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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Aventuras, romántico

Desde donde se domine la llanura (34 page)

BOOK: Desde donde se domine la llanura
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Conmovido por su gesto aniñado, se sentó en la cama con ella encima y dijo mientras le repartía dulces besos por el cuello:

—Te bañarás ahora conmigo.

—No…, no lo haré.

—Sí…, sí lo harás —ronroneó, mordisqueándole la oreja. Pero Gillian no pudo más, y al notar que le tiraba del pelo, protestó:

—¡Ay! Me haces daño.

La paciencia de Niall comenzó a resquebrajarse. Con desgana, enfadado, le preguntó:

—¿Se puede saber qué te pasa que no paras de gruñir?

—A mí no me pasa nada —gritó—. Pero si primero siento que me asfixias y luego me tiras del pelo, ¿qué debo hacer, callarme y aguantar? Porque si he de callar cuando me haces daño o algo no me agrada, no pienso hacerlo, ¿me has oído?

Molesto por su tono de voz, se levantó de la cama, pero lo hizo tan de prisa que, sin que lo pretendiera, Gillian cayó de culo al suelo.

—¡Ay! Pero ¡serás bruto…! —gritó, malhumorada. Intentó ayudarla a levantarse, pero ella le retiró su mano de un manotazo y se levantó sola. Una vez de pie, y a pesar de tener que echar la cabeza hacia atrás para hablar a su enorme marido, gritó con muy mal genio:

—McRae, no vuelvas a tirarme o…

—¿O qué? —vociferó él, mirándola con gesto brusco. Finalmente, aquella descarada había conseguido enfadarlo.

—Si te lo digo, no te sorprendería —espetó, dando un paso atrás. Extrañado por aquella respuesta, la miró y le aclaró:

—Gillian, no me gusta nada el tono en el que me hablas cuando dices McRae, y menos aún, tu caprichoso comportamiento.

—Y a mí no me gusta que porque yo me queje por algo que me desagrada tú protestes.

¿Su mujer no podía callar? ¿Por qué se empeñaba en quedar ella siempre por encima?

—¿Para todo tienes que tener una réplica? —preguntó Niall.

—Por supuesto —asintió con descaro.

Consciente de que debía templar su impulso de castigarla, el
highlander
cogió una de las sábanas de la cama y, tras tirársela a la cabeza, preguntó:

—¿Para esto también tienes réplica?

Sin variar su gesto, Gillian asió las dos almohadas y se las lanzó con fuerza.

—¿Te vale esto, o quieres más?

No quería enfadarse con su mujer. Alterado, se acercó a la bañera y, tras meter la mano en el agua, la salpicó. Ella ni se movió. Al ver que no respondía, él volvió a salpicarla.

—¡Oh, venga! ¡Quita esa cara de mal humor y sonríe! —dijo intentando firmar la paz.

—No me apetece.

En ese mismo momento, Niall tiró un trozo de jabón a la bañera y las salpicaduras mojaron de nuevo a Gillian, pero ella esa vez sí respondió. Cogió con furia un jarrón que había sobre una mesita, sacó las flores y le tiró el agua a la cara.

—Lo siguiente que te tiraré será el propio jarrón. El gesto de Niall se tornó tosco, y Gillian volvió a dar otro paso atrás, mientras el agua chorreaba por la cara del hombre, que bufaba.

—¿Se puede saber qué te ocurre, mujer? —bramó, molesto, y limpiándose la cara de malos modos, rodeó la bañera para acercarse a ella, que reculó. Asustada por cómo él se movía y por su semblante serio, gritó:

—¿Qué vas a hacer, Niall?

—Lo que te mereces, ¡malcriada!

Con fuerza la asió y la arrastró a la cama, y cuando Gillian notó que la ponía boca abajo sobre sus piernas, le subía la camisola y le dejaba el trasero al desnudo, una rabia incontrolable hizo que le mordiera la pierna con brutalidad. Tal fue el dolor que le causó que Niall blasfemó y la soltó.

—¡Maldita sea, Gillian, me has hecho daño!

Entonces, sin esperarlo, vio cómo ella cogía su espada y, con un rápido movimiento, le ponía la punta del acero en la garganta.

—Tú pretendías hacerme daño a mí. Yo sólo me he adelantado. La miró, incrédulo, y sin moverse, murmuró entre dientes: —Baja ahora mismo la espada, Gillian.

—No dejaré que me azotes.

—¡Bájala! —apremió él.

—Si me prometes que no me azotarás —exigió ella. A punto de cogerla por el cuello y no azotarla, sino matarla, bramó como un poseso.

—He dicho que bajes la espada de una maldita vez o te juro que lo lamentarás. Consciente, de pronto, de que su marido estaba muy enfadado y de lo absurdo de la situación, dio su brazo a torcer y bajó la espada. Realmente, no sabía por qué había hecho aquello. Todo resultó tan rápido que levantarla fue un movimiento espontáneo.

Con la rabia instalada en su tensa mandíbula y en sus ojos, Niall se acercó a ella, que no se movió, y cogiéndole con una mano la barbilla y con la otra sacándose una daga de la cintura, le siseó en la cara:

—Si vuelves a hacer lo que has hecho, no respondo de mis actos. Y sin más demora le cortó con la daga un gran mechón dorado. Gillian, horrorizada, chilló y lo empujó.

—¡Por todos los santos escoceses! —voceó al ver el enorme mechón que le había cortado—. ¿Cómo has podido hacerme esto?

—Sencillamente porque te lo merecías y porque creo que tu comportamiento ha puesto fin a nuestra luna de miel. Has incumplido tu promesa de no levantar una arma contra mí, ¿lo recuerdas? Te perdoné tu mentira piadosa, a pesar de saber que el día que se conozca la relación entre Brendan y Cris tendremos problemas, pero no te voy a perdonar lo que acabas de hacer.

Gillian no contestó. Él tenía razón, pero ya nada se podía hacer, salvo no contestar. Eso sería peor. Durante unos instantes se miraron como verdaderos rivales, hasta que Niall se dio la vuelta y con pasos enérgicos cogió su propia espada, abrió la puerta de la habitación y se marchó. Gillian, destrozada por lo que había hecho, se tiró en la cama, para maldecir una y otra vez.

Capítulo 41

Tras el episodio de la habitación, aquella noche Niall no apareció, para desesperación de su mujer. Ni tampoco al día siguiente. Simplemente desapareció de Duntulm. Sólo Helena y su paciencia le servían de paño de lágrimas.

—Milady, no os preocupéis, ya veréis como pronto regresará. Vuestro esposo os quiere…

—Lo que quiere es dejarme calva —gruñó, mirándose al espejo mientras la mujer le arreglaba el desaguisado que Niall había provocado.

Aquel comentario hizo sonreír a Helena. Cuando Gillian le contó que cada vez que discutían él le cortaba un trozo de cabello, no pudo por menos que sonreír.

—Los hombres a veces, milady, son peores que los niños. Actúan sin pensar.

—Me da igual. Niall no es un niño, o por lo menos eso creía —siseó mientras comía una torta de avena.

—No os mováis, o seré yo quien os haga un horrible trasquilón —sonrió con cariño la criada.

—Tranquila, Helena —se mofó al ver cómo su pelo menguaba—. Ya estoy acostumbrada a llevar el pelo lleno de trasquilones. Cuando salí de mi hogar, de Dunstaffnage, el cabello me llegaba por la cintura, y ahora, no me llega ni a media espalda.

Con ternura, la mujer terminó de arreglarle el pelo y sonrió al ver que Gillian abría descontroladamente la boca.

—¿Tenéis sueño, milady?

Tomando una nueva torta de avena, Gillian la mordisqueó y asintió.

—No sé qué me pasa últimamente, Helena; aunque duerma y duerma, cuando me despierto deseo seguir durmiendo.

Con una risita nerviosa, la mujer se puso ante ella.

—Milady, ¿podríais estar embarazada? Cuando me quedo embarazada, ése es uno de los síntomas que me alerta.

«¡Por todos los santos!», pensó Gillian. Sin embargo, sin cambiar su gesto, le indicó:

—Imposible. Hace poco tuve los días que toda mujer tiene al mes.

—Entonces, debemos estar alerta con vuestra salud. Comienza a hacer frío y, siendo éste vuestro primer invierno en Skye, os tenéis que cuidar —le aconsejó Helena, a quien no se le escapó que Gillian se tocaba instintivamente el estómago.

—No te preocupes; Helena; me cuidaré.

Una vez que acabó lo que estaba haciendo, ésta recogió sus enseres y se marchó. Gillian se quedó a solas en la habitación. Echando cuentas, se llevó las manos a la boca, asustada, al reparar en que llevaba más de un mes, casi dos, sin que la hubiera visitado la menstruación.

Estaba tan ocupada en satisfacer su cuerpo y el de Niall que no lo había advertido. Emocionada por lo que acababa de descubrir se volvió a tocar su liso estómago y sonrió. El malestar, el sueño y el voraz apetito sólo podían deberse a una cosa: ¡estaba embarazada!

Se debatía entre la alegría de la noticia y la tristeza de que su marido no estuviera allí para contársela. Niall sería un padre magnífico. Adoraba a los niños, y cuando supiera que iba a ser padre, ¡se volvería loco!

Pero cuando Gillian pensó en lo gorda y deforme que se pondría se horrorizó. Si Niall ya creía que Diane era más bonita que ella, no quería ni pensar lo que diría cuando rodara, más que andara, patiabierta al final del embarazo.

Conociendo a su marido, seguro que la trataría como Duncan a Megan. La sobreprotegería y no la dejaría apenas salir del castillo, manteniéndola todo el rato en la cama, descansada. Suspiró y decidió ocultar su estado todo el tiempo que pudiera. Pero al pensar en Niall sonrió y deseó contarle la buena nueva en cuanto regresara.

Al día siguiente, tras una terrible noche de pesadillas, una de las ancianas, Susan, fue a su habitación para avisarle de que tenía visita. Tan emocionada estaba, que no preguntó de quién se trataba, y tras bajar los escalones de dos en dos, se quedó petrificada al encontrarse en medio de su destartalado salón a Diane, junto a su madre.

En un principio, pensó en echarlas de su hogar. ¿Qué hacía esa idiota en su castillo? Pero intentó comportarse como lo que se esperaba de ella, y con una falsa sonrisa dijo, pese a las ganas de acuchillarlas:

—¡Oh, qué sorpresa! Diane, Mery, ¿qué hacéis por aquí? ¿No ha venido Cris con vosotras?

Las mujeres la miraron con curiosidad, y entonces Gillian se percató de que Mery le daba un pequeño empujón a su hija, que respondió:

—Christine ha preferido quedarse luchando en la liza con nuestros hombres. «Eso es lo que yo necesito…, un poco de lucha», se dijo, pero al pensar en su bebé sonrió.

—Íbamos de camino al mercadillo de Uig —continuó Diane— y hemos pensado que quizá te agradaría acompañarnos.

Pero antes de que pudiera contestar, intervino la madre de Diane: —Gillian, ¿qué tal te va todo? ¿Qué tal tu vida de casada? —le preguntó con la mejor de sus sonrisas.

—Bien —mintió—. La verdad es que no me puedo quejar. La gente es encantadora conmigo.

—¿Has cambiado de peinado? —preguntó Diane. Con una fingida sonrisa, Gillian se tocó el cabello.

—Sí, me lo he cortado un poco. Lo tenía demasiado largo.

—¡Oh!, ¿cómo has podido hacerlo? Para un hombre, el cabello de una mujer nunca es demasiado largo. No vuelvas a cortarlo, o tu marido se fijará en otra —le aconsejó Mery.

—Madre, Gillian es muy bonita y no creo que Niall deje de amarla por un poco más o un poco menos de cabello.

«¡Cuánta alabanza!», pensó Gillian.

Sorprendida por tanta amabilidad, Gillian miró a Diane sin pestañear. No se fiaba de aquella tonta ni un pelo. Pero entonces la madre añadió:

—Vamos a ver, Diane —la regañó Mery—. Dile a Gillian lo que has venido a hacer y déjate de rodeos.

Cada vez más aturdida por la visita, casi se cae de culo cuando Diane dijo:

—El motivo real de la visita era porque quería pedirte disculpas por el trato que te dispensé en Dunstaffnage y tras tu boda. Sólo espero que olvides mi obcecación por Niall y cambies tu opinión sobre mí.

Estupefacta, Gillian no sabía qué decir ante aquella revelación. —¡Ay, cariño! —intervino Mery, cogiéndole las manos—, cuando Diane me confesó que había subido a tu habitación para atosigarte por lo de Niall… oh, Dios, ¡creí morir!

—No…, no os preocupéis —respondió Gillian—; eso está olvidado. —Diane, entonces, se abalanzó hacia Gillian y, arrodillándose ante ella, sollozó:

—Por favor, Gillian, me siento avergonzada de mi comportamiento y sólo espero que me perdones y algún día podamos ser amigas. —Conmovida, la ayudó a levantarse del suelo, y caminando hacia los bancos, hizo que se sentara mientras su madre con gesto desabrido las seguía.

—¡Oh, Gillian, me siento fatal! —sollozó Diane—. Me he comportado contigo como una verdadera arpía, y tú…

El gimoteo de la chica y los ojos horrorizados de su madre la impulsaron a decir: —¡Basta ya, Diane! Todo está olvidado, y yo…, yo estaré encantada de que seamos amigas.

Diane prorrumpió entonces en nuevos sollozos, y Gillian le pidió a una desconcertada Helena, que las miraba desde la puerta, que preparara una infusión que le calmara los nervios. Finalmente, la bebida lo consiguió.

Un rato después, Diane y su madre, ambas más sonrientes, paseaban por las tierras de Niall del brazo Gillian, que, necesitada de afecto, se agarró a ellas con firmeza. Quizá no fueran sus mejores amigas, pero se sentía tan sola en aquel momento que un poco de amabilidad le iría bien.

—Por cierto —preguntó Mery—, ¿dónde está Niall? No le hemos visto. Con rapidez, Gillian ideó una mentira. A pesar de que su corazón se había ablandado con Diane y su madre, no quería que ellas supieran que habían discutido y que ignoraba dónde estaba.

—Está de viaje. Recibió una misiva de su hermano Duncan y tuvo que marchar a Eilean Donan.

Diane, sorprendida, la miró y le preguntó:

—¿Por qué no te marchaste con él? Me consta que Megan y tú sois buenas amigas.

Tras soltar un suspiro de resignación, Gillian cuchicheó:

—Tengo mucho trabajo aquí, en Duntulm. Preferí quedarme para intentar poner en orden el destartalado hogar de mi marido. —Las otras asintieron—. Creo que un poco de mano femenina le vendrá muy bien. Y pretendo sorprenderlo a su llegada.

—¡Tengo una idea! —gritó Diane—. Vente al mercadillo. Estoy segura de que allí encontrarás todo lo necesario para convertir Duntulm en un precioso hogar y sorprender a Niall a su llegada.

—¡Oh, qué excelente idea! —asintió Mery—. Yo conozco varios ebanistas que trabajan maravillosamente la madera, y estoy segura de que si hablo con ellos te dejarán varios muebles a un precio estupendo.

Gillian lo pensó. ¡Podía ser una buena idea! Quizá si Niall a su regreso veía cambios en su hogar, se alegrara. Y mirándolas con una sonrisa, asintió.

—Perfecto. ¡Vayamos al mercadillo!

De forma decidida, Gillian les pidió a Donald y varios hombres más que las acompañaran a Uig. Necesitaban hacer unas compras. Pero se quedaron impresionados cuando les pidió que llevaran un par de carros.

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