Pero Niall continuó:
—No es por desilusionarte, querida Gillian, pero creo que Carmichael, tu futuro marido, deja mucho que desear. ¿O quizá debo creer que lo admiras?
Ver la mofa en sus ojos y en sus palabras, y más sabiendo que él había rechazado la oferta de casarse con ella, hizo que Gillian le propinara un fuerte pisotón, que él aguantó sin cambiar el gesto. Sin inmutarse, tocó con delicadeza el rostro de ella.
—Gillian, yo… —susurró.
Se escuchó a alguien entrar en las cuadras, y ninguno de los dos se movió. No querían ser descubiertos. Eso hizo sonreír a Niall, y Gillian, agitada, sin querer contener sus impulsos, se abalanzó sobre él y lo besó con pasión. Al cuerno lo que pensara de ella.
De pronto se oyó la voz de Kieran.
—Gillian, preciosa, ¿estás por aquí?
Niall se tensó y la apartó de él. Kieran esperó durante unos instantes y como ella no respondió se marchó.
—¿Desde cuándo Kieran te visita y te llama
preciosa
? La joven, al sentirse rechazada, levantó el mentón.
—¿Desde cuándo tonteas con la boba de Diane?
—Respóndeme, Gillian —exigió, furioso.
—No, no tengo que darte explicaciones.
—No me enfades más, mujer.
Dándole un golpe en el estómago con todas sus fuerzas, ella gruñó.
—¿Cómo que no te enfade más? Llevo días siendo testigo de cómo sólo le prestas atención a esa cursi de Diane y no te diriges a mí más que para humillarme y despreciarme. Sé que no soy una santa ni la mejor persona del mundo, y también sé que merezco tu enfado y algún reproche. Pero tras todo lo que estoy aguantando estos días delante de mi familia y mi gente, ¿pretendes que yo te dé explicaciones?
Niall, sorprendido por aquella revelación, dio un paso hacia atrás. Ella estaba celosa de Diane y eso sólo podía ser porque aún sentía algo por él. Sin querer dar su brazo a torcer, a pesar de lo mucho que ansiaba estar con ella, con gesto controlado, afirmó:
—Sí, Gillian. Exijo explicaciones.
—¿De qué?, ¿de ahora?, ¿de hace años? ¿De qué? —De todo.
Enajenada por haberle revelado algo tan íntimo, siseó:
—Pues no te las daré, McRae.
—¿Ah, no?
—No, no te las daré.
—Creo que me las debes, Gillian. Tú…
—No te debo absolutamente nada —cortó ella, consciente de que se equivocaba. Niall quiso gritar y vocear. Aquel juego estaba acabando con su poca paciencia y, tomándola del brazo con rudeza, dijo en tono duro:
—¡Maldita sea, Gillian! Rompiste nuestro compromiso sin darme opción de hablar contigo. Deseé la muerte en el campo de batalla, sabedor de que mi vida sin ti se había acabado. Y ahora, cuando creo que tú y yo no tenemos nada de que hablar, ¿pretendes que yo te dé explicaciones de quién es Diane, o qué hago con ella?
Gillian lo miró, y Niall, muy enfadado, bramó, dispuesto a marcar para siempre la diferencia:
—No, milady…, no. Seguid revolcándoos con vuestros mozos de cuadra. Vos sois la última mujer a la que yo le daría explicaciones sobre nada porque no sois nadie para mí.
Se lo veía tan enfadado que Gillian no pudo contestar. Quiso decirle tantas cosas, pedirle tantas disculpas, pero su orgullo no se lo permitió. Ella y sólo ella se había comportado mal, y ambos llevaban años pagándolo. Encendido por la furia, Niall se separó de ella como si le quemara, y antes de salir de la caballeriza, añadió:
—No sé qué estoy haciendo aquí a solas con vos. Y mucho menos sé por qué os he besado. Pero ninguna de esas cosas volverá a ocurrir ¡nunca! —gritó, colérico, haciendo que ella se encogiera—. Sólo espero que mañana os caséis con ese Carmichael, y os lleve lejos de aquí. Así sabré con certeza que no os volveré a ver en toda mi vida.
Entonces se marchó, dejándola sola y destrozada. Sin fuerzas para salir, Gillian se sentó en una bala de paja para calmar su excitación. Él llevaba razón en todo y nada podía hacer.
Aquella tarde Axel organizó una fiesta de cumpleaños en el castillo para su hermana. Quería verla feliz. Necesitaba verla feliz. Al día siguiente, y sin que él pudiera remediarlo, tendría que unirse en matrimonio a ese idiota de Carmichael.
Conocía a su hermana y sabía que sería infeliz con aquel mequetrefe. Le preocupaba la suerte que correría ella tras el matrimonio, y eso no le permitía dormir. Gillian no era una mujer dócil, y temía que en uno de sus arranques terminara con la vida de Carmichael, y ella acabara muerta o decapitada.
Con curiosidad, buscó por el salón a Niall. Lo vio hablando con Ewen, su hombre de confianza, y con Duncan. Parecía relajado, pero Axel lo conocía y sabía que cuando Niall volvía el cuello hacia los lados era porque estaba tenso. Aquel movimiento era el mismo que hacía siempre antes de entrar en batalla. Eso, en cierto modo, le hizo sonreír.
«Aún puede haber esperanza», pensó, tomando de nuevo una jarra. En las habitaciones superiores del castillo, Megan hablaba con Gillian, mientras ésta terminaba de vestirse.
—No seas cabezona, Gillian; me niego a pensar como tú. Furiosa aún por lo ocurrido aquella tarde, Gillian andaba de un lado para otro como una leona encerrada. Su tiempo se acababa y los resultados eran nefastos. Aquella tarde, tras recuperarse en las caballerizas, había buscado a Niall por todos los rincones del castillo para hablar con él, pero no lo había encontrado. Necesitaba pedirle perdón y decirle que tenía razón. Ella había sido la culpable de sus desgracias. Quería gritarle que lo amaba. Pero le había sido imposible. Él estaba ocupado con Diane.
—¡Le odio! —gritó Gillian, tirando el cepillo contra la puerta—. ¿Por qué se está comportando así?
—Tú te lo buscaste, Gillian —la regañó Megan—. Tú solita has conseguido que la situación llegue a esto.
—¡Yo no conocía el trato de mi padre con esos Carmichael!
—No me refiero a eso y lo sabes —gritó Megan, poniéndose las manos en las caderas.
Gillian asintió y se asomó a la ventana. Megan tenía razón, y apoyándose en el alféizar, murmuró:
—¿Sabes lo que Niall me decía cuando estábamos prometidos? Megan notó el cambio del tono de voz de su amiga y se acercó hasta ella. Mientras la agarraba con cariño de la mano, le dijo:
—Conociendo a mi cuñado, seguro que sería alguna tontería. Gillian sonrió.
—Decía: «Cuando nos casemos nuestro hogar estará en un maravilloso lugar desde donde se domine la llanura».
—¿Desde donde se domine la llanura? —repitió, asombrada, Megan. Gillian asintió.
—Nuestro hogar estaría en lo alto de una pequeña colina rodeada por una extensa llanura. Recuerdo que le decía que me gustaría que esa llanura estuviera cubierta de flores multicolores, y él reía y contestaba que su flor más bonita era yo.
Sorprendida por aquella revelación, Megan suspiró. Le entristecía ver a dos personas que quería en aquella situación. Fue a responder, pero en ese momento sonaron unos golpes en la puerta y, al abrirse, se quedaron atónitas al ver que era Diane quien aparecía.
—¿Puedo pasar?
—Por supuesto, Diane, pasa —dijo Gillian con serenidad. Aquélla era a la última persona que quería ver, pero decidió ser cortés. La muchacha no le había hecho nada.
Diane entró. Estaba preciosa. Llevaba un vestido en rojo vivo que se ajustaba perfectamente a su fino y sensual cuerpo, y el cabello oscuro sujeto con una diadema de flores. Era una mujer muy bella, y eso no lo podía negar nadie.
La recién llegada, tras mirar a Megan, que la observaba con descaro, le dijo a Gillian:
—¿Podríamos hablar un momento a solas?
Megan le echó una mirada de las suyas, y luego miró a su amiga.
—Gillian, te espero en el salón. No tardes, ¿de acuerdo?
—Sí, Megan; no te preocupes. Bajaré en seguida. Una vez que se quedaron solas en la habitación, Gillian la invitó a hablar:
—Tú dirás.
La muchacha se acercó a ella y le dijo, sorprendiéndola:
—Necesito saber si entre Niall y tú existe algo más que amistad. Hace un tiempo me enteré de que en el pasado habíais estado prometidos, pero que vuestro compromiso se rompió.
—Sí, así es —asintió Gillian con el estómago encogido.
—¿Aún lo amas? Porque si es así quiero que sepas que no lo voy a permitir. Me interesa Niall y creo que yo soy una excelente mujer para él, ¿no te parece? Sintiéndose perpleja y con el corazón desbocado, respondió:
—En primer lugar, creo que es una desfachatez que me hables en ese tono. En segundo lugar, tú no eres nadie para permitirme hacer o no absolutamente nada, y en tercer lugar, lo que yo sienta o no por Niall a ti no te incumbe.
Diane, con desprecio, se acercó aún más a Gillian y dejando patente lo bajita que era, siseó:
—Me incumbe. He dicho que quiero que él sea mío, y tu presencia me incomoda. La sangre de Gillian comenzó a hervir. Pero ¿quién era ésa para hablarle así? Y sin que la altura de Diane la amedrentara, le preguntó: —¿Estás celosa, Diane?
Con voz seca por la furia, ésta clavó sus ojos verdes en ella.
—No voy a permitir que estropees lo que Niall y yo llevamos fraguando desde hace tiempo. Si he venido con él es porque sabía que tú estarías aquí. Aquello hizo sonreír a Gillian.
—Es mi hogar, Diane. ¿Dónde pretendes que esté? —¡Ojalá hubieras estado ya en las tierras de los Carmichael! Estoy segura de que tu enlace con Ruarke hará que Niall se olvide de ti. Aquello desconcertó a Gillian.
—¿Tanto miedo tienes a lo que él sienta por mí? —le preguntó, retándola con la mirada.
Diane la empujó, y Gillian cayó sobre la cama. Y antes de que pudiera evitarlo, la asió del pelo y le soltó cerca de la cara:
—Aléjate de Niall. No voy a permitir que una malcriada como tú, nieta de una maldita sassenach, me lo arrebate. Él es el mío. ¡Mío!
Gillian, furiosa, se sacó la daga de la bota y, poniéndosela a Diane en el cuello, gritó, deseosa de clavársela:
—Suéltame o lo pagarás, ¡maldita zorra!
Asustada al sentir aquel frío tacto en su cuello, Diane se movió con rapidez y la liberó. Gillian, con la daga aún en la mano, se incorporó, y clavándole sus cristalinos y fríos ojos azules bramó fuera de sí:
—Sal de mi habitación antes de que decida cortarte en pedacitos. Tú no eres nadie para ordenarme ni exigirme; absolutamente nadie. Y te advierto una última cosa: la próxima vez que tu boca mencione a mi abuela, te corto la lengua. ¡Recuérdalo!
Blanca como la nieve, Diane huyó sin mirar atrás. Gillian, aún confundida por lo que había pasado, se guardó la daga en la bota, consciente de que se había ganado una enemiga.
Tras el episodio vivido en su habitación, Gillian se retocó el peinado y salió de su estancia, dispuesta a ir hasta el salón. Según iba bajando por la escalera circular de piedra gris, los sonidos de las gaitas sonaban cada vez más cerca. Con la rabia instalada en su rostro, decidió pararse, sentarse y serenarse en uno de los gastados escalones, hasta que dejara de temblar.
Agachando la cabeza la posó sobre sus rodillas y le entraron unas ganas locas de llorar. ¿Qué había hecho? ¿Cómo podía haber destrozado su vida y la de Niall? ¿Qué iba a hacer? El día de su cumpleaños se acababa y cada vez sentía más cercano el podrido aliento de Ruarke. Pensar en él le enfermaba, pero debía cumplir la palabra de su padre, aunque esa promesa la llevara directamente a la tumba.
—Gillian, ¿qué haces aquí? ¿Qué te pasa? —preguntó de pronto la voz de Kieran. Levantando la cabeza, Gillian se encontró con aquellos ojos azules y, encogiéndose de hombros, susurró:
—Creo que estoy luchando contra un imposible. El día se acaba y mi boda… Kieran sonrió. El tonto de su amigo y aquella muchachita eran el uno para el otro, y tomándole la cara entre sus manos, preguntó para animarla: —¿Has decidido rendirte, preciosa? Porque si es así me defraudarías. La Gillian de la que siempre me hablaba Niall era una muchacha divertida, romántica, locuaz, cariñosa y, sobre todo, que no se rendía ante nada ni nadie.
—Esa Gillian de la que hablas, en cierto modo, ya no existe —susurró, levantándose—. He cambiado y…
—¿Eso quiere decir que quieres casarte con Ruarke Carmichael? Al oír aquel nombre, Gillian se tocó el estómago. —No, no quiero casarme con él. Pero el deber me obliga a hacerlo. Kieran le levantó la barbilla con una mano.
—Todavía hay tiempo, Gillian. Piénsalo.
—Fue un pacto de mi padre, y no le voy a deshonrar. Además, nadie desea casarse conmigo. En estos últimos años me he ganado el apodo de la Retadora. ¿Y sabes por qué? —Él negó con un gesto, y ella continuó—: He estado tan furiosa con Niall y conmigo misma que me he portado fatal con todos los hombres que se han acercado a mí. Y eso tarde o temprano se paga, ¿no crees?
—¿Lo dices en serio? —rió él, divertido.
—En efecto. Si quieres saber lo que opinan de mí, pregunta…, pregunta. Maravillado por aquella sinceridad, Kieran cogió aire y dijo: —Gillian, si tú quieres, puedo ayudarte ofreciéndote mi casa, mi apellido, mis tierras y…
—¡¿Cómo?! —le cortó, desconcertada.
El
highlander
se encogió de hombros.
—Lo que has oído. Ya sé que no me amas ni yo te amo a ti, pero si tú quieres…
—Pero ¡te has vuelto loco! —susurró, mirándole directamente a los ojos.
—¿Cómo se te ocurre pedirme semejante cosa?
—Es por ayudarte y…
Sin dejarle terminar, Gillian comenzó a blasfemar de tal manera que Kieran se quedó sin palabras, hasta que de pronto ella paró.
—Kieran O’Hara, no vuelvas a pedir eso a ninguna mujer hasta que encuentres a la persona adecuada. —Tras darle un manotazo que le hizo reír, prosiguió—: Tú eres un hombre atractivo, además de un valeroso guerrero y muchas otras cosas más, y estoy segura de que algún día encontrarás a la mujer que te conviene y la harás muy feliz.
Complacido con lo que escuchaba se carcajeó. En sus casi treinta años, y a pesar de que era un
highlander
bastante requerido por las féminas, ninguna había dejado huella en él. El romanticismo no era lo suyo.
—¿Acaso no crees en el amor, Kieran?
—No.
—¿Nunca has sentido que la presencia o la mirada de una mujer te quitaban el aliento, y que tu existencia se marchitaba al dejar de verla?
—Nunca.
—Imposible.
—No, Gillian, no miento.
La joven no podía dar crédito a lo que oía.