. Giraban y saltaban manejando la espada como auténticos guerreros, atacando y parando, y lanzando mandobles a diestro y siniestro la una contra la otra. Cris blandía una y otra vez su espada contra Gillian, y ésta rechazaba enérgicamente los golpes contraatacando con maestría. Era tal su disfrute que se olvidaron de lo que había alrededor, y no se percataron de que más de cincuenta pares de ojos las observaban con incredulidad, hasta que se oyó un bramido.

—¡Por todos los santos!, ¿qué se supone que estáis haciendo? Parándose en seco se volvieron hacia el lugar de donde provenía la voz y se encontraron con un furioso Niall y sus barbudos, que ocultos entre los árboles habían sido testigos de cómo aquellas dos jóvenes blandían sus espadas con arrojo. Con el corazón aún latiéndole con fuerza, Niall miraba a las muchachas. Sabía por Diane que su hermana Christine a veces medía sus fuerzas con alguno de sus hombres en la liza del castillo, pero lo que ignoraba era aquel manejo tan diestro de Gillian. La Gillian que él había conocido sabía manejar la espada, pero no con esa fiereza. Ahora entendía por qué en Dunstaffnage y alrededores la llamaban la Retadora.

Cris, al ver aparecer a Niall, sonrió. Se llevaba muy bien con él, y tras su paso por Dunstaffnage, por fin, había entendido quién le había roto el corazón. Sólo había que ver cómo observaba a Gillian para entenderlo todo.

Gillian, en cambio, maldijo para sus adentros, pero intentó mantener la compostura mientras respiraba agitada. El
highlander
se acercó a grandes zancadas con gesto impasible mientras ellas, agotadas, sudaban y resoplaban.

—¿Cómo se os ocurre hacer algo así? ¿Estáis locas, o qué? Podíais haberos dañado gravemente o incluso morir.

Las muchachas se miraron y, sin que pudieran evitarlo, sonrieron. Eso exasperó más al
highlander
, que deseó cogerlas por el pescuezo y retorcérselo. Cuando uno de sus hombres le había despertado para decirle que dos mujeres se peleaban no muy lejos de donde ellos dormían, en ningún caso podía haber imaginado que fuera a encontrarse con aquéllas.

—Tranquilo, Niall —le dijo sonriendo una acalorada Cris—; ambas sabemos lo que hacemos.

Asombrado por esa contestación, el hombre abrió los brazos. —¡¿Cómo dices?! —gritó. Y al ver que ellas no respondían pero seguían con sus malévolas sonrisitas, vociferó—: ¡Por los clavos de Cristo! Si realmente supierais lo que estabais haciendo no lo habríais hecho. Habéis puesto en juego vuestras vidas. Es antinatural que dos mujeres combatan; vuestro cometido en la vida es otro muy diferente. Me acabáis de demostrar a mí y a todos mis hombres que sois unas imprudentes e insensatas estúpidas que…

«Se acabó», pensó Gillian, cambiando el peso de su cuerpo de un pie a otro.

—El único estúpido que hay aquí eres tú —gritó, atrayendo su atención y la de todos—. Por ello, cierra tu pico, McRae, de una maldita vez, o te lo voy a cerrar yo de un espadazo —chilló, cansada de oírle gritar como a un poseso.

Los hombres se miraron unos a otros, atónitos. Nadie gritaba, y mucho menos hablaba así, a su laird. Niall, resoplando como un lobo por cómo Gillian había gritado, caminó hacia ella, pero ésta, sorprendiéndole de nuevo, levantó la espada con rapidez y apoyó la punta afilada sobre la garganta del
highlander
.

—¿Dónde crees que vas, McRae? —siseó, mirándolo.

—Quítame tu maldita espada del cuello si no quieres que te retuerza tu delicado pescuezo, Gillian —bramó Niall, enfurecido por las licencias que se tomaba aquella maldita mujer. Sabía que podía darle un manotazo al acero, pero con seguridad ese gesto la haría caer hacia atrás y no quería dañarla.

—¿Me ordenáis vos a mí? —se mofó ella sin moverse.

—¡Vaya!, ¿volvemos al vos? —se burló él.

—Por supuesto. Con cretinos y patanes cuanta más distancia mejor. —Gillian… —bufó Niall, cada vez más enfadado—, te juro que… Pero ella no le dejó terminar.

—¡Oh!, ¡estoy temblando de miedo! —ironizó Gillian, y Niall pudo oír alguna risita de sus guerreros. «¡Maldita mujer!».

Cris, al ver el curso que estaba tomando la situación y el enfado de Niall, decidió intervenir, y acercándose al oído de su nueva amiga, le susurró:

—Gillian, creo que deberías bajar la espada. Por favor. Al sentir la voz quebrada de Cris, la joven recapacitó y bajó el acero. ¿Qué estaba haciendo?

Niall, al sentirse liberado, le quitó la espada a Gillian. —Estás loca, mujer… ¡Loca! —gritó.

Y de un manotazo también le arrancó la espada a Cris, que ni se movió. En los años que hacía que conocía a Niall, nunca le había visto comportarse de semejante manera. Al revés, solía ser un hombre afable y divertido.

Aquella arrogancia encendió de nuevo a Gillian, quien, con una rapidez que Niall no esperaba, dio una voltereta, le pasó por debajo del brazo, le quitó la espada y sonrió. El
highlander
, al sentirse provocado por los actos y la mirada de la joven, sin apartar los ojos de ella, preguntó:

—¿Me estás retando?

Gillian apenas podía creer lo que Niall le había preguntado, pero realmente era lo que daba a entender al estar ante él con la espada en la mano. Sin amilanarse, ladeó la cabeza y respondió:

—Si os atrevéis.

La contestación provocó una carcajada general de todos los barbudos. Aquella menuda y osada mujer estaba verdaderamente loca. Niall era un excelente guerrero y acabaría con ella antes de que levantara el acero.

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