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Authors: Paul Ekman

Tags: #Ensayo, Psicología

Como detectar mentiras en los niños (2 page)

Mientras escribo esto —más de dos años después del incidente— por primera vez confiamos en Tom para que pase la noche solo. Ya es algo más mayor y hemos hablado del incidente en muchas ocasiones. Siempre que ha surgido algo sobre lo que pudiera haber estado tentado de mentirnos, he ido con mucho cuidado planteándole cuestiones de manera que se animara a decir la verdad. No: «¿Quién rompió el jarrón?» o: «¿Rompiste tú el jarrón?» sino: «No deberíamos haber guardado ese jarrón en un lugar tan vulnerable; era fácil darle un golpe y que se rompiera. ¿Fuiste tú o tu hermana?».

Me he esforzado en hacerle comprender por qué no debería celebrar fiestas secretas, por qué es importante que haya adultos presentes en un grupo de niños. A veces le recuerdo un incidente que ocurrió hará unos seis meses. Tom recibió la visita de un grupo de amigos un sábado por la tarde, Mary Ann y yo teníamos que ir de compras y nos llevamos a nuestra hija Eve, y dejamos a Tom y sus amigos solos jugando a ping-pong y viendo la televisión.

Llegamos a casa unas horas después, abrimos la puerta delantera y nos invadió un olor a gas. El piso de arriba estaba lleno de un gas tóxico y peligroso. Tras abrir rápidamente todas las puertas y ventanas y hacer que todos salieran de casa, descubrimos que Tom y sus amigos habían estado tostando malvaviscos en la chimenea. No sabían que hay que abrir el cañón de la chimenea para dejar escapar el gas y el dióxido de carbono; solamente sabían que hay que hacerlo para encender el tronco calentador de gas. Un error inocente, pero que hubiera podido tener graves consecuencias.

Creo que este incidente convenció a Tom de lo fácil que es que un grupo de niños que juegan solos se meta en líos, y por qué es importante que haya algún padre por allí. Antes de dejar que Tom se quedara solo en casa de noche, me aseguré de que comprendiera que ésta era una prueba importante para ver si podíamos confiar de nuevo en él. Sin que tuviera que decírselo, él también sabía que si defraudaba nuestra confianza una vez más, no tendría otra oportunidad.

Las mentiras son uno de los temas cruciales de la vida familiar. Imagínese lo complicado y penoso que sería si nunca pudiéramos confiar en lo que la gente nos dice. Resultaría imposible si tuviéramos que comprobar y verificar todo lo que nos cuentan. Debemos confiar en lo que la gente nos dice; esto es, hasta que descubrimos una mentira. Entonces aprendemos a no confiar. Ese conocimiento puede causar estragos en las relaciones íntimas. ¿Qué pasaría si siempre tuviéramos que preocuparnos por la verdad de todos los comentarios que nos hace nuestro hijo, amigo o cónyuge? «Esta noche llegaré tarde, tengo que quedarme a hacer un trabajo en la oficina.» (¿Estará él o ella teniendo un lío con alguien de la oficina?) «He terminado los deberes.» (¿Es cierto o es que es la hora del «Show de Bill Cosby»?)

No es que todo el mundo diga siempre la verdad, o que siempre tengamos la necesidad de saberlo. La buena educación a menudo requiere un poco de invención. «Ha sido una comida deliciosa, pero me siento demasiado lleno para repetir», dice el invitado cuando la anfitriona no es muy buena cocinera. «Sentimos no poder venir, es que no hemos podido conseguir una canguro», se disculpan los vecinos cuando la auténtica razón es que quieren evitar lo que creen va a ser una aburrida velada. El tacto suele precisar evasivas, adornos y a veces decir algo que es totalmente falso.

El difunto profesor Erving Goffman, uno de los sociólogos americanos punteros, consideraba la totalidad de la vida social como una actuación en la que todos interpretamos los papeles que se esperan de nosotros. Según su punto de vista, nadie dice nunca la verdad, y no es la verdad lo que importa. Lo que importa es que sigamos las reglas de la vida social, en su mayor parte no escritas. Estoy de acuerdo con el profesor Goffman. Alguien puede demostrar que le importamos no diciendo la verdad, para evitar herir nuestros sentimientos. A veces el mensaje falso es el que nos hace saber lo que alguien va a hacer. Cuando le pregunto a mi secretaria: «¿Cómo estás?» por la manaña, realmente no quiero saber que se siente desgraciada porque ha tenido una pelea horrible con su hijo. Quiero saber que podrá hacer bien su trabajo, lo cual me asegura cuando miente y me dice: «Bien».

Hay excepciones, ejemplos en los cuales alguien no está simplemente interpretando un rol social sino mintiendo descaradamente, momentos en que uno esperaba que se le dijera la verdad y ello no ocurre. Si hubiéramos sabido que la persona nos iba a mentir, habríamos actuado de manera diferente, hecho otros planes, evaluado a la persona de otra manera. Lo que esa persona gana o pierde al mentir no resulta trivial ni para ti ni para ella. Lo que está en juego es muy importante. Cuando se descubre una mentira así, nos sentimos heridos. Duele. Nuestra confianza se ve traicionada. El profesor Goffman las llamaba «mentiras descaradas».

Las mentiras descaradas traicionan y corroen la intimidad. Generan desconfianza y pueden destruir una relación íntima. Los padres no pueden cumplir adecuadamente con su papel de proteger, aconsejar y guiar a sus hijos si disponen de información incorrecta o falsa. Y sin embargo, todos sabemos que a veces nuestros hijos nos mienten. Después de todo, muchos de nosotros podemos recordar cómo mentíamos a nuestros padres cuando éramos pequeños. ¿Qué debemos hacer como padres? ¿Cómo podemos conservar la confianza y generar sinceridad sin resultar invasores y dejar a nuestros hijos su intimidad y autonomía mientras crecen? No queremos convertir cada mentira en un caso federal, pero tampoco queremos animarles a mentir dejándola pasar. No queremos ser un blanco tan fácil que nuestro hijo se vea tentado a mentir, pero tampoco queremos ser tan desconfiados que sospechemos de nuestros hijos cuando deberíamos confiar en ellos.

Éstas son cuestiones difíciles que no tienen una respuesta fácil. A pesar del importante papel que juega la mentira, muy pocas personas se han puesto a pensar seriamente en su naturaleza. Pocas personas han pensado mucho sobre la mentira y el por qué y el cuándo mienten. La mayoría de nosotros mentimos con más frecuencia de la que pensamos y pensamos aún menos en qué influencia pueden tener estas mentiras sobre nuestros hijos. La mayoría de padres descubre que no están preparados cuando se enfrentan con la primera mentira grave de su hijo.

He estado estudiando profesionalmente la mentira desde hace más de veinte años, pero no resultó fácil trabajar con ello como padre. He estudiado o pensado en las mentiras entre médico y paciente, marido y mujer, solicitante de trabajo y empresario, delincuente y policía, juez y testigo, espía y contraespía, político y votante, pero sólo desde hace poco entre padres e hijos. Mi estudio previo sobre las mentiras se centraba en encontrar los indicios del engaño, señales reveladoras en la cara, el cuerpo o la voz que descubren al mentiroso. Basándome en el cuidadoso análisis de miles de horas de grabaciones en vídeo de entrevistas con adultos, desarrollé una teoría para explicar cómo difieren las mentiras, por qué algunas fracasan mientras que otras tienen éxito, y si el mentir es siempre malo.

Mi interés por las mentiras infantiles se despertó tras la publicación Delling Lies. En programas radiofónicos y televisivos de promoción del libro, me vi frente a una multitud de cuestiones que me planteaban los padres y para las cuales tenía muy pocas respuestas útiles. Eran preguntas apremiantes y la intensidad emocional de las voces de los padres indicaba una profunda preocupación y una frustración aún más profunda. Sus preguntas eran como las que empezaba a encontrarme en la relación con mis propios hijos, y tras mi primera experiencia de un tropiezo en directo, me fui a la biblioteca y consulté todos los libros populares sobre cómo ser padres. Para mi sorpresa, no encontré más de una página o dos sobre las mentiras. No pude encontrar ningún libro que tratara específicamente de los niños y las mentiras, ni ninguno escrito para científicos o el público en general que no tuviera como mínimo cincuenta años.

Existe algún material más sobre las mentiras infantiles en las publicaciones técnicas científicas, pero dada la importancia del tema en la vida familiar, tampoco es tanto. Leyendo esa literatura encontré algunas respuestas, pero nadie las había recopilado para que pudieran servir de guía a los padres.

Para llenar algunos de los huecos, mi colega, la doctora Maureen O'Sullivan, catedrática de psicología de la Universidad de San Francisco, y yo, entrevistamos a unos sesenta y cinco niños de una escuela local. También entrevisté a más de cincuenta padres y a casi todos mis amigos y colegas que tienen hijos.

La mayor parte de los estudios sobre las mentiras infantiles se han basado en lo que dicen los padres y los profesores. Yo quería descubrir qué opinan los niños. En especial, quería preguntarles: «¿Por qué mientes?». Quería plantearles algunos dilemas morales sobre el tema de la mentira y ver si habían pensado en ellos. Quería descubrir su actitud con respecto a mentir para proteger a otra persona, a mentir por lealtad a los suyos. También quería descubrir a qué edad pensaban que podían salirse con la suya con sus mentiras.

El hablar con los niños individualmente resultó divertido. Para la mayoría, su primera reacción fue de sorpresa. Nadie les había pedido que hablaran sobre la mentira en un contexto en que se les garantizaba el anonimato y también que no habrían represalias. No obstante, aunque les aseguré que nadie sabría quiénes eran (utilizando un ordenador portátil les mostraba cómo sus datos quedaban archivados por un número, no por el nombre), todavía no puedo estar totalmente seguro de que sus respuestas no fueran censuradas. No obstante, fueron relativamente abiertos si consideramos que estaban hablando con un adulto de algo por lo que podrían ser castigados si se lo dijeran a sus padres.

Ése no fue mi primer encuentro con los niños como sujetos. He sido psicólogo escolar y también psicoterapeuta de niños neuróticos y esquizofrénicos. En 1967 entrevisté a niños en Nueva Guinea mientras investigaba la universalidad de las expresiones faciales. A principios de los años setenta fui uno de la docena de científicos sociales a los que el U.S. Surgeon General encargó un estudio de un año sobre los efectos de la violencia televisiva sobre los niños.

Para escribir este libro me he basado en más de veinte años de investigación sobre el tema de las mentiras; en mi análisis, integración y síntesis de los escritos científicos que he podido encontrar; en nuestras entrevistas, que llenaron huecos y aportaron un valioso material para consideraciones adicionales; y en mi experiencia como padre. Este libro es para los que también son padres. También es para mis compañeros científicos, quienes espero se sientan motivados para investigar más sobre los niños y las mentiras.

Éste es un libro familiar, escrito para las familias por una familia. Cada miembro de nuestra familia ha contribuido a él. Somos en muchos aspectos una familia típica; en otros no lo somos tanto.

Mary Ann Mason Ekman y yo somos dos padres que trabajan, ella está en la cuarentena y yo en la cincuentena. Para ambos, no es nuestro primer matrimonio. El padre de Tom murió cuando él tenía ocho años, dos años después de que Mary Ann y yo nos casáramos. Ese mismo año nació nuestra hija Eve. Ahora tiene ocho años.

Nuestra vida es agitada, típica de muchas familias. Como tenemos más edad, nuestras carreras son más estables, estamos más tranquilos y no tan preocupados con nuestro trabajo y nos encontramos en un punto de nuestras vidas en que podemos dedicar más tiempo a nuestros hijos. Tanto Mary Ann como yo hemos pasado por las tormentas personales, culturales y políticas de la juventud y hemos regresado a unos valores bastante tradicionales. La familia es nuestro principal compromiso; el trabajo el segundo. Raramente trabajamos de noche, y casi nunca en fin de semana. Compartimos bastante por igual el cuidado de los hijos. Al educar dos hijos con ella, a menudo he confiado en el criterio de Mary Ann. No siempre ha estado acertada (¿y quién puede estarlo?), pero siempre trata los temas desde una perspectiva muy meditada.

En términos de disciplina, nuestros estilos se podrían definir como complementarios. Mary Ann es más
laissez faire
; yo soy más tradicional. Pero hay veces en que los roles se intercambian. Típico de la interacción entre padre-hijo del mismo sexo, Mary Ann es más dura con Eve, y yo soy más duro con Tom. Ninguno de los dos hemos utilizado jamás disciplina física. En general nos equilibramos mutuamente.

Sobre el tema de las mentiras, nuestras ideas han cambiado considerablemente en los últimos dos años. Ambos tenemos más cuidado y somos más conscientes de cómo damos ejemplo a nuestros hijos con respecto al tema de la sinceridad.

Aunque mi hija, Eve, no pudo escribir un capítulo, su vida nos ha aportado ejemplos y revelaciones sobre el tema de la verdad y la mentira en relación con los niños pequeños.

Debido a que los padres encuentran tan difícil comprender qué piensa un adolescente sobre las mentiras, le pedí a Tom que contribuyera con un capítulo. La única condición fue que tenía que ser sincero. Aparte de sus propios pensamientos y sentimientos, ha incluido algunos comentarios de los amigos que entrevistó. Su punto de vista adolescente sobre por qué mienten los niños es interesante, sincero y está sorprendentemente bien escrito —si se le permite decirlo a un padre orgulloso—. Al dirigirse directamente a los padres, Tom ofrece algunos consejos sobre qué hacer cuando se descubre al hijo en una mentira.

Los dos capítulos de Mary Ann son testimonio de su primera experiencia como profesora de historia social americana y, más recientemente, como abogada especializada en temas de divorcio y custodia. Su propio libro, The Equality Trap (Simón and Schuster, 1988), examina las graves dificultades de las mujeres y los niños en la América actual. En este libro, Mary Ann da consejos sobre cómo responder cuando sospechas que tu hijo te está mintiendo. Sus sugerencias, que son una combinación de sus ideas y de las mías, están basadas en parte en mi análisis de la literatura científica. También se basan en su perspectiva histórica, su trabajo legal con familias en crisis y nuestra experiencia conjunta como padres.

En los últimos años han habido niños que han tenido que testificar ante un tribunal sobre asuntos muy graves, desde casos en los que se disputa su custodia, acusaciones penales de abusos sexuales, hasta situaciones en las que los niños han testificado en contra de sus propios padres sobre temas relacionados con la droga. Su validez como testigos ha sido cuestionada por abogados y jueces, así como por el público en general. Mary Ann se basa en su experiencia como practicante de derecho familiar para explicar los dilemas y controversias que rodean al niño en el tribunal.

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