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Authors: Paul Ekman

Tags: #Ensayo, Psicología

Como detectar mentiras en los niños (21 page)

Con la adolescencia, los niños también pueden empezar a comprender otras consecuencias del mentir aparte del castigo. La pérdida de confianza de un padre o de un amigo se considera una consecuencia negativa grave. La mayoría de niños no pueden expresar con claridad su comprensión de que la pérdida de confianza es una de las principales consecuencias de las mentiras hasta que llegan a la mitad de la adolescencia. Algunos nunca llegan a comprenderlo.

En su polémica teoría del desarrollo moral descrita en el capítulo 3, Lawrence Kohlberg describe lo que les ocurre a los niños en diferentes edades. Sostiene que los niños de cuatro a ocho años se comportan únicamente para evitar el castigo cuando se ven enfrentados a una decisión ética, como por ejemplo robar comida para una persona enferma. Algunos adultos no pasan nunca de esta etapa. En los primeros cursos elementales, el niño puede razonar que el protegerse a sí mismo es el motivo principal de portarse bien, pero también es importante ser justo con aquellos que son justos con nosotros. Unos años más tarde, en secundaria, el niño puede empezar a creer que es importante hacer buenas acciones para ganar la aprobación social de ser una buena persona. Los estadios más altos del desarrollo moral, que ocurren a finales de la adolescencia y en los primeros años de adultez, incluyen actuar conforme a la autoridad legítima, es decir, la ley de su país, y en los niveles más elevados, actuar según la convicción de sus propios principios éticos, que proponen un sistema que otorga el mayor respeto a los derechos y a la dignidad de todo individuo
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Según la teoría de Kohlberg, es en la adolescencia cuando los niños se dan cuenta de que es importante ser una buena persona para obtener la aprobación de los demás, padres incluidos. Durante estos años los padres pueden consolidar de manera más firme la importancia de la confianza en la sinceridad que ya habían introducido esperanzadamente en años anteriores, e intentar alejarse del miedo al castigo. Los padres pueden decir (más de una vez, puesto que la repetición es imprescindible para los niños): «No hay nada más importante que la confianza entre nosotros. Si has hecho algo que sabes que yo desapruebo, no tengas miedo de decírmelo. Recuérdame que no me enfade. Puede que tengas que hacer algo para compensarlo, pero me sentiré muy orgulloso de ti por decirme la verdad».

Los niños que no son educados en un ambiente de confianza pueden tener problemas para llegar a comprender alguna vez que la consecuencia de sus mentiras es una confianza rota. En especial si se les educa a base de duros castigos, puede que sigan viendo sólo el nivel moral más bajo, de actuar para evitar el castigo.

Nunca se acercarán a los niveles más altos de considerar sus acciones como ciudadanos de una sociedad, o finalmente como ciudadanos del mundo.

CRIMEN Y CASTIGO

Un padre o una madre pueden dar un buen ejemplo siendo directos y sinceros con su hijo. Los padres pueden darle al hijo los espacios de intimidad que necesita. Pueden vigilar las amistades del niño. Pueden hacer lo posible por desarrollar un fuerte lazo de confianza. Pero incluso los mejores padres (y quién de nosotros puede decir que es perfecto) pueden tener que enfrentarse a atrapar a su hijo en lo que parece ser una franca mentira.

Los padres americanos consideran que la honradez de sus hijos es uno de los valores principales. En estudios anuales llevados a cabo por el Centro de Investigaciones Nacionales de la Universidad de Chicago entre 1972 y 1986, la honradez aparecía como la cualidad de por sí más deseable para un niño. Se consideraba incluso más importante que ser un buen estudiante.

Por ello para muchos padres el hecho de mentir se convierte en el tema principal, no aquello sobre lo que se miente. Puede que un padre se sienta incontroladamente furioso hacia una adolescente que le dice que llegó a casa más tarde de la hora pactada porque el coche de la amiga se estropeó (por cuarta vez ese mes). Aceptaría con más calma la explicación real, que como se lo estaba pasando bien no se dio cuenta de la hora.

¿Cómo pueden los padres tratar con esta situación tan corriente de manera que se fomente la sinceridad futura del hijo y no solamente provocar una airada confrontación?

ATRAPAR AL MENTIROSO

Existe un consenso general entre los expertos que trabajan con niños que dice que meterse en una lucha de poder para obtener una confesión suele ser la peor táctica. Como se apunta en el capítulo 3, existen indicios de la mentira en el rostro, en la voz y en el cuerpo, pero un padre sabio no los utiliza normalmente para forzar la confesión de su hijo. Este consejo va en contra de la fuerte necesidad del padre a atrapar a su hijo en su mentira.

El padre que grita: «Eres una mentirosa. Voy a llamar a los padres de Sue ahora mismo y preguntarles si se le estropeó realmente el coche. ¡No puedes contarme otra vez esa mentira!», seguro que consigue airear su propia frustración. También es seguro que provocará la hostilidad de su hija y que ésta se ponga a la defensiva. Puede conseguir incluso demostrar que su hija es una mentirosa si hace esa llamada telefónica. Pero ¿acaso consigue enseñarle una lección moral?

No es tan sencillo. Al descubrir su mentira y responder con ira, este padre probablemente provocará el miedo en su hija. Este miedo puede que haga que la hija se lo piense dos veces en el futuro, como mínimo antes de mentir sobre el tema de la hora de vuelta a casa. Este miedo puede que la convierta en una chica aparentemente más sincera, o por lo menos en una mejor mentirosa. La furia del padre también le habrá dejado muy claro con qué seriedad se toma él una mentira. ¿Pero se puede permitir un padre crear una relación con su hija basada en el miedo? ¿Se puede permitir ser un policía?

Antes que centrarse en atrapar a su hijo en una mentira, los padres tienen una mejor posibilidad de crear una relación de confianza si se centran en el motivo de la mentira, la importancia de la hora límite. Podría decir: «Realmente no quiero escuchar más excusas sobre por qué no estás en casa a tu hora. Lo cierto es que necesito saber cuándo vas a volver a casa. Me preocupa tu seguridad y necesito saber dónde estás. Si no vas a llegar a casa a la hora, debes telefonear».

El padre debería ir entonces más lejos y decir, sin forzar una confesión, que él también necesita explicaciones sinceras por parte del hijo cuando se transgrede el horario. Que saber que puede confiar en la palabra de su hijo es tan importante como saber dónde está.

Este segundo enfoque no provocará miedo en el hijo, pero puede que no se obtengan los espectaculares cambios de conducta que se podrían dar si la mentira fuera descubierta con rabia. Éstas son las decisiones que deben tomar los padres. Suele ser más difícil ir esforzándose por conseguir una relación de confianza y responsabilidad mutua que inculcar el miedo a ser descubierto.

Pero tenemos que reconocer que, con algunos tipos de incidentes con mentiras, el camino de la paciencia para desarrollar una confianza y una responsabilidad puede que no sea factible. A veces es imprescindible conocer la verdad, aunque ello signifique una lucha de poder. Hablemos de un tipo de mentira que hiela la sangre de los padres.

John, de trece años, muestra una conducta extraña desde hace varias semanas. Se duerme con frecuencia, incluso durante las comidas. Ya no parece interesarle el baloncesto, su deporte favorito, y no habla con sus amigos por teléfono. Durante estas semanas su madre se da cuenta por dos veces que tiene unos veinte dólares menos en el monedero de lo que pensaba. La primera vez no le da importancia, pensando que se equivoca, pero la segunda vez se alarma.

Le pregunta a John por el dinero que falta. Dice ser inocente. Le pregunta por qué está tan cansado. Le sugiere que vayan al médico. John dice que tiene problemas para dormir porque tiene demasiados deberes que hacer.

La madre de John necesita saber. Tiene buenas razones para sospechar que su hijo tiene graves problemas, posiblemente con drogas, y tiene que hacer de policía para poder descubrir la verdad. Conoce a su hijo y sabe cómo reconocer los síntomas de engaño que aparecen en el capítulo 3 y que corroboran sus sospechas de que le está mintiendo.

Para obtener una confesión, primero tiene que ofrecer una amnistía. Puede prometerle que no le castigará si se lo cuenta todo. Debe estar convencida, por supuesto, de que está dispuesta a hacerlo así. ¿Puede realmente dejar sin castigo un robo grave? Si la oferta de amnistía no funciona, tendrá que convertirse en detective.

Hablará con los amigos y profesores de John para descubrir la verdad. Puede que se sienta obligada a registrar su habitación. Se enfrentará a John con las pruebas que obtenga para poder extraer una confesión.

La madre de John debe entrar en una lucha de poder, debe jugar a policías porque lo que está en juego es muy importante. Si su hijo se ha convertido en ladrón y drogadicto, precisa ayuda inmediata. La madre no puede depender de ir creando confianza y responsabilidad como estrategia para enfrentarse con sus mentiras.

Son las mentiras de los adolescentes las que desesperan a los padres. Los adolescentes ya no aceptan sin cuestionarla la legitimidad de las reglas sociales y se suelen sentir justificados al mentir para evitar seguir las odiadas reglas. Como Tom nos dice en su capítulo, muchas de las mentiras que cuentan los adolescentes no tienen que ver con los padres. Se centran en ganar categoría en su propio mundo, el mundo de sus semejantes.

En cuanto al desarrollo, los adolescentes se han vuelto mucho más hábiles en mentir y no es tan fácil atraparles como a un niño pequeño. Tienen mejor memoria y capacidades intelectuales más sofisticadas para inventarse una mentira creíble. También tienen un mejor control sobre su expresión no verbal. A medida que aumenta su confianza en que sus mentiras no serán detectadas, muchas veces también aumenta la frecuencia de éstas. Y a veces esas mentiras pueden resultar peligrosas, para ellos mismos y para los demás.

Es difícil no entrar en una lucha de poder con un adolescente cuando sospechamos que nos miente. El acto en sí de mentir enfurece a la mayoría de padres, y ello les obliga a forzar una confesión a cualquier coste. Y, como en el ejemplo de John, la sospecha de robo o consumo de drogas a veces hace necesaria la lucha de poder. No obstante, gran parte de las mentiras adolescentes no son tan graves. Tratan de temas mundanos como deberes que no han hecho, tareas que no han terminado, prendas de vestir perdidas o estropeadas. Un padre o una madre debe saber juzgar cuándo actuar como policía para forzar una confesión y cuándo evitar una lucha de poder y centrarse en restablecer la confianza.

¿Cómo es de importante saber la verdad? Para cada padre la respuesta puede ser diferente, pero para todos las sospechas sobre temas como el daño físico, por ejemplo a través del consumo de drogas o actividades delictivas, deberían ser motivos para forzar la verdad.

Se pueden utilizar estas mismas directrices para tratar con las mentiras de niños más pequeños. La preocupación por el daño físico, como en casos de abusos sexuales, o una sospecha de actividades delictivas, como pequeños hurtos, pueden justificar una lucha de poder. Otros tipos de mentira deberían tratarse de una manera menos acusatoria.

Cuando nuestro hijo Tom tenía nueve años, le di cinco dólares para que comprara la entrada del cine un sábado por la tarde y se gastara cincuenta centavos en caramelos. Le pedimos que nos devolviera el cambio. Llegó a casa sin cambio alguno y nos dijo que un hombre con una máscara le había robado en la puerta del cine. Al preguntar un poco más a fondo quedó claro que el supuesto ladrón no existía, pero Tom seguía sin confesar que había utilizado el dinero para sus cosas. Desesperado, su coartada iba adquiriendo proporciones fantásticas.

Nos sentimos impelidos a hacerle confesar. Llamamos al chico con el que había ido al cine y supimos que se había gastado un dólar en golosinas. Habíamos arrinconado a Tom y finalmente se vino abajo, se puso a llorar y confesó. Habíamos jugado a policías y habíamos ganado. ¿Pero era necesario hacer pasar a Tom por esa humillación? ¿Había tanta cosa en juego que necesitáramos una confesión? Después de estar seguros de que realmente se trataba de una mentira, le podríamos haber ahorrado la humillación final. Podríamos haberle dicho: «Es muy importante que no nos mientas. Necesitamos confiar en ti o si no no podríamos dejarte ir al cine sin nosotros. Nos preocuparíamos demasiado. Si no nos hubieras mentido y nos hubieras dicho que te gastaste el dinero en golosinas, solamente te habríamos impuesto un castigo leve».

Este enfoque podría haber conducido a un diálogo sobre la importancia de la confianza en lugar de a los lloros y la agitada conducta que en realidad provocamos. También podríamos haberle dejado sin cine durante una semana para reforzar la lección sobre la confianza perdida. Pero la confrontación no habría terminado con los policías triunfantes y el criminal vencido.

Con mucha frecuencia las mentiras de los niños más pequeños adquieren la forma de alardes o de historias increíbles. Puede que su hijo le diga que es el mejor bateador del equipo, cuando usted sabe que apenas sabe jugar; su hija de ocho años puede que le diga que tiene cinco amigas íntimas, cuando usted sabe que eso no es más que un deseo. Este tipo de mentira muchas veces es una llamada de socorro. Puede que su hijo se sienta realmente inadecuado. Por el motivo que sea, el niño está buscando atención, y dependerá de usted descubrir qué hay de malo en su vida. Aunque debería dejarle bien claro que no se cree sus alardes, utilícelos para buscar con suavidad qué se esconde detrás de ellos.

PEGAR O NO PEGAR

Los padres pueden aprender a evitar las luchas de poder y centrarse en el tema de la confianza antes que en atrapar al mentiroso. Pero los padres seguirán teniendo que decidir sobre el castigo adecuado si están seguros de que se ha contado una mentira y que la falta merece un castigo. Encontrar la respuesta apropiada al hecho de mentir y a la ofensa que se intenta encubrir es algo difícil para todos los padres. La disciplina es algo para lo que no existen unas directrices claras. La mayoría de padres utiliza la misma disciplina con sus hijos que sus padres utilizaron con ellos, por falta de algún otro modelo.

Mary Bergamasco fue arrestada por malos tratos en Hayward, California. Había vestido a su hijo de siete años como un cerdo y le había exhibido en su jardín con un letrero en el pecho para que los que pasaban por allí lo leyeran. El letrero decía: «Soy un cerdo idiota; te vuelves feo cada vez que mientes y robas. Miradme como chiyo (con una falta de ortografía). Tengo las manos atadas porque no se puede confiar en mí. Esta es una lección que tengo que aprender. Miradme. Reíros. Ladrón. Robar. Niño malo».

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