Read Como detectar mentiras en los niños Online

Authors: Paul Ekman

Tags: #Ensayo, Psicología

Como detectar mentiras en los niños (6 page)

Le había preguntado a Eve si le había gustado el bocadillo de atún que le había preparado para el almuerzo. Dijo que estaba bien, pero que no era tan bueno como el de su amiga Martha. Martha se había comido un atún entero, no solamente un bocadillo. Yo expresé mis dudas. Mirándome con una astuta sonrisa, Eve dijo: «De verdad que tenía un atún entero en su bocadillo, papi.»

«Vamos, Eve», repliqué. «No era un pescado entero. Un atún entero no cabría en el bocadillo.»

«Sí que lo era», insistió. «Yo lo vi.»

«Eve, me estás mintiendo», dije, mi voz ahora un poco más alta. Su intento estaba empezando a funcionar.

«No estoy mintiendo, papa, estoy bromeando.»

«¿Y cuál es la diferencia?», pregunté.

«Cuando te gasto una broma, después te digo que no es verdad.»

Me impresionó la capacidad de Eve de hacer tal distinción. Sus bromas, que sigue practicando con gran destreza a la edad de ocho años, a veces cuelan. Esto le encanta, porque el hecho de poder engañarme nos demuestra tanto a ella como a mí su poder sobre mí.

Según mi definición de mentira -engañar a otra persona deliberadamente-, el esconder la verdad es tan mentira como decir algo falso, especialmente si la persona a quien se oculta información esperaba recibirla sin tener que pedirla.

Las mentiras graves, como he explicado, son distintas a las mentirijillas o a las mentiras piadosas, las buenas maneras, el tacto, la broma, el alarde o la exageración. Decir la verdad no es lo mismo que ser un chivato.

Algunas mentiras, como también he sugerido, puede que no sean incorrectas, y el decir la verdad algunas veces puede resultar perjudicial. Sé que al expresarlo con esta sencillez puedo ofender a algunas personas, pero debemos recordar que aunque la mayor parte de mentiras son perjudiciales, existen excepciones. Puede que la mentira sea la única manera de proteger a otra persona de un daño. Puede que la mentira sea la única manera de reclamar intimidad cuando otras personas nos invaden el territorio. Puede que la mentira esté motivada por la lealtad, y a veces el conservar esa lealtad es más importante que cualquier impulso de decir la verdad. Las mentiras que se cuentan porque el receptor de la mentira supuestamente quiere ser engañado a veces tampoco son graves ni perjudiciales. Existen situaciones, por supuesto, en que el mentiroso puede preferir pensar que el otro quiere ser engañado cuando ése no es precisamente el caso.

El hecho de decir la verdad a veces puede resultar desagradable o cruel. A veces es el rencor el que motiva a ser un delator. La franqueza en ocasiones puede ser brutal. Nos reímos cuando el niño pequeño alguna vez dice lo que todo el mundo sabe, pero que no es de buena educación mencionar. El ejemplo clásico es el cuento infantil del niño que gritó que el emperador no llevaba nada encima: ¡estaba desnudo! Los adolescentes pueden resultar muy poco graciosos cuando hacen comentarios reales pero desagradables sobre algún hábito extraño o un infortunado defecto en el aspecto de un padre o una madre.

Para resumir, existen muchos motivos para mentir:

  • Evitar ser castigado.
  • Conseguir algo que no se podría conseguir de otra manera.
  • Proteger a los amigos de problemas.
  • Protegerse a uno mismo o a otra persona de algún daño.
  • Ganarse la admiración o el interés de otros.
  • Evitar crear una situación social embarazosa.
  • Evitar la vergüenza.
  • Mantener la intimidad.
  • Demostrar el propio poder sobre una autoridad.

Estas no son las únicas razones para mentir, pero sí son las más comunes mencionadas por los niños, padres, profesores y expertos que han estudiado o especulado sobre el porqué mienten los niños. Ninguna de estas razones para mentir es exclusiva del mundo infantil; también motivan las mentiras de los adultos. No obstante, algunos de los motivos se vuelven más importantes que otros en niños de más edad.

Aunque existen diversos motivos, hay una gran variedad de razones por las cuales algunos niños desarrollan una propensión mayor a mentir que otros. Una parte está relacionada con la personalidad del niño. Otra tiene que ver con el entorno en que el niño se desarrolla. Y otra parte tiene relación con la edad.

2.
Por qué unos niños mienten más que otros

A la una de la tarde Jerry, un chico de quinto de once años de edad, de Chicago, se convirtió en parte del mayor estudio científico mundial sobre el tema del engaño, la mentira y el robo. Participaron él y casi once mil niños más de diecinueve escuelas. La mayoría estaban entre quinto y octavo curso, aunque habían algunos entre noveno y duodécimo. Fueron tentados a hacer trampa en los exámenes, en las actuaciones atléticas y en juegos colectivos. Otros tuvieron también la posibilidad de robar dinero.

En total había treinta y dos situaciones diferentes en las cuales los niños podían actuar de manera hornada o deshonrosa. La mayoría de niños invirtieron unas cuatro horas en el estudio, tiempo suficiente para ceder o resistir a unas cuantas tentaciones. A algunos se les preguntó si habían engañado. Unos confesaron, otros mintieron. Los doctores Hugh Hartshorne y Mark May, los psicólogos que dirigieron este clásico estudio, también investigaron sobre los padres y el ambiente familiar de algunos de estos niños.

Este memorable estudio fue patrocinado por el Teachers College de la Universidad de Columbia, en colaboración con el Instituto de Educación Social y Religiosa. La información recogida fue masiva, y ningún estudio científico sobre la mentira o el engaño ha tenido desde entonces el mismo alcance o envergadura. Lo sorprendente es que este gigantesco estudio fue llevado a cabo ¡a mitad de los años veinte! Incluso más sorprendente es que hace tanto tiempo se hiciera tanto trabajo y tan bien hecho. Los resultados fueron descritos, en profundidad y con gran detalle técnico, en dos libros publicados en 1928. Sospecho que por ello la obra no tuvo la repercusión que debería de haber tenido. Hay mucho material para digerir. (Los pros y los contras de este fascinante estudio se discuten al final del presente libro).

Gran parte de lo que explicaré sobre por qué unos niños mienten más que otros fue descubierto por los pioneros doctores Hartshorne y May. Presto más atención a aquellos hallazgos que han sido corroborados por investigaciones más recientes. Se apuntaron algunos temas que nadie prosiguió después, y solamente sabemos aquello que ellos descubrieron, hace ya sesenta años. También hay algunos puntos que los doctores Hartshorne y May no contemplaron y que yo trataré.

Lo más interesante de su estudio son las diferencias que encontraron entre los niños que no engañaron y aquellos que engañaron y lo negaron cuando se les preguntó. Se formularon dos preguntas. En primer lugar: ¿qué distingue a esos niños que no mienten ni engañan de los que sí lo hacen? Para poder contestar a eso, me he concentrado en tres características del niño: inteligencia, inadaptación y personalidad. También tengo en cuenta las influencias externas: padres, amigos y ambiente familiar. Queda claro que todos estos factores tienen su importancia. La segunda pregunta es: si mi hijo miente, ¿significa eso que él o ella podrá tener problemas graves más adelante en su vida? Es una buena pregunta. Antes de poderla responder, debemos regresar al estudio de Hartshorne y May. (En el siguiente relato, los nombres son ficticios pero todo lo demás es real, incluyendo las citas directas).

Cuando el profesor de Jerry salió de clase, una mujer que se presentó ella misma como la señora Norman, quedó al frente de la clase. Dijo: «Hoy vamos a hacer algunos exámenes. Cuando distribuya los papeles, los explicaré bien. ¿Tenéis todos un lápiz bien afilado y una goma? ¿Tenéis un papel para utilizar como borrador? Este examen se compone de algunos problemas aritméticos. Os voy a dar una hoja de respuestas con cada examen para que podáis corregirlos vosotros mismos. La hoja de respuestas es la que está mecanografiada. Guardadla debajo de la hoja de examen y fuera de la vista hasta que hayáis terminado»
[1]
.

Jerry abrió el cuadernillo. La primera pregunta era: «¿Cuántos huevos se necesitan para hacer 3 pasteles si utilizas 2 huevos para cada pastel?». Él hizo el cálculo y anotó la respuesta. «Quizá debería comprobar si lo he hecho bien», pensó. Echó una ojeada a la hoja de respuestas que tenía debajo. Su respuesta era correcta.

La siguiente pregunta era más difícil: «18 es igual a qué porcentaje de 40?». Jerry no estaba tan seguro de cómo resolver ésta. Dudó un momento, después miró la hoja de respuestas y anotó la solución correcta.

Después de eso, cada vez que Jerry no estaba seguro, consultaba la hoja de respuestas.

La señora Norman recogió el examen de aritmética. En la prueba siguiente, Jerry tenía que pensar en las palabras que completaban una frase, como por ejemplo: «El pobrecito _____ tiene ____ nada ____ que ____; tiene hambre». Esta vez la señora Norman no dio ninguna hoja de respuestas con el examen. La tentación vino después. Tras unos veinte minutos, la señora Norman dijo: «Deteneos y corregid vuestros exámenes. Ésta es la hoja de respuestas. Ahí tenéis la respuesta correcta a cada pregunta. Poned una
C
después de cada respuesta correcta y una
X
después de las incorrectas. No pongáis nota a las que hayáis dejado en blanco. Contad las
C
. Ésa será vuestra nota final. Anotad este número en la esquina superior derecha de la página frontal.

Al ir corrigiendo el examen, Jerry cambió algunas de sus respuestas. El siguiente examen era uno de cultura general y, al igual que con el de completar frases, la señora Norman dio la hoja de respuestas para que los niños pudieran corregir su propio examen. Jerry también hizo trampa. En el último de los exámenes, la oportunidad de engañar era un poco diferente. «En el examen de conocimiento de palabras», explicó la señora Norman, «tenéis que explicar el significado de algunas palabras. Deberéis llevaros el examen a casa y hacerlo como parte de vuestros deberes. Hacedlo solos, sin que os ayude nadie; tampoco podéis consultar el diccionario. Hacedlo hoy y traedlo mañana. No busquéis ninguna ayuda.»

Unos días más tarde, la señora Norman volvió a la clase de Jerry. De nuevo distribuyó unos exámenes muy similares a los que había hecho antes el grupo. Aunque se trataba de temas de aritmética, de completar palabras, de cultura general y de conocimiento de palabras, las preguntas eran todas diferentes. Esta vez no había hojas de respuesta, exámenes para llevar a casa, ni ninguna posibilidad para que Jerry pudiera hacer trampa. En esta ocasión los exámenes medían lo que Jerry sabía de verdad. Al comparar las puntuaciones de los dos exámenes, los doctores Hartshorne y May sabían quién había hecho trampas. Jerry hizo los exámenes tan mal la segunda vez que no se podía tratar simplemente de un mal día. Ni se podía tratar de diferencias entre las dos formas de examen. Al comparar los resultados de la primera batería de exámenes con la segunda, los doctores vieron qué niños habían engañado.

Aunque los científicos sabían quién había hecho trampa, los tramposos no sabían que los científicos lo sabían. Una semana más tarde, el profesor de Jerry pasó un cuestionario. Las primeras preguntas eran bastante inocentes:

¿Te gustan los perros?

¿Te sientes normalmente feliz?

¿Te sientes descansado por la mañana?

Después vinieron las preguntas diseñadas para ver si los tramposos iban a mentir sobre ello:

¿Recuerdas haber hecho unos exámenes hace poco tiempo, que pasó una persona que no era tu profesor?

¿Recuerdas haberte llevado uno de esos exámenes a casa para hacerlo como deberes?

¿Realmente lo hiciste solo, sin ninguna ayuda?

¿Si buscaste ayuda, fue de alguna persona?

¿O quizá de un libro o diccionario?

¿Habías comprendido entonces que se trataba de no buscar ayuda al hacer el examen?

En algunos de esos exámenes tenías una clave para corregirlo tú mismo. ¿Copiaste alguna respuesta de esa hoja?

El 44 por ciento de los niños hicieron trampa en los exámenes. Las cifras variaban, desde menos del 20 por ciento hasta más del 50 por ciento, dependiendo del aula, de la escuela y de la edad, sexo y raza de los niños. Estas cifras probablemente son cautas, porque los niños que copiaron en solamente una o dos preguntas seguro que no pudieron ser detectados. La gran mayoría de ese 44 por ciento mintió cuando le hicieron la pregunta sobre si habían hecho trampa. En todos los cursos más de la mitad —normalmente más del 80 por ciento— de los niños que habían hecho trampa también mintieron. Pero un 20 por ciento de los niños que habían engañado no mintieron después, sino que confesaron, y también había otros que no habían hecho trampa.

La cuestión para nosotros es: ¿por qué algunos niños fueron honrados y no hicieron trampa, mientras que otros lo hicieron y después mintieron, negando su engaño? ¿Qué diferencia existe entre niños mentirosos y niños sinceros?

Para responder a estas cuestiones, los doctores Hartshorne y May escogieron dos grupos de los miles de niños que habían pasado esos exámenes. Ambos representaban a diferentes cursos y escuelas, y ambos tenían el mismo número de niños que de niñas. Los ochenta niños que no hicieron trampa en ninguno de los exámenes fueron identificados como el grupo honrado. Se les comparó con noventa niños que sí habían hecho trampa y después lo habían negado. Al visitar los hogares de gran parte de estos niños, los científicos entrevistaron a los padres y observaron su relación con sus hijos.

La cuestión que yo me planteaba sobre el estudio de Hartshorne y May era: ¿eran distintos los niños que mintieron de los que no lo hicieron? La respuesta, descubrí, era sí y no. Los mentirosos tenían más desventajas —Hartshorne y May las llamaron «hándicaps»— en sus relaciones familiares, en su entorno y en sus características personales.

Aunque importantes, las diferencias entre los niños mentirosos y los sinceros no eran enormes. Había algunos mentirosos que tenían muy pocos hándicaps, no más que la mayoría de niños sinceros. Pero algunos de los sinceros tenían tantos hándicaps como la mayoría de mentirosos. Aunque se midieron veinticuatro handicaps diferentes —desde la mala adaptación del niño hasta el nivel de ingresos de los padres—, los resultados muestran que estos hándicaps no explican por completo si un niño miente o no y por qué.

Other books

Almost An Angel by Judith Arnold
Breakwater by Carla Neggers
Hannibal Rising by Thomas Harris
Taking Command by KyAnn Waters & Grad Stone
Kiss the Morning Star by Elissa Janine Hoole
Atlantis in Peril by T. A. Barron
In Dark Waters by Mary Burton


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024