Read Amor a Cuadros Online

Authors: Danielle Ganek

Amor a Cuadros (33 page)

Este año, Simon ha decidido que nos alojaremos en el lujosísimo hotel Daniela, en el que Connie Kantor ha reservado una suite sin su marido. Pero tengo tantas ganas de ver a Zach que no me importaría alojarme en un hostal. Me siento feliz sólo por estar aquí. Simon también se alegra de estar aquí. Por una vez, se siente como en casa.

Me registro en el hotel el día antes de la inauguración. Doy por hecho que tendré uno o varios mensajes de Zach esperándome. Y si te soy sincera, tampoco me hubiera sorprendido encontrarme con que me habían llevado flores a la habitación. Una botella de champán, tal vez. Bombones, incluso. Pero no hay nada esperándome. Compruebo que mi BlackBerry esté en funcionamiento. Funciona.

Vuelvo a preguntarle a la telefonista del hotel.

—¿Está segura de que no hay mensajes para Mia McMurray?

Se hace una pausa.

—Oh, sí,
signora
. Hay uno. Perdone usted. ¿Se lo envío a su habitación?

Ajá, pienso. Por supuesto.

—Mejor léamelo.

—Es de la
Signora
Connie Cantor: «No llegues tarde a la cena de esta noche. A las nueve en punto en el Harry’s Bar».

Vale. Puede que su vuelo llevara retraso. Pero seguro que lo veré durante la cena.

Pongo especial empeño en vestirme para esta noche. Me he traído tres vestidos, elegidos con ayuda de Azalea. Me los pruebo todos varias veces. Por fin me decido por el vestido lavanda, aunque me parece demasiado colorido. Muy madre de la novia, pienso, cuando me miro por enésima vez al espejo.

Llego temprano. Connie ha invitado a catorce personas a la cena, y todos llegan tarde. Hasta Simon llega tarde. Cada vez que entra alguien en el abarrotado restaurante levanto la vista, esperando ver a Zach. Tengo un sitio vacío a mi lado durante toda la noche. Zach no se presenta.

Connie y el nuevo Simon se lo están pasando de lo lindo al otro extremo de la mesa, mientras que yo soporto lo que me parece una cena interminable. Connie suelta risitas y tontea. ¿Y Simon? Simon parece encontrarla adorable. Es suficiente para hacerme perder el apetito por completo. Una buena manera de perder un par de kilos.

*

Cuando vuelvo al hotel, no hay mensajes en la recepción. Ni e-mails. Ni mensajes de texto. Ni mensajes en mi buzón de voz. Nada.

Me convenzo a mí misma de que Zach debe haber tenido problemas con el vuelo y de que se habrá tomado un Ambien para quedarse dormido. Estoy segura de que lo veré por la mañana.

Al día siguiente leo mis e-mails incluso antes de estar del todo despierta. Ninguno es de Zach. Voy a la inauguración de la Bienal y deambulo sola por los pabellones. No veo las obras de arte. Estoy buscando a Zach.

Tampoco recibo noticias de él aquella tarde. Empiezo a preocuparme. Aunque sólo hubiese querido engatusarme y no hubiese tenido intención de invitarme a cenar, nunca se perdería el venir a Venecia. No puede perderse el venir a Venecia. Así es como se gana la vida. Debe haberle pasado algo.

Mientras me visto para una fiesta a la que Simon insiste en que debo ir con él, empiezo a ponerme furiosa. Más le vale que le haya pasado algo. No existe ninguna excusa para no ponerse en contacto conmigo.

Esa noche me encuentro con Ricardo, el marchante de Milán y el último hombre del que me permití enamorarme.


Cara
Mia —me dice, como si nunca hubiese empleado las palabras «te quiero» como eufemismo.

—¿Hola? —digo, fingiendo que no me acuerdo de su nombre.

—¿No te acuerdas de mí? —parece decepcionado. Me acuerdo demasiado bien.

*

Por la mañana, antes de marcharme al aeropuerto, leo otra vez mis e-mails. He mirado tantas veces que la verdad es que no espero ver el nombre de Zach en mi bandeja de entrada. Pero ahí está. Con una palabra en el recuadro de «asunto»: «Perdona».

«Demasiado complicado para explicártelo. Te veré en Basilea», escribe.

¿Eso es todo?

Durante el corto vuelo en avión encuentro consuelo en mi libreta. Fue un pequeño detalle, un bonito gesto que seguramente se le ocurrió a Lulú en un momento, casi sin pensar, sin sopesar sus implicaciones posteriores, pero se está convirtiendo en algo con un profundo significado para mí. Me pierdo en mis palabras, intento plasmar mis sentimientos... ¿humillación? ¿Decepción? ¿Vergüenza? Pero por debajo de todo eso perdura un rescoldo de esperanza.

21

Arte Basilea. Primera opción: solo con invitación de las galerías. Basilea, Suiza

Junio

He ido tres veces a Basilea —eso sin contar tres viajes a Miami para acudir a Arte Basilea Miami, la feria , hermana que tiene lugar en diciembre—, y lo que más me gusta de la ciudad son las salchichas que venden en el patio central del centro de convenciones. Aparte de eso, resulta sencillamente agotador.

La feria de arte implica pasarme horas de pie con tacones altos. Da igual que tenga lugar en Suiza, en Londres o en South Beach, porque apenas veo el mundo exterior. Nos va bien en las ferias. Aquí tenemos la oportunidad de vender la variada selección de artistas a los que representa Simon a coleccionistas de tercera y a gente que anda en busca de suvenires o de cuadros que colgar de sus paredes. Aunque no nos fuese bien en la feria, tendríamos que ir a Basilea. No puedes dejar de ir a Basilea.

Antes, sentía un cierto resentimiento al acudir a las ferias. Quería ser la que expusiese sus cuadros sobre las paredes, no la que intentase venderlos. Pero ahora, ¿quién soy yo para quejarme? Para empezar, tengo trabajo. Y es un trabajo que incluye viajes a países extranjeros, lo cual queda muy glamuroso cuando lo cuentas. Aunque tenga que hacerlos en compañía de un inglés dispéptico que no deja de plantearse la pregunta: ¿por qué tendrán las mujeres americanas unos culos tan gordos?

Deshago la maleta y me doy una ducha antes de reunirme con Simon en el centro de convenciones para que podamos empezar a instalar nuestro estand. Tenemos dos días para prepararlo antes de la preinauguración para VIPs, y Simon siempre se muestra desordenado e inseguro de dónde colgar las cosas. Necesita mi ayuda.

Le enseño la placa que me identifica como personal de la feria al jefe de seguridad suizo-alemana a la entrada del centro de convenciones en el que tiene lugar la feria. Examina mi cara y la compara un par de veces con mi placa antes de dejarme pasar. Ya ha ocurrido que algún coleccionista se haya colado en la feria antes de la inauguración, usando placas que les proporcionaban los astutos dependientes de las galerías, pero ahora los suizos se están volviendo estrictos.

Todos los años circulan un par de historias sobre conocidos coleccionistas o publicistas que intentan disfrazarse con viejos gorros de lana y zapatos gastados, pero lo único que consiguen es que los echen. Si no los pillan, compran las piezas más codiciadas antes de que la feria abra sus puertas, algo que irrita a todo el mundo, incluidos los directores de la feria. Este año me han dicho que uno de los asesores artísticos a los que pillaron el año pasado ha alquilado una peluca y maquillaje de los que usan los actores de teatro para poder pasar completamente desapercibido.

El guardia suizo me indica con un gesto que puedo entrar, pero me paro otra vez nada más llegar al recinto de la feria. Allí está ella, en el primer estand de la primera planta, el estand más importante de toda la feria. Pertenece a... la Galería LaReine. El resto de los Finelli siguen en sus cajas, pero, apoyada contra la pared, ya desembalada y esperando a ser colgada, está la joven Lulú pintada de
Lulú conoce a Dios y duda de Él
. Está apoyada contra la pared principal del estand de LaReine, que es el doble de grande que los demás, y sus ojos se cruzan con los míos cuando entro en el centro de convenciones.

Me pregunto si ya la habrán vendido. ¿Será posible que el cuadro siga estando disponible? ¿Tendrá Lulú una oportunidad de cerrar un trato con LaReine? No es por hacer una broma, pero lo dudo. Muchas de las obras más conocidas de las que se exponen en Basilea ya están apalabradas, después de que los marchantes hayan enviado e-mails con jpegs por todo el mundo, creando un torbellino de expectación, aumentando el entusiasmo de los coleccionistas y generando una especie de murmullo súper secreto que se oye cada vez con más fuerza durante los días que preceden a la inauguración de la feria.

Me encamino a las escaleras. El estand de la Galería Simon Pryce está bastante escondido al final de la segunda planta, cerca de los aseos. Es un sitio terrible. Simon tenía razón al quejarse.

—Cielo, querida —me saluda Simon cuando entro en el estand—. Por fin has llegado.

Trabajamos juntos hasta bien entrada la tarde, discutiendo amigablemente dónde colocar las piezas. Al final de la jornada caigo en la cuenta de que no he comido, así que me encamino hacia la salida con una salchicha y una cola diet o «coca light», como la llaman aquí. Me siento sobre un poyete que hay frente al centro de convenciones, sufriendo los efectos del
jet lag
.

Cuando veo a Zach avanzando a grandes zancadas con su paso largo y elegante, mi corazón se salta un latido. Estoy enfadada con él, tengo que recordarme a mí misma.

Cuando me ve, se le ilumina la cara.

—McMurray —dice, echando a andar en dirección a mí—. Siento muchísimo no haber podido ir a Venecia.

—Oh, ¿no estuviste allí? —como si no lo hubiese notado. Muy bien, Mia. Fría y sin interés.

Zach parece dolido.

—¿No te preocupaste por mí?

—Para nada —miento—. No me di cuenta de que no estabas.

—Mentira —replica—. Admítelo: te preocupaste.

—¿Por qué iba a preocuparme?

—¿No esperabas verme allí?

Decido cargar las tintas.

—Supongo que si hubiese pensado en ello, me habría extrañado. Pero no soy de las que llevan la cuenta de quién está y quién no.

Me mira con incredulidad. Y con enfado.

—¿Llevar la cuenta? Se suponía que íbamos a cenar juntos.

—¿En serio?

Lo he dejado sin habla, compruebo con satisfacción. Zach me mira fijamente, y le devuelvo la mirada. Sus ojos examinan mi cara, intentando averiguar si estoy diciendo la verdad. Justo cuando parece que va a reaccionar, o bien marchándose o bien besándome, una voz familiar atrae nuestra atención.

—¡He venido a exponer! ¡No soy ninguna delincuente!

Nos giramos los dos a la vez para ver cómo dos de los guardias de la seguridad suiza escoltan a Connie Kantor hasta la salida de Arte Basilea. La llevan sujeta por los brazos.

—Trabajo en una galería —grita ella, y le da una patada a uno de los guardias.

Éstos la sueltan bruscamente, y Connie cae al suelo. El guardia le dice algo en alemán, seguramente que no intente entrar en la feria hasta que haya abierto.

Connie se da cuenta de que la estamos observando.

—Podrías haberme avisado —nos reprocha, señalando a Zach—. Dijiste que todo el mundo se colaba.

—Sólo echan a los coleccionistas más conocidos —le dice Zach—. Así que: enhorabuena. Lo has conseguido.

—Más vale que esa maldita pieza no esté ya vendida para cuando entre en la feria mañana —dice—. No consigo que nadie de la Galería LaReine me devuelva las llamadas. —Se levanta y se alisa los vaqueros demasiado ajustados con las manos, sacudiéndose el polvo, avergonzada tras la caída.

—Tienes una feria entera para ti. Dos plantas llenas de obras de arte —dice Zach—. Encontrarás algo que comprar.

—Quiero el Finelli que me robaron —dice, y me dedica una mirada furiosa para recordarme el papel que jugué en esa historia.

Se marcha hecha una furia, y Zach se vuelve hacia mí.

—Bueno, ¿por dónde íbamos? —dice, y antes de que pueda contestarle ya me ha rodeado con sus brazos y me ha apoyado contra la pared. Me besa. Es un beso profundo y apasionado que dura un buen rato. Jamás me he sentido tan bien.

Cuando separamos las cabezas para tomar aliento, dice:

—Hace mucho tiempo que quería hacer eso.

—¿Y por qué has tardado tanto?

—Vamos —dice, cogiéndome de la mano y ayudándome a bajar del poyete—. Estaba con Samuel Fong. Íbamos en su avión, y tuvimos un problema con una de las ruedas. —Me cuenta que el avión se averió, que en el remoto pueblo donde aterrizaron no había cobertura y que su BlackBerry estaba guardada en la bodega del avión. No importa, siento ganas de decirle. Disfruto intentando seguir sus largas zancadas mientras me conduce hacia el otro lado de la plaza en dirección al hotel Swissotel donde nos alojamos los dos.

—Tu habitación es la 212 —me dice.

—¿Cómo lo sabes?

—Dame tu llave —dice cuando nos metemos en el ascensor.

Abre rápidamente la puerta de mi habitación y me deja pasar a mí primero. El dormitorio entero está lleno de flores blancas. Hay rosas, lirios cala y peonías por todas partes, sobre todas y cada una de las superficies de mi pequeña habitación. El olor resulta embriagador.

—Perdona —dice. Y me doy cuenta de que él también está nervioso—. ¿Parece un funeral? Pensé que el blanco sería el color adecuado para ti. Muy minimalista.

—Es precioso.

Me dedica una sonrisa avergonzada.

—¿Te parece una tontería? Es una tontería, ¿verdad? Perdona.

—Deja de decir perdona.

Es entonces cuando me tira sobre la cama. Nuestro beso rápidamente disipa cualquier duda que pudiera quedarme sobre si esto era buena idea. La primera vez que hacemos el amor, lo hacemos con algo de prisa. La segunda vez nos lo tomamos con calma. Nunca en mi vida me había sentido así de bien.

Pasamos el resto de la noche en mi cama. Intento registrar el cuerpo de Zach, con sus miembros largos y su piel pálida, en mi memoria. Me hace reír. Creo que estoy enamorada.

*

Por la mañana siento el cuerpo un tanto dolorido, pero me he convertido en una de Ellas, una de esas repelentes personas felices y contentas que a veces se ven por ahí. ¿Contenta? Estoy en éxtasis.

A las once la feria abre para la «Primera opción». Se trata de la exhibición que algunos marchantes celebran por adelantado en exclusiva para los VIPs, que les permite acceder a la feria antes de la exposición de las dos. El grupo incluye a cualquiera que sea capaz de demostrar, aunque sea de forma extremadamente vaga, que tiene el más mínimo interés por el arte contemporáneo; una horda que inundará los pasillos y atestará los estands porque no están dispuestos a esperar a mañana, cuando la feria no estará tan llena, ya que si lo hiciesen no serían
Very Important People
. Además, para entonces ya estará todo vendido.

Other books

Kill Fish Jones by Caro King
Janette Oke by Laurel Oke Logan
Widowmaker by Paul Doiron
Linnear 01 - The Ninja by Eric van Lustbader
The Stardust Lounge by Deborah Digges
Sinister Substitute by Wendelin Van Draanen
Rita Moreno: A Memoir by Rita Moreno


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024