A Cris, sin embargo, le entró de todo menos risa. Por su parte Niall, indignado por la altanería de Gillian, recorrió con la mirada el cuerpo de la joven de arriba abajo; entonces, se volvió hacia sus hombres y, con cara de diversión, les preguntó con una maléfica sonrisa:
—¿Debo atreverme?
Todos comenzaron a animar a su laird, mientras Cris se acercaba a Gillian y le cuchicheaba:
—¡Ay, Gillian!, ¿qué has hecho? ¿Cómo se te ocurre retar a Niall? Temblando como una hoja, Gillian deseó correr. Nunca podría ganar a un
highlander
como aquél. Era demasiado grande en todos los sentidos para ella; pero sin dar su brazo a torcer, e intentando parecer serena y tranquila, miró a su amiga y le contestó:
—No te preocupes. No me va a matar ni yo le voy a ganar. Pero ese idiota recibirá algún golpe que otro mío. Lo estoy deseando, créeme.
Mirando a Niall, que reía con sus hombres, dio un paso al frente y le dio un golpe horizontal con la espada en el trasero para llamar su atención.
—¿Aceptáis, McRae? —gritó.
Ante tamaña desfachatez, el
highlander
se volvió y la miró como miraba a un contrincante en el campo de batalla.
—Por supuesto; claro que acepto. Pero sólo si el ganador elige su premio. Gillian se lamentó en silencio mientras oía lo que aquellos toscos hombres gritaban.
Pero clavó sus ojos en Niall y preguntó:
—¿De qué recompensa hablamos, McRae?
«Chica lista, además de valiente», pensó él observándola. Y sin bajar la guardia, respondió:
—Milady, todo guerrero merece un premio, y ya que vos sois una tierna y dulce doncella —se mofó—, no os pediré nada que vos no estéis dispuesta a regalar, ¿os vale eso?
—No, Gillian, di que no. ¡Ni se te ocurra! —murmuró Cris mientras le llegaban las indecentes cosas que gritaban los hombres.
Gillian tragó saliva, y tras levantar el mentón, siseó:
—De acuerdo, McRae.
Los hombres gritaron como locos, y Cris se mordió el labio cuando vio que Niall, con la espada en la mano, sonreía como un lobo. Nunca le había visto mirar así a una chica.
—Muy bien, milady; comencemos.
La joven dio un paso hacia atrás para separarse de él, y equilibrando las manos, pisó con fuerza el suelo. Con precaución comenzó a andar en círculos mientras vigilaba sus movimientos. Niall, que se estaba divirtiendo, le siguió el juego. No pensaba atacar antes que ella.
—¿Por qué no atacáis, McRae? ¿Tenéis miedo? Él sonrió con descaro. Estaba tan maravillado mirándola que comenzó a notar que su entrepierna se excitaba.
—No, milady —susurró con disimulo.
—¿Entonces? —volvió a preguntar, flexionando las piernas. No se fiaba de él. El
highlander
sonrió de tal manera que Gillian tembló. Ella se ladeó para defenderse de un posible ataque, y él, levantando la pierna sin ningún esfuerzo, le dio una patada en el trasero que la hizo caer.
—¡Oh, milady!, ¿os habéis hecho daño? —se burló, mirándola desde arriba con las piernas abiertas.
Oír las risotadas de los hombres mientras estaba en el suelo fue lo que provocó que se levantara con una mirada asesina. Y sin contestar a la burla, alzó la espada y, tras dar con furia un alarido, le lanzó un ataque al abdomen que Niall, retrocediendo con rapidez, esquivó. Aquella fuerza sorprendió a Niall, que recuperando su espacio, dio un paso adelante y soltó una estocada, y luego otras más, hasta conseguir que de los aceros saltaran chispas, mientras combatían con excesiva violencia.
Niall era consciente de lo que estaba haciendo y llevaba cuidado, pero estaba convencido de que ella atacaba dispuesta a herirle. Se lo veía en los ojos. Con virulencia, Gillian lanzó un golpe bajo que él esquivó librándose de un buen tajo en el abdomen. Eso le hizo sonreír y a ella blasfemar en voz alta.
Minutos después, Gillian estaba agotada. Las palmas de las manos le dolían a rabiar, pero necesitaba hacerle saber a ese engreído que ella no era fácil de vencer. Sin haberle quitado los ojos de encima, se percató de que en un par de ocasiones Niall se había quedado mirando fijamente su boca al ella jadear, y decidió probar algo. Soltó un jadeo, sacó su húmeda lengua con sensualidad y se la pasó lentamente por los labios.
Como había imaginado, Niall se distrajo y bajó la guardia, y ella aprovechó el momento para girar y devolverle la patada en el trasero. El hombre cayó de bruces contra el suelo.
Los hombres de Niall se callaron de repente, y entonces fue Cris quien saltó y aplaudió, aunque al ver la cara enfurecida del
highlander
al levantarse se contuvo. Entonces, Gillian, aún resoplando por el esfuerzo, se encaró con él y dijo:
—¡Oh, McRae!, ¿os habéis hecho daño?
Con una sonrisa de lo más temeraria y cansado de aquel absurdo juego, el
highlander
soltó un bramido y levantó la espada para lanzar una estocada feroz, lo que hizo que Gillian perdiera el equilibrio y cayera rodando por el suelo. Con rapidez, Niall fue hasta ella, y antes de que pudiera ponerse en pie, se sentó sobre su espalda y la cogió del pelo. De un tirón, le soltó el cabello, y tras quedarse con el cordón de cuero entre las manos, la obligó a levantar la cara del suelo. Mientras sus hombres chillaban encantados, le susurró al oído:
—Me da igual que me llames Niall, patán o como te dé la gana. Esto se ha acabado, ¿has entendido?
Agotada por el sobreesfuerzo casi no podía ni respirar, y moviendo la cabeza, asintió. Nunca podría ganar a un guerrero como aquél. Soltándola se volvió hacia sus hombres, que como era de esperar gritaron como animales. Rápidamente, Cris fue hasta ella y la ayudó a levantarse.
—¿Estás bien, Gillian?
—Sí, tranquila —suspiró entre jadeos, retirándose el pelo de la cara—. Me ha herido en mi orgullo, pero lo podré superar.
Tras decir aquello, con curiosidad, miró hacia donde estaba Niall y vio cómo le felicitaban sus hombres. De prisa, buscó una escapatoria y asió a Cris de la mano.
—Vayámonos de aquí —dijo.
Había comenzado a andar hacia los caballos cuando Christine comentó:
—¡Por todos los santos, Gillian!, habéis luchado los dos con una pasión increíble.
¿Tanto os odiáis?
—¡Oh, sí!, desde luego —bufó, molesta.
—Había oído que entre vosotros había habido algo en el pasado, y aunque te enfades conmigo, después de presenciar lo que acabo de ver, tengo que decirte que creo que donde hubo fuego aún quedan rescoldos.
—No digas tonterías —murmuró sin mirarla.
Cuando estaban a punto de llegar a los caballos, se oyó:
—¡Milady! Huís sin entregarme mi premio.
Cerrando los ojos, Gillian blasfemó y, tras cruzar una mirada con su amiga, se volvió para encararse a él.
—Muy bien, ¿qué queréis?
En ese momento, los salvajes comenzaron a gritar de nuevo todo tipo de obscenidades, mientras Niall, con una sonrisa pecaminosa que denotaba peligro, caminaba alrededor de ella, mirándola con tal descaro que el bajo vientre de Gillian temblaba. Cuando hubo dado varias vueltas observándola como se observa a una furcia, Gillian, molesta y deseosa de terminar con aquello, se puso las manos en las caderas y siseó:
—McRae, no tengo todo el día. Decidme qué maldito premio queréis. —Hum…, lo estoy pensando con detenimiento —se mofó con voz ronca y sensual, mirándole los pechos como si fuera a devorárselos—. Estoy entre dos opciones y no sé realmente cuál me apetece más.
Acercándose a ella, que se tensó, murmuró cerca de su boca:
—Creo que ya sé lo que quiero: besar, milady. Gillian tragó con dificultad y, a punto del infarto, ni se movió. Sentir su aliento rozándole los labios era lo mejor que le había ocurrido en muchos años, y cuando estaba preparada y convencida de que el premio de aquel caradura era su boca, Niall se retiró y, con comicidad y burla, tomó la mano de Christine y, tras guiñarle un ojo, se la besó.
Ante aquel gesto, Gillian deseó levantar su espada y lanzarse de nuevo al ataque, pero cerró los puños para contenerse.
—Besar tu preciosa mano, Christine —dijo Niall—, es lo más apetecible que hay para mí. Tu sola presencia ya es un premio y besar tu mano, un honor.
«Serás malo», pensó Cris, pero calló.
Gillian se dio la vuelta y, tras coger con rabia su falda, que estaba en el suelo, saltó ágilmente encima del caballo y esperó a que Christine hiciera lo mismo. Una vez que ésta montó, Gillian clavó los talones en
Thor
y se marchó al galope sin mirar atrás. Niall, aún riendo con sus hombres, observó cómo se alejaba, mientras en su mano apretaba el cordón de cuero marrón que le había quitado del pelo.
Sentada en el alféizar, Gillian miraba por la ventana de su habitación. Habían pasado los días sin que nada pudiera hacer para remediar su horrible destino, mientras era testigo de cómo el patán de Niall y la prima de Alana, Diane, reían, paseaban juntos y disfrutaban de interminables conversaciones.
Aquel día era su vigésimo sexto cumpleaños, pero no se sentía feliz. ¿Cómo podía sentirse dichosa ante su horrible destino? Abajo, en el patio de armas, su futuro marido, Ruarke, hablaba con su odioso padre, y eso le puso la carne de gallina. Sólo quedaba un día para tener que cumplir su terrible misión. Odiaba sus ojos de rata, su olor mohoso, su aliento, y sólo pensar que en breve aquel hombre tendría derechos carnales sobre ella la enfermaba.
Tras maldecir y hacer una muesca en la madera de la ventana con la daga, se fijó en dos jinetes que se acercaban. Su corazón se aceleró cuando comprobó que eran Niall y Diane. Sin quitarles la vista de encima los observó mientras llegaban sonrientes hasta el patio de armas, donde Niall con rapidez desmontó y ayudó a Diane a desmontar tomándola por la cintura.
Furiosa, Gillian comenzó a jugar con la daga entre los dedos, y tuvo que contener sus deseos de lanzarla cuando observó cómo ella le decía algo y él, encantado, sonreía. En ese momento, se abrió la puerta de su habitación y entraron Megan, Cris, Alana y Shelma. Rápidamente, se apartó de la ventana. —¡Feliz cumpleaños! —gritaron todas al entrar. «¡Oh, sí!, fantástico cumpleaños el mío», pensó, pero con una fingida sonrisa las recibió y aceptó sus besos.
Al ver la tristeza en sus ojos, las mujeres se miraron unas a otras. Debían de actuar ¡ya! Shelma fue la primera en hablar mientras dejaba un precioso vestido de novia sobre la cama:
—Vamos a ver, futura señora Carmichael. —Gillian le dedicó una mirada asesina, pero ella continuó—: Necesitamos que te pruebes de nuevo el vestido para ver si hemos acertado.
Megan percibió la cara de enfado de su amiga. Estaba ojerosa y se la veía cansada. Sabía por Cris lo que había pasado unos días atrás con Niall, pero calló. Lo mejor era dejar que Gillian se agobiara y, como siempre, explotara.
—Estarás preciosa… —sonrió Alana con fingida indiferencia—. Cuando Ruarke te vea aparecer con este vestido, caerá rendido a tus pies.
—Ruarke y cualquiera —asintió Cris.
Gillian miró a Megan. Llevaba sin hablar con ella varios días. Parecía distante, y eso no le gustaba.
—¿Te ocurre algo, Megan? —le preguntó.
—¿Debería ocurrirme algo, Gillian? —respondió con sorna. Durante unos segundos ambas se miraron a los ojos, pero ninguna dio su brazo a torcer. Alana y Cris, que se habían acercado hasta la ventana, intercambiaron una mirada, y la primera, emocionada, atrajo la atención de todas.
—¿No creéis que mi prima Diane y Niall hacen una bonita pareja? —preguntó—. ¡Oh, el amor, el amor!
Megan y Shelma se aproximaron también a la ventana y comprobaron que los dos jóvenes sonreían junto a los caballos.
—¡Qué bonita pareja! —mintió Megan.
—Sí…, la verdad es que ambos son tan guapos… —rió Shelma.
—¡Oh, sí!, Niall es un hombre muy…, muy guapo —puntualizó Cris. Gillian se alejó más de las otras cuatro. No quería estar con nadie. No quería oír hablar de esos dos. Sólo quería estar sola para compadecerse de la vida que le esperaba.
—La verdad, Alana, es que tu prima es una chica encantadora y muy educada —mintió Shelma—. Anoche, durante la cena, tuve el placer de hablar con ella y me comentó que le encanta Niall y que cree que entre ellos puede haber algo más.
—¡Oh, sí!, de eso no hay duda —apostilló Cris, divertida.
—¿En serio? —aplaudió Alana, encantada.
—Eso dijo —asintió Shelma, mientras con el rabillo del ojo observaba a Gillian—. Me confesó que le resulta extremadamente atractivo e interesante.
«¡Maldita sea!, ¿por qué tengo que seguir oyendo hablar de esto?», pensó Gillian, cada vez más enfadada.
Megan la vio clavar la daga con fuerza en un pequeño arcón y sin que pudiera evitarlo sonrió. Su encantadora Gillian luchaba contra un imposible y, tarde o temprano, debería darse cuenta. El problema era que ya comenzaba a ser tarde. Por eso, todas ellas habían decidido azuzarla hasta que reventara, y acercándose a su hermana Shelma, murmuró:
—¡Oh, sí! Duncan y yo estamos encantados por Niall. Llevábamos años sin verlo tan feliz. —Shelma al oír resoplar a Gillian sonrió, y Megan continuó—: Es más, anoche mismo me dijo que si me parecía bien invitar a Diane a Eilean Donan. Una vez allí, quizá Niall tome la iniciativa y le pida por fin matrimonio.
«¡Ay, Dios!, como sigan hablando voy a explotar». —Bueno…, bueno…, eso volvería loca a mi hermana —se mofó Cris, sabedora de la verdad.
—¡Oh, otra boda! ¡Qué ilusión! —aplaudió Alana con demasiada devoción.
—Y seguro que pronto tienen preciosos niños —añadió Shelma riendo.
—¡Oh, sí! —asintió Megan—. Niall quiere tener varios; le encantan los niños. Sólo hay que verle cómo está con Johanna y Amanda.
—¡Basta ya! —gritó, de pronto, Gillian—. Si vais a seguir hablando de Niall y Diane, es mejor que os vayáis. No quiero oír hablar de ellos, ¡¿me entendéis?!
Alana, haciéndose la sorprendida por aquel arranque de furia, miró a las otras y, con voz inocente, preguntó:
—Pero, Gillian, ¿por qué te pones así? —Al ver que la joven no contestaba, prosiguió—: Estoy feliz por tu boda, y sólo digo que me haría muy feliz que entre Diane y Niall pudiera haber otra boda. Además, con lo guapos que son los dos, estoy segura de que tendrán unos niños preciosos y…
Soltando un grito de guerra Gillian se lanzó contra su cuñada, pero Megan y Shelma, que la conocían bien, ya estaban alerta. La sujetaron a tiempo mientras gritaba improperios, hasta que por fin lloró. Necesitaba llorar.