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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Aventuras, romántico

Desde donde se domine la llanura (31 page)

BOOK: Desde donde se domine la llanura
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Con la respiración entrecortada, Gillian sintió que él sacaba su dedo de allí, la tumbaba, le separaba las piernas y se colocaba sobre ella, aunque antes cogió un cojín y lo puso debajo de sus caderas para facilitarle la entrada. Sin apartar los ojos de él, Gillian vio cómo Niall tomaba su viril miembro y lo llevaba hasta el lugar donde ella quería que lo introdujera. Ella movió sus caderas, nerviosa.

—¡Eh! Cuidado, cariño. Es tu primera vez y no quiero hacerte daño.

—Me gusta cuando me llamas cariño —susurró ella con dulzura.

—Te lo llamaré siempre que quieras.

Excitada y alterada por lo que le decía y por lo que iba a ocurrir aquella noche, jadeó. Había oído hablar a muchas mujeres sobre aquel momento y sabía que le dolería; sólo la primera vez, al menos eso le habían asegurado todas. Niall, al ver el miedo en sus ojos, se estremeció, y capturando su boca mientras el deseo le consumía, comenzó a moverse sobre ella una y otra vez, consiguiendo que disfrutara y que sus jadeos fueran en aumento, hasta que llegó a un muro infranqueable que él estaba dispuesto a traspasar. Parándose, la miró a los ojos y, con voz ronca, murmuró:

—Esto te va a causar un poco de dolor, cariño. No puedo evitarlo… —Lo sé… —asintió, asustada.

Con la vista fija en ella, la apretó contra él como si su abrazo pudiese absorber su dolor. Viendo que ella cerraba los ojos, arremetió, y en el momento en que su cuerpo cedía, Gillian chilló. Con el corazón en un puño, Niall no se movió. Debía dar unos instantes a que el interior de su mujer se acoplara a él antes de continuar. Atontado, no podía apartar sus ojos de ella, nunca había estado más bella, y tras repartir un sinfín de dulces besos por su cara, vio que lo miraba y supo que el dolor comenzaba a remitir.

Cuando notó que la respiración de Gillian se normalizaba, comenzó a moverse con cierto miedo de dañarla, pero cuando ella le exigió más profundidad con sus caderas mientras le clavaba las uñas en la espalda, él no pudo resistirse y se la dio. Comenzó a entrar y salir de ella, controlando sus propias apetencias de apretarla contra él hasta traspasarla, hasta que Gillian le reclamó más al subir sus caderas hacia él.

Un hormigueo sensual y desgarrador recorría el cuerpo de Gillian, en tanto disfrutaba una y otra vez de aquellas agradables acometidas. Notó cómo su cuerpo se abría como una flor y se abandonó para recibirle. El sentimiento de placer era inmenso, hasta que notó como si algo en ella explotara y un chorro caliente de vida le recorriera el cuerpo, acompañado por unas oleadas indescriptibles de placer. Entre espasmos y gemidos lujuriosos, se aferró a él. Aquellos jadeos fueron los que determinaron el fin de la voluntad de Niall, que, al verla en aquel ardoroso estado, no pudo más, y agarrándola con fuerza, se hundió en ella una y otra vez, hasta que, por fin, tras un grito gutural y masculino, derramó en ella su semilla, y agotado, paró para después rodar y quedarse junto a ella.

Con los ojos fijos en el techo, Gillian respiraba aún con dificultad. Aquel placer tan pagano del que siempre había oído hablar había sido… espectacular. Sin atreverse a mirarlo oyó el respirar agitado de Niall, que la observaba aguardando que ella hablara. Temía haberle hecho demasiado daño y sólo podía esperar a que le confirmara que estaba bien.

Deseaba con locura que ella anhelara volver a ser complaciente con él. Deseaba tanto disfrutar de su cuerpo como él necesitaba que ella quisiera tomar el suyo. Entonces, ella lo miró, y con una reveladora mueca le hizo saber que estaba bien.

—Ha sido increíble —susurró, sorprendiéndolo.

—He procurado no hacerte daño, pero…

—Ya lo sé… —le cortó—. Habría dado igual que otro me hubiera tomado en su cama. Me habían dicho que la primera vez siempre duele, aunque, bueno, también dicen que depende de la delicadeza del hombre. —Y dedicándole una sonrisa, musitó—: Estoy segura de que tú eso ya lo sabes, eres un hombre experto.

Aquello de «que otro me hubiera tomado en su cama» le molestó y, frunciendo el cejo, la tomó posesivamente por la cadera, la giró hacia él y le aseguró:

—Nadie que no sea yo te tomará nunca, ni en la cama ni en ningún otro lugar. Aquellas palabras y en especial la sensualidad de la mirada de Niall hicieron que volviera a vibrar. Ella no deseaba que otro hombre la tocara ni hiciera lo que a su marido por derecho le correspondía, pero con una torcida sonrisa respondió:

—Entonces, tesorito, me querrás no sólo como dueña de tu hogar. Escuchar sus palabras, ver su mirada y tenerla desnuda ante él lo hicieron sonreír.

—Creo, señora mía —dijo, sentándose sobre ella—, que necesito probar un poco más de ti para saber realmente si te quiero como algo más. —Gillian, entonces, dejó de sonreír y se tensó. Niall, al darse cuenta de ese cambio, le cogió las muñecas y, tras inmovilizárselas con su fuerte mano sobre su cabeza, le susurró, haciéndola sonreír otra vez:

—De momento, cariño, no abandonarás mi lecho, ni ahora, ni nunca. El resto ya se verá.

Sin darle tiempo a decir nada, el apasionado
highlander
le volvió a devorar los labios, e instantes después, le hacía de nuevo el amor.

Capítulo 36

Durante cinco días con sus cinco noches, ninguno de los dos abandonó la habitación. No querían separarse, sólo querían besarse y hacer el amor una y otra vez. Pasados diez días, los guerreros miraban divertidos a su laird. Al alba se reunía con ellos en la liza, donde ponían en práctica todas sus habilidades con la espada y demás. Pero era ver aparecer a Gillian y ya no existía nada.

Niall sólo tenía ojos para su mujer. No le importaban el castillo, ni las tierras, ni el ganado, únicamente le interesaban ella, su comodidad y su felicidad. Había días que se dedicaban a pasear por los alrededores de Duntulm cogidos de la mano mientras él observaba los adelantos de las obras y sonreía como un tonto ante cualquier comentario que ella hacía. Era graciosa, viva, divertida, y eso le gustaba. ¡Le encantaba!

Otro día cabalgaron hasta una de las preciosas playas de arena blanca, donde Gillian, tras recordar el consejo de Megan y Shelma sobre «hacer el amor rodeada de agua», hizo que su marido la siguiera corriendo tras ella por la playa, hasta que, sumergidos y rodeados por el mar, hicieron apasionadamente el amor.

Durante aquellos paseos, Gillian conoció a otros aldeanos, gentes de su marido. Aquéllos eran los que se cuidaban del ganado y la trataron con adoración, una adoración que Niall comprendía. ¿Quién no adoraba a Gillian?

Pasado el primer mes, Aslam y Helena contrajeron matrimonio. Todo era perfecto. Gillian estaba feliz con un marido que la adoraba, su gente la quería y el interior del castillo cada día era más cálido y acogedor. ¿Qué más podía pedir?

La gente de Duntulm se acostumbró tanto a los besos de sus señores como a sus continuas regañinas. Los ancianos los observaban con curiosidad y sonreían; tan pronto se los veía besándose con pasión como discutiendo como verdaderos rivales. Escuchar el grito de «¡Gillian!» a su señor, o «¡Niall!» a su señora, se convirtió en algo más dentro de sus vidas.

El día en que Cris apareció por Duntulm la alegría de Gillian la desbordó. Ver que su amiga había cumplido su promesa de visitarla tras el regreso de su viaje le llenó el corazón de dicha. Orgullosa le enseñó el anillo que Niall le había regalado y se mostró endemoniadamente feliz. A partir de aquel momento, las visitas de Cris se sucedieron de continuo, y eso hizo que Gillian se integrara más en su hogar.

Una mañana en la que Niall tuvo que salir junto a algunos de sus hombres para ocuparse de unos asuntos, Gillian miraba desde la ventana de su habitación y suspiró. Necesitaba hacer algo para desentumecer sus músculos. Iría a buscar a Cris; seguro que le encantaría combatir con ella. Tras vestirse, se puso sus pantalones de cuero bajo la falda, cogió la espada y, decidida, fue hasta la pequeña caballeriza para coger a
Thor
.

—¿Salís, milady? —preguntó Kennet, mirándola. Gillian decidió no decir la verdad. Niall la tenía muy controlada y, si le explicaba a aquel guerrero dónde se dirigía, se empeñaría en acompañarla. Por ello, mostrando la mejor de sus sonrisas, respondió:

—Sólo iré hasta el lago. No te preocupes, Kennet.

—Iré con vos —se ofreció.

Ella dejó escapar un delicado suspiro.

—Kennet, me gustaría tener un poco de intimidad. —Pero mi señor me ha dado órdenes de…

—Voy a bañarme, Kennet —cortó ella—. ¿Acaso para eso también necesito acompañante?

Colorado como un tomate, el hombre asintió.

—De acuerdo, milady, pero tened cuidado.

Con una radiante sonrisa, Gillian se montó en
Thor
, y clavando sus talones en el animal, galopó en la dirección que había mencionado. Al llegar al lago, sin embargo, continuó por el sendero que, según Cris le había indicado, acortaba el camino y llevaba hasta la fortaleza de los McLeod.

Mirando a su alrededor, disfrutó del paisaje. Sus extensos y verdes valles, en ocasiones abruptos, sus cascadas e incluso sus acantilados eran increíblemente hermosos, algo que Gillian comenzó con rapidez a amar. Cuando llegó hasta una preciosa cascada, recordó que había estado con Cris allí y que ésta le había confesado que aquel lugar era su preferido.

Con curiosidad, guió a
Thor y encontró el caminito serpenteante. Sin pensarlo dos
veces, comenzó a bajar por él y se sorprendió al ver dos caballos. Clavó la vista en uno de ellos. Era el caballo de Cris.

Con una sonrisa pícara, Gillian desmontó y, con sigilo, comenzó a andar hacia el lugar donde se oían risas. Al llegar a unos grandes matorrales, identificó la voz de su amiga y sonrió al asomarse y verla en actitud muy cariñosa con un hombre. Eso le gustó a Gillian, que en ese momento decidió salir de su escondite.

—Vaya…, vaya…, Cris…, por fin voy a conocer a tu enamorado —dijo, plantándose ante ellos con una sonrisa divertida y las manos en las caderas.

Entonces se percató de quién era él y su cara cambió. ¿Qué hacía su amiga con ese hombre?

Él, al verla, se apartó de su enamorada y blasfemó, mientras Cris, alarmada, caminaba hacia Gillian, que los miraba, incrédula.

—Te lo puedo explicar —susurró Cris, agarrándola del brazo. Pero Gillian no se lo podía creer.

—¿¡Brendan!? —gritó.

—Sí. Gillian…

—Tu enamorado es el cretino de Brendan McDougall.

—¡Chist!, no grites —le pidió Cris.

—Me alegra saber que te fijaste en mí el día en que nos conocimos —se mofó él. Gillian, mirándolo con desagrado, espetó:

—¡Oh, sí, claro que me fijé en ti, idiota! Y tuviste suerte de que Niall me sujetara, porque, si no, te hubiera cortado la lengua por hablar de mi abuela en aquel tono.

—Todo tiene una explicación —aseguró él.

—Sí, Gillian, deja que se explique —insistió su amiga.

—Eso…, deja que me explique.

Pero la joven, enfadada con aquel hombre, le gritó en tono de mofa:

—Tus explicaciones me sobran, McDougall de Skye. Aquel último comentario hizo reír a Brendan, que tras recibir un manotazo de Cris en el brazo, calló.

—¡No te rías, Brendan!

—Cris, ¿por qué me has dado un golpe? —preguntó, molesto.

—Porque es normal que esté enfadada contigo. El día del que habla Gillian te comportaste como un verdadero asno —respondió ella.

—Yo diría algo peor —siseó Gillian.

El
highlander
sonrió y, mirando a su enojada enamorada, dijo:

—Recuerda, cielo, ese comportamiento es el que mi padre espera de mí. No lo olvides.

«¿Cielo?», repitió para sus adentros Gillian.

Y Cris, derretida por cómo aquél la miraba, respondió:

—Lo sé, amor.

«¿Amor?», volvió a repetirse Gillian.

No pudiendo creer lo que acababa de descubrir, miró a su amiga y, llevándose las manos a la cabeza, gritó:

—¡Por todos los santos escoceses, Cris!, ¿qué estás haciendo con este hombre? —Gillian…

—Ni Gillian ni nada, est…

—¿Quieres hacer el favor de tranquilizarte? —la cortó al notarla tan alterada.

—¿¡Qué me tranquilice!? —gritó.

—Sí.

—Cómo quieres que me tranquilice cuando estás con este…, este…, este…

—McDougall de Skye —dijo con sorna él, que se había sentado sobre una roca. Gillian asintió y continuó:

—¡Por todos los dioses, Cris! Niall me contó que su clan y tu clan son enemigos acérrimos. ¡No se soportan! Llevan enfrentados media vida.

—Lo sabemos, McDougall de Dunstaffnage, no hace falta que grites. —Brendan suspiró al recordarlo.

Pero Gillian, volviéndose hacia él, gritó:

—Y tú, maldito patán, tuviste la osadía de hablar de mi abuela y despreciarme delante de mi marido por mi sangre inglesa. ¡Qué no se te vuelva a ocurrir!, o te juro por esa sangre inglesa que llevo que te rebano el pescuezo.

Sorprendido por la fiereza de Gillian, el joven la miró.

—Aunque no lo creas, pensaba pedirte perdón, pero esperaba que fuera en otro momento mejor que éste.

Cris, sin saber qué decir, la miraba desconcertada, mientras Gillian no paraba de andar de un lado para otro, en busca de una rápida solución.

—Pero, Cris, ¿en qué estás pensando?

—En que lo amo, Gillian. Sólo en eso.

Aquella sinceridad hizo que ésta se parara y la mirara. El hombre, al escuchar a su amada, se levantó con rapidez y, acercándose a ella, la tomó por la cintura y se enfrentó a Gillian.

—Y yo la amo a ella. No concibo mi vida sin Cris y me da igual el resto. Atónita, Gillian los miró y susurró:

—Pero vuestras familias, vuestros clanes, nunca permitirán que estéis juntos, ¿no os dais cuenta?

—Lo harán. Me casaré con ella y tendrán que aceptarlo —asintió él, y Cris sonrió. Aquello era una locura, una locura que con seguridad acabaría mal. Gillian resopló.

—Vamos a ver, Brendan, piensa. Eres el sucesor de tu padre en tu clan. ¿Crees que a él le gustará saber que su único hijo se va a casar con la hija de su mayor enemigo?

—No, no le gustará. Lo sé, Gillian. Al igual que sé que al padre de Cris tampoco le gustará, pero nosotros nos amamos y…

—… Os matarán —sentenció Gillian.

—¡Argh! ¡Qué mal suena eso! —exclamó Cris, sonriendo.

—Pero no veis que estáis poniendo en peligro vuestras vidas por algo que con seguridad vuestros padres no consentirán.

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