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Authors: Paul Ekman

Tags: #Ensayo, Psicología

Como detectar mentiras en los niños (20 page)

Hablemos de sexo, un tema crítico de preocupación para todos los padres, que se acelera al ir acercándose el niño a la adolescencia. ¿Qué «necesitan saber» los padres sobre la actividad sexual de su hijo? Si los padres tienen derecho a la intimidad en su propia vida sexual, ¿tiene el hijo el mismo derecho a la intimidad?

Lo mínimo que todos los padres «necesitan saber» es si se da el caso de abusos sexuales. Para un niño pequeño esto incluye el tocamiento no autorizado o los abusos sexuales por parte de adultos o de otros niños. (Trataré de la complicada controversia concerniente a las mentiras y a los abusos sexuales en el próximo capítulo). Pero los padres están divididos en cuanto a si «necesitan saber» sobre besos y tocamientos entre niños pequeños de la misma edad. Muchos padres creen que eso no es más que un comportamiento inocente y una parte natural del desarrollo. Otros tendrán una gran convicción de que deben proteger a sus hijos de lo que ellos consideran una conducta promiscua.

Los padres tampoco se ponen de acuerdo sobre lo que «necesitan saber» acerca de la actividad sexual de sus adolescentes. Aunque todos los padres estarían de acuerdo en que necesitan saber si se dan abusos sexuales en forma de fuerza o violencia, o de explotación por adultos, muchos padres creen que más allá de eso ellos no «necesitan saber», y muchas veces no quieren saber, la naturaleza de la actividad sexual de sus adolescentes. Otros padres tienen la convicción de que deben proteger a su adolescente de una actividad sexual prematura. Por lo tanto tienen que saber qué, dónde y con quién están sus hijos todo el tiempo. Algunos padres sienten que deben proteger a sus hijas, pero no a sus hijos.

No se trata de qué está bien o qué está mal acerca de las diferentes actitudes paternas hacia la conducta sexual de sus hijos. En una cultura pluralista siempre existirán puntos de vista diferentes sobre el sexo y otros tipos de conducta de los hijos. El tema es si los padres han tenido bien en cuenta lo que «necesitan saber» y qué pueden aceptar como una parcela privada de la vida de su hijo. Si se trata de un espacio privado que previamente se ha acordado, el niño tiene derecho a permanecer en silencio o a decir: «Eso pertenece a mi intimidad», igual que pueden hacerlo los padres sobre la puerta cerrada de su dormitorio.

Por desgracia, la mayoría de padres viven día a día, de crisis en crisis. Raramente se toman el tiempo de pensar atentamente sobre qué es lo que ellos «necesitan saber». Es incluso más raro que discutan el tema con su hijo. Un niño se puede ver forzado a mentir sobre algo, antes que decir: «Eso pertenece a mi intimidad». No se da cuenta de que puede tener esa opción.

Quizá como padres podamos confeccionar una lista mental de lo que «necesitamos saber», que podemos ir revisando a medida que el niño crece. Una lista así podría incluir:

  • La conducta de los amigos
  • Dónde están los hijos en su tiempo libre
  • Información sobre amigos
  • Comportamiento en las fiestas
  • Actitud hacia las comidas entre horas
  • Programas de televisión que ven
  • Deberes escolares realizados
  • Conducta en la escuela

Para los niños mayores podríamos incluir también:

  • Comportamiento sexual con los compañeros de igual edad
  • Consumo de drogas
  • Consumo de alcohol
  • Paseos en coche con otros amigos
  • Cómo conducen el coche

Una vez hayamos decidido, como padres, aquello que sin falta «necesitamos saber», podemos dejar claro todos esos temas a nuestro hijo, junto con las razones de esa necesidad. Al mismo tiempo, podemos dejar claro que él todavía cuenta con espacios íntimos que no tiene que revelarnos. Por ejemplo, podemos decir que sus conversaciones telefónicas y las cartas son asunto privado. Algunos padres creen que la habitación del hijo es una zona totalmente restringida a la que sólo se puede entrar con el permiso del niño.

Ann, la madre de un chico de quince años, me dijo: «Su habitación estaba asquerosa, una auténtica pocilga. Se enfurecía cada vez que yo entraba para limpiarla. Y yo me ponía furiosa porque él no la limpiaba. Estábamos siempre enfadados el uno con el otro. Finalmente decidí que no podía soportar las peleas y renuncié. Ahora podemos bromear sobre ello. Sigue siendo una pocilga, pero por lo menos nos volvemos a hablar».

No todos los padres podrían aceptar esta solución, pero podrían llegar a algún compromiso que permitiera al niño tener su espacio íntimo.

MENTIRAS Y AMISTAD

Otro tema crucial en el que los padres pueden fomentar la sinceridad en los niños es en la observación de los amigos de sus hijos. Hartshorne y May comentaron: «En asuntos humanos, aquellos que van juntos acaban pareciéndose»
[3]
. Descubrieron que los niños que mienten tienen amigos que mienten. En una situación creada en un aula, observaron que los niños que hacen trampa (no copiándose los exámenes entre ellos) normalmente se sientan al lado de otros que también las hacen. Otros estudios más recientes señalan que el niño que se sienta cerca de uno que copia en un examen escolar, tiene más posibilidades de hacerlo él también en el próximo examen
[4]
.

Estos estudios científicos solamente confirman lo que los padres han sabido desde siempre: los malos amigos pueden causar problemas graves a sus hijos. Los padres siempre han sabido eso, pero la mayoría se sienten impotentes para controlar las amistades de sus hijos. Esta impotencia crece a medida que el niño se hace mayor. Y cuanto más mayor el niño, más permeable es a la influencia del grupo de semejantes. Mi amiga Martha, quejándose de la mala conducta y de las malas notas de su hijo Ben, de trece años, decía: «Creo que gran parte de su mala conducta es por imitar a su amigo Matt. No me gusta Matt, no creo que sea sincero conmigo. Sé que miente constantemente a sus padres. Pero ¿qué puedo hacer? Si le prohibo a Ben que vea a Matt, lo verá igualmente y simplemente me mentirá sobre ello».

La frustración de Martha es algo que muchos padres han sentido. No podemos supervisar a nuestros hijos veinticuatro horas al día después de que empiezan a ir a la escuela. En el mundo de las aulas y de las zonas de recreo, donde la parte social es tan importante, escogerán amistades que puede que no siempre nos gusten, pero que no podemos controlar. A medida que se hacen mayores, esas amistades se vuelven más y más importantes para ellos, y, muchas veces, al parecer son más importantes que los lazos que les unen a los padres.

¿Cómo podemos controlar la elección de amistades de nuestros hijos? No existe una solución fácil. Quizá todo lo que podamos hacer es ayudar a nuestro hijo a que se convierta en un niño moral y con confianza en sí mismo, que atraiga a amigos del mismo tipo. Si fomentamos las actividades en que el niño pueda destacar, seguro que ello reforzará su autoconfianza y le permitirá tener que depender menos de la aprobación de sus compañeros. Las actividades de ayuda, como ser explorador o un trabajo voluntario que ocupe su tiempo libre y fomente un sentido de contribución caritativa, son muy valiosas.

Creo que un padre debería saber en todas las edades del hijo quiénes son sus amigos y qué hacen cuando están juntos en su tiempo libre. Puede ser que esto no figure en la lista de «necesito saber» de todos los padres, pero sí está en la mía. También creo que los padres tienen derecho de decirle al niño que no les gusta un amigo suyo, pero solamente si tienen pruebas concretas de la mala conducta del amigo. Por ejemplo, un padre o una madre no debería desaprobar a un amigo por su familia, atractivo físico o color. Los padres tienen derecho a no aprobar a un amigo si descubre que miente, o si le han expulsado de la escuela por engañar o robar. Los padres pueden prohibir al niño que vea al amigo bajo pena de castigo, pero un enfoque mejor puede ser explicar al niño exactamente por qué esa amistad puede resultar destructiva para él. Entonces los padres pueden proponer nuevos amigos y nuevas actividades al niño.

Por desgracia, a veces se da la triste situación en que un padre no puede, de ninguna manera, separar a su hijo, normalmente adolescente, de un amigo o amigos que continuamente le traen problemas. El niño puede mentir repetidamente para esconder el hecho de que se sigue viendo con el amigo o amigos indeseables. Quizá la única esperanza en este caso es trasladar al niño, físicamente, a un entorno diferente. Como puede resultar difícil que los padres se muden de casa, se puede enviar al niño a casa de un familiar o a un internado que mantenga una buena supervisión. Esta solución extrema no ofrece garantía de que el niño no vaya a hacer nuevas —aunque igualmente indeseables— amistades, pero podría ser la única salida al destructivo y engañoso patrón.

En muchas épocas de la historia occidental ha sido algo corriente enviar a los adolescentes a vivir a otro hogar. Esto solía ser en la mayor parte de las veces un aprendizaje con el cual el chico o la chica podía aprender un oficio útil, como llevar una casa o trabajar el hierro. El incentivo para enviar al adolescente a otro lugar no era solamente para que aprendiera un oficio, sino también poner al chico bajo una autoridad diferente a la paterna.

CONFIANZA

Quizá la contribución más importante que los padres pueden hacer para educar a un niño sincero es ir desarrollando una relación fundada de manera sólida en la confianza. Este tipo de lazo no aparece por sermonear al niño por un solo episodio de mentir, se nutre desde los inicios de la comunicación entre padres e hijos. Para desarrollar la confianza en un niño, tenemos que demostrarle con regularidad que confiamos en él.

La noche de Halloween de 1986, Sandra Visnapuu recibió una llamada de la policía, diciéndole que se acusaba a su hijo de catorce años de vandalismo, por haber pintado con pulverizador una casa. Dijeron que había dos testigos presenciales y que no existía duda alguna. Decepcionada y disgustada, la señora Visnapuu se enfrentó a su hijo, Neil, que dijo: «Mamá, te juro que no lo hice»
[5]
.

Este incidente apareció en el New York Times porque la madre no solamente creyó que su hijo no le mentía, sino que se pasó varias semanas investigando personalmente para descubrir la verdad. La señora Visnapuu fue de casa en casa por la vecindad donde ocurrió el incidente y habló con todos los amigos de su hijo. Como resultado de sus esfuerzos, el auténtico gamberro salió a la luz, un chico de quince años de otro barrio, acusado de otra mala acción durante la noche de Halloween. «Durante todo ese tiempo hubo personas que no nos creyeron», dijo la señora Visnapuu. «Todo el mundo —policías, consejeros escolares, incluso nuestro abogado— dijo que nueve veces de cada diez, el niño que dice ser inocente en realidad es culpable»
[6]
.

Esta madre realizó grandes esfuerzos para demostrar a su hijo que realmente confiaba en él. Contaba con la confianza de catorce años de haber estado educando a su hijo y sabía que su hijo no le mentiría a ella.

¿Cómo puede un padre nutrir ese importantísimo lazo de confianza? En primer lugar, el padre o la madre debe merecer confianza. Un padre que miente frecuentemente a su hijo, o que no suele cumplir las promesas que hace, no puede esperar que su hijo actúe de otra manera. Un padre que se basa en duros castigos o amenaza injustamente al niño, puede descubrir que ese niño le obedece por miedo, no por respeto.

Los padres pueden reforzar la importancia de la confianza con ejemplos sacados de los cuentos, como «Pedro y el lobo», y a medida que el niño va creciendo, con ejemplos de las noticias. Un niño puede apreciar que las mentiras que cuentan las autoridades públicas, en escándalos como el Irangate, son una ruptura de la confianza del público. Puede aprender que romper la confianza conlleva consecuencias.

En segundo lugar, incluso un niño pequeño se puede sentir orgulloso y más mayor si los padres le hacen saber a menudo que confían en él. Un padre o una madre que siempre sospechen no van a producir un niño confiado. A medida que el niño avanza hacia la adolescencia, y los padres sienten que pierden el control, con demasiada frecuencia éstos temen lo peor. Por consiguiente, pueden abalanzarse sobre los más pequeños indicios sospechosos.

Sara, de quince años, volvió a casa de un partido de baloncesto y entró en el salón para decir buenas noches a los padres. Su madre exclamó alarmada: «Sara, tu chaqueta huele como si hubiera estado en un incendio; ¿has estado fumando?». Sara respondió rápidamente: «Oh no, mamá, me he sentado al lado de Tod y él sí fuma».

Un padre que observa que la ropa de su hijo huele a humo puede estar demasiado dispuesto a creer que el niño fuma, aun cuando éste le ofrezca una excusa plausible. En nuestros tribunales de justicia, el acusado es inocente hasta que se demuestra lo contrario. En el tribunal familiar, el acusado adolescente se considera muchas veces culpable y debe demostrar que es inocente.

En este incidente de fumar, la peor respuesta que puede dar un padre es llamar mentiroso a su hijo e intentar arrancarle una confesión. El mejor enfoque es decirle al niño que la sinceridad es más importante para usted que el hecho de fumar. Si ha estado fumando, se lo debería decir a usted, y entonces valoraría más su sinceridad que condenaría el haber fumado. Si lo sigue negando, debería dejarlo. Pueden haber otros incidentes (que discutiré más adelante) donde lo que está en juego es mucho más importante y entonces es fundamental que usted sepa la verdad. Una sospecha de haber fumado, para la mayoría de los padres, no es de ese tipo de incidentes.

Incluso cuando se atrapa al niño en una mentira descarada, ello no debería presuponer el final de la confianza. Un padre le puede decir a su hijo que aunque la mentira afectará el lazo de confianza, una sola mentira se puede perdonar. Si las mentiras continúan, el niño, como Pedro con el lobo, sufrirá las consecuencias de la pérdida de confianza. Nuestro hijo, Tom, tras el incidente de la fiesta no autorizada (precedido de otras mentiras), perdió el privilegio de quedarse solo en casa por la noche. Y solamente le será devuelto cuando se haya restablecido la confianza. El niño puede aprender de tales experiencias que la confianza es importante y que hay que esforzarse para mecererla.

El capítulo 3 demuestra cómo comprender el tema de la confianza es una función del desarrollo. Los niños muy pequeños suelen creer que la consecuencia de mentir es el castigo. Los niños de esa edad no tienen ninguna duda cuando creen que mentir está mal. Cuando llegan a los diez o los doce años, los niños abandonan la creencia de que mentir siempre está mal; pueden empezar a diferenciar entre los tipos de mentira y empezar a juzgar una mentira por sus consecuencias. Por ejemplo, si le dices a una amiga, aunque sea falso, que le sienta bien el peinado, ello sólo produce consecuencias positivas. Tom, en su capítulo, nos dice que los adolescentes no solamente aprenden a contar mentiras piadosas, sino que empiezan con las que él llama «mentiras sociales» para manipular sus relaciones con el grupo de compañeros de la misma edad.

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