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Authors: Alberto Bermúdez Ortiz

Tags: #Terror

Zoombie (15 page)

—Me refiero a que nuestro sistema, aunque efectivo, es poco eficaz, ya que requiere mucho tiempo para su ejecución y una exposición al riesgo incontrolada, lo que podría suponer bajas entre nuestras filas. Además, será imposible establecer todo el pueblo como zona segura antes de tres o cuatro días, tiempo que no tenemos.

—Trancos: En eso estamos de acuerdo, ¿pero en qué has pensado?

—Ser más agresivos en la ofensiva y sacar provecho de todo aquello de lo que disponemos. Ya he podido comprobar que sabemos preparar cócteles molotov… —Me disponía a descubrir el uso que deberíamos dar a los artefactos incendiarios, aunque tuve que posponerlo.

—Donovan: Ya te digo, quillo, para eso soy una machine
[50]
, y ya verás cuando se los meta por el sieso
[51]
a esos Zs, van a salir echando virutas
[52]
.

—Serpiente: ¡Somos los más mejores! —Se saludaron con un juego de manos y golpecitos en diferentes partes del cuerpo. No puedo describirlo, ya que sería complejo. El saludo acababa entrechocando las palmas y simulando el vuelo de un ave ascendiendo al cielo.

—Bien, ésta era una de las ideas que se me ocurrieron ayer, mientras trazaba los cuadrantes y establecía los PS (puntos de seguridad).

Aproveché para sacar la foto de mi bolsillo y mostrar a la concurrencia el trazado final.

—Donovan: ¡Pero dónde vas con esos cuadros tan gordos y estos tan chiquitillos! —apuntó con avidez mi compañero, advirtiendo la diferencia de tamaño de los seis cuadrantes resultantes del trazado.

—Trancos: Has tenido en cuenta el número de viviendas en cada uno de los cuadrantes, ¿a que sí? Así, los cuadrantes estarán proporcionados. Aunque veas que un cuadrante es más grande que el otro, en realidad nos tomará el mismo trabajo y tiempo que otro que sea más pequeño —el alumno aventajado había resuelto el problema planteado por el profesor delante del improvisado auditorio.

—El Cid: ¡Mecachis en la mar, pues tiene razón! ¡Es listo este zagal! Un poco raro, pero de tonto no tiene ni un pelo. Que a más de uno os iría bien tomar apuntes. Y no miro a nadie —mirando alternativamente a ambos miembros del Equipo de Intervención.

—Donovan: O sea, este cuadrado, que es más grande que éste, tiene los mismos Zs que este más canijo… —de nuevo, el sentido práctico de mi compañero identificó, aunque sin saberlo, el punto negro del planteamiento obligándome a responder.

—Bueno, reconozco que éste es el punto débil del asunto. Desconocemos si un sector, por tamaño, estará más poblado que otro, aunque por sentido común debería ser de esta manera. Y a falta de datos objetivos que lo contradigan, es la suposición más lógica. Además, las variaciones en nuestro modus operandi significarán un ahorro de tiempo considerable en la eliminación de Zs.

Mi aserción aplacó cualquier intento de réplica, a tenor de lo que reflejaban los rostros de todos ellos (lástima que en la grabación no puedan apreciarse por razones obvias). El silencio fue interrumpido por una intuitiva reflexión.

—Donovan: ¿Qué vamos a hacer… comérnoslos a la parrilla?

Supongo que el esbozo de una sonrisa malévola y magníficamente interpretada por mi parte (sin ánimo de parecer pedante, gocé de popularidad en la interpretación de los clásicos teatrales en mi época estudiantil) permitió al alumno aventajado adelantarse a los acontecimientos.

—Trancos: Creo que está proponiendo quemarlos.

Básicamente lo que intentaba decir se reducía a eso; en vez de utilizar los cócteles para defendernos, lo haríamos justo para lo contrario: atacar al enemigo en su guarida.

—Agustina: ¡Oh, Dios mío, pero qué estáis diciendo! Sabe Dios que no me gusta entrometerme en asuntos de hombres, pero creo que esto se os está escapando de las manos —era de las pocas opiniones que manifestaba la integrante femenina de LR, lo que explica que me atreva a publicarla.

—Trancos: No, no… tiene razón: no tenemos tiempo de comprobar, como veníamos haciendo, cada una de las casas del pueblo. Les meteremos fuego y quemaremos a los Zs que estén dentro. Es una manera muy rápida de limpiar los cuadrantes y, aunque peligrosa, mucho más segura que la de meternos dentro.

—Donovan: ¿Como los nazis con los negros, judíos y homosexuales
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? ¡Me cago en mis muelas!, ¿y si dentro hay gente normal que se ha escondido y no quiere salir? Los vamos a freír como a pajarillos, jolín —una visión tan particular como inoportuna que pudo haberse ahorrado: pero no podía pedirle peras al olmo. Aun así, volvió a dar con uno de los contras del método, en su vertiente filosófico-moral.

—Si a alguna de vuestras mentes privilegiadas se le ocurre alguna otra idea, estaré encantado de oírla. Reconozco que el plan tiene sus debilidades, aunque todos los tienen: los daños colaterales son inevitables. Por otra parte, brinda una oportunidad a los seres humanos que pudieran haberse refugiado, ya que podrán abandonar su escondrijo. De todas maneras, quedarse dentro supondrá la muerte dentro de unos días, cuando nos invadan los Zs que lleguen buscando alimento.

Mi réplica cayó como una losa.

—Trancos: Tiene razón, no tenemos alternativa. Es necesario limpiar la zona de Zs y hacernos fuertes esperando resistir un posible ataque final. Es nuestra única oportunidad. Podemos avisar de que vamos a incendiar el edificio. Está claro que un Z no va a reaccionar. Será su final: si se queda, se achicharrará con el fuego, y si sale, lo hará el sol. Es perfecto. Macabro, pero perfecto.

Donovan siguió en su afán de denostar mi plan y, de nuevo, buscó paralelismos con los lamentables actos llevados a cabo por el ejército nazi durante la Segunda Guerra Mundial, aunque al final se rindió a la cruda realidad. Discutimos cómo llevar a cabo la acción incendiaria y el sector por el que deberíamos comenzar. La diatriba se solventó de la siguiente manera: el sector elegido sería el que se ubicaba más a las afueras del pueblo, e iríamos avanzando hacia el centro de manera que siempre tendríamos la opción de retroceder en caso de perderlo como consecuencia de un ataque. Daríamos prioridad a las casas o pisos (aunque de estos últimos no había muchos, por razones de especulación urbanística que no vienen al caso) que tuvieran las ventanas y persianas cerradas, la mayoría, por motivos evidentes. Primero Agustina vociferaría que LR tomaba el control del pueblo erigiéndose en único representante de las fuerzas del orden público de carácter no militar (tuvimos que incluir el matiz a petición de algunos de los miembros del grupo que no revelaré por petición expresa) y poniendo en conocimiento de los posibles inquilinos nuestros planes crematorios. Luego echaríamos a suertes quién lanzaría el cóctel molotov y, apostados en un lugar seguro, esperaríamos. Evidentemente se abatiría a cualquier espécimen no clasificado como
homo erectus
que se aventurase a abandonar el escondrijo. La nota cómica la puso Serpiente, que atribuyó al latinajo connotaciones sexuales y defendió a ultranza la imposibilidad de que alguien apareciera
erectus
de dentro de ningún sitio en la coyuntura en la que nos encontrábamos. Una vez aclarado el malentendido, que se saldó con rubor por parte del protagonista, tuvimos cimentadas las bases de actuación para la recién bautizada Operación Barbacoa, integrada dentro de la Misión Limpieza Zeta y de alguna otra que ahora mismo no recuerdo.

Puesto que las distancias no eran excesivas, decidimos salvar la que nos separaba del cuadrante desde el que iniciaríamos la Operación Barbacoa a pie: el cuadrante en cuestión era C1. De paso aprovecharíamos para llevar a cabo una comprobación rutinaria de la idoneidad del enclave de los PS de los cuadrantes que atravesábamos. Durante el trayecto se respiraba lo que podríamos denominar una tensa calma: prácticamente no cruzamos palabra, a excepción de comentarios de naturaleza trivial. No había caído en la cuenta de que tampoco se escuchaba el trino de los pájaros autóctonos de la zona: hubo una época de mi vida en que la reproducción de estos ejemplares ocupó un papel menor en mi vida, pero eché de menos el canto de jilgueros, pinzones, verderones y otros que se dejaban ver por los alrededores en esa época del año, aunque no lo exterioricé por no socavar el ya precario estado anímico de la tropa. Por el camino Donovan hizo alarde de una de sus cualidades más preciadas dentro del grupo y a la que sacamos un extraordinario partido en lo sucesivo: por lo visto, su afición a la caza le había conferido la facultad de determinar el momento en que un excremento había sido evacuado y, por lo tanto, descubrir una posible presencia Z en la zona.

Cuando llegamos al PS de C1, quedó patente su idoneidad para ejecutar nuestros planes: estaba enclavado en una pequeña plaza perfectamente iluminada por la luz solar. Para evitar demoras, propuse comenzar sin dilación: argumenté que los objetivos se marcarían en función de la distancia que los separase del límite con el siguiente cuadrante, y que para ello deberíamos tener en cuenta la dirección del viento, en esos momentos inapreciable. No hubo apelación al respecto, por lo que nos dirigimos a las primeras casas: las que delimitaban el perímetro y daban la bienvenida al pueblo. Por decisión unánime, se seleccionó una pequeña casa en el vértice este del cuadrante. Se iba a ejecutar la primera acción del de la Operación Barbacoa. Dada su importancia, transcribiré la conversación que suscitó.

—Bien… llegó la hora de la verdad. Yo iniciaré el proceso. Agustina, procede —dije, mirando a mi compañera, la cual, cogiendo aire y llenando sus pulmones, voceó:

—Agustina: Atención a todos. Somos de la resistencia del pueblo, los únicos… —en voz baja y dirigiéndose a Trancos—. ¿Cómo era eso de los «representativos» de la ley y el ejército?

—El Cid: ¡Mira que eres tonta, mecachis en la mar! —Se adelantó su marido inhabilitando a Trancos—. Únicos representantes de las fuerzas del orden público de carácter no militar. ¡Y luego soy yo el que no tiene memoria!

Tuvo lugar una pequeña disputa doméstica que derivó en cuestiones de índole más o menos personal que omitiré por anodinas. En cualquier caso, fue necesario apuntar en una hoja improvisada un discurso acorde con la ocasión que Agustina debería leer cada vez que se iniciase el proceso. Donovan y Serpiente declinaron, por suerte, el honor de tal composición literaria, un privilegio que recayó en Trancos y en quien esto escribe, aunque aquél acabó por cederme por completo el compromiso. El resultado pudo ser mejor, pero, dada la premura a la que estuve sometido, doy por bueno el resultado.

—Agustina: Atención a los habitantes de la propiedad número 15 de la calle X (no se hará referencia a los nombres de las calles). La Resistencia, como únicos representantes de las fuerzas del orden público de carácter no militar, hace un llamamiento para el abandono inmediato de la vivienda. En diez segundos procederemos a incendiarla, dando muerte a todo engendro que no se corresponda con la especie humana. Diez… Nueve… Ocho… —daba comienzo la cuenta atrás para el inicio de las hostilidades.

He de decir que aunque podría parecer que la asignación de El Cid y Agustina como integrantes del Equipo de Avituallamiento carecía de importancia, tuvo un efecto muy positivo en sus vidas, como ellos mismos reconocieron: el entorno en el que vivían había aniquilado cualquiera de sus aspiraciones más allá de las puramente ociosas, y las tareas ejercidas dentro de LR contribuyeron a restituirles cierta «dignificación personal» (según sus propias palabras) y les brindaron la oportunidad de demostrar a la sociedad —si bien este término cotizaba muy a la baja actualmente— que todavía eran productivos. Y así lo demostraron durante las horas de duró el trabajo que nos ocupó aquel día y supongo que en los sucesivos.

Con solemnidad militar Agustina contó hasta diez de forma inversa sin que nadie saliese ni se evidenciasen signos de presencia humana dentro de la casa, lo que no sabría decir si supuso un alivio o añadió tensión a la espera.

—Trancos: Bueno, parece que no hay seres humanos dentro. Seguramente esté vacía. Será mejor no perder tiempo, aún nos queda mucho trabajo. Acaba o empieza de una vez —dijo mirándome.

Cogí una de las botellas con el combustible dentro, con su correspondiente mecha a base de jirones de ropa, y me dispuse a encenderla con el mechero de llama lateral especial para pipas, que redundó positivamente en la seguridad del proceso. Encendí la mecha y me dispuse a lanzarla dentro: un error de previsión se hizo evidente: no había abertura que diese acceso al interior de la casa. Fue necesario quitar el jirón de ropa encendido para abortar el lanzamiento. Donovan abrió un boquete de un disparo en una de las persianas. Posteriormente este método se sustituyó por el lanzamiento de una piedra, con efectos parecidos pero con un ahorro en munición evidente. Sería El Cid quien mostraría una habilidad envidiable en el arte de usar la honda. Por lo que nos explicó, en sus tiempos mozos, designado para el desempeño de tareas pastoriles, desarrolló la técnica necesaria para el uso de tan específica herramienta, lo que confería connotaciones bíblicas a nuestra particular epopeya.

Con el boquete abierto en la persiana, tan sólo restaba acercarse lo suficiente para colar el artefacto incendiario dentro de la casa y esperar que hiciese su trabajo. Así me disponía a hacerlo cuando, de nuevo, se presentaron sucesos que retrasarían la ignición.

—Agustina: ¡Alto, alto, alto!

Todos nos volvimos buscando la mirada de la instigadora del parón pensando que algo grave se nos había pasado por alto. Doy gracias a que consideré apropiado tener registro sonoro de la primera intervención crematoria de LR, ya que esto me ha permitido no modificar ni una coma de la conversación que provocó el retraso. Todos al unísono preguntamos el motivo de la exclamación.

—Agustina: Creo que deberíamos rezar.

Nadie osó decir nada; supongo que interpretamos que se trataba de algún tipo de broma por su parte, aunque eso no se correspondiese con el carácter comedido de la autora.

—Donovan: ¿Cómo dices? ¿Tú chocheas o qué te pasa?

—El Cid: Mecachis en la mar, como vuelvas a faltarle al respeto a mi señora, te cojo del pescuezo y te lo retuerzo como a un pavo.

—Serpiente: ¡Pero se te ha ido la flapa!… ¿Rezar por los Zs? A ti todavía te dura el colocón del coche, ¿no?

—El Cid: Ya me voy a despachar sin miramientos
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. Mira que una palabra más y os juro por las gónadas de mis antepasados
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que la lío.

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