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Authors: Danielle Ganek

Amor a Cuadros (36 page)

—Vamos a tener que trabajarnos esa historia —le digo—. Cuando la gente nos pregunte cómo nos conocimos, no quiero tener que decirles que no recuerdo la primera vez que nos vimos.

—Fue amor a primera vista —dice Zach, echándose a reír—. En la Galería Simon Pryce. Ésa es mi versión, y pienso seguir defendiéndola.

—Pero tardaste ocho meses en hacer algo al respecto —replico—. Y yo estoy segura de que nos conocimos en aquella subasta.

—En realidad, fueron más bien nueve meses —puntualiza—. Fueron ocho meses después de la subasta. El día en que entré en la galería y tú me pusiste cara de desprecio, ése fue el día en que se me paró el corazón por primera vez.

—Seguro que no fui yo —protesto—. Yo nunca le pongo cara de desprecio a nadie. Soy simpática. La gente me dice que tengo una sonrisa muy bonita.

—Tienes una sonrisa preciosa —concede, entre risas—. Pero no logré verla hasta que te acosé con unos cuantos martinis y te emborraché hasta que empezaste a ver doble. Aunque me siento fatal por haberte hecho eso.

Y así, amigo mío, parece ser como acaba la historia. Lulú no consigue el cuadro que quería, pero se queda con el mensaje que el artista, su padre, quería que aprendiese de él. Y ahora tiene otro Finelli que llevarse a casa. Igual que Connie. Igual que otros tres coleccionistas de la lista de Pierre LaReine, que llegaron a tiempo para reservar los Finellis de la condesa. Martin Better vuelve a casa con la obra maestra,
Lulú conoce a Dios y duda de Él
.

Igual que la de los espárragos, la temporada del Finelli ha llegado a su fin. O eso parece.

23

Subasta de otoño. Arte de la posguerra y contemporáneo. Lunes, 7:00 p.m.

Noviembre

La historia no termina ahí. También tengo que contarte lo del artículo para el que acepté que me entrevistaran en un ataque de creatividad y que me llevó a descubrir que no era artista, sino escritora. ¿Te acuerdas? El artículo sale publicado poco después de que volvamos a casa desde Basilea. Y, digámoslo así, Simon nunca ha sabido valorar mi faceta creativa. Me despide de inmediato.

No creo que se haya enfadado por la parte en la que lo acuso de asesinato. Ni tampoco por lo que digo de sus poco éticas prácticas profesionales. Lo que pasa es que le han sentado fatal mis comentarios sobre su acento.

Que me hayan despedido de la galería es lo mejor que podría haberme ocurrido. Zach me ayuda a conseguir un nuevo trabajo catalogando la colección de una encantadora mujer japonesa. El trabajo me deja montones de tiempo libre para dedicarme a mi... esto... mi... bueno, no sé muy bien cómo llamarlo. No es una
roman à clef,
¿no? Y está claro que no son unas memorias. Después de todo, no tuve una infancia desgraciada, ni me hicieron ningún traumático arreglo dental sin anestesia.

Es tan sólo una historia sobre un cuadro que inspiró a muchas personas. Es una historia sobre «los bienes», como diría Simon. Para cuando llega septiembre, después de un maravilloso verano dedicado a la escritura y a estar con Zach, voy por el capítulo en el que descubrimos que Jeffrey es en realidad el padre de Lulú. Estoy a punto de pedirle a Zach que lea mi manuscrito cuando él se entera de que el retrato que Jeffrey Finelli hizo de Lulú va a salir otra vez a la venta.

Según los rumores, Martin Better se ha aburrido de coleccionar obras de arte. ¿Que se ha aburrido? El rumor hace que las calles de Chelsea se vean recorridas por un funesto escalofrío, como si todos los coleccionistas del mundo fuesen a aburrirse y, siguiendo los pasos de Marty, a vender sus colecciones y dedicarse a otra cosa. La burbuja está a punto de reventar. Será como en los noventa, dice la gente, atemorizada. Los precios han subido demasiado, dicen, como pasó durante la fiebre de los tulipanes. Será un alivio, añaden otros, volver a unos precios razonables.

Por supuesto, se están diciendo muchas cosas malas de Martin Better, porque los marchantes, los encargados de los museos y los historiadores del arte tienden a considerar las decisiones de compra y venta que toman los coleccionistas como sus aciertos o fallos personales. Lo que dicen desacredita a Martin Better como coleccionista y como persona. Pero lo cierto es que Martin Better no se ha aburrido del arte. Va a divorciarse.

Alexis Belkin parece dispuesta a cambiar un cliché por otro: de desagradable galerina va a pasar a un tipo aún más común, la ex galerina y ahora esposa de coleccionista. Con el tiempo, y si todo sale según el plan, Alexis se convertirá en la tercera mujer de Martin Better. Ha dejado a Pierre LaReine para dedicarse a ser la encargada de la colección de Martin Better, y ahora está ayudándole a deshacerse de las piezas que no le gustan, de las que quiere que venda para poder pagarle lo que será una considerable suma de dinero a su segunda mujer.

Cuando me entero de que el cuadro va a salir a la venta en noviembre, me doy cuenta de que no podré terminar mi versión escrita de la historia hasta que sepa lo que ha ocurrido en esa subasta. Así que espero. Entretanto, Zach y yo celebramos el primero de nuestros dos aniversarios. En octubre, justo antes de que él se marche a Londres para la feria de arte Frieze, justo un año después de la fecha en la que insiste que me vio por primera vez en la galería, Zach llena mi dormitorio de flores blancas (¡otra vez!) y me pide que deje mi apartamento y me vaya a vivir con él.

—Pellízcame —le digo. Y después, que sí.

Para cuando llega la segunda semana de noviembre, en la que tiene lugar la primera de las subastas de otoño, ya estoy viviendo en lo que ahora es
nuestro
apartamento con chimenea. Zach tiene una reunión con un cliente antes de la subasta, pero me ha conseguido un pase y me pide que me reúna con él junto a la puerta de la sala de subastas cuando todo termine.

—Nada de escabullirte antes de tiempo —dice, refiriéndose a lo larga que va a ser la subasta, ya que hay setenta y ocho lotes.

De camino, me invade el nerviosismo. No he visto a Simon desde que me despidió, y preferiría evitar que nuestro primer encuentro tuviese lugar esta noche. Es posible que Simon escoja este momento para liberar una vida entera de contenida rabia británica.

El lugar que ocupo en la sala de subastas, justo a la derecha de la columna, me permite ver cómo alguien se desliza con aire furtivo para pasar desapercibido al fondo de la sala. Es Lulú. No me sorprende demasiado verla, aunque sí me extraña que haya intentado disfrazarse con un sombrero negro y unas enormes gafas de sol. ¿Qué está haciendo? Creo que soy la única que la reconoce; nadie más en la sala parece mirar hacia donde está ella. Me sorprende su atuendo, el sombrero que parece sacado del armario de su abuela, las gigantescas y horteras gafas de sol, pero más me asombra ver que tiene una pala en la mano. Sabía que le quedaba algo de dinero de su época de Wall Street, pero no creí que fuese una suma tan generosa como para poder acudir a una subasta de obras de arte. Para eso hace falta lo que en el mundillo llamamos dinero del bueno, y ni siquiera Lulú, con toda su buena suerte, tiene dinero del bueno.

Pero cuando el lote veintidós sube a la palestra, allá va ella. Puja por la pieza. Sí, el comprador misterioso del fondo de la sala no es otra que Lulú Finelli en persona.

¿Tendrá pensado llevarse el cuadro a casa, o sólo estará intentando encarecerlo? ¿Y qué demonios pensará hacer si Connie se planta a los tres millones y medio y obliga a Lulú a reunir esa suma a cambio de su retrato?

Cuando noto que continúa pujando, no puedo creer lo que ven mis ojos. Pero parece que Lulú sabe lo que también yo sé, y lo que todos los presentes en la sala parecen intuir. Connie no va a parar. No puede parar. El apetito de Connie es tan voraz que no puede hartarse, ni siquiera con una colección de obras de arte de renombre mundial.

Aún no sé por qué Lulú fue a la subasta. Nunca le he preguntado si fue sólo para encarecer la pieza, o si de verdad pensaba llevársela a casa. Y si así fuera, cómo pensaba pagarla. No quiero saberlo. Lo único que sé es que el que diga que esta subasta no ha sido emocionante, miente.

*

Después de la subasta ocurre algo extraño. Simon me presenta a su madre. Creía que Simon no tenía madre. Pero sí, la tiene, y es una mujer encantadora, con una abundante melena de pelo rubio con pulcras mechas que enmarca un rostro moreno y arrugado, el de quien Simon me presenta como su madre.

Lleva un elegante traje tipo Chanel y un collar de perlas.

—Hola —dice, con inconfundible acento británico—. Encantada de conocerte.

—Mamá —dice Simon, ahora en tono amistoso—. Ésta es Mia. Antes trabajaba para mí.

—No sé cómo lo aguantabas —me dice, con una sonrisa afectuosa.

*

Cuando Zach y yo salimos juntos del edificio, vemos a Martin Better frente a la casa de subastas. Su próximamente ex esposa no está con él, pero Alexis sí.

—Buenas ventas —dice Alexis cuando pasamos a su lado—. El mercado no para de subir.

Pero Martin siente los remordimientos del que acaba de vender.

—Debí haberme quedado con ese cuadro.

Agradecimientos

Mi gratitud a todo el equipo de Viking, que trajo este libro al mundo como por arte de magia. Gracias en especial a la editora más amable del mundo, Kendra Harpster, además de a Molly Stern, Clare Ferraro, Nancy Sheppard, Carolyn Coleburn, Ann Day y Rakia Clark. Muchas gracias a mi agente y amiga Leigh Feldman y a su equipo, Mike Kelley Ros Perotta y Michelle Mortimer. Y mi más profundo cariño y amor para el Equipo Ganek, mis personas preferidas: David, Harry, Nicky y Zoe Ganek, que se encargan de que cada día incluya al menos una buena carcajada.

Danielle Ganek

 

Aunque estadounidense, pasó la mayor parte de su infancia en Brasil y luego en Lausana, Suiza. Dice que siempre se sintió como un extranjero, incluso cuando regresó a Estados Unidos a la edad de 16 años para asistir a la Walnut Hill School for the Arts.

Después de licenciarse en inglés en el Franklin and Marshall College, Danielle se trasladó a Nueva York para escribir. Vivía con dos aspirantes a actriz en un quinto piso en Chelsea y se puso a trabajar en el mundo de las revistas, y con el tiempo aterrizó en la cadena de grandes almacenes Galeries Lafayettes como Director Creativo. Al mismo tiempo continuó con sus clases de escritura. Escribió algunas piezas de novelas y cuentos, con gran parte de sus primeros trabajos centrados en la mujer que persigue objetivos creativos.

Cuando Danielle tuvo su primer hijo, cerraron las Galerías Lafayette en Nueva York, y tomó esto como una señal para centrarse en la escritura y en ser madre. Después de tres niños y una temporada en Connecticut ella y su esposo regresaron a Nueva York en 2005, centrando sus esfuerzos en terminar su novela. El resultado fue,
Lulu meets God and doubts Him
, una novela irónica ambientada en el mundo del arte publicada por Viking en Junio de 2007.

Actualmente vive en la ciudad de Nueva York con su marido y sus tres hijos y algo de inspiración artística. Es coleccionista de arte contemporáneo y fotografía.

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