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Authors: Alberto Bermúdez Ortiz

Tags: #Terror

Zoombie (13 page)

—¡Avanzad, es un nido! ¡Han cortado las correas, no entrará luz! ¡Disparad a las ventanas, disparad a las ventanas! —grité mientras cruzaba las líneas enemigas camino de la gloria.

Por suerte, mis compañeros reaccionaron a la arenga y me siguieron ipso facto: lideraba el ataque, cosa que llenó mis venas de valor. Las vidas de la tropa dependían de mí, no podía fallar. Dos zancadas significaron encontrarme en la misma boca del lobo. No me equivocaba: la discreción, rota por nuestra incursión, había puesto sobre aviso al nido, que, disperso por todo el salón del apartamento, esperaba para lanzar el ataque.

Con el primer disparo casi decapito involuntariamente a mi compañero, quien, paralizado, no sabía qué hacer. La bala atravesó el cristal haciéndolo trizas y desperdigándolo por el suelo, lo que a la postre lo pondría a salvo del primer ataque, ya que los restos esparcidos provocaron que uno de los Z, que avanzaba directamente hacia él, terminara propinándose un costalazo que dio al traste con sus intenciones. Serpiente, creyendo que le estábamos disparando, tuvo a bien agacharse y quedarse hecho un ovillo, lo que permitió a su indisoluble compinche disparar sobre la persiana que todavía permanecía cerrada. El disparo de la escopeta hizo mella en la persiana abriéndole un boquete por donde pasó un cañón de luz que atravesaba el habitáculo justo por encima de la cabeza del ovillo humano y dibujaba un círculo en la pared de enfrente que protegería eficazmente a Serpiente del ataque de cualquier Z.

Un sonido gutural indescriptible reverberaba en las mentes de todos; eran los Zs —tres en total— reclamando su porción de carne fresca. No recuerdo la secuencia de todo lo que sucedió: son más como imágenes o instantáneas inconexas que una invocación del momento propiamente dicha. La habitación era un caos, no sé cuántos disparos hubo después de los dos primeros. Los haces de luz iban colándose a través de la ventana a medida que la persiana saltaba en pedazos. Recuerdo a Donovan apuntando a bocajarro al Z que había quedado tendido en el suelo y estampando sus sesos en él mientras hacía alusiones a su madre y demás familiares muertos. El fogonazo iluminó la sala y me permitió ver a Serpiente acurrucado debajo de la ventana. Después Trancos asumía la ardua tarea de romper otra de las ventanas que había quedado inutilizada dejando su retaguardia al descubierto. Todo ocurrió tan deprisa que no estoy seguro de ser riguroso en los datos: uno de los Zs se abalanzó sobre mí e instintivamente apreté el gatillo; la bala atravesó su rótula haciéndolo caer de bruces al suelo, aunque no detuvo su ataque. Seguía arrastrándose hacia mí, y yo sabía que tenía que acertar en el cráneo y acabar con su centro neurálgico; mientras llegara la señal nerviosa a cualquiera de sus músculos, no cejaría en su empeño. Su instinto era animal, tal y como pusieron de manifiesto los distintos experimentos realizados sobre su congénere. Volví a apretar el gatillo de forma repetitiva, y aunque las balas impactaban en zonas no mortales, lo cierto es que dificultaban el avance del Z. Retrocedí distanciándome del Z y acercándome peligrosamente a la pared de detrás, la misma que impediría mi huida en caso necesario. No sabía qué pasaba a mi alrededor. El Z levantó la cabeza y dejó a la vista su frente; coloqué la mirilla del cañón justo en su entrecejo y apreté el gatillo. Su cara desapareció de mi vista. El disco solar vertió su luz en la sala, lo que provocó que el último Z se retirase buscando oscuridad, circunstancia que permitió a Trancos derribarlo de un disparo y a Donovan desintegrar su cabeza con uno de los cartuchos de su escopeta.

La quietud reveló que todo había acabado: el humo de los cañones de las armas, todavía calientes, ofrecía una imagen opaca del apartamento. Un recuento rápido de los efectivos confirmó que no había habido bajas. Reconozco que se me pasó por la mente la idea de que quizá había heredado el rango de capitán, aunque la silueta del todavía jefe difuminada entre el humo me sacó de dudas. Los cuerpos de los Z sin cabezas, con algún que otro estertor, yacían en el suelo. La voz de Donovan nos sacó a todos del letargo en que nos habíamos sumido.

—Donovan: ¡Mal nacidos, mal nacidos!
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… Les hemos dado candela de la buena. ¿Ahora qué, no estáis tan vacilones, eh? ¿Y las cholas
[45]
? ¿Dónde tenéis las cholas? —vociferaba hablando directamente al cuerpo que yacía tendido delante de su amigo Serpiente. Éste se levantó y lo tocó en el hombro, atajando su monólogo y provocándole un llanto de neonato, sin duda fruto de la tensión a la que había estado sometido. Sin decir palabra, esperamos mientras los amigos se abrazaban encontrando consuelo momentáneo, aunque se separaron casi inmediatamente, como por un resorte, al darse cuenta de que los estábamos mirando.

—Serpiente: Ya está, niño. Se ha acabado todo. Le has dejado más tieso que la mojama. A éstos ya no los arregla ni un trasplante.

—Donovan: Quillo, qué susto he pasado, pensaba que se te zampaban con pan. Líate un canutillo, anda —petición que evidenciaba que su estado iba normalizándose.

La reacción de los dos amigos terminó por arrancarnos la sonrisa e incitándonos a unirnos a su pequeño conciliábulo, momento en el que aparecían por la puerta los restantes componentes de LR con la cara desencajada y estupefactos ante el cuadro dantesco que debíamos representar. No recuerdo lo que dijeron, pues para entonces ya había detenido la grabación de la escena.

Había sido la primera intervención directa de LR en una alerta máxima y habíamos conseguido hacer merma en los efectivos bélicos del enemigo; y aunque un análisis objetivo me hizo comprender que era necesario cambiar de táctica, no quise señalarlo. El disco solar empezó a ocultarse detrás de los edificios y eso obligó a precipitar la despedida. Al día siguiente nos reuniríamos en este mismo cuadrante en el PS (punto de seguridad) que habíamos establecido.

De camino a mi campamento base, mientras terminaba de ponerse el sol, no podía más que ocupar mi pensamiento en repasar todo lo vivido en aquel día; había cumplido con mi propósito de unirme a LR, si bien no me había hecho con el mando. Estaba bien considerado, y eso era suficiente. Mis ánimos estaban en la cúspide. Mi dolencia parecía haber remitido por completo: ya casi me había acostumbrado a vivir con la perpetua congestión nasal. Me habría gustado conservar el sentido olfativo, por razones que quedaron sobradamente justificadas en el último enfrentamiento. Esperaba que mañana se hubiera solventado el problema.

Aún tenía mucho trabajo que hacer; debía confeccionar el mapa con los cuadrantes y PS correspondientes. Además, era necesario elaborar un plan de actuación para el día siguiente estableciendo nuevas prioridades y modificando los términos de nuestro modus operandi: las noticias revelaban que con toda seguridad nos quedaba poco tiempo. Las ciudades habían sido tomadas por las hordas Z, y eso sólo podía significar que buscarían comida en otros lugares…

No hubo tropiezos durante el trayecto. Llegué a sentirme con fuerzas como para ocuparme de un Z en solitario. Quizá tuviera la oportunidad esa misma noche: el recuerdo de ZV asaltó mi pensamiento. Tenía que extremar las precauciones. Esta vez no me sorprendería en una emboscada en el rellano de la escalera ni en ningún otro lugar. Estaba preparado.

No había ni rastro de ZV en las inmediaciones del campamento base, a excepción de los restos de excremento que habían quedado en el rellano de mi puerta y que eliminé con una pequeña operación de limpieza imitando el proceso que había visto hacer a mi asistenta, y del que no daré cuenta. Una vez dentro, activé el sistema de seguridad que sellaba la entrada y me ponía a salvo. Eran las 06.30 p.m.; encendí mi pipa y me entregué al merecido y ansiado descanso del guerrero.

La ingesta de nicotina se tradujo en el predecible efecto laxante en mi organismo obligándome a interrumpir la degustación de la mezcla. Con carácter informativo comentaré que parecía que volvía a recuperar los biorritmos de antaño: las características de la deposición ponían de manifiesto que era víctima de un soberano estreñimiento. El esfuerzo en la evacuación terminó por provocarme una pequeña almorrana que habría de molestarme el resto de la noche, aunque tampoco haré más referencias. Aprovechando la visita al lavabo, obsequié a mi cuerpo con una interminable ducha de agua caliente que me reconfortó notablemente y alivió mi congestión nasal. Aunque mi herida presentaba buen aspecto, hice una pequeña cura y me propuse olvidarme de ella. Una copiosa cena fue lo último que se interpuso antes de entregarme de lleno a mis obligaciones militares.

Sentado en la mesa, con una foto cenital que saqué del marco donde reposaba adornando el salón (proporcionada por el ayuntamiento a todos los habitantes del pueblo en su aniversario) y que serviría perfectamente para el cometido, con una regla y un bolígrafo, me dispuse a determinar la distribución de los cuadrantes y la asignación de los PS. Aunque podía parecer una tarea sencilla, no lo era en absoluto. Si lo que pretendíamos era limpiar el mayor número de cuadrantes posibles de Zs, una distribución puramente geométrica del plano no resultaba proporcional en términos absolutos. Había cuadrantes que integraban una proporción muy elevada de viviendas y otros que prácticamente quedaban vacíos, por lo que el simple cuadriculado del mapa no era una opción válida. Al final, supe encontrar una solución adecuada a nuestros propósitos distribuyendo los cuadrantes teniendo en cuenta variables que no pormenorizaré. En cualquier caso, el resultante eran seis cuadrículas de diferente tamaño con sus respectivos PS, ubicados en zonas que previsiblemente contaban con más horas de luz solar. Mientras llevaba a cabo la tarea del trazado de las cuadrículas, concretamente la que se correspondía con los límites al sur del pueblo y que oro-gráficamente me recordaba una playa, me vino a la mente el desembarco de Normandía: la visión de miles de pateras llegando a las costas con otros tantos Zs en su interior abandonando sus barquillas dispuestos a darse el más pantagruélico de los banquetes ocupaba mis pupilas. Qué extraña coincidencia que el mismo continente que antaño fuese origen de la vida lo fuese ahora de la muerte.

Mañana será un duro día.

P. D.: He tenido que levantarme de mi lecho: mi mente bulliciosa no da tregua a la confección y perfeccionamiento de nuestro plan. He preferido dejar constancia escrita por si por cuestiones que escapan a mi inteligencia mañana no recuerdo lo que ahora visualizo con claridad. Incluso he tenido tiempo de diseñar un escudo que nos identifica como la Resistencia. Y para haberlo dibujado a mano, ha quedado bastante digno. Mañana, dentro de unas horas mejor dicho, pediré a Agustina que lo borde en nuestras ropas. Estoy seguro de que cuenta con los conocimientos y destreza suficientes para hacerlo sin problema.

Para una mayor operatividad será necesario el aprovechamiento de cualquier recurso que tengamos. Así, disponemos de coches que bien podrían convertirse en artefactos explosivos y que colocados estratégicamente podrían causar estragos en las filas enemigas en caso de invasión. Podríamos aprovechar el combustible para la fabricación de cócteles molotov. Propondré, además, una lluvia de ideas para que cada elemento integrante de LR pueda aportar ingenios bélicos de cualquier clase. Igualmente será necesario encontrar armas para Serpiente y El Cid, e incluso para Agustina: dadas las circunstancias, no podemos menospreciar ningún activo.

Informe-Diario de a bordo: día 5, 6.00 a.m., viernes.

«Dijo Dios: Produzcan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra, en la abierta expansión de los cielos.»

Hoy ha resultado ser un día de lo más complicado: al final hemos tenido que habilitar la noche para dar caza a todos los Z autóctonos que se aventurasen a asomar su pestilente cabeza por la calle. Los miembros de LR disfrutamos de un merecido descanso, aunque seré respetuoso con el orden cronológico de los hechos.

Eran las 6.00 a.m. cuando sonaba el despertador: tenía exactamente una hora para encontrarme con el resto de LR. Me he levantado lleno de energía, pletórico. No ha sido necesario releer los últimos apuntes de ayer; recordaba perfectamente hasta el último detalle. La idea de que tendría ocasión de exponerlos a la tropa me ha insuflado optimismo. Además, mi amigdalitis parecía haber remitido por completo, cosa que me hizo tomar la decisión de no inyectarme penicilina esta mañana. Mi congestión nasal, por el contrario, se resistía a abandonarme.

Como siempre, he llevado a cabo las habituales pautas higiénicas: he prescindido de la ducha, ya que hacía sólo unas horas que había tomado la última. Un abundante desayuno ha terminado con los prolegómenos matutinos. Ataviado con ropas y botas limpias, puse a buen recaudo en mi bolsillo la foto con la distribución de los cuadrantes y la grabadora. Un «Ábrete, Sésamo» ha desactivado el sistema de seguridad. Previamente había comprobado a través de la mirilla que ZV no merodeaba o se apostaba detrás de la puerta; era improbable, pero no quería que el día empezase con ninguna sorpresa.

Abrí la puerta y, habiendo comprobado que no había Zs en la costa, me dispuse a abandonar mi campamento base. De nuevo, al poner el pie derecho en el rellano… La mejoría en mi anosmia hizo innecesario echar la vista abajo: percibía el leve aroma que emanaba del calzado. Dos olas de excremento Z abrazaban los laterales de mi bota derecha. No podía creerlo: ZV había vuelto a tener la desfachatez de dar alivio a sus necesidades fisiológicas más primarias en mi rellano. Intuía que aquello no podía significar nada bueno. Bien es sabido que no es inteligente mezclar lo profesional con lo personal, y aquello, salvando las distancias, no dejaba de ser un ejemplo. De nuevo tuve que llevar a cabo el ritual de la limpieza de las botas en la calle: se hizo necesario buscar un matojo de hierbas nuevas y limpias, ya que la vez anterior había utilizado las más cercanas. En definitiva, la combinación de arrastrar la bota por el asfalto y por ciertos matojos conseguía, mal que bien, limpiar la parte más gruesa del problema. No podía perder más el tiempo; mi reloj indicaba que era la hora exacta en que debía estar junto LR. Sin más dilación me metí en el destartalado coche camino del PS establecido.

No hubo contratiempos en el trayecto, y salvé la distancia llegando a mi destino unos minutos más tarde de lo acordado. Metros antes de llegar, pude ver cómo el Equipo de Intervención se afanaba en algún tipo de tarea que desde la distancia no supe determinar. Donovan me daba la espalda y se reclinaba con cuidado en dirección a Serpiente, quien parecía estar sujetando algo. El Equipo de Avituallamiento no se encontraba presente y Trancos me saludó mientras abandonaba el PS en dirección norte. No fue hasta que llegué a la altura de los primeros cuando pude identificar su cometido.

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