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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Aventuras, romántico

Desde donde se domine la llanura (18 page)

BOOK: Desde donde se domine la llanura
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Donald resopló. Aquello suponía demasiado trabajo. —¿Rosemary es bonita? —insistió Gillian.

Fue mencionar aquel nombre de mujer y Donald se transformó, mostrándole que poseía una bonita sonrisa.

—¡Oh, sí!, milady. Es preciosa, y tiene una encantadora risita. Satisfecha al ver que Donald sabía sonreír, le dio un par de palmadas en el hombro.

Entonces, Gillian se alejó, pero antes le advirtió:

—Yo ya te he indicado el camino. Ahora eres tú el que ha de decidir si quiere que la preciosa risita de Rosemary sea sólo para ti. Buenas noches, Donald.

—Buenas noches, milady.

La conversación con Donald la había puesto de buen humor y se dirigió contenta hacia su tienda. Al entrar, la encontró oscura y vacía. ¿Dónde estaba Niall? Con rapidez, encendió varias velas para iluminar el espacio y, se puso la camisola de dormir. Sin esperar a que su marido regresara, se enrolló en un par de mantas, y el sueño pronto la venció.

Capítulo 22

Bien entrada la noche, Niall apareció en la tienda y se la quedó mirando. Los bravucones de sus hombres se mofaban cada vez que llegaba la noche y él se metía en ella junto a su recién estrenada esposa. Lo que no sabían, ni él pensaba revelarles, era que aún no la había poseído. Pero aquella noche, tras haber bebido más de la cuenta, sus hombres le acompañaron y, desde el exterior, juraron por san Ninian, san Fergus y todos los santos escoceses que no se moverían de allí hasta que notaran que la tienda se movía impelida por la pasión. Algo ebrio, pero no tan borracho como los otros, Niall miraba a Gillian a la luz de las velas cuando ésta, sobresaltada, se despertó.

—¿Qué pasa? —preguntó, frotándose los ojos. Niall, con el pelo despeinado, la camisa abierta y una sonrisa socarrona, dijo más alto de lo normal:

—Esposa, ¡desnúdate!

Gillian se quedó paralizada. Pero cuando oyó los vítores de los hombres a escasos metros de ella, lo entendió todo, y mirando los ebrios ojos de su marido, susurró cogiendo su daga:

—Como se te ocurra acercarte a mí, te juro que no respondo. Megan y Duncan, que regresaban de su paseo, al ver tal congregación de hombres alrededor de la tienda de Gillian y Niall se acercaron con curiosidad. Instantes después, Shelma y Lolach se les unieron.

Mientras tanto, en el interior de la tienda, Niall, divertido, murmuraba:

—Eres mi esposa y como tal te tomaré, lo quieras tú o no. Asustada, la joven se levantó con premura y lo miró con el cejo fruncido.

—Niall, no me hagas hacer algo que no quiero y de lo que sé que mañana me arrepentiré —le advirtió—. Si me pones un dedo encima, te prometo que yo te pongo la daga entera.

Él se carcajeó, e instantes después, se oyeron las risotadas del exterior. Y antes de que ella pudiera esquivarlo, la agarró por la cintura e intentó darle un beso. En ese envite, Gillian, sin proponérselo, le clavó la daga en el brazo. Pero al sentir cómo ésta entraba en la carne, gritó.

Aquel grito desgarrador hizo que los guerreros vociferaran y brindaran, mientras Niall, incrédulo, se miraba la herida.

—¡Niall! ¡Oh, Niall! Quítate la camisa… ¡Oh, Dios…! ¡Oh, Dios! —gritó Gillian, buscando con qué curarle.

Megan y Shelma se rieron, mientras Lolach le daba un golpe en la espalda a Duncan, que, sorprendido, sonrió.

Niall, sin quitarle el ojo de encima a su histérica mujer, que no paraba de gritar, se despojó de la camisa, sin importarle la sangre que corría por su brazo.

—¡Oh, Dios!, ¡qué grande…, qué grandeeeeeeeeeee! —gritó, trastornada, al ver la herida que le había hecho.

—No me toques —siseó, furioso. Aquella bruja le había herido y eso lo enfadó.

—No me digas eso. ¡Déjame tocarte! Déjame que te lave, que…

—He dicho que no me toques, Gillian.

Compungida, susurró:

—¡Oh, Diossssssssss…!, si es que todo lo hago mal. Tras revolver en uno de los arcones, Gillian rasgó con furia un trozo de tela, pero cuando fue a ponérselo en el brazo, él, con gesto tosco, la rechazó, le quitó la tela de las manos y él mismo se curó. Perturbada por lo que había hecho, fue tras él y, arrepentida como nunca en su vida, le susurró:

—Niall, lo siento… —E intentando ayudarlo, dijo—: Por favor…, por favor…, por favor, no te muevas; deja que yo continúe. Yo lo hago mejor… Deja que yo…

—No, déjame a mí, mujer —bramó él—. Tú estate quietecita. Shelma y Megan se miraron, incrédulas. ¡Vaya…, qué fogosa era Gillian! —¡Ay, Dios, Niall! Yo…, yo sólo quería…

—Sé muy bien lo que tú querías —vociferó él.

—No, no puedes saberlo.

—Sí, lo sé.

—Nooooooooooo.

Molesta por lo cerril que se había puesto Niall, y sintiéndose culpable por haberle herido, gritó:

—¡Oh, Niall!, ¡maldita sea! ¿Quieres parar y dejar que sea yo quien lo haga? Sé hacerlo muy bien. Te lo prometo.

Alejándose de ella y cada vez más molesto por su insistencia, siseó:

—Que no, que te estés quieta, que tú ya has hecho bastante. Pero Gillian no cedió.

—Por favor, Niall —le pidió, dulcificando el tono—, prometo hacerlo con delicadeza. Te aseguro que tendré cuidado. Por favor…, por favor…, déjame.

En ese momento, se oyó una voz desde el exterior que gritó por encima de todas:

—Mi señor…, dejad que lo haga ella y disfrutad, que su mujer parece fogosa. Al oír aquello, ambos se miraron al mismo tiempo. Niall sonrió y, para deleite de sus hombres, gritó ante la cara de pasmo de ella:

—¡Oh, sí, Gillian! Hazlo… Sigue tú. ¡Eres cautivadora!

—No grites, Niall, por el amor de Dios —murmuró, avergonzada.

—Sigue, Gillian… sigue —insistió él, disfrutando de la situación. Los hombres, enloquecidos, volvieron a gritar, mientras se felicitaban unos a otros ante las caras de incredulidad de Megan y Shelma.

—¡Ay, Dios!… —suspiró Gillian, roja como un tomate, al oír los gritos de los hombres.

Pero sin que pudiera evitarlo, y sorprendiendo a su marido, se llevó la mano a la boca, se dejó caer al suelo y comenzó a reír.

Los hombres que rodeaban la tienda, contentos con lo que habían oído, comenzaron a dispersarse, y Megan y Shelma se fueron con sus maridos a sus respectivas tiendas, dispuestas a pasárselo tan bien como se lo estaba pasando su amiga Gillian.

Niall no daba crédito a lo que había ocurrido, y al ver a Gillian revolcarse por el suelo muerta de risa, se dejó caer junto a ella y ambos rieron como llevaban tiempo sin hacer.

—¡Ay, Niall! —dijo Gillian, tumbada en el suelo—. Esto es lo más divertido que me ha ocurrido en la vida.

El
highlander
, con el estómago dolorido de tanto reír, se olvidó de su corte y asintió. Durante un buen rato compartieron risas y miradas cómplices, hasta que ella recordó lo que le había hecho y se sentó en el suelo.

—Dame tu brazo herido.

—¿Para qué?

—Dámelo.

Niall, sin ganas de enfadarse, pero aún tumbado en el suelo, extendió el brazo, y Gillian con rapidez revisó la herida.

—Maldita sea, ¿por qué te habré hecho esto? Poniéndose el otro brazo debajo de la cabeza, Niall suspiró. —Quizá porque eres una salvaje.

Clavando sus claros ojos en él, la mujer levantó una ceja, pero rápidamente Niall dijo con una encantadora sonrisa:

—Es broma…, es broma. Me lo has hecho sin querer. Lo sé; no te preocupes. Con delicadeza, ella le lavó la herida, y tras ver que era más superficial que lo que en un principio había creído, suspiró, aliviada.

—Me congratula decirte que de ésta no morirás.

—Bien. Me alegra saber que no te voy a dejar. Gillian, hechizada por el momento, la luz de las velas y la quietud de la noche, se inclinó hacia él y lo besó. Llevaba días anhelando aquello, pero no se había atrevido. Sólo disfrutaba de sus besos cuando estaban ante la gente y él le exigía que lo besara. Pero aquella noche no. Aquella noche fue ella quien tomó la iniciativa, y mordisqueándole primero el labio inferior, le hizo abrir la boca y lo devoró.

Con el corazón avivado por la impulsividad de ella, Niall se dejó besar. Aquello era lo mejor que le había pasado en los últimos días y estaba dispuesto a disfrutarlo. Gillian, sorprendida por su atrevimiento, cada vez más caliente y con el corazón al galope, se tumbó encima de él.

—Gillian, creo que…

—¡Chist…, calla! —la interrumpió con un tono de voz ronco y sensual. No quería pensar. Sólo quería estar así, mientras presa de una agitación ardorosa sentía cómo el centro de su feminidad se humedecía anhelando algo que le pertenecía. Enloquecido por el momento, Niall respiraba agitado, con la mirada cada vez más encendida por la lujuria. Aquella que encima de él se contoneaba y apretaba su sexo contra él era su Gillian, su Gata, mientras la sangre le ardía anhelando su contacto.

Sin nada que perder, ella le cogió las manos y se las puso alrededor de la cintura. Entonces, él se percató de que sólo llevaba la fina camisola de dormir y unas ligeras calzas a modo de ropa interior. Abducido por la lujuria, metió sus manos por debajo de la prenda. Era exquisita y tentadora. Subió la mano con delicadeza por la suave espalda, y ella gimió cerca de su oído. Con las retinas oscurecidas por el deseo, Niall rodó con ella por la tienda hasta dejarla debajo de él, y apoyándose en los codos para no aplastarla, le susurró entre jadeos:

—Te arrancaría la ropa y te haría mía aquí y ahora.

—Hazlo —lo invitó con vehemencia—. Soy tuya. Aquella invitación tensó aún más la entrepierna de Niall. Deseaba como nunca hacerle el amor. Deseaba desnudarla, deseaba lamer cada rincón de su Gata hasta que cayera rendida ante él, ante su marido. Deseaba oírla gemir, mientras la penetraba con pasión una y otra vez, mirándola a los ojos; pero aquél no era el lugar. Ella se había rendido y se había entregado sin que él le hubiera exigido nada, y deseó aprovecharlo; pero algo dentro de él le gritaba que no lo hiciera.

Envalentonada, Gillian levantó una de sus manos, le tocó la frente y le retiró el pelo de la cara mientras lo miraba con la respiración acelerada como si fuera la primera vez en su vida que lo veía. «¡Oh, Dios!, es tan atractivo…». Pensar que otra pudiera besar aquellos labios o tocarle le hizo sentir una punzada en el corazón.

—Voy a besarte —murmuró Niall con la voz entrecortada. Ella asintió; no deseaba otra cosa. Cerró los ojos, y él la devoró. Le mordió los labios, jugueteó con su lengua, mientras sus manos vagaban por aquel cuerpo que bajo él vibraba pidiéndole más. Sin dejarle pensar, ella comenzó a pasar sus manos por aquella fabulosa y musculosa espalda, mientras instintivamente se abría de piernas bajo él hasta quedar colocada de tal manera que Niall sintió el calor que su sexo desprendía por él.

Ser consciente de que podía rasgar las finas calzas que llevaba para entrar en ella lo hizo temblar. Y cuando Gillian sintió la dura erección, sin aliento, gimió:

—¡Oh, Dios!

A cada momento más enloquecido, la apretó contra su sexo y, al oírla jadear, sonrió. Durante unos segundos, se miraron fijamente, con las respiraciones acompasadas, y él lo volvió a hacer. Movió sus caderas con un movimiento rotativo sobre ella que la hizo jadear de nuevo.

—Sigue… —imploró ella.

—¿Estás segura, Gillian?

—Sí…

Él volvió a mover sus caderas, y ella repitió:

—Sí.

Niall la miró con una ternura que la dejó exhausta, mientras sentía que su piel abrasaba como si la estuvieran metiendo directamente en una fragua. No tenía miedo a lo que él le pudiera hacer. Lo deseaba. Deseaba enfrentarse a Niall cuerpo a cuerpo, como el día en que luchó contra él en el campo.

Chispas de fuego saltaron entre ellos cuando Niall volvió a apretar y ella jadeó de nuevo. Y cuando notó que él metía sus manos bajo las calzas para tocarle los rubios rizos, si no hubiera sido porque él tomó su boca, habría chillado de excitación.

Duro como una piedra, continuó su exploración hasta llevar sus dedos al centro del deseo de ella. Ardía. Mirándola a los ojos, le abrió con delicadeza los pliegues de su sexo y vibró al sentir en ella exaltación, delirio, fogosidad y deseo.

—¡Oh, sí, Niall!

—Me estás volviendo loco, cariño.

Con una sonrisa ponzoñosa por aquel apelativo tan afectuoso, murmuró:

—Siempre me ha gustado volverte loco, ¿lo has olvidado?

—¿Ah, sí? —rió él.

—Sí —jadeó, arqueándose.

—Hoy te voy a volver loca yo a ti —le dijo, enloquecido por su entrega y por cómo ella se movía debajo de él.

Gillian, deseosa de que así fuera, abrió más las piernas para facilitarle las cosas. Sentir las manos abrasadoras de Niall en aquel lugar tan íntimo, mientras le volvía a devorar la boca con pasión, hizo que la lujuria de ella explotara al sentir cómo primero él introducía un dedo y luego dos, y comenzaba a moverlos en su interior.

Niall disfrutaba viéndola gemir y arquearse para él, en busca una y otra vez de sus íntimas caricias, hasta que notó cómo el cuerpo de ella comenzaba a temblar hasta llegar al clímax.

—Eres preciosa, cariño —susurró, besándola con pasión mientras ella temblaba. Con toda la ternura la acurrucó junto a él. Necesitaba sentirla cerca para aliviar la dureza que en su entrepierna protestaba por no haber sido invitada a aquel lujurioso baile de jadeos y gemidos. Cuando Gillian quiso hablar, él no la dejó. Le puso un dedo en los labios y, tras besarla en la frente, la obligó a callar, hasta que, rendida, se durmió.

Al amanecer, Niall la miraba, consciente de que aquel ataque pasional de su mujer había derribado parte de su fortaleza. Ahora la deseaba más que antes y eso le nublaba la razón. Lo ocurrido no había sido un triunfo para él, al revés. Su preciosa y guerrera mujer había conseguido llegar de nuevo a su dolido corazón y si no paraba a tiempo aquel ataque, sabía que tarde o temprano lo lamentaría.

Capítulo 23

Aquella mañana, cuando salieron de la tienda para continuar el camino, ni se miraron, ni se dirigieron la palabra, mientras todos los felicitaban con una sonrisa socarrona, sin ser conscientes de lo que había pasado entre ellos dos. Cuando Gillian vio a Megan y Shelma, pensó en contarles la verdad, pero ellas comenzaron a relatarle su noche de pasión con sus esposos, y decidió callar.

Ya en camino, cada vez que Gillian cerraba los ojos y pensaba en lo que había ocurrido esa noche, se excitaba. ¿La había llamado cariño, o sólo lo había imaginado? Recordar que Niall la había tocado en aquel lugar tan íntimo la volvía a calentar. Eso le preocupó. No podía estar todo el día pensando en lo que había hecho, ni deseando que le volviera a suceder otra vez.

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